[Ensayo] «Petite maman»: Abrazar las raíces maternas

Después del resonante éxito obtenido con su aplaudido filme «Retrato de una mujer en llamas», la realizadora francesa Céline Sciamma regresa a la cartelera europea con este drama de infancia protagonizado por las actrices Nina Meurisse y Margot Abascal.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 26.10.2021

“Soy tu niña, vengo de ese camino detrás de ti”.
Nelly a Marion

Tras su monumental Retrato de una mujer en llamas, la realizadora gala nos ofrece otra joya audiovisual que la confirma como una de las mejores miradas cinematográficas de nuestro tiempo.

En una reveladora entrevista concedida al medio barcelonés El Periódico nos explica con detalle el contexto y el trasfondo de esta película entorno a las relaciones materno y filiares.

Asegura que habitualmente en el cine el tema se aborda centrándose en el conflicto generacional, y que en cambio ella con Petite maman ha: “querido reivindicar la importancia de la transmisión, no solo a nivel familiar”.

Con este fin crea una muy sensible y original película que plasma con sublime belleza lo que vivencia la pequeña Nelly al visitar la casa de campo en la que vivió su madre siendo niña, la visita con sus padres tras la muerte de la abuela en una residencia geriátrica.

Sciamma nos explica que el guion lo escribió en tiempos de pandemia, un texto que alumbró en su empatizar con tantos niños que perdieron o tuvieron miedo de perder a sus abuelos a causa del devastador virus.

La película ahonda en los lazos afectivos entre esas tres mujeres que encarnan tres generaciones interconectadas. Nelly —muy vivaz a pesar de tener tan solo ocho años— es la que quiere saber y conocer las raíces familiares de las que proviene para entender mejor la infelicidad de su madre.

Y lo logrará gracias a un emotivo viaje en el tiempo que le llevará al pasado materno. Sciamma nos deja claro que lo consigue por el poder de su imaginación de niña, en sus palabras: “Las mejores máquinas del tiempo son nuestras mentes, a través de la memoria y de la imaginación”.

El viaje, como la película en sí, se desarrolla con bellísima sencillez y utilizando con maestría pequeños detalles —nada de aparatosos artificios ni efectos especiales— que sutilmente crean un ambiente mágico y que paradójicamente resulta muy creíble. Especialmente creíble para aquellos que nos sentimos niños más allá de nuestra edad y más allá incluso de la opinión de su directora.

En este sentido, ella cuestiona la idea —que algunos defienden— de que al llegar a la adultez nuestro niño interior muere, preguntándose si acaso no nos convertimos todos en niños cuando entramos en una sala de cine.

Sciamma sostiene que para un niño el cine puede ser de ayuda en su maduración mientras que para un adulto el proceso puede ser inverso. Y concluye su sabio planteamiento afirmando que su película pretende ser un: “tratamiento de rejuvenecimiento”.

En todo caso —como ya ocurriera en Tomboy, otro de sus excelentes filmes— la historia relatada reivindica la voz de los niños que tan a menudo es ninguneada por los adultos: “Deberíamos escucharlos mucho más. Si lo hiciéramos, nos podrían guiar”. Sin duda, los niños nos enseñan mucho, son “sabios bajitos” que requieren que nos agachemos.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene necesariamente spoilers.

 

En el otoño

Nelly descubre a una niña de su misma edad en el bosque —bellamente vestido de otoño— vecino a esa vivienda de sus raíces femeninas. Pronto advierte que se trata de su madre Marion quien está construyendo una cabaña en un árbol tal y como ella misma le explicó al evocar su solitaria infancia. Esa cabaña como hogar de juego para dos niñas que son hijas únicas.

Vemos como Nelly transita en el tiempo caminando por un sendero que marca un simbólico árbol semi caído que deja a la vista sus poderosas raíces. Y cómo tras explicarle a su madre niña quien es en realidad con un simple “soy tu niña”, le muestra ese camino con una evocación nuevamente simbólica: “vengo de ese camino detrás de ti”.

Ese simbolismo sencillo y sutil está presente en toda la película: el tic tac de un reloj en su inicio antes de mostrar las primeras imágenes del geriátrico de la espera a la muerte, las sombras del miedo nocturno de Marion niña, los reflejos de luz rojiza en las paredes vacías de la vivienda en el presente.

Y en esas imágenes como denominador común la decadencia otoñal que más allá del bosque del juego mágico está en el interior de la vivienda de feminidad familiar: la luz menguante, la luz de la introspección, la luz del fuego del hogar asociado al recogimiento, la luz del recuerdo a los muertos con su ambivalente sentir que nos atrae a pesar del miedo…

El otoño con esa luz mágica y especial, el otoño con sus bellas tonalidades tostadas, amarillentas y rojizas. Y el rojo quizás como el color más destacable por su fuerza y por su calidez en ese tiempo que anticipa el crudo invierno de dominio azulado.

 

«Petite maman» (2021)

 

Interior azul

Ese rojo fuego que ilumina es el que viste externamente Nelly (la que busca y quiere saber) y contrasta con el azul dominante en Marion (la madre niña que es objeto de su investigación). De nuevo la simbología sutil, el exquisito gusto por los pequeños detalles que caracterizan esta joya cinematográfica.

Sciamma nos muestra cómo esa indagación se lleva a cabo en gran parte a través de un juego detectivesco al más puro estilo Agatha Christie en el que Nelly asume el papel de inspector que interroga a su amiga madre para conocerla mejor.

Y asimismo en el azul de la profundidad oscura asociada a las aguas de los tiempos que preside el baño en la cual ambas comparten intimidad y matiza a la habitación materna durante la última noche que comparten juntas.

Nelly siente la soledad materna que ella misma experimenta y descubre su miedo a una delicada operación de huesos. Marion niña teme no regresar del hospital y su hija teme que no regrese —que no supere su tristeza azul— en su presente. Es bello cómo Marion niña comprende ese temor y libera a Nelly de todo sentimiento de culpa por su tristeza futura.

Y bella es la escena en la que Sciamma nos conmueve al mostrarnos un azul interior que evoca al misterio de la muerte y el tiempo.

Vemos como las dos navegan por un lago del bosque en una balsa cuyo significativo nombre es Explorer.

La exquisitez visual se ensalza con un emocionante crescendo coral que habla más que las palabras, y arriban a una simbólica construcción piramidal escalonada y penetran en su interior azul que ambas contemplan en respetuoso silencio.

Sublime.

 

Un adiós de superación emocional

A Nelly le duele el no haber podido despedirse de su abuela, pero gracias a esta experiencia temporal se despide de ella en una edad que le era antes desconocida, conoce a la abuela mucho más joven.

Y simultáneamente su madre niña conoce al hombre con quien formará familia, el padre de la siguiente fémina de la saga. Lo conoce porque Marion sigue ese camino a su espalda que le indica su amiga hija y viaja inversamente al tiempo de Nelly.

Un apunte más sobre la simbología de la obra: en el primer viaje temporal tras el encuentro llueve (el elemento agua) y tras el último que concluye con el adiós consciente de Nelly a su abuela y a la madre niña amiga se desencadena un fuerte viento (el elemento aire).

Puede interpretarse el agua del inicio como el empaparse de los sentimientos de sus soledades compartidas y el aire final como la comprensión mental de esos sentimientos.

Con esa mayor comprensión Nelly regresa al hogar en tiempo propio y allí la espera la madre adulta quien le pide perdón por dejarla allí con el padre para vaciar la casa en su incapacidad de anexar sus sentimientos, perdón que ella transforma en esa comprensión adquirida con un bello: “no te disculpes, estuvo bien”.

Y ambas que observan la vivienda familiar ya vacía coincidiendo en que “se siente raro”, ese sentir compartido evoca su creciente complicidad, una conexión más allá del espacio tiempo que Nelly sella al llamar a la madre por su nombre. Como respuesta la sonrisa de Marion —la esperanza de superar su tristeza— y las dos que se funden en un abrazo integrador.

Se entiende que tras ver la película un amigo de Sciamma —como explica satisfecha ella— se visualice a sí mismo niño con su padre también infante y gracias a ese ejercicio mental logre dejar de estar enfadado con él.

Y es que Petite maman puede ser terapéutica rejuveneciéndonos al despertar nuestro niño interior y ayudándonos en ese despertar a superar las barreras paterno y filiares que tengamos pendientes.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Petite maman (2021).