[Ensayo] «Escatología»: Las pesadillas con los ojos abiertos

En la ópera prima del autor chileno Vladimir Boroa (Ediciones Filacteria, 2020) el lector recibirá los embates de una poética apocalíptica —dedicadas «para un holocausto nuclear», reza su subtítulo— casi como si participase de una Misa en una ciudad asediada por la inminencia del Armagedón.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 16.3.2021

Un libro de poesía sin abrir, título ni siquiera visto de reojo, portada indefinida, es uno de los objetos más curiosos concebidos por el artificio humano, una carta abierta al lector anónimo, que puede tomar casi cualquier forma contenida en el plasma del idioma trabajado, con arte memorable o fútil, a ras de tierra o encastada en un laboratorio lingüístico ajeno a la sexta extinción masiva que asola a la biósfera.

En algún lugar intermedio, con posturas quizá demasiado circunscritas y un título tan sugestivo como lapidario, se halla la ópera prima del poeta Vladimir Boroa, Escatología —de Ediciones Filacteria—, cuyo subtítulo nos sitúa en otro simulacro de apocalipsis nuclear.

Sus poemas bien podrían ser la banda sonora de esa hecatombe por venir. Al menos para algunos lectores asiduos a las formas clásicas.

Desde el primer poema penetramos en territorio conocido, y sin embargo no exento de algo paradójico, de una acentuación anacrónica, que luego entenderemos.

Digo esto pues uno no espera, como lector (y quizá esto sea predisposición implícita de una cultura en decadencia), que el primer poema para un holocausto nuclear sea un ejercicio tan clásico como un soneto que pudiese haber sido compuesto hace tres siglos.

Así entramos en este imaginario poético que resguarda a la tradición en el siglo de la inteligencia artificial, con algunos títulos en latín, y los temas de siempre, sin maquillajes ni contorsiones metafóricas con resabio a surrealismo malogrado: el tiempo, el olvido, la muerte, las resistencias provisorias del amor y de la amistad.

Algo difícil de prever en la obra de un joven poeta chileno, pero que comenzamos a comprender situándonos en su imaginario, en su natal Placilla, y en las tendencias de una generación que, en su mayoría, ha abandonado el eco refractario de las utopías, debatiéndose entre el desengaño, la dificultad de un futuro exento de crisis climáticas y geopolíticas en escalada, y los accesos de rabia y euforia que hicieron ignición en la revuelta de octubre.

 

Versos como una lluvia ácida

Los versos que nos convocan son una suma de ejercicios en que, por sobre la experimentación formal, se respetan las cadencias castellanas del cuarteto y el soneto, no sin algunos ejemplos de verso libre bastante contenido.

Algunos más logrados que otros, no pocos adjetivos que cumplen un rol más funcional a la métrica que a la contundencia expresiva, y varios antepuestos al sustantivo, generando un efecto lírico que a veces hace más ruido del que se quisiera para una lectura fluida.

Algunas piedrecillas en el zapato del obrero poético, que sin duda pueden ser pulidas en obras posteriores, porque si hay algo que resuena en estos poemas es el esmero de quien se entrega al oficio.

Hay ejemplos que prometen: “El agua es un espejo que nos nombra, / un nosotros ya muerto en los cristales.” (p. 18) O: “Volvemos a ser dos desconocidos / que matan el idioma que forjaron.” (p. 27)

Nombrar la muerte, su imperio ineludible sobre los mortales, es la tarea que se propone el poeta. Los ritos de la muerte de la infancia, como en “Inmolación”, o el final del amor en “Lo que ha quedado”.

Versos como una lluvia ácida en los que a veces relumbra algo de ternura, alguna confidencia, pero casi siempre a la sombra de ésa única certidumbre que el polvo reclama a la carne, que el reloj traquetea en nuestras conciencias: la futilidad, la insalvable destinación de nuestros esfuerzos, de nuestros sueños.

Esa tonalidad que mezcla algo de estoicismo con un nihilismo que a veces baila sobre las ruinas, recuerda en ocasiones al Borges más encorsetado y melancólico, pero sin la salvedad de alguna trascendencia, de un vector orientado hacia la esperanza.

Es desolador, y este efecto no viene en balde si reparamos en las referencias mitológicas, antiguas y modernas: Sodoma y Gomorra, Babilonia, las bombas nucleares, el Bhagavad Gita, Nietzsche, Alan Moore, El grito de Munch.

Una poética del desplome, otro anuncio de apocalipsis. Escasos dejos de personalismo o coordenadas del territorio habitado, ningún kiosco y pocas anécdotas, la mayoría del poemario transcurre en el plano imaginario, en un epitafio sonoro de la humanidad.

El poeta se remite a atestiguar: “una guerra de ciegos que defienden / sus absurdos puntos de vista.” (p. 34). Se echa en falta la capacidad de crear imágenes peculiares, no hay mucha novedad en el abordaje del lenguaje, las técnicas se tratan todavía con algo de pudor, o tal vez es una convicción acendrada, de manera prematura, que apunta a la necesidad de un orden, de un rigor que sirva de dique al caos circundante.

El lector recibirá los embates casi como si participase de una Misa en una ciudad asediada por la inminencia del Armagedón. No sin extrañarse de que una ópera prima sea un tratado sobre los finales, algo que quedará más esclarecido con la nota final del autor sobre su texto, en la que urde un apronte de poética.

Un libro con fortalezas y debilidades casi indisociables, pues el formato reduce el caudal creativo a los tópicos tratados, a la vez que permite redondear y volver sobre los mismos, como una música nocturna para alguien que prefiere afrontar las pesadillas con ojos abiertos.

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.

Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Escatología», de Vladimir Boroa (Ediciones Filacteria, 2020)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Crédito de la imagen destacada: Ediciones Filacteria.