[Ensayo] «Las mejores mentes de mi generación»: La fuerza intelectual de los Beat

En este volumen Allen Ginsberg adquiere el estilo de un profesor ameno, dado a las divagaciones y anécdotas, con un gran sentido del humor y aportes no solo literarios, sino que también vitales, sobre la amabilidad y la experimentación de una comunidad de artistas difícil de repetir, sobre todo en contraposición al tedioso solipsismo postmoderno.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 22.4.2022

En 1974 el lama tibetano Chögyam Trungpa fundó una universidad en Boulder, Colorado, y tuvo la inusual idea de convocar a poetas y artistas, como John Cage y Allen Ginsberg, para crear un instituto en el cual las tradiciones orientales y budistas se fusionaran con la vanguardia artística norteamericana.

El departamento de poesía, dirigido por Ginsberg, fue bautizado con un nombre difícil de imaginar en universidades tradicionales: Jack Kerouac School of Disembodied Poetics.

Un guiño a su admirado amigo y compañero de generación literaria, el febril autor de On the Road y Visions of Cody, entre muchas otras novelas en que la prosa rezumaba una poesía frenética, espontánea e impresionista, grabando en tinta los devenires de un grupo de amigos que inauguró, sin mucha premeditación, el movimiento contracultural que sería llamado la generación Beat.

Es en el Naropa Institute, unos años más tarde, en 1977, cuando Ginsberg se decidió a dar un curso sobre la historia literaria de la generación Beat. Una forma de conservar, en un testimonio de primera mano, el destino y el origen de las obras que forjaron sus amigos. Hacer justicia literaria, al menos desde su óptica.

Es este curso el que se compendia en el volumen titulado Las mejores mentes de mi generación, editado por Anagrama y traducido por Antonio-Prometeo Moya. El proyecto de Ginsberg (1926 – 1997), como sus poemas, era quizá demasiado amplio para cumplirse a rajatabla, pues no es nada fácil abarcar cuatro décadas de escritura y convivencia de varios autores en cosa de un año.

 

Como la mayoría de las vanguardias

Pero, pese a las dificultades de la empresa y las repeticiones y divagaciones de las sesiones originales, el volumen al que accederá el lector está condensado y corregido con gran rigor y amenidad.

Frente a nuestra mente desfilarán anécdotas, poemas de Ginsberg y Corso, extractos en prosa de las novelas de Kerouac y Burroughs, ideas propias y de sus colegas sobre métodos de creación y observaciones de un padrino inesperado de esta vanguardia, como fue William Carlos Williams, con su ejemplar dictado de «no ideas but in things». Cartas de Williams con Ginsberg y de éste con Burroughs también sazonan las páginas.

La prehistoria literaria de este movimiento pulsional se forja en la Universidad de Columbia y sus alrededores, donde Ginsberg conoció a Lucien Carr, Neal Cassidy y Kerouac, así como en la influencia de ese peculiar anti antropólogo yonqui y cultísimo catalizador de entes y extraterrestres que era Burroughs, quien les dio una amplia lista de lecturas disruptivas a los muchachos.

Solo por mencionar algunas de esas obras hallamos La decadencia de Occidente, de Spengler; Viaje al fondo de la noche, de Celine; las obras de Kafka y Rimbaud; William Blake, Dostoievski, Yeats y las novelas negras de Chandler y John O’Hara.

Algo así como un caldo con piure, congrio, ají verde y papas rusas en una olla a presión a punto de estallar en un haz de visiones que conjuga los bajo fondos de las urbes modernas con las visiones de místicos al borde de la locura o de la beatitud.

El príncipe Mishkin, de El idiota, de Dostoievski, emerge como un modelo ejemplar de ingenuidad y derroche de luminosa bondad, cuyo epígono generacional hallamos aquí en Kerouac, un humano con tanta devoción vital como ambigüedades existenciales, que se tornarían acritud con el pasar de las décadas.

Pero, como la mayoría de las vanguardias, lo que interesa en su mayoría son las obras que estos aventureros de la conciencia y las carreteras concibieron en su juventud. A excepción de Burroughs, quien no tiene edad, siempre viejo y joven, un enciclopedista salvaje de las calles y tribus marginales, queers, yonquis y todo lo que incomodaba a la pacata sociedad norteamericana post Segunda Guerra Mundial.

Ginsberg, hay que decirlo, es demasiado generoso con sus amigos, de los cuales estuvo enamorado en distintas ocasiones, incluyendo al héroe de Kerouac, Neal Cassidy, personaje central de On the Road y exuberante artista de la vida que vivió mucho más de lo que escribió.

Esto no quiere decir que maquille o no comparta los altibajos vitales y literarios de su tribu, sino que todo lo ve con una óptica desprejuiciada, amable y algo nostálgica, lo que no interfiere al momento de dar sus visiones críticas de los procesos escriturales tras las obras, pero si infla la importancia de sus colegas en el panorama literario de segunda mitad del siglo XX.

 

Literatura posnuclear y bocetos de vida

Hay pistas muy interesantes, como por ejemplo cuando nos confía que: «todo el método de Burroughs sale directamente de Rimbaud y de la Anábasis de Saint-John Perse». También emparenta el método del viejo Will al utilizado por Elliot en La tierra baldía.

Los recortes y montajes son, entonces, un síntoma de la fragmentación de la percepción y el derrumbe de la civilización tras dos guerras mundiales.

Si de la primera brotó la irreverencia creativa de los surrealistas y dadá, el epílogo de la segunda conlleva la emergencia de la contracultura pacifista y psicotrópica cuya banda sonora es el jazz bebop de Bird, Gillespie y compañía.

Al caos le sigue la experimentación, a la paranoia el arrojo vitalista que se ríe de las bombas atómicas porque ante el horror solo la ironía y la ingenuidad pueden sostener la camaradería y servir de brújula para transitar un mundo amenazado por el apocalipsis nuclear.

La sinergia que se dio entre el bebop y esta vanguardia es un factor central en la prosodia de la literatura beat, perceptible sobre todo en Ginsberg y Kerouac. De la prosa de este último, tras mencionar que es una suma del inconsciente relativista y el dictado del doctor Williams, dice que es una especie de: «literatura posnuclear, objetivismo posnuclear, exclusivamente en bocetos de vida. Por aquí se interesó por escribir al mismo ritmo que la vida que se desarrollaba. La siguiente etapa fue escribir sobre él mismo de viaje, en camino, mientras estaba realmente en camino».

Como un estudiante de arquitectura con su cuaderno de bocetos rápidos frente a los edificios urbanos, Kerouac llevaba su cuaderno de anotaciones para grabar los rasgos de un carnicero, el histrionismo de un artista callejero o la atenta lectura de una bella muchacha tras el ventanal de un local de comida.

El abigarrado y radiante presente. Bocinazos, taladros, memorias que emergen y desaparecen a la vuelta de la esquina. Un sumergirse en la corriente de conciencia del colectivo local, evidenciada por los gestos y giros dramáticos del quehacer cotidiano.

Quienes hayan leído On the Road recordarán su devoción por Proust, a quien invoca en su: 2Credo y técnica de la prosa moderna», al invitarnos a: «Ser, como Proust, un veterano porrero del tiempo».

 

Las conclusiones del amanuense

Este libro es una caja de sorpresas, un anecdotario, un conjunto de observaciones críticas y creativas sobre prosa y poesía. Uno casi se tienta a decir que es lo más próximo a una biblia beat, un libro compuesto con retazos de otros libros. Un cut-up de voces, memorias, versos y descripciones urbanas, psíquicas y delirantes.

Es también un mapa de ruta para quienes recién se introducen en esta generación y una oportunidad para profundizar en el caso de quienes ya han leído a la santa trinidad beat (me refiero, por supuesto, a Burroughs, Kerouac y Ginsberg).

Hay pistas sobre «Pull my daisy», el poema compuesto por Kerouac y Ginsberg que luego inspiraría una breve película experimental. Hay palabras muy halagadoras y sentidas por Gregory Corso, poeta antiacadémico por excelencia, que creció huérfano y se codeó con la mafia italiana para recibir el bautizo de la pasión literaria gracias a la biblioteca de la cárcel en que pasó unos años durante su adolescencia.

Con la marca de Caín y la devoción por Shelley este poeta autodidacta merece una relectura o un rescate del naufragio editorial en el cual acabaron sus libros. Un jugoso hipervínculo hacia su visión de la poesía existe en formato de breve entrevista audiovisual a la que le sigue la secuencia de Kerouac leyendo el último párrafo de On the road, a través de la cual entendemos la gimnasia prosódica que ejercitó con tanto entusiasmo el príncipe de los beat.

Queda la sensación de que la exuberancia de esta generación sirvió como un gatillo contracultural que, junto al jazz, contribuyó a inaugurar una intrepidez a todo terreno, que se ramificó en viajes a dedo (casi todo mochilero de tomo y lomo es un nieto, consciente o no, de los beats), la exploración de formas más vívidas de prosa y poesía, las drogas psicodélicas y el budismo.

También al antiimperialismo y la salida de las fronteras hacia México y Sudamérica, integrando cosmovisiones más antiguas, terrestres y holísticas, como protesta frente al consumismo capitalista y el patriotismo norteamericano.

Considerando los altibajos y excesos no se puede negar que esta tribu jugó un papel fundamental en la contracultura de los 50 en adelante y abrió las puertas a una libertad cuyo principal legado radica en obras como las de Burroughs, Aullido, de Ginsberg, y las novelas de Kerouac.

Ginsberg es aquí el amanuense. Un profesor ameno, dado a las divagaciones y anécdotas, con un gran sentido del humor y aportes no solo literarios, sino que también vitales, sobre la amabilidad y la experimentación de una comunidad de artistas difícil de repetir, sobre todo en contraposición al tedioso solipsismo postmoderno.

Un gran pretexto para revisitar a la generación Beat.

 

***

Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.

Actualmente reside en la ciudad Punta Arenas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Las mejores mentes de mi generación», de Allen Ginsberg (Editorial Anagrama, 2021)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Allen Ginsberg.