[Ensayo] «Match Point»: Woody Allen, un norteamericano en Londres

El crédito filmado por el realizador neoyorkino en 2005 sigue motivando los análisis de críticos y especialistas, pues es la obra audiovisual de su director que mayores semejanzas guarda con la estética creativa de uno de los autores cinematográficos más admirados por éste: el inglés Alfred Hitchcock.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 14.1.2022

No hay deseo que no implique culpa. Por eso se desea: porque el Hombre necesita sentir que es habitado por la culpa. Siempre fue su manera más vulgar y directa de sentirse real.

Fue su manera de presentarse al mundo de la vida, de la enfermedad, del dolor, del placer y la muerte… a través de la culpa, Dios tuvo que buscarlo entre los árboles del bosque y a través de la culpa el Hombre siente la resistencia —y el dolor moral— que le permite hacer pie en el mundo.

Si algo fuera deseable y alcanzable, sería soso: debe estar prohibida para que la fruta tenga sabor. Debe ser la naranja del vecino, y debemos robarla. Allí nace la culpa pero también nace el disfrute… dis/frutar: obtener la fruta que no era para uno.

Sin embargo, sabemos que a pesar de haber conseguido lo vedado, la fruta se desvanecerá en nuestras manos de ladrones… ese es el problema con la culpa: en el goce a expensas de la culpa, en el disfrute de robar, no hay satisfacción de la necesidad, precisamente porque el disfrute es fantasmal.

Mientras una necesidad se puede satisfacer, el deseo nunca puede ser satisfecho. Es más: si se satisficiera ya no sería deseo, sería una necesidad… de esta manera, la culpa es la consecuencia de tratar de convivir con un fantasma y mientras con las personas reales tenemos consecuencias puramente biológicas, con las fantasmales tenemos una consecuencia espectral: la culpa.

Y mientras en los errores con las personas, podemos pedir el perdón, con la culpa el perdón se vuelve imposible. Mientras tanto, el cinismo puede ayudarnos a que no nos importe el remordimiento, pero bien sabemos que, en simultáneo, las personas que ignoran nuestro robo no deben enterarse, de lo contrario sobrevendrá el castigo real.

El cinismo puede entenderse como una insensibilidad enferma que nos hace inmunes a la culpa de la transgresión: sólo debemos evitar que el dueño de la fruta se entere y así podremos seguir siendo un buque a la deriva, sometido al torpe azar del mundo… aunque siempre reconociendo que ese azar del mundo no tiene predilectos, y que tan sólo a un viento de fortuna le debemos nuestra llegada a buen puerto con nuestra siniestra carga de culpa.

Pecado, moral, deseo, suerte son los principales protagonistas del filme Match Point que Woody Allen filmara en el 2005, en Londres.

 

Dostoievsky y la ópera italiana

Es la primera película que Allen realizara fuera de los EE. UU. Ya era notoria cierta decadencia en su producción inmediata anterior. En Match Point, no obstante, hubo una interesante recombinación de elementos clásicos con novedades muy importantes que evidencian que el cambio de territorio parte de una búsqueda interior por nuevos horizontes artísticos.

El Allen de siempre aparece, por ejemplo, en los créditos que simulan las viejas proyecciones de su ya lejana infancia y en los nombres de sus productores: Jack Rollins y Charles H. Joffe. Por su parte, la mise en scène está más bajo control del director; los encuadres son más preciosistas y las escenas de romance tienen más de pasión que de parodia como le ocurriera en películas anteriores.

No abandonó la musicalización de género, sólo que, cambiando de continente y acorde con el guión, abandona la música urbana de New York por la ópera italiana.

¿El tema de la película? El azar. ¿Qué es poco? Es un hecho que no hay mucho “mensaje” en mostrarnos que el azar puede favorecer o perjudicar a alguien con igualdad de chances. Que no hay pronóstico que valga para el azar. Que un 90 % de probabilidades de que llueva es siempre una probabilidad del 50 % frente al hecho de que, en efecto, puede terminar lloviendo o puede que no. No existe la prognosis de un 100 % de seguridad.

La primera imagen que vemos tras los créditos es la de una red de tenis sobre la cual pasa volando una pelota… en una de esas, la pelota golpea la red y se alza verticalmente y la imagen se congela.

En off, la voz del protagonista reflexiona: «El hombre que dijo ‘preferiría ser afortunado que bueno’, tenía una profunda perspectiva de la vida. La gente teme reconocer qué parte tan grande de la vida depende de la suerte. Da miedo pensar que sea tanto sobre lo que no tenemos control… Hay momentos en un partido de tenis en el que la pelota alcanza a pegar en la red y por una décima de segundo puede seguir su trayectoria o bien caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue su trayectoria y ganas. O tal vez no… y pierdes».

Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers) es un joven tenista irlandés que, habiéndose decidido por abandonar los grandes circuitos —por un simple estancamiento en sus capacidades como jugador— decide asentarse en Londres como profesor de tenis.

No obstante su libertad, busca y se decide por un tradicional club británico con mucho de la vieja escuela y al que concurren importantes miembros de la High Society británica. A poco de comenzar con su trabajo, contacta con uno de sus objetivos: Tom Hewett (Matthew Goode).

Pero antes de conocerlo y tras una corta escena de entrenamiento, se desprende de la pantalla una clave de corte policial a la cual accedemos con cierto interés por lo insólita y «desprendida» de su vida como tenista: está leyendo en intimidad Crimen y castigo de Dostoievsky, deja el libro y toma otro que analiza la obra del autor ruso.

Nadie lo ve… pero si un detective lo estuviera viendo se preguntaría acerca del porqué de esa exhaustiva dedicación. Allen nos lanza esa curiosa pelota al aire, «envenenada» por cierta extraña inocencia, y la sumerge en el entramado general del filme.

Enterado de cierta afición por la ópera de Chris, Tom lo invita al palco familiar, en donde comenzará en contacto con la elite londinense… pero será a través de la hermana de Tom, Chloe (Emily Mortimer), que Chris se perfila en la clase social, la familia y la síntesis de ambas: la empresa. Chloe se enamora de Chris y la relación entre ambos comienza crecer.

Paso a paso, Chris se involucra cada vez más en la aristocrática familia encabezada por el millonario Alec Hewett (Brian Cox), padre de ambos hermanos. Alec se entusiasma con Chris, especialmente tras un «interesante» diálogo, cuenta, que mantuviera acerca de Dostoievsky… la trampa había funcionado.

Entra a la empresa familiar y se casa con Chloe.

 

Cine del bueno

Chris provenía de una humilde familia del Ulster por lo que vivía su vertiginoso ascenso social como un sueño alcanzado, pero apareció otro elemento que le despertó el deseo por encima de la ambición: en una fiesta familiar, conoce a la novia de Tom, Nola Rice (Scarlett Johansson).

Se trataba de una actriz principiante norteamericana que buscaba fortuna en Londres y de un excelente modo, Allen nos va mostrando como asciende el entramado hacia la atracción por Nola: ella fracasa en sus entrevistas y, compartiendo con ella su debilitamiento, logra ir penetrando en el mundo de Nola.

En un momento, Tom rompe con Nola lo que le despeja el camino a Chris iniciando un ardoroso y clandestino romance que va perdiendo de vista todos los límites. Chris teje mentira tras mentira para ocultar el engaño a Chloe, quien comienza reclamarle por su primer hijo.

Finalmente, la situación se desboca cuando Nola reconoce ante Chris que estaba embarazada. Él le pide que aborte, pero Nola se niega y le exige además que regularice su situación, lo que implicaba hacerse cargo del niño y el divorcio de Chloe… lo que implicaría su alejamiento de la alta sociedad adonde había podido instalarse.

Todo un lío de desenlace previsible: conociendo la ambición original de Chris, la que no por astuta fuera pecaminosa, no podía ser otro que un delito mayor de cuya resolución no daremos cuenta, pero donde entra a tallar la buena fortuna. No el Bien, sino la suerte y un par de detectives que van tras los pasos de Chris.

Y no hay mucho más en esta película, salvo el desenlace que no develaremos. Poco o nada de humor y algunos intentos de tratar de desdibujar el límite entre lo culto y lo snob en algunos de los afiligranados y clásicos diálogos de Woody Allen, pero que en Match Point, habremos de reconocer, escasean.

No es un producto muy “Allen”. Y más allá del preciosismo que muestra en su hechura, para muchos críticos es un filme menor porque no deja “mensaje”…

Sin embargo, nosotros queremos creer que, en efecto, no será muy “Allen”, pero está muy bien hecha: tiene precisión en el ritmo, balance en el tratamiento del guión, la debida profundidad y credibilidad en los personajes principales… no es muy “Allen” pero quizás sí encuentre su principal mérito en ser muy “Hitchcock”… aquel director inglés que llegó a decir que sus películas no tenían “mensaje”, porque de haber querido enviar un mensaje… “hubiera utilizado el correo”.

Y si Hitchcock apostó su cine al cine y no a los mensajes postales, el Match Point de Allen es, entonces, cine y del bueno.

 

La nada existencial

Iremos cerrando nuestro comentario con una cita de Schopenhauer: “Conseguir algo anhelado significará darse cuenta de que es vano”.

El drama de Chris reside en el profundo vacío de su alma, que, paradójicamente, actúa como único motor en su vida mediocre allá en Irlanda y en su limitada carrera deportiva. Y reside también en que sólo nosotros nos damos cuenta de esa vulgar nada que lo puebla.

El “match point” es el punto que decide el resultado de un juego de tenis pero que deja el mismo partido por delante una y otra vez para el siguiente campeonato y para el siguiente y el siguiente: un “match point” define un partido, pero no extingue el deseo de ganar el siguiente partido… ese deseo no puede ser satisfecho. El deseo no se extingue.

Tras el “match point” de un partido hay una gran nada existencial que sigue alimentando el deseo de ganar más partidos. No crece nada en el lugar donde está lo deseado.

Ni siquiera existe la rubia y bella Nolan: sólo deambula por aquel vasto territorio, hablando consigo mismo, un taciturno hombre loco al que llamamos “azar”…

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años:

“Reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se auto promovían y auto justificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: Match Point (2005).