[Ensayo] «Cierta mujer maulina»: La vida plena y misteriosa

Como lo señala acertadamente Susana Burotto en su prólogo para esta autoedición, el libro de cuentos de la debutante narradora talquina Patricia Schaffner constituye la mínima parte de una existencia repleta de descubrimientos y que ella, sagaz observadora de su entorno, ha guardado por décadas.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 15.11.2022

Siendo un primer libro individual a la edad de 91 años tal hecho no puede dejarnos indemnes. Patricia Schaffner ha logrado sintetizar en estos relatos sencillos y auténticos una vida personal, pero también esos avatares con que fue entrelazando la existencia de los demás.

Sus vicisitudes particulares navegan a contracorriente: hay un dejo de quieta melancolía por el decurso de sus historias. Es cierto. Pero, y he aquí lo valioso de sus creaciones, surge en casi todas ellas una necesidad manifiesta de «mostrarnos y mostrarse» como una mujer pletórica de vida, que se confrontó a ese origen difuso de un abandono que inicialmente marcará su destino, pero que fue afrontando con la digna serenidad de un espíritu superior.

Así, se desplaza por esos sinuosos mundos de la adopción esbozada como «Un nudo bajo la barbilla», con el signo de una identidad que se diluía borrosa, pero que se quedó grabada en la piel tras un vestidito celeste y un abriguito igual, con un nudo de rosa bajo el cuellito de la niña que agrandaba los ojos ante la inmensidad, mientras aún perviven recuerdos ingratos sobre una infancia difícil, en que un «Señor vestido de negro» reaparecía a intervalos oscuros, hasta que lo asimila más tarde al padre biológico que retorna revestido de miedo, dolores y arrepentimientos en un reencuentro necesario.

Y en «Trozos de vida» y en «Los Rivano y yo», asciende como la hija número doce en una familia armada, en que la debacle se produce con la muerte de la madre y un padre que, con trece hijos a cuestas, entra en una severa depresión y termina por «regalar» a su hija a un alemán que al firmar en Notaría señaló con crudeza: «Esta niñita es mía y no quiero a nadie de ustedes cerca».

Los demás hijos se desbandaron por el mundo a excepción de aquél que sus hermanos no quisieron llevar y que al lado del padre surgió como el último gran filósofo de este depreciado país: Juan Rivano. Y que, en paralelo, persistía ese desgarramiento interno de un padre que no pudo sobrellevar la desaparición de su esposa.

 

Una frescura inolvidable

Luego, en «Cuando conocí a mis hermanos» y en «La visita de las memorias», la narradora desliza esos sentimientos contenidos largo tiempo, máxime si la madre adoptiva había recibido la prohibición del padre de no mezclar los orígenes, por lo que se reunía con ellos en una suerte de peripecias clandestinas.

Allí recuperó ese tinte de intelectualidad de los Rivano, su linaje identitario, que perduraría hasta su adultez y que se mezcló, indefectiblemente, con la reaparición de un padre ausente, al que termina abrazando, desligada ya de ese temor casi congénito de una niñez lúgubre.

Entonces los cuentos se van arrimando a la superación de los odios discretos como en «¿Y eso qué significa?», para ir conjugando la existencia en el venerado balneario de Curanipe, sitio del esbozo y recuento familiar, donde la felicidad se llenaba de sorpresas cotidianas, de «faluchos» que emigraban desde sus playas como una gesta de navegaciones inconmensurables y llena de presagios; para más tarde, salir de ese cascarón individual e ir deslizándose, con la indispensable madurez, hacia ignorados espacios europeos donde emergió el viejo mundo, reafirmado también en el relato «Un viaje por el extranjero».

En «Nos llevamos la casa», la narración refleja esa especie de odisea familiar que trasladaba todos los enseres hasta Curanipe y se instalaban para asumir el verano como una maravillosa caja de pandora: carretas pesadas y cargadas hasta los bordes, irradiaban la majestuosidad de un tiempo que se anidaría para siempre en su alma y que, ya tardíamente y con los abuelos fallecidos, verá los despojos de esa casa enorme inclinada: «como un gran cetáceo, que dormido, aún respira el nostálgico aroma salino de mi querido Curanipe».

Cierran el volumen, «Un verde campo de billar», que entremezcla el recuerdo de un beso inolvidable con una inédita partida de pool en un club de varones. «Mi gota francesa», esa París novedosa donde encuentra a su viejo Proust de la mano de su inolvidable hermano y filósofo, Juan Rivano.

«Un aroma otoñal», y el traslado obligado a una pensión capitalina y la anécdota sufriente de un pavo casi muerto que es vendido como un engaño. Para terminar con «Una esponja de agua fría» y esos recuerdos finales que se asoman como un deja vú, que le trae la sensación de la esponja que el padre estruja sobre su cabeza, hace ya tantas décadas.

En suma, un libro de cuentos que, como lo señala acertadamente Susana Burotto en su prólogo, constituyen una mínima parte de una vida repleta de descubrimientos y que ella, sagaz observadora de su entorno, ha guardado por años.

Se celebra luego este universo narrativo compuesto de variados mundos que, por obra y gracia de una añoranza revitalizadora, nos muestra a una mujer lucida, con una existencia encomiable, de una fuerza y energía inusuales, que nos deja, en definitiva, una lección de vida plena con una frescura inolvidable.

 

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes.

Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeñó también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén, hasta el mes de mayo de 2021. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Cierta mujer maulina», de Patricia Schaffner (Autoedición, 2022)

 

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Patricia Schaffner.