[Entrevista] Cristina Larraín Heiremans: «Esta novela es más difícil de vivir que de leer»

En su reciente libro «Bitácora del desamparo» la autora nacional captura desde el «yo», y en la forma de una ficción en verso, las vivencias de una madre ineludiblemente condicionada —durante intensas décadas temporales— a causa de las oscilaciones y espejismos mentales de su enfermo hijo José.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 24.1.2023

Bitácora del desamparo (Editorial Cuarto Propio, 2022) es un impactante y desgarrador relato con base testimonial surgido desde la voz materna, quien debe lidiar con el avasallador diagnóstico psiquiátrico que ha recibido su hijo (José), y que decanta en una dura crítica a los métodos, diagnósticos, tratamientos y prejuicios que acompañan y reducen a las personas que sufren de una condición mental.

Como indica el psiquiatra Andrés Donoso en su prólogo a esta novela en verso, ciertas etiquetas, como la de la esquizofrenia, cumplen, muchas veces «la función de insulto». Así, Donoso introduce el libro desde su perspectiva de doctor del protagonista de Bitácora, y resalta la necesidad de compañía que requieren los pacientes afectados por condiciones psiquiátricas.

En el caso de José, y como vemos a lo largo del texto, él hace contacto con varias personas que lo acompañan, como cuidadores y también profesores. Así, José se ve incluso como una persona privilegiada, pues el sustento familiar le permite desarrollar sus intereses, como ocurre con el cine. Es un profesor el contratado para que él se concentre en la escritura de guiones, por ejemplo.

Pero Donoso subraya la precariedad del sistema: «tampoco la educación está cubierta por ningún sistema de protección social». La misma autora lo dice de este modo, al inicio del texto, donde arroja una directa denuncia al sistema de salud: «has nacido en un país donde la salud mental no se considera y los gastos dedicados a ella no son ni serán reembolsados jamás en forma digna».

En su blurb, Ana María del Río describe el texto como una novela: «una invitación a viajar por esa geografía profunda, de itinerario incógnito». Es: «un recorrido caminado en soledad, que se conecta en forma mágica con nuestros propios derroteros individuales y los convierte en una senda universal».

Así, este recorrido es sin duda solitario, como ocurre con toda experiencia existencial significativa, y así, la voz narrativa enfrenta su durísima tarea, un camino en el que encuentra apoyos, desilusiones, iluminaciones. Casi al final del texto, leemos: «Me abrazo a mis quillayes / Les pido fuerza».

 

Una relación madre e hijo, afectada

—En Bitácora recurres a la idea de creación de realidad a través de los nombres y de las categorías. Desde un inicio se insiste en esta noción: «Ya no era un hijo. Ni un niño. Ni un ser». Luego: «Ahora era una patología». También hay una extenuante posta protagonizada por médicos-psiquiatras y profesionales de la salud, que quedan bastante mal parados como referencias y que resultan definitivamente degradados como seres humanos. ¿Cómo elaboraste los roles que se adjudican a los diagnósticos?

—Los diagnósticos de nombres y tipologías de enfermedades los recibe el personaje de la narradora y testigo, quien lleva un registro de días, meses y años, y va dando cuenta de los roles que van cambiando según médicos y momentos del trastorno psiquiátrico que vive su hijo y cómo esto afecta su completa existencia.

Es una narradora para la cual decidí trabajar con el estilo indirecto libre pues me otorgaba la posibilidad de dar cuenta de cómo la ‘patología’ afectaba a todo un núcleo familiar, especialmente la relación madre e hijo.

La extenuante posta de profesionales es el paisaje exacto de lo que vive cualquiera que esté cerca del narrador testigo, destacando que si bien es una experiencia, no pretende que tenga la validez de un reportaje de la salud mental en Chile, aunque se acerque a una realidad.

Se intenta problematizar desde esa verdad que no es solo la del narrador testigo sino la de muchos y de otras.

 

El ritmo dramático de la soledad extrema

—¿Cómo decidiste la estructura de tu novela? A nivel formal me llamó la atención el uso de verso como estrategia. ¿Se mezclan aquí registros poéticos, testimoniales y, quizás, autoficcionales?

—Es un texto en prosa, una narración que podría denominarse ‘autosociobiográfica’, con un personaje al que le ocurren cosas y hace ocurrir otras, en un ambiente contemporáneo.

La estructura de la novela está dada por el ritmo dramático en el que la extrema soledad, causada por un diagnóstico tan drástico y confuso causa la forma, que es la frase cortada, vacilante, a través de la cual el narrador expresa gráficamente el no tener a quién ni a dónde recurrir.

Tal como dices hay aspectos poéticos y en parte es real, pero todo eso no convierte al texto en un poema ni a las frases en versos.

 

Una sinceridad al desnudo

—Emocionalmente Bitácora es muy difícil de leer. El sufrimiento es transversal («cansada del cansancio de los otros», leemos en un momento). Aquí hay sentimiento de culpa, acompañado de la pena por esta tragedia prolongada que produce un desgaste en todas las relaciones. «Será que las tragedias / Tienen fecha de vencimiento», escribes al final del capítulo 13. Más adelante, leemos: «Elijo la soledad despiadada / La que endurece el corazón». Y hacia el final del capítulo 20 se vuelve a acusar este agotamiento: «Estuvieron… Pero dejaron de estar». Retratas los mecanismos de defensa que surgen ante una realidad tan debilitante como la de ayudar a alguien con una enfermedad grave. Casi al final de la novela, la voz apela a la naturaleza como recurso precioso: «Me abrazo a mis quillayes / Les pido fuerza». Hay también atisbos de cinismo en este aislamiento. ¿Cómo lidiar con esta dimensión?

—Esta novela es más difícil de vivir que de leer, te lo aseguro, y, al revés, creo que resulta fácil de leer, precisamente por el corte que produce el sentimiento dramático que acompaña todo el texto.

Hay una extrema honradez de un personaje que no se cuenta cuentos ni se traga falsos consuelos en el desértico destino que le ha sido puesto delante. No veo cinismo; más bien extrema sinceridad.

La naturaleza, por su parte, aparece como un bastión de fuerza. Un oasis en el que las cosas no son torcidas ni por la burocracia, ni por la indiferencia, ni por el egoísmo.

Son hechos inesperados, como una inundación, un cataclismo, que sobrevienen porque debían sobrevenir, no porque alguien dejó de hacer algo o hizo algo equivocado o se desligó de su responsabilidad. Es una fuerza, un refugio. Algo que no puede torcerse, ni malinterpretarse.

 

«Esta catarata de dolor»

—En el capítulo 32 se comparte una emoción rara vez reconocida: la aversión al hijo propio. «Ese que va allá es mi hijo… No sé quién es / Podríamos ser enemigos». ¿Cómo fue tu proceso de edición de este libro? ¿Tuviste restricciones, pudores, para lograr expresar todo este dolor? Háblanos de las decisiones que tomaste para delimitar tu publicación.

—Hubo una duda inicial respecto a dejar salir o no esta catarata de dolor. Eso duró bastante tiempo.

Pero una vez que se tomó la decisión, había que inundar, había que ser totalizante, había que anegar al lector con un relato al hueso, a la médula.

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, y Subterfugio, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Bitácora del desamparo», de Cristina Larraín Heiremans (Editorial Cuarto Propio, 2022)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Cristina Larraín Heiremans.