[Ensayo] «Cántico espiritual»: Traducir la soledad sonora

El texto de San Juan de la Cruz —en esta nueva edición de Lumen— simboliza a un arte poético que abraza la tradición y la conjuga bajo una luz nueva e inmarcesible, a la que podemos volver una y otra vez para escuchar en su melodioso silencio la voz universal de la existencia.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 27.8.2021

En nuestros días ciertos comentaristas deportivos hablan de métodos cabalísticos cuando se refieren a las supersticiones de un jugador de fútbol, la cábala, o a la predicción de quién ganará la etapa de la vuelta de España, que enuncia un colega a partir del número de malla de uno de sus corredores predilectos.

El encargado de oponer el contrapunto racional suele hablar en un tono escéptico, entre jocoso y condescendiente, aunque en la intimidad toque madera o suela elegir el número tres sobre el cinco cuando se presenta la ocasión.

¿A qué viene este preludio, que ni parece tangencial a los poemas de San Juan?

Pues a que nos olvidamos del poder simbólico del lenguaje, de que una lengua, el hebreo, como otras, contiene en sus fonemas los ladrillos de la creación, y, pese a que San Juan de la Cruz (1542 – 1591) sea un poeta ligado al cristianismo, su obra está profundamente enraizada en la mística judía y la minuciosa lógica cabalística que ciertos eruditos espigaron de las escrituras.

En la nueva edición del Cántico espiritual, de la editorial Lumen, gracias a la labor de la especialista en su obra, Lola Josa, penetramos en los filones más recónditos y angulares del gran clásico de la poesía mística occidental.

 

La melodía de una voz universal

Esta obra mayor, prodigio comedido, de una métrica intachable, cuyos versos respiran hasta cobrar vida propia, fue compuesta en una celda de dos por tres metros, con un solo ventanuco para respirar algo que no fuera aire enclaustrado a la fuerza.

Allí estaba preso el carmelita descalzo en las últimas semanas de 1577 por apoyar a Santa Teresa de Jesús en la reformación de la orden religiosa, que trataba de recobrar el voto de humildad y contemplación de sus fundadores en el monte Carmelo.

En ese lugar, que produciría claustrofobia a los millenials o soldados que luchaban en nombre del Papa de turno, el monje compuso, gracias al lápiz y papel que le dio el último de sus celadores, un poema capaz de abrir las alas hacia la unión del alma y el espíritu.

No fue la primera ni la última obra capital compuesta en cárcel. Sin ir más lejos, en esas mismas semanas, un soldado manco e inventivo, cautivo en Argel, imaginaba al caballero de la triste figura. Todo menos una casualidad. Quizá gracias a las adversas circunstancias de su composición, la peculiaridad del Cántico es el potencial espiritual codificado en la obra de San Juan.

Y no en balde ocupo esa palabra, pues ante las primeras lecturas del Cántico uno queda con el sabor de una peculiar convivencia entre versos pastoriles y simbólicos, que no es fácil desentrañar, sobre todo considerando ciertas voces antiguas derivadas del hebreo.

Esa codificación es, precisamente, lo que indaga Lola Josa con una atención por el detalle, por la arquitectura simbólica y los ecos de la tradición judía y el Cantar de los cantares, que es nada menos que portentosa, de una minucia encomiable.

Digna de un detective Dupin inmerso en la decodificación del enigma cabalístico y las alusiones al antiguo testamento. Ella nos descubre el bosque de raíces que yace entramado en la superficie simétrica de este jardín en que la Amada le canta al Esposo y él a ella.

Los varios registros por los cuales se puede leer cada verso quedan al descubierto bajo su lupa, capaz de penetrar en las moléculas de las palabras hebreas que equivalen a las palabras castizas usadas por San Juan. Equivalencia que es cualquier cosa menos azar, pues, si alguien balbucea en este poema, no es precisamente su creador.

El erotismo místico que se despliega es una reminiscencia y homenaje al Cantar de los cantares, y a la traducción que hicieron de éste dos de los maestros de San Juan, también perseguidos por el rigor de la inquisición católica, Casiodoro de Reina y fray Luis de León, humanistas subversivos que trataron de ser fieles al idioma original del Antiguo Testamento.

Así tratada, la obra emerge como una condensación sutil de la que emanan los ríos de la gran tradición mística occidental. Quien no esté familiarizado con las sefirot y el Árbol de la Vida se embarcará, con esta lectura, en un viaje alegórico que, verso a verso, parece levantar una escalera con los pasos y la orientación necesaria para superar las distintas dicotomías a las que estamos sujetos, como son la del animal y el humano, el alma y el espíritu, lo individual y lo cósmico, la inmanencia y la trascendencia.

Se desglosa ante nosotros una técnica espiritual de insospechados potenciales, con el éxtasis místico por horizonte, y elaborado en una de las poesías más grandes de nuestra lengua. Una obra en que cada célula ocupa un lugar específico, una función necesaria a la armonía del todo.

Poesía que abraza la tradición y la conjuga bajo una luz nueva e inmarcesible, a la que podemos volver una y otra vez para escuchar en su melodioso silencio la voz universal.

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Punta Arenas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Cántico espiritual», de San Juan de la Cruz (Lumen, 2021), publicado originalmente en 1584

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Estatua de San Juan de la Cruz en la ciudad de Segovia, España.