Tanto el realizador italiano Michelangelo Antonioni como el escritor argentino (y este último inspirado a su vez por el célebre fotógrafo chileno) plantean con su arte una pregunta fundamental para todo ser humano y nos ofrecen respuestas diferentes. Ahora nos toca a nosotros continuar la línea.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 10.6.2025
En un reciente artículo, se comentaba la cuestión de la naturaleza y existencia de la realidad que plantea Antonioni en su filme Blow-Up. La historia está basada en un relato de Julio Cortázar titulado «Las babas del diablo», recogido en su pequeño volumen de cuentos Las armas secretas (1959). Y parte de una anécdota referida por el fotógrafo chileno Sergio Larraín Echeñique (1931-2012), al que se le conocía en ocasiones como «el cazador de milagros».
Con todo, el episodio parte de una instantánea casi accidental captada cerca de la catedral de Notre Dame en Paris. Al revelarla, descubrió Larraín lo que llamó «un acto de malas costumbres». Puede verse en ella a una mujer atractiva intentado seducir a un adolescente para entregarlo a un hombre de aspecto importante que espera en un coche cercano, con una maniobra que traduce una trampa sexual.
Al darse cuenta la pareja del hecho sucedido, reclama agriamente al fotógrafo el carrete. Momento que aprovecha el joven para huir, frustrando el plan.
«Las babas del diablo», expresión que da nombre al cuento, denota la excesiva producción de hebras de telaraña que suele acontecer en otoño en algunas regiones de Argentina, dotando al aire de un aspecto turbio.
En el imaginario popular simboliza un carácter envolvente maligno y anuncia alguna desgracia. En otros lugares, se llama al fenómeno «hilos de la Virgen», en abierta contradicción semiológica con lo anterior.
La realidad es lo que nos afecta
Una vez en su estudio, el protagonista del relato, Roberto Michel, descrito como traductor y fotógrafo franco y chileno (un trasunto claro de Sergio Larraín), revela y amplía la imagen para clavarla después en la pared. Ocurre entonces que la foto poco a poco va cobrando vida y el hombre siniestro e importante comienza a moverse directamente hacia el narrador con un amenazador ademán.
Atando los diversos cabos lineales del relato, el lector se da cuenta de que la historia está siendo contada por un muerto. Y de que a Roberto Michel la toma de la foto y su negativa a entregarla le ha costado la vida.
Este procedimiento artístico de referir un argumento por un asesinado ya había sido utilizado en el cine por Billy Wilder en su película El crepúsculo de los dioses (1950).
Si recordamos que, para Antonioni, la realidad era algo inalcanzable por el esfuerzo personal, en gran parte debido a nuestra falta de voluntad de conocer la verdad, para Cortázar realidad e imaginación son una y la misma cosa. Los límites entre ambas son borrosos o no existen.
Y así, una foto fija puede ser el vehículo de la muerte.
Sin embargo, el cuento lleva a un corolario más profundo que no se sabe bien si el propio Cortázar había previsto, y es sencillamente este: la realidad es lo que nos afecta. Recuerda la idea a las palabras de Nietzsche sobre los objetos (cuya etimología deriva de «objetar») cuando escribía: «los objetos son la frontera del hombre».
Tanto Antonioni como Cortázar plantean con su arte una pregunta fundamental para todo ser humano y nos ofrecen respuestas diferentes. Ahora nos toca a nosotros continuar la línea.
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.
«Las armas secretas» (1962)
Luis Miguel Iruela
Imagen destacada: Sergio Larraín Echeñique.