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[Entrevista] Hugo E. Herrera: «Mario Góngora no representa a nadie, se extinguió para este mundo»

El abogado y académico porteño trae desde las penumbras del olvido las ideas —a la vez conservadoras y revolucionarias— debidas al incomprendido autor del «Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX», un intelectual que recién producido el quiebre institucional del 11 de septiembre de 1973, soñara con haber sido designado por Augusto Pinochet como rector de la principal universidad pública del país.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 13.6.2023

El último romántico, de Hugo Eduardo Herrera Arellano (Viña del Mar, 1974), nos sumerge en el inquietante y amplio imaginario filosófico de Mario Góngora del Campo (1915 – 1985), la producción de un historiador que, explica el autor del libro, muestra que el individuo y el Estado son irreductibles e inseparables:

«Tienen una relación de dependencia recíproca: de individuos bien educados, dispuestos colaborativamente, integrados al paisaje, dependerá el florecimiento del Estado y un Estado pujante es condición de instituciones que contribuyan positivamente al despliegue del pueblo», conjetura el profesor titular de la Universidad Diego Portales.

Herrera Arellano es licenciado en ciencias jurídicas y un abogado formado Universidad de Valparaíso, también es doctor en filosofía por la alemana Universidad de Wirzburg. Y desde siempre ha tenido como objeto de estudio en sus investigaciones multidisciplinarias la dimensión cultural de la derecha política chilena, especialmente de esas corrientes intelectuales que fueron eclipsadas, a su juicio, por el sincretismo neoliberal y conservador fecundado en el efectivo pragmatismo del «Chicago-Gremialismo» que, obra de Jaime Guzmán Errázuriz, ha prevalecido en la cartografía mental de ese sector, desde mediados de la década de 1970.

Prueba de ello, son las publicaciones que con anterioridad Herrera hiciera de los sugerentes monográficos La derecha en la crisis del bicentenario (2015), Crisis epocal y republicanismo popular (2021), y Pensadores peligrosos. La comprensión en Francisco Antonio Encina, Alberto Edwards y Mario Góngora (2021).

Ahora, con El último romántico. El pensamiento de Mario Góngora (Crítica, 2023) el profesor de teoría del derecho permite que nos acerquemos a una figura elusiva, tan inquietante como polémica, y con tintes sin duda visionarios: «Góngora advirtió la crisis de octubre de 2019 cuatro décadas antes», asegura Herrera.

«En 1981 (año de la primera edición del Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX)—prosigue el académico—, su autor planteó que la institucionalidad gubernamental ha sido decisiva en la conformación del elemento popular, gracias a la educación, la administración pública y las guerras. Que el desmantelamiento neoliberal del Estado, durante la dictadura sería correlativamente dañino para la nación», expresa el escritor viñamarino.

 

La realidad más concreta de Chile

—En el prólogo hablas del tiempo de escritura, una concepción enmarcada por referentes literarios (Kerouac, Hesse, la generación del 38). También hay guiños a una determinada estética cinemática (Brazil, Dune, Blade Runner). Destaca cierto intimismo en el prólogo. ¿Cómo enmarcaste tu investigación?

—Diría que la investigación me enmarcó a mí. Cuando empecé a leer a Góngora fui atraído por una manera de escribir y pensar que me resultó extraña. No puedo separar esos comienzos de los años de mi juventud universitaria y entonces del cine y la literatura, especialmente en lo que esperábamos o se esperaba, con ellas, del futuro.

Góngora está atado a ese pasado porque fue uno de los primeros autores con los que mi vida en esa época se amplió. Ocurrió un poco al contrario con la tecnología. Lo que se abría imaginativamente con el cine y los libros, como que se terminó encerrando en lo virtual. Las máquinas y estados de consciencia fantásticos que esperábamos nunca aparecieron.

Con Góngora fue al revés. Es de la misma época, pero el efecto fue el inverso. Su prosa es parca. Él comienza con análisis documentados de hechos, guarda el apego ceñido al dato. Sin embargo, expande también sus estudios a consideraciones de los más amplios alcances.

Puede detenerse por decenas de páginas en la estructura y evolución de la propiedad rural en el valle del río Puangue y proyectar la visión de un país en sus épocas de formación. Ir de los prosaicos comienzos de la República a la reflexión teórica, de alcances universales, sobre la naturaleza de lo nacional. En sus consideraciones más teóricas se nutre de la lectura de autores de primer orden, literatos, filósofos, antropólogos, teóricos de la historia.

Desde que comencé a leerlo me pasó que di con un autor que explicaba la realidad más concreta de Chile, mi propia realidad, con herramientas intelectuales y hermenéuticas de calado, logrando en cierta manera elevar la situación, mi propia situación, desplegándola, ampliándola, dándole profundidad.

Ahora que terminé este libro puedo darme cuenta, a propósito de su pregunta, de que fue así: la investigación, que en verdad he llevado por décadas, sobre Góngora, me abordó y me alteró, siendo uno de los factores que ampliaron decisivamente mi horizonte vital y cultural.

 

«Criticar a los militares no era baladí en los años previos a las protestas»

—Hacia el final de la introducción anuncias las nociones en las que te detendrás (pueblo, nación y Estado). «Asimismo, en su abordaje de la relación entre el individuo y la comunidad, incluida la comunidad política». Este se profundiza en el capítulo «Pensamiento político». Hacia el final de ese capítulo documentas los vaivenes de Góngora y el desconcierto que provocaron. ¿Hay aquí una noción de oportunismo?

—Depende del nivel en el que se considere el asunto. Góngora fue un joven que nació a la vida intelectual en la sección socialcristiana de la generación del 38. Simpatizó con Franco y Mussolini. Luego se hizo comunista. Durante los 40 abandonó el comunismo, dice, motivado por su lectura de Nietzsche.

Votó por Allende un par de veces. Pero se opuso a su gobierno, por la inclinación totalitaria que detectó en él. Apoyó el golpe del 11 de septiembre. También la Declaración de Principios de la junta, de 1974. Los entendió como reacciones más nacidas desde la situación concreta que a partir de ideaciones abstractas contra un esfuerzo por poner a Chile en la órbita de los socialismos reales. Sin embargo, unos pocos años más tarde, en 1981, le formula la crítica más profunda a la dictadura.

En ese nivel de cambios, más políticos, si se quiere, no es usualmente la conveniencia lo que mueve a Góngora. Tiende a ir más bien por las causas perdidas. La publicación de su Ensayo histórico, era una operación que implicaba riesgos.

Criticar a los militares espetándoles que estaban destruyendo la nación no era baladí en los años previos a las protestas. Góngora era consciente del peligro. De hecho, publicó el libro en una editorial de fachada —Ediciones La Ciudad—, para no hacer correr riesgo a la Universidad Católica de Valparaíso, donde fue impreso.

Luego, uno puede pesquisar un segundo nivel en la vida de Góngora. En una carta tardía dice que en el fondo él nunca dejó el catolicismo.

Hay una dimensión más honda y perenne, un Góngora más cercano al arquetipo, que cambia menos, que en cierta forma se mantiene anclado en la contemplación, que de la naturaleza pasa a la visión extática, religiosa, de una religiosidad cercana al romanticismo, a la intuición, de connotaciones panteístas, del todo, a la captación de ‘lo uno que en sí mismo se divide’.

En el nivel más hondo el movimiento de Góngora es entre esa contemplación, y la desazón, la desesperación, incluso, que llega a sentir con la época presente, ante el espectáculo de la era de la técnica y la banalidad. La tensión aumenta hasta un punto, sin embargo, en el que, hundido en la desesperación, logra, dice, jugando la partida más arriesgada, abrirse a un más allá de la desesperación, en la esperanza.

De alguna manera, la organización tecnológica de la vida es un subproducto, que se diluye en la contemplación más profunda, en la experiencia extática, en la captación del todo.

 

«Ni en el mecanicismo individualista de un Friedman, pero tampoco en el colectivismo de un Marx»

—»Crítica cultural» es un capítulo que ahonda en el lenguaje, la reglamentación y la alienación. Allí Góngora afirma: «una polarización entre lo comunitario… y lo individual». Ahí, él sostiene que: «ni un alma es medio para otra, ni para el total, como tampoco el todo es un medio para los individuos». Háblanos de esta interioridad tan particular del individuo.

Una característica del pensamiento romántico que Góngora recoge y que me parece altamente valiosa es el reconocimiento de una tensión polar entre la parte y el todo, que en política se expresa en la tensión polar entre el individuo y Estado.

En ella, ninguno es completamente reductible al otro, pero ninguno, tampoco, existe sin el otro.

Si el Estado no existe sin los individuos que lo conforman, tampoco existen individuos humanos sin Estado y comunidad. Sin Estado y comunidad el individuo no alcanzaría la consciencia, que depende del lenguaje, pues pensamos con palabras.

Y el lenguaje, como decía Aristóteles, es propio de la comunidad y la polis. Sólo ahí se lo aprende y alcanza el lenguaje niveles de diferenciación compatibles con un pensamiento desarrollado.

Individuo y Estado son, a la vez que dependientes el uno del otro, sin embargo, además, irreductibles el uno al otro. El Estado es una totalidad que no es simplemente la suma de individuos aislados que, en tanto que aislados, estén plenamente desplegados.

Ya hemos visto: sin Estado no hay individuo en sentido propio, pues el lenguaje con el cual piensa y las maneras de sentir dependen del Estado. A su vez, el individuo, sin embargo, es irreductible, por su parte al Estado.

El individuo es irreductible. Es una interioridad a la que nadie más tiene acceso directo, salvo el propio individuo respectivo. Cada uno sabe de sí mismo directamente, en primera persona. Sólo sabe así de sí mismo y ningún otro tiene ese acceso.

Para los demás yo soy, en cambio, un misterio. Soy una apariencia exterior tras la cual se oculta esa interioridad. Es verdad que también en mi interior y para mí mismo soy misterioso. Pero para el otro soy todavía más misterioso. Para el otro podría ser incluso nada más que una mera apariencia, un fantoma, una máquina sin interioridad. El otro no sabe simplemente de mi interioridad de modo directo.

En cambio, yo mismo sé directamente que soy y ese saber me es indudable. En el momento mismo en el que estoy sabiendo de mí no tiene sentido dudar de que soy. Ahora bien, al saber de mí —cada uno al saber respectivamente de sí mismo—, sé de mí mismo como alguien único.

Sé de mí como una interioridad que se sabe directamente, que es capaz de saberse y también de actuar. Vale decir, sé de mí como una interioridad consciente y además espontánea o activa.

De la admisión de ese carácter a la vez único, interior, consciente y espontáneo, emerge un clamor, un reclamo, una exigencia: ser tratado como sujeto interior y libre, no ser tratado como cosa, como objeto, como mero medio para otra cosa. El individuo no es cosa, el sujeto no es objeto, el ser humano es fin en sí mismo, no mero medio.

Volviendo a la polaridad inicial: para ser plenamente humanos y desarrollar una consciencia lúcida, requerimos de un lenguaje y, por tanto, de la comunidad y el Estado. Sin embargo, ese alguien que desarrolla su consciencia es desde siempre ya una interioridad única e irreductible al todo.

Ni en el mecanicismo individualista de un Friedman, pero tampoco en el colectivismo de un ser genérico, como en Marx, se logra dar cuenta del carácter a la vez comunitario e individual del ser humano en el que, con los románticos, repara Góngora.

 

«Una vida sujeta a los criterios de la dimensión virtual»

—En el capítulo «Pensamiento filosófico» te detienes en las escuelas que influyeron en su pensamiento. Hay una explicación de vivencia que resulta provocativa («Góngora llama ‘vivencia’ a la experiencia humana integral o no reducida»). A la luz de nuestra realidad digital, ¿cómo se lee esta idea de vivencia?

—Con la noción de vivencia como experiencia humana no reducida se busca develar y eventualmente desactivar las diversas operaciones de formalización, objetivación, procedimentalización, racionalización o funcionalización a las que son sometidas nuestras vidas en el mundo moderno y contemporáneo.

Así hace, por ejemplo, la ciencia moderna, que interroga a la naturaleza, pero no para captarla en su esplendor, incluida su belleza, por ejemplo, sino sólo en aquello que se deje pasar por el experimento, por el cedazo de lo ‘sensoperceptible’ y cuantificable, sólo lo corporal, lo material.

De esta manera también dispone, por ejemplo, la administración o la gestión, el management, respecto de los trabajadores, definiendo maneras de manipularlos y estimularlos, los modos en los que se comporten, incluso en los que se muevan y se vistan, de tal suerte que se vuelvan más productivos y por más tiempo.

La realidad digital es otra forma más de ese gran proceso de alcances universales que es la tecnología, con sus operaciones de funcionalización, formalización, etcétera. Las pantallas y la ‘realidad virtual’ ocupan cada vez más nuestras vidas, nuestro tiempo. Nos extraen día a día con mayor intensidad y facilidad, de nuestras vidas ‘cara a cara’, con las cosas mismas, con las personas de carne y hueso.

Así, las generaciones más jóvenes pasan la mayor parte de sus existencias en el interior de las redes virtuales. No es impresentable imaginar un futuro —próximo— encapsulados en sistemas que emulen sensaciones y conectados con el resto de los humanos, embutidos a su vez en sus respectivas cápsulas, de manera puramente mediata.

El problema de todos los procesos de racionalización, funcionalización, etcétera, es que descansan sobre operaciones de simplificación y regulación que llevan adelante cabezas humanas. Vivir en el mundo real no cansa, pues se trata de una realidad inabordable, en último término misteriosa, sorprendente.

Nadie puede someter el espectáculo de la vida, la experiencia de lo sublime, de la inmensidad de los espacios siderales, de la belleza, del mismo horror ante lo desconocido. Se trata de una realidad exuberante, siempre sorprendente.

En el mundo racionalizado de la existencia virtual, en cambio, las posibilidades de actuar y vivenciar están ya predefinidas por cabezas humanas: por las mentes acotadas de los programadores. Entonces la vida pasa a convertirse en una serie de pasos dentro de series de pasos limitados, calculados de antemano por mentes finitas.

Se convierte en algo parecido a jugar juegos de computador. Por bien diseñados que estén, sus posibilidades están estrictamente limitadas. En algún momento logramos ‘darlo vuelta’.

¿Qué viene después? El aburrimiento, el cansancio como hastío, la angustia ante la banalidad, la desesperación, dirá Góngora. Una vida convertida en trámite. En eso termina siendo una vida sujeta a los criterios de la dimensión virtual.

 

La generación del 38: Los que aprendieron a leer caminando

—El capítulo que da origen al título explicas que: «no es completamente descarriado llamar a Góngora un romántico tardío». Leemos: «El ser humano… no tiene acceso directo a la interioridad del otro». ¿Qué representa Góngora hoy como tipo humano?

—Góngora no representa a nadie. En algún sentido se extinguió para este mundo. Es, ciertamente, de los más destacables de una generación ya en sí misma egregia: la de Eduardo Anguita y Juan Gómez Millas, Óscar Castro, Gonzalo Rojas y Miguel Serrano Fernández, Eduardo Frei Montalva y Jorge Prat Echaurren, Jaime Rayo, Clarence Finlayson, Luis Oyarzún, Alberto Cruz, el padre Rafael Gandolfo y tantos otros.

Cuando su ciclo ya pasó y el mundo yace en ruinas, en el tiempo de un capitalismo desenfadado, de horizontes que se estrechan y procedimientos que extienden sus tentáculos hasta en los más íntimos rincones, de jóvenes que se niegan a envejecer y viven sin embargo como viejos, llenos de criterios y reglas y procedimientos, virtuales y morales.

En el tiempo cuando la muerte se abre como esperanza para tantas almas cansadas y la idea de una revolución de los espíritus es respondida con una mueca cínica o desgastada, en el período donde los valles ya no lucen y los horizontes sólo quedan abiertos para unos escasos solitarios, ¿qué puede representar Mario Góngora?

Su pensamiento, sobre todo el más filosófico, se deja entender como algo parecido al libro de ruta de los que aprendieron a leer caminando.

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio y Succión, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«El último romántico. El pensamiento de Mario Góngora», de Hugo E. Herrera (Crítica, 2022)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Hugo E. Herrera.

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