[Ensayo] «La gran intemperie»: Los habitantes de un Chile aplastado

Este libro de cuentos de Masiel Zagal (en la fotografía) se configura como una de las grandes nuevas obras de la literatura maulina, como esa niebla espesa que confundía a la ciudad de Talca con una versión barata de Londres, laureada de mariposas primaverales aleteando entre adoquines calientes de calles olvidadas, en días o noches sin hora, de casas con mamparas chirriantes, polillas y luces palpitantes, que huelen a biblioteca vieja, a rosas e inocente juventud.

Por Alejandra Moya Díaz

Publicado el 21.1.2022

El término intemperie, que significa desigualdad del tiempo y la locución adverbial a la intemperie, “a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno”, o un ambiente atmosférico considerado como variaciones e inclemencias del tiempo que afectan a los lugares o cosas no cubiertos o protegidos, son algunas de las definiciones descritas para esta palabra, pues, este concepto es lo primero con que nos topamos al recibir el primer libro de la escritora Masiel Zagal.

Libro que en 2018 tuvo su segunda edición y nos sorprende con una escritura ágil, de fácil lectura, que nos lleva a transitar sobre lugares demasiado conocidos y por lo mismo olvidados, un paseo por lo que no se quiere ver, esas excepciones o lugares incómodos incrustados en la retina o perdidos como Felipe Camiroaga en el recuerdo de una época noventera dorada en la televisión chilena.

Personajes aislados, distintos, que resaltan por su vulgaridad y melancolía, dotados de, como se describe a la primera protagonista: “Un notorio complejo de ensoñación un estilo de vida parasitario y conductas violentas con alto grado de sadismo”, historias de hombres tristes y solos y de mujeres viejas y feas, que conviven en el anonimato de casas olvidadas y de gentes que se matan por morirse o por molestar simplemente, o que sencillamente sentían, como relata el texto: “Más atracción por la comodidad que por el poder, más apego a los sueños que a la codicia”.

Es así, como la escritora nos lleva a transitar y más que solo unas pinceladas, por una verdadera cruzada con crudas detenidas por las religiones ortodoxas y sus filias y a través de los asuntos de abuso sexual y la posición de la mujer a categoría de piso, a pedir disculpas por existir, en donde el hermano Moraga o el padre John, descritos como figuras de morbo y poder, poco a poco comienzan a cerrar las persianas blancas, entregándonos preguntas y respuestas demasiado cotidianas para querer observarlas desde tan cerca, que nos muestran descubiertos o “a la intemperie”, los diálogos olvidados, callados, de los cuales hemos ido teniendo que cerrar los ojos y tragando joyas, por la pesada carga de la existencia en este plano para quienes los traumas les han calado hondo.

No importa si Piglia plagia, o si conocer a Onetti te hace ser investigadora o te acerca a ello, la cosa es que nunca vemos al remitente, al anónimo que nos lleva a descubrir el texto cual novela policial de Bolaño, o novela sin forma de Eco, en donde el dialogo se erige como elemento central de su narrativa, la conversación verdadera, esa que tiene tintes que descubren las trampas del ego, de carácter muy coloquial, que me lleva a una película de Tarantino, con la melancolía de Polanski y la estética de Lynch.

 

Una de las grandes nuevas obras de la literatura maulina

Un libro para reflexionar sobre lo que queda de los habitantes de un Chile aplastado, que aún mantiene un discurso abusivo y de control, de “portonazos, la pedofilia y el calentamiento global”, con la incertidumbre puesta en un futuro del que ya no se sabe lo que es, pero que, a mi gusto, encarna el primer paso para comenzar a elevarse en esta existencia truncada, en este Chile machista, que tal como la mariposa de la portada, en escala de grises al menos, podamos vernos las alas, sin duda es una esperanza.

La gran intemperie para mí, se configura como una de las grandes nuevas obras de la literatura maulina, acaso se encontrase con esa niebla espesa que confundía Talca con una versión barata de Londres, laureada de mariposas primaverales aleteando entre adoquines calientes de calles olvidadas, en días o noches sin hora, de casas con mamparas chirriantes, polillas y luces palpitantes, que huelen a biblioteca vieja, a rosas e inocente juventud.

En fin, la colección de cuentos me parece muy apropiada pues entre todos configuran un retrato de estado, una escritura nobel de los primeros estallidos sociales y tomas del 2011, que huele a represión, a existencialismo y a una gran capacidad de observación y creatividad que despliega la posibilidad de situarse, observarse a sí mismo, en el propio reflejo pavoroso o Dantesco de nuestra cultura, con el recuerdo de ese reloj de pared y una vieja tras la cortina con visillo, y las jóvenes que despiertan a la vida entre tanto escombro de terremoto, reconociendo como dice la autora que: «al fin y al cabo todos estamos escribiendo el mismo libro».

Me remito a entregar un extracto de esa sensación tan verdadera que transmite la escritora en el texto:

“Era un hombre triste y solo, me decía, un hombre que trabajaba en un lugar aislado y la empleada de la casa donde se hospedaba era una mujer vieja y fea. Estos datos son importantes, repetía, hombre triste y solo, mujer vieja y fea. Una noche el hombre triste y solo estaba tan triste y tan solo que la mujer vieja y fea tiene sexo con él por compasión. La mujer vieja y fea se entrega a este acto de consolación al prójimo y el hombre triste y solo está sobre ella queriendo acabar y no lo consigue: la mujer vieja y fea en su expresión sexual se veía más vieja y más fea que nunca. El hombre triste y solo coge una bolsa y la coloca en la cabeza de la mujer vieja y fea para no verle el rostro, pudiendo por fin llegar al orgasmo. La noche siguiente o quizás noches más tarde, la profe no lo recordaba, el hombre triste y solo volvía a verse atormentado. La mujer vieja y fea, para consolarlo, hace un gesto aún más noble: lo invita al acto sexual con la bolsa ya puesta en la cabeza. El hombre triste y solo, que también podía ser un buen tipo, le quitó la bolsa, le besó la frente y se fue”.

 

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Alejandra Moya Díaz (Curepto, 1991) es psicóloga clínica de la Universidad de Talca, y psicóloga jurídico y forense de la Asociación Latinoamericana de Psicología Positiva. También ejerce como especialista en adicciones de la Universidad de Santiago de Chile.

Actualmente se desempeña en el Hospital de Talca como terapeuta de adicciones y realiza peritajes judiciales de manera particular.

Cuenta con un libro inédito de poesía titulado Matrioskas y otro libro de mezcla de géneros literarios publicado en diciembre de 2020, bajo el sello de la editorial Litoraltura Ediciones, titulado Depresión intermedia.

 

«La gran intemperie» (Editorial Puebloculto, 2018)

 

 

Alejandra Moya Díaz

 

 

Imagen destacada: Masiel Zagal.