[Ensayo] La obra de Juan Mihovilovich: Una literatura sobre la memoria y los viajes interiores

Con la publicación de «Útero», el autor chileno cierra un ciclo creativo previo, completando ideas ya plasmadas en sus primeras novelas: «Sus desnudos pies sobre la nieve», «El contagio de la locura», «Desencierro» o «Yo mi hermano», donde el protagonista —representando al sujeto contemporáneo— materializa sus reflexiones personales en un fluir de la conciencia que denota lo que siente y padece con más honestidad que filtros autoimpuestos.

Por Valeria González Aguilar

Publicado el 27.1.2022

Anna Pagés en su ensayo filosófico titulado Sobre el olvido, dice que la memoria es: «una arquitectura de lugares, un espacio de tránsito. Para cada lugar se diseña un recuerdo asociado a él. Los lugares son maneras de decir: ‘ahí donde están los recuerdos'».

Sin embargo, para cada recuerdo habrá un olvido anudado. «Imaginar el recuerdo asociado a un lugar implica olvidar otros lugares para los que no tenemos espacio». La memoria, habitada en el sujeto, crea un espacio o una atmósfera propicia para el recuerdo.

Del carácter emotivo de la memoria, surge el estilo narrativo de Útero, novela autoficcional de Juan Mihovilovich que centra su trama en el retorno al origen de un sujeto desencontrado por los embates del tiempo y el espacio.

En las calles de Punta Arenas, contemplando los lluviosos paisajes de Puerto Cisnes o en el lecho de muerte de sus padres, el protagonista recrea a través del cercioramiento personal del espacio, una forma de construirse a sí mismo y a los otros.

Esta atrevida apuesta del autor, se lanzó por primera vez hace un año, período en que, casualmente, el miedo y la introspección impactaron fuertemente en nuestra sociedad.

El personaje central se desplaza por zonas de su memoria en un viaje interno que lo obliga a comprender su pasado, superar el duelo y el abandono. A éste le sucede lo que Judith Butler denomina la dimensión enigmática del duelo, pues si: «el duelo supone saber que algo se perdió y de cierta manera, la melancolía significa originalmente no saberlo, entonces el duelo continuaría a causa de su dimensión enigmática, a causa de la experiencia de no saber», de no comprender la pérdida.

Esta pérdida en el libro, le permite al personaje mirar hacia adentro, reconocerse como fracturado, obligándolo a eludir el olvido, porque con ello se pierde también. Esta vuelta al útero que es algunas veces Punta Arenas, otras el seno familiar o su nacimiento, es el modo de enraizarse y sobrevivir.

Útero como lugar simbólico, es un punto de quiebre, un lugar que lo saca del flujo natural de su vida, inquietando sus sentidos para, luego, reencontrarse consigo mismo.

 

Un imaginario quimérico acerca de Punta Arenas

En el transcurso de su íntimo viaje, el personaje se transforma en un caminante que se apropia del lugar de enunciación. Recorre la ciudad caminando y, a medida que pasa el tiempo en estos espacios se manifiesta la tensión entre la concreción del presente y el pasado intangible, perecedero. La discordancia que siente al recorrer pasajes de la memoria en las calles del antiguo barrio yugoslavo, acrecientan un imaginario quimérico.

El anhelo por regresar se ve truncado en la medida en que el personaje se da cuenta que solo se vuelve a través del recuerdo y que la muerte no se lleva únicamente personas. El inexorable paso del tiempo, detiene los deseos del protagonista de aferrarse al útero citadino: «Somos parte de esta ciudad que no nos reconoce, que nos dejó mirando sus cerros y el mar convertidos en estatuas de cera que paulatinamente se han ido derritiendo».

A partir de situaciones como ésta es que los afectos en la novela, son creadores de espacio, configurando una textura atmosférica que está dada por un estado anímico oscuro. El personaje lucha contra impulsos tanáticos, fuerzas siniestras que provienen de un mundo infesto en el cual parece mirar desde afuera, como disociado de su realidad, pero que también abren al lector puertas reflexivas acerca de la matanza de animales, el consumo voraz, el hedonismo de la cultura de masas o los conflictos sociales, existenciales, religiosos que a diario nos aquejan.

El personaje de Juan Mihovilovich se despide de su padre, de su madre, del anacoreta en un plano de enunciación simbólico, trastocándose los tiempos verbales con clara intencionalidad. En este punto del viaje termina por reconocerse como individuo solitario, como expulsado de un cuerpo familiar aniquilado.

La novela permite ahondar en una poética de los restos, donde el personaje encara al cuerpo como nimiedad, dejando patente el tránsito deshumanizado del hombre hacia la muerte. Sus restos son huellas de un sinsentido que aborrece. Con marcados tintes irónicos, el narrador expresa: «que las calaveras sonríen por algo, sonríen siempre, como si advirtiesen que nada carnal era digno de vivirse y al terminar en un montón de huesos reunidos por su columna vertebral comprendan que lo demás, todo lo demás, es solo un chiste de mal gusto”.

Útero es una novela con cierre circular, que permite al personaje la aceptación de una realidad personal que lo hace culminar una búsqueda, la que puede ser literaria o extraliteraria, transformando así su memoria individual en un acceso a la memoria colectiva: «Me quedo escribiéndome a mí mismo. Historia. La historia de otros, de los demás, de quien surge en la distancia con uno mismo. Yo mismo. Nadie al fin. Solo y solos navegando por un océano de dudas».

 

El Estrecho de Magallanes como símbolo de la libertad

Los recuerdos individuales con frecuencia enfatizan el lamento, el dolor por aquellos cuyas vidas se han perdido. Esta transmisión de subjetividades, silencios, miedos y fantasmas vividos en situaciones de duelo, son, en síntesis, un constructo social que no sólo le pertenece al hablante, sino al doliente a nivel general. Volver al origen, se transforma así, en una ilusión dolorosa para el sujeto desarraigado de su tierra y su raíz familiar.

En esta trayectoria circular del personaje, el mar abre y cierra la novela. Es inmensidad y escape, donde deja de verse asediado u oprimido por lazos familiares de los que no puede huir. A través del Estrecho de Magallanes, el personaje ve su vida de infancia y adolescencia, pero también sus contradicciones.

Por un lado, la inocencia del hermano, la calidez de la casa materna y por otro, al adulto esquizofrénico o a la madre castigadora que siempre parecen hablarle en otros códigos. Esta dolorida violencia simbólica, en los términos de Zizek, que tiene el lenguaje y las formas impuestas, nos permiten observar una violencia que no es inmediatamente perceptible, pero que se presenta de manera paulatina en el entorno familiar.

En este contexto, la relación con el otro siempre es de algún modo hostil para el personaje, porque hay un abismo entre la propia identidad y la del otro que es, sin embargo, constitutiva y necesaria. Este juego de ambivalencias es notorio, por ejemplo, en las primeras páginas de la novela cuando pugna contra pensamientos destructivos hacia su esposa.

La novela no es simple, superficial o pasiva para el lector, es un texto fragmentario que obliga a hacer conexiones, a mirar la vida desde el desprendimiento último de la existencia. Útero exige no sólo volver a interpretar la superficie, sino retomar las capas de significación profundas del texto, puesto que Juan Mihovilovich se rebela, una vez más, a la escritura canónica, a la secuencia cronológica ordenada.

La narración estalla en la forma de historia indecible, inenarrable, que es sólo posible mediante fragmentos intrusivos y anacrónicos: Flashbacks, pesadillas, imágenes, etcétera.

Con esta publicación, el autor cierra un ciclo literario previo, completando ideas ya plasmadas en sus primeras novelas: Sus desnudos pies sobre la nieve, El contagio de la locura, Desencierro o Yo mi hermano, donde el protagonista, representando al sujeto contemporáneo, pone en duda su existencia frente a una crisis social y humana, estrechamente ligada a una realidad muy íntima y personal de Juan, que hace que el lector desconozca cuánto hay de real y cuánto de ficción.

Estamos frente a un escritor que materializa sus reflexiones personales en un fluir de la conciencia que denota lo que siente y padece con más honestidad que filtros.

Tras la lectura de este libro, cabe preguntarse: ¿Puede el relato testimonial ofrecerse como instancia para la reparación?

El autor es claro: la anomalía, el dolor, la culpa, la globalización alienante, entre otros temas recurrentes, evidencian que su proyecto literario no sólo sigue vigente, sino que además es fundamental para entender nuestra identidad heterogénea, fracturada, que se transforma, por qué no decirlo, en un medio de búsqueda que, algún día, podría redimirnos.

 

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Valeria González Aguilar es profesora de Castellano, titulada en la Universidad de Magallanes. Docente del Liceo San José de Punta Arenas y estudiante de magister en literatura latinoamericana de la Universidad Alberto Hurtado. Desde el año 2013 su área de estudio ha sido la identidad y el territorio en la narrativa chilena, escribiendo distintos artículos acerca de la novelística de Juan Mihovilovich.

 

«Útero», de Juan Mihovilovich (Zuramérica, 2020)

 

 

Valeria González Aguilar

 

 

Imagen destacada: Juan Mihoviloch.