[Ensayo] «Nomadland»: Las claves simbólicas del filme favorito para los Oscar 2021

El crédito de la realizadora de origen chino Chloé Zhao, se quedó con los más importantes premios de la reciente entrega de los Globos de Oro 2021 (mejor película dramática y «best» directora) y también ha sido nominado a siete categorías en los BAFTA británicos, y por si fuera poco amenaza con convertirse en una de las obras audiovisuales de mayores posibilidades, al pensar en las estatuillas que durante las próximas semanas concederá, como ya es su costumbre, la influyente Academia cinematográfica estadounidense.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 10.3.2021

No es nuestro espíritu el intentar contradecir los archiconocidos versos de Antonio Machado que alguna vez leímos, descubrimos o cantamos junto a Joan Manuel Serrat, y que, de hecho, han sembrado hasta una filosofía poética difícil de eludir que, en general, se comparte… sin embargo, noblesse oblige: debemos aclarar que no estamos de acuerdo y afirmamos que la Tierra está toda llena de caminos y que ella misma es todo un camino.

No sólo de aquellos caminos que forjamos con ladrillos de cualquier color, o los que están tapizados de grava, o pavimentados o de simple tierra apisonada, sino también de aquellos caminos que están diseñados en caprichosas curvas que habremos de seguir sin saber sus porqués.

Y tales porqués quizás hayan sido un obstáculo que hoy ya no está; quizás un herbajo resistente al pisoteo; quizás una serpiente que asustó a alguien… cualquier cosa puede haber sido el último eslabón en el diseño de un camino rural cualquiera a la espera del transeúnte.

No es raro que en Japón, por ejemplo, un diseñador de jardines vea primero por dónde toman los paseantes en su diario andar antes de disponer por dónde irán las sendas a construir. Los caminos primero están y luego los seguimos.

De igual manera, cada imperceptible rugosidad en una piedra definirá la vía que seguirá la gota de rocío a la mañana siguiente antes de evaporarse. Cada carga eléctrica en las partículas del aire irá diseñando la senda que, en su momento, seguirá el rayo cuando se desprenda impredecible desde la nube…

Pero los caminos tienen otra particularidad más extraña aún.

Aquellos que ven por primera vez el mar, o quienes se asoman a un abismo entre montañas, sienten que algo dentro de ellos parece querer seguir viaje hacia el horizonte marino o lanzarse a volar por caminos de aire que ni la mente ni el cuerpo están, en su sano juicio, dispuestos a seguir.

Sentimos al vacío abrirse en nosotros o sentimos que nuestros ojos se abisman hacia la distancia marina. Es como si nuestro espíritu siguiera caminando desde el punto donde nuestros pies se han detenido. Caminos parecidos siguen los razonamientos de los filósofos y las especulaciones de los artistas, así como son los caminos de nuestros recuerdos y nuestros sentimientos.

Y hay aún otra propiedad interesante de los caminos y es la que más nos interesa en este caso: los caminos tienen un “afuera” y un “adentro”. Desde esta perspectiva, por ejemplo, estamos viviendo dentro del camino que sigue nuestra vida y por fuera de los caminos de las vidas ajenas.

Y si tenemos una casa, las calles, aceras, o sendas que tomemos estarán fuera de nuestra casa. En una casa estamos afuera de los caminos y ellos quedan convertidos en meras herramientas para ir al mercado, al cementerio —el camino de los muertos— o a la casa de un amigo.

El camino geográfico, entonces, está asociado a la tierra y en este caso, nos tiene de usuarios: están fuera de nosotros. Son una herramienta que se usa y se olvida.

Pero hay algo que no cierra. Cuando dijimos que se nos iban los ojos tras el horizonte del mar o hacia lo abismal de un abismo, estábamos hablando de caminos que nos caminan, caminos que nos volvían su propiedad y no al revés.

Caminos que, en definitiva, establecían con nosotros y con los demás caminos que nos cruzan, una relación de compromiso. Transforman nuestro interior. Nos hacen ir por senderos propios que, muchas veces, ni sospechábamos nos caminaban. O nos hacen frecuentar sitios de nuestra alma donde podemos descansar, como un buen recuerdo o un gran amor… Pero esos caminos no tienen un “adentro”, sino que son interiores, que son dos cosas distintas.

El asunto más interesante es hacer que los caminos que están “afuera” se conviertan en caminos de “adentro”… el problema es que hay que elegir entre la casa y el camino. Este es el tema emergente de Nomadland (2020) la película sobre aquellos que convirtieron a sus hogares en caminos… en los caminos que desde nuestras casas llamábamos “exteriores” y que este grupo ha tomado como sus nuevos hogares, pero ahora evertidos al aire libre.

Dirigida por la chino estadounidense Chloé Zhao, Nomadland se enfoca en “Fern”, un personaje interpretado por la siempre vibrante Frances McDormand (Fargo, 1998), quien, con sus gestos vibrantes y su transparencia emotiva, nos hace vivir en profunda empatía la psicología del instante que el personaje está viviendo.

 

«Nomadland» (2020)

 

El puritanismo de los nómades

Chloé Zhao no es una nómade a pesar de haber nacido en Peking, pasar su adolescencia en Brighton, Inglaterra y recibirse de cineasta en Nueva York donde finalmente parece haberse asentado, pero ha descubierto en los EE.UU. una clase humana íntimamente ligada a la historia de este país.

Todavía hoy se recuerdan las rutas de Oregon, la de California, la de los pioneros mormones o la de los españoles de la Costa Este como los grandes caminadores del siglo XIX. Sin embargo, todos estos caminos no constituían verdaderas sendas de nómades.

En una nación tan grande y en una época sin más fuerza de transporte que el pie, la mula y el caballo, no había otra forma de encontrar y colonizar otras tierras, asentando políticamente a la nación tras un fuerte estímulo estatal. El verdadero nómade es aquel que reniega del techo de una casa y se interna en su propia soledad.

El signo que caracteriza a los “pueblos” nómades es el de no tener un nexo físico fijo con una casa: pueden viajar en grupos, hacer amistades y hasta enamorarse, pero siempre bajo la premisa fundacional de un tipo de vida sin más techo que la improvisación al amparo de sus casas rodantes y “vans”: los “vandwellers”.

Nomadland tiene episodios que la acercan al cine documental y hasta al cine antropológico. Nos deja descubrir artistas (verdaderos artistas de las locaciones de filmación que se disfrutan como pequeños obsequios del filme) que ruedan con los viajantes por las vastedades americanas como si fueran los pastos rodadores de los westerns y, como ellos, estepicursores: viajeros por las estepas de sus propios caminos.

Los “vandwellers” se bailan, se murmuran, se confiesan, se refugian bajo las escasas lluvias del Medio Oeste, pero están separados, segregados hasta de sí mismos, sólo enfrentados a las vicisitudes del camino. Sus lazos tienen el espesor de la camaradería espontánea, de dispersar el aviso de un lugar de trabajo, del auxilio mecánico o afectivo.

Tienen, además, en ese delicado mecanismo de prestaciones y contraprestaciones, ciertos voceros que cuidan a los nómades, a quienes aconsejan y orientan en los valores que —para esta especie de gurúes del camino— son los fundamentales como una filosofía y compromiso de vida.

Es así que se nos aparece Robert “Bob” Wells, un “vandweller” legendario de unos 65 años, y que da un discurso que Zhao captura parcialmente en cámara: “…y lo curioso —dice Wells en su primera aparición— es que no sólo aceptamos la tiranía del dólar, la tiranía del mercado (…) y la aceptamos y vivimos toda nuestra vida”, y compara entre los “vandwellers” y los caballos de batalla que estaban dispuestos a trabajar —como guerreros— toda su vida y que de pronto son puestos a pastar y que necesitan de mutuo apoyo.

Y afirma a continuación que: “…el Titanic se está hundiendo y los tiempos económicos están cambiando”. La evolución desde el pionero del siglo XIX al “vandweller” nómade que se construyó a lo largo del siglo XX, sin embargo, no es casual.

Como lo señala el propio Wells, la causa de esa forma de vida es la de haberle soltado la mano al “mercado tirano”, aliado al “dólar tirano”.

Breves asomos de esta teoría aparecen en la cinta: largos trenes de carga, montañas de papas que minimizan aún más la delgada figura de Fern; el trabajo en la astronómica “Amazon” (incluso McDormand trabajó “en serio” por un tiempo para desarrollar su personaje) o su trabajo limpiando en un pequeño local de comidas, son referencias contradictorias del nomadismo idealizado de Wells que Zhoe no oculta: siguen —y seguirán— dependiendo del dinero (sea el dólar o el yuan).

Aunque Zhoe se esfuerce en mostrarnos la beatitud de vivir al aire libre, también reconoce que el motor de la van puede descomponerse y que Fern debe acudir a su hermana por dinero para repararlo… no obstante, lo que la directora nos muestra es la delgadez máxima a la que se puede llegar en estos lazos materiales.

 

Un fotograma de «Nomadland»

 

La historia de las hormigas

Fern se va descubriendo a sí misma a lo largo de sus experiencias: desde las más íntimas como tener que ir al baño en su pequeño vehículo, hasta las experiencias abiertas y comunitarias. Descubre universos personales y desarrolla amistades inesperadas, incluso con la muerte como intermediaria. Y en la escena final entendemos que vivir puede resumirse en un dejar ir.

Que vuelen o se lleven todos nuestros objetos —materiales primero, mentales y espirituales después— y que sólo quede ese nexo del trabajo ocasional —que en los EE. UU. abunda— y que permita un “vivir con lo puesto” y, volviendo a Machado, ir por la vida “ligeros de equipaje”.

Naturalmente, este fenómeno que es presentado en cierto sentido como un fracaso de la sociedad norteamericana, también sólo se puede dar con las características geográficas de aquel país… sin olvidar las causas históricas.

El ascetismo del “vandweller” americano vinculado con el capitalismo para sobrevivir, tiene mucho de la moral puritana que desembarcó en el “Mayflower”, en las costas del Este a comienzos del siglo XVII, fundando la Nueva Amsterdam.

Pero ese puritanismo tenía su anclaje práctico en la lógica calvinista: el adinerado era puesto por Dios en las sociedades para dispensar su dinero a los más necesitados… y como el pueblo judío era el que llegaba de Europa con más dinero, era tan bien visto que aquella legendaria ciudad de la costa Este abandonó lo de “Amsterdam” y lo reemplazó con un “York”, en recuerdo del territorio que habían dejado en Inglaterra, cerrando un ciclo de búsqueda de pureza y alianza con el dinero que llenaría el hueco histórico que se abre en los EE. UU. hasta nuestros días.

Y así, el huir de la comodidad del techo —y hasta de un posible nuevo amor— para abrirse de par en par a la Naturaleza —como vicaria visible de una divinidad invisible— es la cuota puritana de Fern que nos acerca nuestra directora Zhoe.

Su mirada no es ingenua. Su crítica social está latente. Su humanismo universal está expuesto en sus numerosos atardeceres, que evocan el “tempus fugit” y el “carpe diem” de nuestra existencia, pero la película presenta, asimismo, un acercamiento de entomólogo chino (aunque en China la película esté prohibida) a una subcultura de hormigas americanas que se dispersaron sin rumbo fijo porque les patearon el hormiguero… y se nos informa que el destrozo llega por miedo, por dolor o por asombro.

Cada hormiga, su historia.

Fern tenía la suya y Zhoe la contó.

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: Nomadland (2020).