[Ensayo] «Perdida»: Nada es lo que parece

El filme del realizador estadounidense David Fincher —basado en el libro homónimo de Gillian Flynn— se trata de un relato audiovisual muy bien hilvanado, y el cual con giros inesperados pone en evidencia que a menudo —por no decir siempre— la realidad es solo una apariencia engañosa de la verdad.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 1.7.2022

«Siempre hay mucho más de lo que parece a simple vista».
Murasaki Shikibu

El exitoso director estadounidense lleva brillantemente al cine la popular novela de título homónimo de su compatriota Gilliam Flynn publicada en el año 2012, y es ella misma quien se encarga del guion.

Se trata de un relato de suspense muy bien hilvanado con giros inesperados que ponen en evidencia que a menudo —por no decir siempre— nada es lo que parece.

Perdida nos adentra paulatinamente en la verdad que hay tras las apariencias en la vida de su pareja protagonista Amy (Rosamund Pike) y Nick (Ben Affleck), un matrimonio de clase acomodada cuya relación está en crisis.

Lo sabremos tras la misteriosa desaparición de ella. Sabremos sus distintas versiones de lo que les ocurre, la de Amy primordialmente por el diario que escribe y la de él especialmente por las conversaciones que mantiene con su hermana gemela Margo con la que siempre ha estado muy unido.

Y en esa historia de mentiras saldrán a la luz infidelidades, traiciones, celos, sed de venganza… Toda esa maraña en la que aflora lo peor de la condición humana. Una maraña que desde la antigüedad atrapa a los protagonistas de estas historias —sean reales o ficticios— en espirales que parecen no tener fin. Y atrapa también —en otro sentido— a quienes las leen u observan.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

En el punto de mira

Amy desaparece precisamente el día de su aniversario de bodas, un día especial que festeja cada año con juegos sorpresa en los que mezcla intriga y sexo. Y es que ella es una escritora de éxito con brillante imaginación.

Pero Nick al ver signos de violencia en la casa y al no saber nada de ella decide avisar a la policía. Se ha iniciado el proceso de desnudo familiar que progresivamente va a tenerlo a él como protagonista al ser considerado sospechoso de asesinato.

Sospechoso según el voluble dictamen de las masas que siguen el caso en los medios. Las masas que un día condenan y otro apoyan sin reparar en las consecuencias de su ciego y errático obrar.

Las masas que en esos seres expuestos a la luz pública que juzgan —Nick en esta ficción— reflejan sus vidas, sus problemas, sus convicciones, sus dogmas, sus odios, sus amores.

Y las masas que a menudo pueden dejarse llevar por las impresiones que les causan las declaraciones de esos seres expuestos a los focos, y entender como auténticas las palabras falsas bien maquilladas —a veces con asesoramiento profesional como ocurre con los políticos— con gestos estudiados e incluso lágrimas.

Esas masas tienen a Nick en el punto de mira. Y sus acusaciones se incrementan exponencialmente cuando se descubre que él tiene un affaire con Andie, una joven alumna suya quien, tras inicialmente creer en su inocencia, acaba condenándolo como el resto de su comunidad.

Esa joven es la herida profunda que arrastra Amy desde que los vio besarse una noche nevada que le evocó su romántico beso primerizo bajo el polvo de azúcar de una pastelería. Amy se siente traicionada porque al iniciar su relación le habló a Nick de que no toleraba el habitual mentir de los hombres (en especial en lo referente a affaires) y este le aseguró que jamás le mentiría.

Una herida que despierta la maldad que Amy encarna.

 

De la maldad femenina

Porque si Nick miente y esconde, mucho más oculta ella —y más tenebroso— sobre su cruel obrar en sus anteriores relaciones. Lo sabrá él cuando conozca a un hombre que a punto estuvo de ser encarcelado por su falsa acusación de maltrato y violación, un hombre que desde entonces es repudiado por las mujeres por esa etiqueta con la que ella le cargó.

Y Nick lo irá experimentando en carne propia al comprobar que su desaparición forma parte de un elaboradísimo plan que Amy ha urdido como venganza para hundirlo. Porque Amy está bien viva y sigue lo que todos siguen por los medios adaptando sus acciones a lo que ocurre día a día en un juego del que se sabe vencedora a priori.

La vemos camuflada en una cabaña con un calendario de pared en el que tiene numerosos pósit con las alternativas del juego por ella diseñado, con las variadas estrategias de jaque mate al rey que tanto ansía culminar. En esa imagen queda claro que Amy tiene una mente brillante, sólo así se entiende esa capacidad de adaptación a las múltiples variables y el desarrollo simultáneo de planes viables para cada combinación.

Un multi plan cargado de pruebas incriminatorias que aparecen en función del desarrollo del juego: el falso diario, las maliciosas confesiones a una vecina, los problemas económicos creados en secreto, la póliza de seguro modificada, la argucia de recoger orina de otra mujer embarazada para obtener un certificado médico o la de expandir su sangre y mal limpiarla en la cocina del hogar.

Y no obstante Amy acaba regresando a casa tras quedarse sin dinero al ser robada por una vecina de cabaña que no «se tragó» su farsa. Regresa reconstruyendo su venganza. Y lo hace apoyándose en su anterior víctima (el falso maltratador de mujeres) a quien acuchilla en una nueva brillante interpretación en la cual la asesina se presenta como víctima ante la policía y las masas, una víctima obligada a «matar en defensa propia».

En una de las mejores escenas de la película la vemos en un acto sexual con ese hombre abducido, ella en ferocidad salvaje y él temeroso dejándose llevar. En la cama lo asesina con un cúter que rebana su cuello, lo hace con suma violencia y dejando clara su dominación cual felina que abate a su presa. Brutal.

Y el final feliz de puertas a fuera que sabremos es un nuevo episodio de dominación de la malvada de puertas adentro. Ella que se deja caer en camisón ensangrentado a brazos de un sorprendido Nick ante el aluvión de periodistas, él la sostiene mientras musita su desprecio, un musitar que es la voz baja de quien se reconoce preso y presa.

Fincher nos muestra ya en la intimidad del «hogar» cómo Nick la acusa de asesinato y ella responde un significativo: «Soy una guerrera, luché para volver a ti» que es una nueva vuelta de tuerca en su obrar manipulador que pretende sustentar en las falsas palabras pronunciadas por Nick en una entrevista televisiva de resarcimiento.

Y ante sus reparos, Amy le habla de lo que supondría para la opinión pública que la abandonara, «te harán pedazos» le suelta consciente de su poder.

Una dominación total que aumenta día a día y que tiene como colofón el anuncio de Amy a Nick conforme esperan un hijo por inseminación gracias a la muestra que en su día decidieron guardar en un banco de semen y que ella no eliminó pese a haberlo acordado juntos.

Nick ya no puede con tanta humillación y asegura que se va aunque todos le odien, ella vengativa hasta la médula le promete que su hijo será el que más lo odiará. El hombre entra en cólera y sujetándola por la cara (la máscara, el personaje) la tilda de bruja —en el sentido peyorativo de la palabra— en una escena que es tensión sexual.

Amy se reafirma como tal: «soy la bruja con quién te casaste. Sólo te agradaste a ti mismo cuando intentabas ser alguien que podría agradarle a esta bruja. No me rindo, soy esa clase de bruja», y asegura haber matado por él añadiendo con malsano orgullo que nadie más lo haría.

En la escena final vemos a Amy satisfecha en inquietante mirada mientras él en un simbólico fuera de cámara le acaricia su pelo formulando preguntas que evidencian la toxicidad de su relación: «¿Qué nos hemos hecho?, ¿qué nos vamos a hacer?».

 

Flynn y las diosas perdidas

Pocas obras exploran la maldad femenina. Flynn sabe hacerlo muy bien, lo demostró en su primer thriller —publicado en 2006— Heridas abiertas (Sharp Objects) en el que retrataba a una madre perversa, la novela fue excelentemente adaptada para la televisión en formato de mini serie.

Los suyos son retratos de mujeres dominantes y malas con rasgos psicóticos que reflejan que también hay féminas así en este mundo desequilibrado en el que transitamos. Mujeres que a menudo emplean elaboradas argucias y estrategias de manipulación que suelen superar a las de sus homónimos masculinos.

Pero más allá de estos casos excepcionales, ambas obras —entiendo— invitan a reflexionar sobre las mujeres dominantes y su influencia en nuestro mundo. Esas mujeres que son vistas con miedo por sus parejas —heterosexual u homosexual— o hijos quienes temen sus reacciones a menudo explosivas como quien rehúye a las erupciones volcánicas.

Mujeres potentes que se sienten como diosas —al igual que tantos hombres— y en la exclamación que exigen a los sometidos —su forzado ¡oh diosa!— estos las sienten interiormente como odiosas por su actitud despreciable. Mujeres diosas, mujeres odiosas, mujeres en el fondo perdidas.

En este sentido el título de la obra nos aporta luz, si bien podría traducirse como Desaparecida la elección del vocablo Perdida enfatiza la doble lectura del modo de ser de Amy: una mujer perdida falsamente —la máscara— a la que buscan y una mujer totalmente perdida —la real— que no se busca ni parece interesada en buscarse, menos aún si mantiene atado a su víctima propiciatoria de por vida como apunta la obra.

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Perdida (2014).