[Ensayo] «Úlceras del tiempo»: El color chillón de la sociedad chilena

Los relatos del escritor y periodista nacional Daniel Pizarro se valen de voces narrativas que destacan rasgos distintivos a fin de retratar los vínculos entre los habitantes de este país, y de imágenes, y de construcciones lingüísticas, que dan cuenta del tiempo y de un proyecto estético en particular, de acuerdo al lugar donde se llevan a cabo esas interacciones.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 4.12.2023

Los relatos que componen Úlceras del tiempo (Ril Editores, 2023) constituyen el primer volumen de una serie que se escribe bajo el título «Odisea de la especie», y que será de gran interés seguir, pues ya en esta primera entrega podemos ver el trabajo crítico que Daniel Pizarro Hermann (Santiago, 1971) pone en marcha con su representación de nuestra sociedad.

La sociedad chilena que se radiografía en esta colección se vale de voces narrativas que destacan rasgos distintivos para retratarla; de imágenes, construcciones lingüísticas que dan cuenta de un tiempo particular, con fechas marcadas por números, hitos y traumas históricos (como el que vemos emerger entre los despojos radioactivos de la dictadura), que hacen florecer el color chillón del mercado con sus obscenas ofertas y el consecuente ciclo depredador de las especies en ávida búsqueda de satisfacciones, placeres, banal alienación y acceso a bienes.

Estos van desde el deseo de una idealizada educación hasta el polietileno en diversas formas, como aquella que se despliega en «El mundo según Mindcraft», uno de los relatos que denuncia la disociación de los cuerpos dóciles ante una avasalladora modernidad llena de falsas promesas de ascenso.

Así, en este relato tenemos a Vicente, a quien le resulta indiferente que frente a su ventana «se extienda un parque o una autopista», ya que Vicente: «habita en la naturaleza, su propia naturaleza… su mundo es el videojuego Mindcraft, un espacio virtual infinito».

Pero también tenemos el tiempo como una dimensión que trasciende lo histórico, ese tiempo indiferente a los predicamentos humanos, incluso naturales, y que deja su huella en los habitantes pasajeros de esta tierra; huellas que son úlceras.

En «La cuestión de la silla» vemos la adicción, el fútbol, el embrutecimiento en el que habitan sus personajes. «Era una adicción y yo un drogadicto, alguien que por debilidad había enterrado desde pequeño sus raíces en torno de aquellas prácticas…».

La voz narrativa describe a Marcelo como un hombre que necesita lucirse, pero muchos se burlan de él por su onda chamánica, lo desprecian, las mujeres lo encuentran «lanzado y viscoso». Mientras que el dudoso chamán, el amoral y promiscuo Marcelo (quien tiene un hijo con una enfermedad mental) busca fama, éxito, y encarna la disipación con su recurrencia a distintas prostitutas, el protagonista en primera persona pulula en un limbo apático: «Me acomodaba este limbo gris con fecha de vencimiento».

El vínculo entre ambos hombres es esta desidia que no consigue ser disfrazada: Detrás de su fachada esotérica yace el deseo profundo de Marcelo: «Su modelo soñado de hacer negocios era estar tendido en la cama con un notebook sobre las piernas viendo cómo caían en cascada los ingresos en sus cuentas bancarias». Estas aparentemente contradictorias posturas se explican porque sus experiencias con plantas alucinógenas en la riviera Maya lo han dejado «colgado».

Así, lo espiritual es burla, mera pose espuria. La voz narrativa confronta, en un giro textual, a su creación: «Había leído de principio a fin mi texto, el texto que lo retrataba», provocando un colapso de certezas. Aquí hay un juego de dobles, un caso de folie à deux, que permite acceder a una dimensión nueva cuando Marcelo lee sobre sí mismo, por mano de la voz narrativa quien, se sugiere, hereda a este hijo expoliado de la Matrix.

 

Un portal tanto de esperanza como de falsedades

«El triángulo de las bermudas» es otra narración que explora la paternidad, refractada hacia un mundo mineral, pedregoso.

El padre de Miguel, Luciano, veterinario y ferviente derechista, vive agobiado por su realidad y su placer máximo es estar acostado fumando y viendo películas en el cable. La madre es Rita, por la que la voz narrativa manifiesta interés. Sale en su asistencia, no tanto por compasión, sino que para mantener el estándar de barrio y, así, perpetuar la compañía de sus propios hijos con el niño vecino.

¿Altruismo u oportunismo? Rita es evangélica y víctima de la privatización… El juego con las piedras sugiere que el ancla que fija a estos seres en el sistema no es tanto salvación, sino petrificación.

En «Odisea de la especie» sale a relucir Freddy, personaje que arrienda una oficina, la tercera en un año. El narrador comenta: «Todos los que se van y los que vienen sueñan con ser artistas o trabajar en algo relacionado con el arte, y todos tienen empleos de subsistencia, y a los que les va mejor es porque engancharon… algún encargo para una empresa grande…».

Este cuento devela, a través de Freddy, la precaria realidad de los artistas; su dependencia de recursos que provienen de mecenazgos que se repudian; de pactos patéticamente burgueses como el matrimonio que amerita el registro que, irónicamente, es adjudicado al pauperizado artista («Se dice fotógrafo pero jamás ha trabajado haciendo fotos, a no ser cuando a Freddy le piden un registro para los matrimonios…»).

Lo terrible de estos personajes es su situación de contradicción, pues tienen conciencia de que el lujo final, la libertad más ansiada, solo se puede vislumbrar con una transacción degradante, prostitutiva, que debe enfrentarse con cinismo («Con el escepticismo que nos posee como religión…») para evitar la absoluta decadencia depresiva.

Así, Freddy debe recurrir al amparo materno, aunque la madre sufre un avanzado alzheimer. Un símbolo omnipresente de este escepticismo abúlico es el que encarna la aplicación de Tinder, una carnicería virtual, verdadera vitrina de cuerpos manipulados que se enviste como un portal tanto de esperanza como de falsedades.

«La prueba ácida» también pone en su mira la sociedad en su representación más formal. Aquí tenemos a Isabel, quien manifiesta su interés en casarse por la iglesia, aunque ya lleva diez años de matrimonio civil, así como tres hijos. El cuerpo de Isabel es disputado tanto por el mercado y su batería de productos con ofertas cosmetológicas y cirugías estéticas, como por los hombres que la rodean.

Aunque emancipada hace mucho tiempo, está lejos de haber superado el dominio paterno («Su padre vigilaba de cerca sus necesidades»). Es este tipo de padres que compensan la inferioridad del marido, explica. El casamiento, la institución eclesiástica con todo su bombo anacrónico, es un pacto que amerita una orgía de consumismo que parte con el cuerpo mismo de la novia, visto como una forma del control paterno. Sabeos que, aunque la madre de Isabel leía mucho: «a su padre jamás le preocupó si su hija pasaba los días en ayuno cultural».

El decorado de este espejismo nos remite a la década de los 80, vista a través de su música popular, un residuo que no carga el trauma histórico. Las canciones y los comerciales televisivos: «despiertan una nostalgia difusa, así como nulos recuerdos de una vida bajo dictadura». De este modo, la dictadura ha sido exitosísima en la dominación de los cuerpos, pues ha podido cegar y reprimir el trauma con banalidad tras banalidad.

Algo semejante ocurre en «La Caty, con C», donde se menciona la casa de Lo Curro. La ignorancia histórica es tal, que uno de los personajes pregunta quién es Pinochet. Esta ferocidad llega a un límite en «Todo lo sólido se desvanece en el aire», que ofrece un resumen de esta alienación: «en un país y en una época en que la vida espiritual y cultural, aun después de una dictadura feroz, quedó más o menos reducida al miedo y a la tranca y por supuesto al embrutecimiento, al consumismo y a la televisión, y los puntos más altos de la cultura se manifestaron en el malabarismo callejero, las batucadas y rutinas circenses con aspiraciones teatrales».

 

Productos en forma de relaciones humanas sin fin

Un esquema recurrente en el volumen son las relaciones de pareja heterosexuales forzadas; roles adjudicados a priori y aceptados sin actitud crítica.

Los consecuentes ritos, cumpleaños, matrimonios, despedidas de soltero, fiestas que se ofrecen como pasarelas del mercado de parejas, también se aceptan sin cuestionamiento y con resignación, y demuestran lo exitoso que ha sido el proyecto de adoctrinamiento fascistoide implantado por una prolongada represión y un sistemático bombardeo de promesas capitalistas para estos «Jaguares de Latinoamérica» que habitan un soñado «oasis».

Así, el estar de los personajes es siempre conflictivo, porque no consiguen salir a flote, desde el momento en que las escapatorias son puertas que conducen a más trampas. En realidad, la solución es pura ilusión; es creer que se tiene libertad porque se puede acceder a un placer, semejante a la emancipación de un supremacista blanco que analoga esa virtud social a la compra de armas.

Pocos logran sacar la cabeza fuera del agua contaminada quizá irreversiblemente por un pasado dictatorial que sigue presente, aún cuando los cuerpos no lo perciban conscientemente. Así, en general, no hay una objeción de estas normas, sino que el mecanismo es tratar de bypasearlas de la manera más pragmática posible, acusando la renuencia a romper con estos vínculos estereotipados, pues se sabe que estos pactos favorecen al hombre, como vemos en «Dino Bodoni»: «Quiero llegar a mi casa y que me atiendan. La mujer atiende al hombre, el hombre mantiene la casa».

Él: «asa corderos, piernas de cerdo, cortes de vacuno, prietas y longanizas». En el decorado prosperan las separaciones, los adulterios, amantes y el consumo de prostitutas. «Dino Bodoni» es una de las muestras en las que la voz narrativa omnisciente revela un tono borgeano, un discurso en una destacable tercera persona.

Pero el mercado que ofrece productos en forma de relaciones humanas sin fin, no puede sino pasar su cuenta en las voces más sensibles que se cruzan en los relatos. Esta crisis de identidad es palpable en el cuento que da título al volumen, «Úlceras del tiempo».

En un arrebato existencial, la voz narrativa nos comparte: «Cada tanto me pregunto si soy lo que soy porque fui lo que era o si más bien soy lo que soy porque he dejado de ser lo que era…». Aquí, en una íntima primera persona, se dibuja la figura del padre, un profesor quien, sin resquemor alguno, ofrece mejores notas a una alumna a cambio de sexo. El padre incluso le llega a ofrecer a su propia amante al hijo: «siempre y cuando estuviese disponible para él durante sus viajes».

Mucho hay que decir del rol del profesor en nuestra sociedad, una figura en decadencia, degradada salarialmente y jerárquicamente. Puede haber muchas promesas en el mercado y en las proyecciones políticas que pretenden mejorar nuestra sociedad, pero, tristemente, vemos que el tiempo pasa y no hace más que erosionar a los cuerpos de los que dispone: «el tiempo es una comida que se digiere mal, causa halitosis, acidez, esofagitis, provoca úlceras, en sus pliegues se van alojando restos de comida, por no decir todos los muertos y olvidados del camino».

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y Succión, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Úlceras del tiempo», de Daniel Pizarro (Ril Editores, 2023)

 

 

 

«Úlceras del tiempo» se presentará el próximo 11 de diciembre en la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), a las 19:00 horas

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Daniel Pizarro.