[Ensayo] Ovidio y Goethe: El eterno femenino nos eleva

El poeta latino de la época clásica y el autor romántico alemán —educado en la cultura protestante—, se encuentran enlazados por la figura de Winckelmann, un estudioso del arte grecorromano e iniciador de la influencia griega en la civilización germánica de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

Por Luis Miguel Iruela

Publicado el 19.12.2025

¿Qué puede unir a un poeta pagano latino de la época clásica como Publio Ovidio Nasón con otro romántico, educado en la cultura protestante como Johann Wolfgang Goethe?

Pues, en principio, la figura de Winckelmann, estudioso del arte grecorromano e iniciador de la influencia griega en la civilización germánica de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

Esta influencia resulta manifiesta en la segunda parte de Fausto, donde la Grecia dionisiaca se presenta en toda su expresión a veces por medio de personajes como Helena de Troya con quien Fausto llega a tener un hijo, Euforión, trasunto de Ícaro en su intento de libertad absoluta. Y también a través de la versión triste del mito de Filemón y Baucis, al que Goethe dota de un trágico destino.

Filemón y Baucis es un episodio de la rica fabulación de la Hélade que recoge Ovidio en su célebre poema Las metamorfosis (VIII, 611-724).

Allí narra que Zeus (Júpiter) y Hermes (Mercurio) disfrazados de atorrantes, llamaron a la puerta de la humilde cabaña donde vivía una pareja de viejecitos pobres formada por Filemón y Baucis, pidiendo hospedaje, ya que el resto de los hogares de la ciudad de Frigia se lo había negado.

Es necesario aclarar que en la Antigüedad era casi un deber auxiliar al extranjero necesitado que pedía ayuda.

Así pues, les ofrecieron su escasa comida compuesta de huevos, pan, aceitunas, cabrahígos y miel. Según iban bebiendo el vino, observó la buena mujer que la jarra siempre estaba llena. Temeroso de que los alimentos fueran insuficientes, el anciano ofreció sacrificar el magro ganso que tenían, su única posesión.

Los dioses se dieron a conocer, agradecieron sus atenciones y anunciaron que destruirían una ciudad tan impía.

Zeus les ordenó que subieran a la montaña sin mirar atrás (clara resonancia del episodio bíblico de la mujer de Lot en Sodoma y Gomorra). Después desencadenó una inundación que anegó toda la población menos la cabaña de los ancianos que quedó consagrada como un templo.

Ellos le pidieron ser los guardianes del templo, vivir lo más posible y morir al mismo tiempo, para que ninguno de los dos tuviera que sufrir la pérdida del otro. Entonces el dios los convirtió en árboles, Filemón en un roble y Baucis en un tilo, con las ramas de ambos entrelazadas como epítome de toda una vida de amor sencillo y fidelidad.

Con todo, esta emotiva historia ha dado pie a obras pictóricas de grandes artistas como Rubens o Rembrandt e igualmente a una celebrada ópera de Gounod.

 

«Basta el presentimiento de aquella felicidad»

Leyendo Las metamorfosis, resulta casi imposible no pensar en Góngora por el tono poético, el ritmo y la distribución de las imágenes a lo largo del texto. De modo que los dos escritores se parecen en la misma concepción literaria más allá de su relación estética con Cyrano de Bergerac.

Goethe, en cambio, aplica un tratamiento diferente al destino de los dos viejecitos en el acto quinto de la segunda parte de Fausto. En esta, el protagonista que da nombre al libro desarrolla una magna obra de ingeniería para robar terreno al mar y dedicarlo al cultivo y a menesteres urbanos por medio de la construcción de diques contenedores de las aguas (una premonición de lo que luego serían los Países Bajos).

Pero en esos terrenos se encuentra el modesto chamizo de Filemón y Baucis como único bastión resistente a los planes de Fausto. Se niegan a abandonar su hogar de toda la vida por lo que el doctor, ebrio de soberbia y ahíto de rabia, decide desahuciarlos para lo cual recurre a Mefistófeles, quien envía a tres de sus ayudantes a efectuar el encargo.

La acción de los demonios termina con el asesinato de un antiguo náufrago que fue recogido por los ancianos en su casa y con el incendio de esta y la muerte de sus propietarios en una orgía de humeantes brasas.

Poco después, Fausto arrepentido y horrorizado por las consecuencias de su deseo, fallece tras decir sus famosas palabras: «Basta el presentimiento de aquella felicidad sublime para hacerme gozar mi hora inexpresable».

Momento en el cual el diablo trata de apropiarse de su alma. Pero entonces interviene el cielo gracias a un coro de ángeles que nieva pétalos de rosas sobre el maligno y sus súcubos.

Y sobre todo aparecen las mujeres capitaneadas por la Virgen María, la samaritana, María Egipciaca, Margarita, víctima de los engaños y crímenes de Fausto, y las bienaventuradas. Ellas representan la piedad, la acogida y el perdón.

Así, el drama termina con la frase: «Lo eterno femenino nos eleva». En la salvación del mágico doctor se delinean las ideas luteranas sobre la gracia y el ansia de infinito, la insaciabilidad del presente, el esfuerzo por buscar siempre.

En tal sentido, se ha citado la voluntad de ir más allá sin conformarse como más importante para la redención que las obras hechas en vida. Varios profesores han señalado que la pieza tiene un entramado protestante con un final católico, aunque Goethe siempre declaró ser un panteísta seguidor de Spinoza.

Dicho en otras palabras, una hermosa historia y una tragedia también hermosa cantadas ambas por dos grandes poetas tan distintos y tan cercanos gracias al mundo grecolatino.

 

 

 

 

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Luis Miguel Iruela Cuadrado es un poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.

Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.

En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

 

Luis Miguel Iruela

 

 

Imagen destacada: Estatua de Ovidio en la ciudad de Constanza, Rumania, donde el poeta pasó sus últimos años en el exilio.