«El corazón de la fiesta», de Gonzalo Torné: Frenético banquete de morosas infidelidades

Novela compleja y a la vez seductora en su entramado tanto estético como literario, la obra del autor español —editada por Narrativas hispánicas de Anagrama—, retrata en sus páginas el modus vivendi, de un sector de la voluptuosa y derrochadora clase alta catalana.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 14.6.2020

Banquete donde la morosa obscenidad del dinero va penetrando en los intersticios más instintivos de los personajes, la cuarta y última novela del editor, traductor y escritor barcelonés Gonzalo Torné (1976), es un festín de la lengua en una ciudad encrucijada de dialectos y clases, migrantes y ricos que ya no saben en qué gastar el dinero, pero, sobre todo, como plantea el autor en una entrevista salida del horno junto a El corazón de la fiesta (Editorial Anagrama), es una pesadilla (y una inquietante celebración de Barcelona) cuyo eje es el tendido de alto voltaje del dinero; el dinero enzarzado en la sangre, los orgasmos, la infidelidad entre hermanos de una familia regida por un Rey que movió los hilos de un partido político amasando una manchada fortuna inmobiliaria durante las décadas de efervescencia y latrocinio que siguieron a la dictadura de Francisco Franco.

La política —fagocitada por el hedonismo pulsional de una generación desencantada del chorreante espectáculo de corrupciones—, la lírica y la sátira convergen en párrafos eléctricos dispuestos a danzar por la escarpada encrucijada de una ciudad protagónica, escindida y exuberante, diversa y polarizada, mientras las conversaciones en los bares no se detienen y los pasos de baile dilapidan transitoriamente los asedios de vagas morales.

La fiesta es solo el anverso espasmódico de gritos y violencias de pareja en el departamento vecino al de la protagonista Clara Montsalvatges que, herencia mediante, veía solucionados sus complejos económicos, sirviendo de ampuloso hospicio transitorio a amigas y conocidas necesitadas de un reposo del impertérrito carrusel laboral y sentimental de una metrópolis al galope constante, días y noches, berridos de bebés, discusiones, luces de neón, indecencias inmobiliarias y casas de concreto alejadas del mar. Dos lenguas sedimentadas, dos clases estratificadas en pugna, continuo empalme de Eros a Tánatos, nunca exento de consecuencias. El aprendizaje, un remanente esporádico y poco asimilado de la experiencia. La vecina en cuestión, una mujer que batallando desde barrios más modestos se las arregla para vivir con un febril desplante tras comenzar a desprenderse de la camisa de fuerzas de un paupérrimo horizonte económico.

La narración es un devaneo goloso entre la locuaz suspicacia de los personajes, las observaciones desenfadadas y misceláneas (nunca romas ni azarosas: terriblemente ilustrativas) sobre la fricción de la bífida lengua barcelonesa (catalán y castellano en recíproca y sospechosa presunción o fusionados por la inercia de la convivencia espacial), la urbe tensionada por nacionalistas e independentistas, clases sociales y coloquiales; las relaciones íntimas expuestas en cueros, con dosis de un humor tan elástico como sibarita en sus conjeturas, pero dúctil y denodado en la esgrima de desempolvar el maquillaje de la ternura, de la hipocresía que recubre la vida de pareja, los matrimonios de facto, una asimétrica aventura sentimental entre el Bastardo (engendrado en el Parlament), hijo del Rey, aparente despilfarrador de dinero, y Violeta, la empoderada fémina torbellino, inicialmente aprensiva e inocentona, surgida desde ese tipo de familia en que las tablas de la ley están en directa correlación al presupuesto mensual.

El ritmo impuesto por la historia, que salta de la perspectiva de un personaje a otro en confesiones tan hilarantes como descarnadas, es tan trepidante como lo sería un hipopótamo (con plurales tatuajes y cicatrices de fugarse a las cazas de ampulosos safaris cosmopolitas) con un petardo en el culo y entrenado por Usain Bolt. A veces la pericia técnica y la bonanza metafórica es tanta que se corre el riesgo de pasar por alto ciertos detalles y elocuentes desengaños. Aquí ni siquiera el amor es un salvavidas confiable: “Quizá sea mucho pedirle al amor que en su moroso crecimiento cubra los acelerones del instinto, el ansia y la pujanza, de la energía del atractivo y, de la belleza que convence y prospera por todas partes. Es imposible, maravilloso, horrible.”

Personajes insaciables contrapuestos a empalagosos conformistas, quienes follan hasta ingeniar los nuevos y repetidos bailes hieráticos de las carnes que cubren el misterio de humanos y contaminados corazones. Personajes en cuyos varices y pezones, celos y éxtasis artificiales, se accede a una dimensión donde las buenas maneras son dinamitadas, desplazada la ingenuidad en una serie de estratagemas urdidas por latigazos de placer y rencor.

Ambiguos y reaccionarios, vívidos y huidizos a cualquier taxonomía psicológica de poca monta: “Le dedico esa clase de mirada en que el orgullo y los complejos de inferioridad, la rabia y el cariño herido se suceden tan deprisa que el ojo se abisma en un colapso fascinante”. Este banquete tiene menos de platónico que de reminiscencia al «Cuento de un tonel», donde Swift repartía ostias e ingenios sin dios ni ley, con una caustica carcajada dispuesta a olvidarse de la tristeza para sobrellevar la existencia entre insectos que propugnan desde el púlpito de un partido político, el carisma de un narcisismo productivo o las billeteras hinchadas hasta el olvido de cualquier directriz moral o metafísica.

No se trata de sublimar, trascender o vomitar, es simplemente el complejísimo entramado carnal de vidas yuxtapuestas, egoístas y asumidas. Sin conmoverse, pero sin reduccionismos panfletarios; al fin y al cabo: hombres y mujeres con hormonas y neuronas ávidas y contradictorias, como la inmensa mayoría: “Las personas son mucho más que su fachada, ocultan un interior delicioso, un caudal de tensiones, su repertorio de sorpresas.”

Exuberante cohete satírico la novela no reparte concesiones: las mujeres se descubren y confunden, pisoteando y excitando a sus parejas, agradeciendo u condenando algún aroma o gesto de encantadora idiotez masculina; los hombres, casi sin excepción, recaen en adular o conformarse, violentar u comprar lo que el dinero pueda comprar, las vacaciones en islas paradisíacas que no empañan el deseo de ir más allá, de comerse el mundo aunque eso implique destruirse en el proceso, o reinventarse tras el estallido mediático de la corrupción exhibida sin títulos timoratos ni condescendientes.

Acaso la divisa de la dinámica novelesca ejercitada por Torné, sea expresada en el postulado del hermano de la narradora, una suerte de desprejuiciado, intenso y desenfadado periscopio en que: “la responsabilidad de un buen novelista sea suspender el juicio mientras progresa la comprensión: ser implacable con uno mismo, comprensivo con todo lo demás.”

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (Santiago, 1995) es poeta y escritor autodidacta, incursionó en las carreras de sociología y filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacaron el de garzón, barista y brigadista forestal. Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad.

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El corazón de la fiesta», de Gonzalo Torné (Editorial Anagrama, 2020)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Crédito de la imagen destacada: Antonio Moreno.