Félix Lope de Vega presenta en este clásico montaje teatral una imagen de la pasión que nace desde los propios intereses egoístas de los amantes, y el cual nada tiene que ver, entonces, con el sentimiento sublime de entrega y de sacrificio propio del Romanticismo.
Por Luis Miguel Iruela Cuadrado
Publicado el 1.12.2025
Para entender los personajes de esta famosa comedia de Lope de Vega (1562 – 1635) en toda su dimensión, es conveniente conocer tanto la organización como la pirámide social del barroco español. Sociedad fundamentada en estratos muy rígidos y separados.
Constaba de un rey, representante de Dios en el reino; la nobleza de los «ricoshombres», nobles con título, tierras y dinero; los caballeros, nobles sin título ni dinero; los hidalgos, pequeños rentistas o militares; los burgueses, comerciantes, financieros, industriales y conversos; y en la última capa el pueblo llano formado por menestrales y labradores.
El honor, patrimonio de todos estos estratos, era el asunto principal del teatro de la época. Honor que igualaba al pueblo con la nobleza como una expresión del orgullo y el respeto de sí mismo.
Lope es el primer dramaturgo que trata de satisfacer el gusto del público. Fue el primer autor verdaderamente popular. En esta pieza, la nivelación de la condesa Diana con su secretario Teodoro cumple esos deseos de igualdad del pueblo. La moraleja de la función sería: el amor nos equipara; es más fuerte que las divisiones sociales; lo puede todo.
La técnica psicológica de la seducción y la retirada
Ahora bien, este optimista final está sustentado sobre un artificio (y lo que es peor sobre un engaño) urdido por Tristán, el criado de Teodoro, que la pareja acepta por el interés de su pasión. Ella salva su honor y puede amarle a él. Y el indeciso «Romeo» puede adorar a Diana al tiempo que satisface su ambición oculta: ser conde de Belfor por derecho nupcial.
En realidad, no es el amor el que los equilibra, sino las artimañas de Tristán, la mentira. El criado es un personaje escéptico que no cree en milagros ni maravillas, más bien los fabrica simplemente cuando los necesita. La realidad ilusoria, lo que parece y no es, constituye un tema central del Barroco. «El hombre nace engañado y muere desengañado», escribiría Baltasar Gracián.
Aquí, Tristán, va contrapunteando con dosis de realidad las aspiraciones de Teodoro para facilitarlas al final.
Lope de Vega, que llevó a cabo una intensa vida amorosa, conocía bien este sentimiento, y es muy interesante como lo presenta infiltrado por emociones negativas: la envidia, la avidez social y el arribismo.
A Diana le mueve al principio la curiosidad, luego la envidia de que Marcela, una criada, sea ardientemente amada y requebrada por Teodoro, ya que su orgullo cree que todos están obligados a adorarla a ella.
En el papel que Diana hace leer en voz alta a su secretario, dice el primer verso:
Amar por ver amar, envidia ha sido.
Y luego:
De los celos mi amor ha procedido
Por pesarme que, siendo más hermosa
No fuese en ser amada tan dichosa
Que hubiese lo que envidio merecido.
En el libro de Philip Lersch, La estructura de la personalidad, se habla de las vivencias del egoísmo, refiriéndose a la envidia como «el gesto virtual del querer quitar» y a los celos como «el gesto virtual del querer tener para sí».
En Diana, se ve esta secuencia: primero, un querer quitarle Teodoro a Marcela, y después, un querer tenerlo para sí. A Marcela la encierra, la critica, la casa con Fabio, lo que sea para desposeerla definitivamente.
Diana juega al amor y se va enamorando. Este fenómeno psicológico está descrito con precisión y agudeza en El arte de amar, del poeta Ovidio. Dice la condesa:
Celosa sin amor
Aunque sintiendo debo amar
Pues quiero ser amada.
Pero el honor y la diferencia de clase la detienen, y le hacen ver lo conveniente. Así, afirma:
Es el amor común naturaleza
Más yo tengo mi honor por más tesoro.
También:
La envidia bien sé yo que ha de quedarme
Que, si la suelen dar bienes ajenos,
Bien tengo de que pueda lamentarme
Porque quisiera yo que, por lo menos,
Teodoro fuera más para igualarme
O yo, para igualarle, fuera menos.
Diana emplea la técnica psicológica de la «seducción-retirada». Si el galán responde, ella lo desdeña, pero si se aparta, lo reclama. Al final, el perro del hortelano come y se queda con el amado.
Un sentimiento demasiado humano surgido de nuestros defectos
Una fácil tentación para psiquiatras, psicólogos y aficionados al género sería interpretar a la condesa como una personalidad histérica, sin embargo, este tipo de comportamiento es uno de los tópicos en la tradición literaria amorosa desde Petrarca: «los sentimientos contradictorios de los amantes».
El perro del hortelano que ni come las berzas ni las deja comer. Se encuentra asimismo en el teatro francés, por ejemplo, La princesa de Elida, de Molière, inspirada en la feliz El desdén con el desdén, de Agustín Moreto.
Teodoro es un personaje cauteloso, práctico, calculador, taimado, pero también apasionado. La ambición lo empuja. De este modo, dice:
O morir en la porfía
A ser Conde de Belfor.
Cuando las cosas le van mal, exclama:
No más, despedíos de ser
¡Oh, pensamiento arrogante!
Conde de Belfor.
Teodoro quiere la mujer y quiere el título. Si no fuera condesa, no se tomaría tantos trabajos. Le preocupa mucho la pirámide social y ve los peligros de tratar de ascender:
Que donde méritos faltan
Los que quisieran subir, caen.
En su ambición hay un fondo de envidia de la posición de Diana. Cuando por un momento, cree ser de verdad hijo del conde Ludovico, se muestra arrogante y le espeta a su amada una auténtica carga de profundidad:
Creo que estás con menos deseo
Para el ser tu igual te da
Quisiérasme tu criado
Porque es costumbre de amor
Querer que sea inferior
Lo amado.
Teodoro es un arribista, un rastacuero, que ve en el amor la vía regia de ascenso social. Él mismo se define desconfiado, algo paranoide, que teme y cree que lo envidian. Por ello, confiesa:
Con temor
De mis ‘defetos’, no amé
Que soy muy desconfiado.
La envidia, por tanto, es un asunto recurrente en la obra. Hasta la pobre Marcela llega a definirlo así:
Que amor es dios
De la envidia y del agravio.
Lope de Vega presenta una imagen del amor-pasión que nace de los propios intereses egoístas de los amantes. Nada que ver, entonces, con el amor sublime de entrega y sacrificio del Romanticismo. Y es que Lope tenía experiencia y sabía que el amor es un sentimiento demasiado humano surgido de nuestros defectos.
Hay en la pieza dramática también una interesante teoría sobre los celos, acerca de si son previos o posteriores al amor, pero esto ya sería otra historia, quizá venidera.
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Luis Miguel Iruela Cuadrado es un poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

«El perro del hortelano», de Félix Lope de Vega (Castalia Ediciones, 2011)

Luis Miguel Iruela Cuadrado
Imagen destacada: El perro del hortelano (montaje de 2011 por la Compañía Nacional de Teatro Clásico).
