[Ensayo] «Otro palo al agua»: El campo cultural en serio

El joven filósofo español Ernesto Castro —en la fotografía principal— arroja, con una prosa que ofrece instantes de lucidez, una bofetada al Atlántico que llega a los confines sudamericanos y que guarda una que otra sorpresa sobre el presente perpetuo al que las redes han sentenciado en el corto plazo a las formas y maneras de vivir, tratar y combatir al pensamiento y a la reflexión, en torno a la creación en sus más diversas facetas.

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 8.10.2021

Dentro de la humanización de las prácticas editoriales que, en cierta medida, gestionan las receptoras del rótulo independientes, está el desprivatizar un tanto los contactos y las maneras de acceso de autores a las plataformas de publicación.

Con este prolegómeno, develar a modo de cahuín el cómo llega un filósofo joven, español y de pluma ácida a una editorial chilena. En su página web, la editorial Roneo revela que la palabra de Ernesto Castro (Madrid, 1990) llega a través de un canal en Youtube que nutre a miles de personas y que, por cierto, se actualiza con una periodicidad más o menos cercana.

En esta ocasión, pudo ser mejor un segmento de Booktuber para hablar de Otro palo al agua, sin embargo, la escritura —siempre entre lo popular y lo impopular— es lo que escojo, so pena de ser una vitrina poco atractiva en la asimilación de contenido hoy.

Ahora bien, siento decir que solo he llegado a la escritura de Castro por medio del catálogo de Roneo. Por ahí, una suerte de afinidad, entre la anterior edición de trabajos de Quentin Meillassoux y Markus Gabriel, frente a una de las publicaciones recientes del autor en comento, Realismo poscontinental: ontología y epistemología para el siglo XXI (2020). Lo que presenta alguna vez se concibió como “ensayos de estética” y mutó, al menos en discurso, a “textos de crítica cultural”.

Volvamos a Youtube, ¿qué decir sobre una exposición sobre Aristóteles que agrupa más de 66 mil reproducciones? Tal vez venga bien hacer unas disquisiciones —no con una clausura posible— sobre la filosofía como un fenómeno pop. El filósofo tiene alguien que lo escuche (o que lo lea).

Y Castro, un comienzo pop en Chile, con una nota en el diario popular La Cuarta, ¿hubo filósofos alguna vez allí? Puede que sí y exagero: no es ningún escándalo. La nota es seria, nos presenta el libro como: “los ensayos que desnudan sin anestesia el arte y la cultura de nuestro tiempo”.

Hasta ahí, escandaloso, no como Los escandalosos amores de los filósofos (1965) de Josefo Leonidas, y con ilustraciones de Themo Lobos. Este volumen fue un fenómeno pop de filosofía en Chile.

En el cierre de Otro palo al agua, Castro contesta a la pregunta “por qué me hice youtuber”. No sé si logré entender ese puñado de excusas jocosas, sumadas a un diagnóstico del éxito de los youtubers o los cultubers en España e Hispanoamérica.

De todas maneras, le ha ido bien en su cometido y, dentro de los márgenes marginales, concita un espacio de interés entre una contradicción que suma lo subversivo y lo dócil en el manejo de una plataforma masiva de variaciones y antropofagia.

Adiós a Youtube y con un libro de 348 páginas en frente.

Entremos en materia.

 

Una teoría de la recepción literaria en clave ideológica

Un arranque en persistencia escritural y la reivindicación del ensayo como una resonancia magnética sobre problemas de relevancia filosófica. Esta puede ser una buena primera aproximación a estos textos críticos sobre un campo cultural impreciso y tan abierto como acotado.

Los lugares que la escritura de Castro toca tienen una localización desigual y, con la salvedad de las páginas dedicadas a Raúl Zurita, Alfredo Jaar (guiños a la publicación en Chile) y a Doris Salcedo, se destilan preocupaciones que, en la metáfora de Dipesh Chakrabarty, provincializan (aún más) Europa, cuando se cree estar globalizando los fenómenos.

En el ensayo “La muerte del arte”, la mención de las estrategias textuales y los loops contrafactuales de la Internacional Situacionista son un punto interesante. Es probable que, más allá de las particularidades creativas de cada territorio, geopolíticamente se nos presente hoy un burbujeante retorno a la Guerra Fría. O tal vez, un paso del tiempo diferenciado y, a la vez, aislado en un reloj biológico ya deteriorado.

Con lo último, pienso en la afectación de las herramientas de la crítica cultural que delimita Antonio Cornejo Polar con acento en los efectos de los enclaves autoritarios en Latinoamérica, ramificados como metástasis en las formas intelectuales.

Esta situación, al menos desde los años 90, se ha atenuado con un período de paulatina recuperación de espacios de discusión y categorías conceptuales que se hacen cargo de las particularidades hispanoamericanas.

En los textos sobre Jaar, Zurita y Salcedo, hay una mirada peninsular, básicamente de cómo estos referentes artísticos latinoamericanos se ven en un café con vista al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Son textos más bien de consumo cultural y que intentan cartografiar los verbos que sí serían políticos.

“Poesía y Zeitgeist: malos tiempos para la lírica” pone sobre el tapete algunas ideas que Witold Gombrowicz escribe en Contra los poetas. Pues sí, parte de tomarse en serio el campo cultural, dar palos al agua como loco y anclar en un personaje de minorías sobre minorías.

A veces, viene bien introducir el verbo reír en este plano. Bien lo supieron los poetas de lenguaje más irónico y satírico tanto en Chile como en otros países. De ahí que la diversidad valorativa de maneras de poetizar genere más preguntas que respuestas y propenda a un encuentro fructífero y jovial. Aunque esto no es la regla general.

Castro duda: “¿cuándo empezó a leerse y a pagarse por la poesía?” (p. 276). Su hipótesis al respecto oscila entre la oralidad y la escrituración, dividida entre iletrados e ilustrados. Y vale la pena seguir reflexionando sobre eso, historiar el trayecto del ruido poeta, ¿en qué momento el poeta maldito le ganó el gallito al de oficina, al trovador y al agitador social?

La poesía es irrelevante para las y los poetas, en tiempos que la referencialidad es el eje en que los versos —en gran mayoría— se sostienen o se caen. El fenómeno, por cierto, de los poetuiteros que describe Castro no deja de ser interesante.

La poesía nunca desaparece de los anaqueles de las librerías (no se invisibiliza, sino que se le da menos espacio) y tiene un espectro de lectores que van desde los amantes de las frases sencillas y los libros con brillantina hasta los esnobs que hacen —relativamente— rentable la operación de las editoriales independientes.

Por supuesto que hay más tipos de lectores, en especial, los que gozan en privado, no comentan los libros y no buscan la pertenencia al cruel campo cultural. Los libros de poesía más circulan mano a mano, de forma subterránea o pirateados en formato pdf.

“Me inclino hacia una teoría de la recepción literaria en clave ideológica: una poesía conecta con el espíritu de su tiempo en la medida que refleja o expresa la mentalidad sociopolítica de su momento histórico preciso” (p. 282).

Esta cita no se aleja del estallido —burbuja mediante— de publicaciones en poesía que no pueden desprenderse de la huella coyuntural, de su apego moralizante a las contingencias.

Hay, con todo, otras dimensiones en las que esta cita tiene complicidad.

 

Los fenómenos que remecen al arte

En efecto, al construir identidades y alianzas que fomentan la homogeneidad en la creación poética, al borde de la autocomplacencia creativa. En ese plano, Castro acierta: “Contra la poesía politizada, que cree que es su deber decirles a los poderosos la verdad, con independencia de si esa verdad es la adecuación del intelecto a la cosa o la coherencia interna a un sistema de creencias, o incluso la expresión espontánea de la autenticidad poética” (p. 291).

Quizás el maremágnum versificado y de falsa urgencia que provocó el llamado estallido social en Chile sobre lo que aún se dice poesía. Caiga el poema que caiga.

Puede que Ronald Dworkin tenga razón y la poesía sea una pérdida de tiempo, pero es curiosa su afirmación en un tratado de ética, toda vez que en sus textos sobre el derecho (por ejemplo, en Law’s Empire) compara a la interpretación jurídica con la teoría literaria o al sistema de adjudicación de derechos con la escritura de una novela.

Por otro lado, los fenómenos que remecen la cultura (Castro ubica a la privatización y plebeyización de la misma) y al arte tienen exposición y problematización en los primeros cinco ensayos, cinco shots de intensidad que son alegatos contra la mercantilización de lo bello y de lo sublime.

Al mismo tiempo, se dedican palabras críticas alentadoras respecto de las redes sociales, más allá del más allá de la encrucijada de la crisis del espacio público y la espectacularización del yo.

En esa línea, aborda la estética relacional de Nicolas Bourriaud, concluyendo con las formas de autoría en la era digital, rozando las capas menores donde los consumidores devienen productores (la idea del prosumidor aflora aquí, un mestizo o híbrido del Marketplace de lo efímero efectista).

Dice Castro: “La estética relacional ha reforzado la idea de autoría, al mismo tiempo que ha degradado al autor a la condición de un relaciones públicas, al mismo nivel que un reparteflyers a la puerta preocupado por su carpeta de selfis y su agenda de contactos que por lo que su obra hace, dice, muestra, pretende o consigue” (p. 127).

El crecimiento de la función autor, empequeñece la función obra, todo en el cedazo de micropagos y precarización carnavalesca y con el rótulo de lo que se autogestiona tiene mérito en lo que se cree rebelde. El margen cobra un sentido especial y a las obras les es saludable que se trabajen y no que ese estatuto laboral se comparta entre trabajar y usar las redes para decir que se está trabajando.

Es posible que el infierno sean los otros que buscan devorar al personaje, al “relaciones públicas” que intenta estar más cerca, cuando está lejos de todo; o donde las bajadas de las publicaciones (fotos, principalmente) de redes sociales intentan ser amigables como un rockero en un gran festival que propugna amor para todas y todos.

Este hilo continúa en el texto sobre Michel Houellebecq, dice el filósofo de marras: “el autor pretende inmortalizar su existencia en el recuerdo de sus congéneres; el sujeto se embarca en la misión imposible de comunicar una identidad intransferible, de reproducir por escrito una existencia irrepetible, de reproducir por escrito una existencia irrepetible; sin esa fractura que lacera el tejido social no habría lugar para la escritura autoficcional” (p. 130).

Castro ingresa en un terreno al que avanzan las creaciones narrativas, mezcladas con el personaje público que ocupa la ambigua explanada de la “literatura contemporánea”. La autoficción, en un desvío parecido a la tiranía de la contingencia. Es posible que se haya tomado demasiado en serio ese lugar tan común como privado de “hacer de tu vida una obra de arte”. No es 1989 y el coro pegajoso de The Stone Roses sigue sonando: I wanna be adored, I wanna be adored.

 

Una modulación de relaciones audaces y desprovistas de miedo

¿Qué hacemos con esas Gesamtkunstwerke?

Una tierra ubérrima donde la institución literaria y las transnacionales penetran con un sello de calidad, cuando no es más que la victoria sobre un espacio hegemónico de lo que quiere decir literatura y canon, ruidos que han quedado off side en parte de la academia.

Los medios de producción se han quedado con los esbirros de Harold Bloom y, sin embargo, nos entregan una tradición sin tradición, una amalgama de supermercado que captura una gran masa de lectoras y lectores y los divide en cubículos con etiquetas de colores.

La apuesta es por el consumo y una pulsión wanna be que nunca termina de pertenecer del todo a algo, la pertenencia es solo algo a nivel sentimental y de creencias, un equilibrio de inestabilidades, de barcos que no dejamos zarpar tan fácil.

Otro palo al agua se ensambla entre una modulación de tropos y relaciones audaces y desprovistas de miedo y, además, opera como una reunión de crónicas de relevancia filosófica bien documentadas y ensayos con algo de sentido del humor, que piensan, de entrada y salida, desde y para Europa.

No tan lejos de las preocupaciones que la obra de Houellebecq suscita en el autor, no tan cerca tampoco de las identidades y subjetividades convertidas en productos posfordistas. Y en medio del camino dantesco de un vía crucis millennial, donde las notificaciones vienen y van, como un tiempo imposible que no termina de empezar.

Ernesto Castro arroja, con una prosa que ofrece instantes de lucidez, un palo al Atlántico que llega a los confines sudamericanos y que guarda una que otra sorpresa sobre el presente perpetuo al que las redes han sentenciado en el corto plazo a las formas y maneras de vivir, tratar y combatir a la cultura.

 

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Nicolás López–Pérez (Rancagua, 1990). Poeta, abogado & traductor. Sus últimas publicaciones son Tipos de triángulos (Argentina, 2020), De la naturaleza afectiva de la forma (Chile/Argentina, 2020) & Metaliteratura & Co. (Argentina, 2021). Coordina el laboratorio de publicaciones Astronómica. Escribe & colecciona escombros de ocasión en el blog La costura del propio códex.

 

«Otro palo al agua», de Ernesto Castro (Editorial Roneo, 2021)

 

 

Imagen destacada: Ernesto Castro.