La autora brasileña pero de raíces ucranianas, publicó en 1974 un volumen de cuentos donde se enfoca de manera implacable la naturaleza de los vínculos de compañerismo, su evolución afectiva y la soledad constitutiva del ser humano.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 29.4.2025
Clarice Lispector (1920 – 1977) fue una escritora brasileña de origen ucraniano que revolucionó las letras en portugués con una original concepción narrativa en sus cuentos y novelas.
Nacida en la región de la Podolia dentro del antiguo Imperio Ruso, en el seno de una familia judía, hubo de emigrar a América a causa de los pogroms persecutorios contra los habitantes de origen semítico.
Su vida estuvo regida por diversos acontecimientos trágicos. A sus cuatro años de edad, murió la madre de sífilis contraída como consecuencia de una violación perpetrada por unos soldados eslavos.
Luego, en sus años adultos, fue presa de un incendio que afectó a una buena parte de su cuerpo y le dejó incapacitada la mano derecha. Y, finalmente, falleció de un proceso oncológico maligno de ovarios, una estirpe celular de las más difíciles de tratar.
Comenzó su trayectoria artística utilizando el stream of consciousness o «monólogo interior» en su primera novela, lo que le valió la comparación con James Joyce y Virginia Wolf, para ir depurando su estilo sencillo y elidido hacia una imprescindible desnudez.
«Digo lo que tengo que decir sin literatura», cita la autora uruguaya Cristina Peri Rossi, traductora y prologuista de su acopio de cuentos Onde estivestes de noite (1974), vertido al español y publicado en Barcelona por Grijalbo Mondadori en 1988 con el título de Silencio.
Un fondo de ansioso desespero
Escribir sin adornos y lograr expresividad y poesía es una hazaña que han conseguido pocos prosistas en el siglo XX, quizá los novelistas noir norteamericanos como Dashiell Hammett.
Con todo, en el ámbito hispano, existe la evolución ejemplar de un Borges, que, partiendo de un tipo de redacción más ornamentada, influida, con mucha probabilidad, por sus orígenes ultraístas y el magisterio de su amigo Cansinos Assens, fue derivando hacia una justeza expresiva admirable hasta desembocar en el equilibrio clásico de los prólogos de su biblioteca personal.
El mismo Borges habla de la vanidad que supone el modelo barroco que, en cualquier caso, solo pueden permitirse los grandes estilistas como Alejo Carpentier, Lezama Lima, Roberto Bolaño, Valle-Inclán, Francisco Quevedo y algunos otros sin morir en el intento.
En el volumen Silencio, sobresale una brevísima narración rotulada «Desvanecimiento» donde se enfoca de forma implacable la naturaleza de la amistad, su evolución y la soledad constitutiva del ser humano.
Relatada con quirúrgica y melancólica ironía, presenta la necesidad de la amistad como un fondo de ansioso desespero: «Hacía tanto tiempo que los dos necesitábamos de un amigo que no había nada que no confiásemos el uno al otro».
Con el tiempo, la exaltación por el descubrimiento de un alma gemela con quien compartir gustos, aficiones, pareceres y confidencias va dando paso a una opaca costumbre, a una tediosa rutina.
Ambos amigos hacen un esfuerzo por sacar a flote su relación: hacen planes, organizan fiestas, idealizan la superior entidad del compañerismo.
Y, sin embargo, el aburrimiento infiltra poco a poco los más nobles propósitos, los sentimientos más puros. Dice el narrador: «Queríamos salvarnos el uno al otro. La amistad es materia de salvación».
No obstante: «Mi sincera pobreza se revelaba lentamente. También él, yo lo sabía, llegaba al límite de sí mismo». Y de este modo: «Pero, al fin, ¿qué queríamos? Nada. Estábamos fatigados, desilusionados».
Para acabar en la despedida de un aeropuerto: «Sabíamos que no nos íbamos a ver más […] Sabíamos más: que no queríamos volver a vernos. Y sabíamos también que éramos amigos. Amigos sinceros».
Terrible visión de la mistad. La constatación de que dos unidades, por mucho que se aproximen entre sí, jamás formarán un ente común. Es el precio de la individualidad, el destino lineal y el mundo interior incomunicable.
Esta idea dio pie a un poema de mi libro Sin interpretación posible que contiene y cierra el artículo:
AMISTAD
Hay un tiempo
En que los amigos
Oyen crujir
El vidrio
Entre ellos.
Y la extrañeza
Aparece
Con sombras de frío.
Es inútil prolongar
El ocaso cuando
Una estrella inclinada
Solo puede añadir
Un desdén arbitrario.
Como añadiría Herman Melville al concluir su misteriosa narración Bartleby: ¡Oh, humanidad!
***
Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.

«Silencio», de Clarice Lispector (Grijalbo, 1988)

Luis Miguel Iruela
Imagen destacada: Clarice Lispector en 1964.