«El lobo de Wall Street»: Martin Scorsese y su devoradora visión del «American Dream»

El filme del histórico realizador neoyorkino es una deliberación dramática y audiovisual crítica de los Estados Unidos —como tierra de las oportunidades y de la reinvención propias del imaginario liberal—, representada por un elenco de lujo, encabezado por los actores Leonardo DiCaprio y Margot Robbie.

Por Víctor Ilich

Publicado el 23.9.2020

Hace unos días me mostraron un meme en el que aparecía DiCaprio interpretando al lobo. No era cualquier clase de lobo —hay de varios tipos—, era el del filme de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street, el meme hacía alusión a que se le había acabado el 10 por ciento. Hoy muchos entendemos a qué se refiere: a un hecho histórico.

Esta película fue construida sobre la base de una autobiografía. Y en apariencia exhibe el sueño americano en su vertiente de la tierra de las oportunidades. Sin duda, da cuenta del exceso, pero también de la reinvención, no es de extrañar aquello si el protagonista es, en definitiva, un vendedor: el producto a vender es su propia historia. Refrenda lo anterior el cameo (su propia aparición) que realiza en la película. ¿Para gloria de quién? Sí… lo intuyó bien, para gloria de sí mismo.

He conocido a varios vendedores. Mi padre fue jefe de ventas casi toda su vida laboral… con la habilidad de vender hasta piedras, lo que no sabía era que hay piedras que también tienen el potencial de derribar a los Goliat que aparezcan en nuestras vidas. Y hay miserias que se pueden levantar como gigantes en nuestra contra.

En el libro Los miserables, de Víctor Hugo, hay un relato de redención; en el filme antes aludido… no, ya que se manifiesta la miseria humana, pero mostrada de una forma divertida y al amparo de los cánones del entretenimiento: un espectáculo con matices de extravagancia.

Y si la redención es el pago por la libertad, no es el pago que efectúa un esclavo, sino obviamente alguien libre con la capacidad de libertar. En otras palabras, el camino de la redención nos conduce hacia otro… no hacia nosotros mismos. Es una paradoja de estándares incluso bíblicos… alguien dijo que el que quiera salvar su vida, la perderá.

Es cierto que todos tenemos el derecho de contar nuestra propia historia —y toda historia tiene a lo menos dos versiones—, pero seamos sinceros… en la teología del ego, el culto a nuestra propia personalidad e identidad puede tener muchos matices, aun sin alardes ni extravagancias, pero nunca nuestros intereses dejan de ser el centro del universo, específicamente, nuestro propio universo. Imagino que a muchos estafadores les brillarán los ojos de emoción con esta historia, ya que en las olimpiadas de la avaricia, todos compiten por la mayor tajada: prestigio y admiración son también parte del premio.

Hablar de estafadores es un estereotipo que nos ayuda a simplificar lo difícil de explicar, es que a veces solo existe detrás de un lindo cartel: un lobo rapaz, ya que en las orillas de la persuasión también se embarcan los amantes de la manipulación. Todos funcionamos a base de estereotipos, seamos conscientes de ello o no.

Y recordé también que hace muchos años, ejerciendo como juez del crimen, presencié un careo en el contexto de un delito de estafa —frente a frente estaban víctima e imputado—. En esa época se hablaba de reo. Y fui testigo de cómo el encartado (qué término más inquisitorial) negó conocer a su acreedor. La víctima reconoció muy bien a quien lo persuadió.

Sin asco. Impertérrito. El lobo —según la víctima— guardó silencio. Es cierto, los estereotipos nos prejuician, pero nos son útiles en la medida en que nos permiten desenvolvernos en la vida cotidiana: eludir el riesgo de los lobos o participar del beneficio de la manada. No faltará quien piense… naturalmente obsceno. Y para eludir un prejuicio hay que estar consciente de aquel. De lo contrario, es capaz de secuestrar nuestra percepción y persuadirnos de lo peor o mejor: en ambos casos se engendra el error.

Es así como en el mundo real es obsceno —afirman los más exigentes— hablar de 3 cuotas precio contado, siendo siempre esclavos del crédito. Y una vez más podemos quedar a merced del lobo que llevamos dentro, según es posible advertir de lo expuesto por el filósofo inglés Thomas Hobbes.

Aquí es relevante reconocer que cuando se habla desde los estereotipos, el riesgo de generalizar nos expone a un abanico de imprecisiones y de ambigüedad. En lo particular, por ejemplo, al hablar de víctima o imputado, existe el riesgo de sucumbir a la carga valórica asociada a las palabras. El matiz es útil para esquivar el prejuicio, ya que no es lo mismo hablar de denunciante que de víctima. Esta última implica y supone siempre haber sufrido un daño.

En cambio, la palabra imputado es más neutra, es a quien se hace una imputación, la que puede ser cierta o no… acreditable o no. En este sentido y contexto, el ser considerado víctima nos podría situar aparentemente en una posición de leve ventaja, frente a alguien inconsciente de su prejuicio o ingenuo frente a la maldad.

Es así como considerarnos víctimas de nuestras circunstancias resulta una posición cómoda para algunos, o fruto de la autoconmiseración, y las fisuras del lenguaje son ventajas que saben aprovechar todos los que llevan un lobo hambriento… de influencia, reconocimiento, prestigio o poder.

Y si en el mundo al revés, decía mi abuela Norma, el ladrón persigue al juez, no es tan obsceno… participar de la cacería, si da de comer —podría sostener alguien—. A fin de cuentas, el lobo es un animal gregario. Pero tenga presente esto: aun el lobo estepario puede ser un impostor, toda impostura tiene el germen del fraude y tarde o temprano el que defraude será defraudado.

Quizás por esto quiera alguno clamar: ¡Miserable de mí!, ¡quién me librará del lobo que llevo dentro! Y si el lobo siempre busca a quien devorar, recuerde que también el camino de la autodestrucción puede ser transitado con piel de cordero. El que quiera oír, que oiga y se prepare para la cena, pero con velas, para no comer a oscuras… no vaya a ser que se muerda su propia cola.

 

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Víctor Ilich nació en Santiago de Chile en 1978. Egresado del Instituto Nacional y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae, en la cual estudió becado. Abogado y juez de garantía en la Región de O’Higgins. Autor de más de una docena de obras literarias. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos, escritores y críticos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris, Andrés Morales, Alfredo Lewin y Juan Mihovilovich.

Entre sus obras se puede citar Infrarrojo, poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le ha antologado, Réquiem para un hombre vivo, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga (presentado por el ministro de la Corte Suprema y escritor Carlos Aránguiz Zúñiga y el ex ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Guzmán Tapia), La insurrección de la palabra, Arte de un ocaso vital, Baladas de un ruiseñor (poemario erótico romántico), Dragón, escorpiones y palomas, Hojas de té, La letra mata (un texto que resucita la palabra), El silencio de los jueces, un texto para sazonar el corazón, prologado, en su primera edición, entre otros, por Sergio Muñoz Gajardo, quien fuese presidente de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia (2014-2015), Disparates, poemario relativo a la libertad de expresión y los prejuicios (2016), Cada día tiene su afán (2017), que procura motivar en la lucha en contra del cáncer, presentado por Haroldo Brito Cruz, quien también fue presidente del máximo tribunal del país, con ocasión de la celebración del Día Internacional del Libro.

Y, además, ha lanzado el poemario titulado Toma de razón, en coautoría con Roberto Contreras Olivares, poeta y ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, presentado en Hanga Roa, Isla de Pascua, en agosto de 2017. En abril de 2018 junto a otros tres jueces penales publicó el libro Duda, texto fruto del taller literario que impartió, al cual luego de terminar denominó “Ni tan exacto ni tan literal”. También, en octubre de 2019, en pleno estallido social, público Venga tu reino, poemario prologado por Felipe Berríos, S..J. y Alfredo Pérez Alencart, poeta y docente de la Universidad de Salamanca.

Por último, en marzo de este año 2020, publicó el libro Al derecho y al revés, que recopila las columnas de opinión y crítica literaria escritas bajo el alero del diario El Heraldo de Linares, quien patrocinó su cuidada edición, en un libro prologado por Lamberto Cisternas Rocha, quien fuese vocero de la Corte Suprema.

 

 

 

Tráiler:

 

 

El poeta y juez de garantía de la República, Víctor Ilich

 

 

Crédito del fotomontaje sobre el autor: Matías Gonzalez Pereira, Ricardo Galaz, Carlos Moreno Briones y Víctor Ilich.

Imagen destacada: El lobo de Wall Street (2013), de Martin Scorsese.