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[Entrevista] Juan Pablo Meneses: «Solo con la literatura terminaremos de escribir la historia definitiva del 11 de septiembre de 1973»

El narrador y periodista chileno ha concebido la mejor novela nacional que se haya publicado en los últimos años —»Una historia perdida», se titula—, valiéndose de un cruce entre la crónica de no ficción y la invención creativa, en cuyas emocionantes páginas se atestigua un nuevo y posible relato en torno al bombardeo de la Fuerza Aérea sobre la ciudad de Santiago, y el cual terminó por sepultar la vida del Presidente Salvador Allende y también el sueño gubernamental de la derrotada Unidad Popular.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 9.1.2023

El texto del escritor Juan Pablo Meneses (1969) abre una hipótesis fascinante: la de una resistencia armada por la supervivencia de la Unidad Popular, nacida desde el interior de los mismo pilotos de combate encargados de darle el tiro de gracia —vía bombardeo aéreo—, al gesto valiente y desesperado de Salvador Allende por mantener su gobierno y esperar una reacción al borde del precipicio, al lado de esa misma muerte que lo esperaba pasado el mediodía del 11 de septiembre de 1973.

Aquel piloto, un oficial de apodo Mandril, por la letra inicial de su apellido, y miembro de la élite de la Fuerza Aérea de Chile, desiste, entonces, de atacar a placer la casa presidencial de calle Tomás Moro, sigue de largo, desoye las órdenes que le indicaban volver, y en una irónica coincidencia, bombardea con todos los misiles que guarda su Hawker Hunter, tres, al mismísimo Hospital de la Fach, desprotegido y desnudo, a fin de infringir una herida mortal a las huestes golpistas, en pleno corazón de la entonces inmensa comuna de Las Condes.

Sin aliados en el aire, Mandril —desprovisto de municiones— sobrevuela La Moneda, ya en llamas y rendida, para retornar a la base de origen de su avión, donde su gesto silencioso y elocuente a la vez, será castigado con la mayor severidad de las penas: una ejecución por alta traición al bando vencedor, en plena guerra contra el gobierno constitucional.

¿Para que fue al Palacio de Gobierno, Mandril, si se encontraba impedido de disparar o de lanzar misiles rocket de los cuales carecía, luego de enfocarlos hacia el hospital convaleciente de su propia rama militar?

¿Buscó, tal vez, acompañar al Presidente inmolado y estrellarse en contra del edificio de las Fuerzas Armadas ubicado en calle Zenteno, a modo de ejemplar castigo, y desde donde se fraguaban el ataque y la conspiración?

¿O por qué volvió a sus hangares y en cambió no intentó escapar, y después aterrizar en un descampado de las afueras de Santiago, si en las pistas oficiales solo le esperaban una masacre humillante y vejatoria?

Esas grietas en el relato oficial del terrible bombardeo militar a la ciudad de Santiago durante la mañana del martes 11 de septiembre, perfora y deja la novela Una historia perdida, de Juan Pablo Meneses: una piedra que quiebra el vidrio del supuesto apoyo piramidal de la tropa, hacia los generales golpistas de las tres ramas de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, en un relato sacro, y en el cual no existe o jamás se erigió, la opción de una improbable Guerra Civil en resguardo de la moribunda Constitución de 1925.

De cara ante las «verdades» del evento más traumático de nuestra trayectoria republicana, el autor de esta obra se inserta por caminos insospechados —tanto en la literatura como en la historiografía local (en su figura de autor literario y luego por su condición de periodista)—, a fin de proseguir el camino que iniciara el desaparecido Roberto Bolaño en el sendero de la ficción, a través de las líneas de su Estrella distante y de su Nocturno de Chile: desmitificar las múltiples narraciones inéditas que guardan en sus minutos y segundos, las horas sangrientas del martes 11 de septiembre de 1973.

 

«Un gran ajuste de cuentas»

—La manera en que se funden no ficción y creación literaria es una de las virtudes formales de Una historia perdida. ¿Qué pretendías a través de esa estructura de géneros híbrida?, ¿homenajear a la crónica chilena y asimismo dar cuenta de su deuda pendiente, a fin de afrontar la historia contemporánea del país?

—En realidad, cuando me lancé a escribir la novela no tuve tanta conciencia de lo que pretendía hacer. Sabía que sería mi primera ficción después de publicar diez libros de no ficción, de crónicas. El último se llamó Un dios portátil y sorprendentemente terminó ganando el Premio Municipal de Literatura de Santiago 2021 y se publicó en Francia con el titulo de Un dieu à soi.

Además, ese libro cerró la trilogía Periodismo Cash, donde están mis libros La vida de una vaca y Niños futbolistas. En esa trilogía gasté más de quince años de escritura.

Digo esto, para explicar que mi último libro de crónicas consiguió muchas cosas que no esperaba y cerró muchos ciclos largos, y ya no podía seguir haciendo lo mismo. Necesitaba escapar. Huir. Cambiar. Todos mis libros anteriores habían sido en primera persona, y ahora me desafié a escribir la novela en tercera persona.

A la no ficción de siempre le metería ficción y lo haría novela. Y a eso se sumó un desafío temático concreto, una deuda pendiente: he vivido más de doce años fuera de Chile, escribiendo historias desde todo el mundo y para todos lados, y esta sería una historia totalmente chilena, que abordaba el golpe desde un lado que no se había contado: el bombardeo al hospital de la Fach del que nadie quiere hablar.

En ese sentido la novela también fue un gran ajuste de cuentas.

 

«Un hospital, casi en el centro de Las Condes»

—Este año se cumple medio siglo desde el 11 de septiembre de 1973. En esa perspectiva, ¿cómo analizas desde tu labor artística y periodística, las consecuencias de ese hito traumático en el presente histórico y actual de Chile?

—Me interesa analizar la historia del país y el hito traumático desde lo personal. Este libro parte de una experiencia personal. Mi primer recuerdo de vida es cuando soy un niño y un Hawker Hunter bombardea mi casa, que era la de mis padres, que quedaba a una cuadra del hospital Fach.

Durante la escritura y la investigación para el libro descubrí algo que nunca había pensado, y es que tuve y tengo muchos de los traumas que tienen los niños que han vivido bombardeos en sus ciudades. Por primera vez sentí, realmente, que había sido un niño bombardeado y no sé si eso le puede interesar a alguien más que a mí, pero si me hizo repensar mi propia visión de las consecuencias del golpe.

Otra cosa que no me esperaba encontrar, y esto lo digo en términos más amplios, era descubrir tantos errores en cómo nos hemos contado el bombardeo a Santiago. Porque el 11 de septiembre se bombardeó la ciudad, se dispararon rocket en distintas partes de Santiago, no sólo en La Moneda.

Y nos hemos contado esa historia con tantas fallas, con tantas lagunas, con tanta asimilación profunda de la historia oficial que sentenciaron los vencedores. De hecho, la novela aborda la identidad de Mandril, el piloto que bombardeó el hospital de la Fach.

Pero antes de la identidad del piloto, descubrí que muchas personas, editoras, escritores, periodistas, cronistas, no sabían que se había bombardeado el Hospital Fach. Un hospital, casi en el centro de Las Condes.

No hay fotos de eso, no hay ningún registro. Se logró hasta convencer a internet que no era un hecho relevante, porque en todo Google no hay fotos del hospital bombardeado. Como si no fuera relevante el ataque aéreo a un hospital en medio de una zona civil.

En ese sentido sí, estoy de acuerdo con quienes han dicho que esta novela abre una puerta a cuestionar ese relato que teníamos hasta hoy de nuestra propia historia.

 

«En la base de la literatura chilena está la crónica»

—Volviendo a la primera pregunta, ¿no te llama la atención que la crónica de no ficción chilena, eluda afrontar una visión nacida desde el llamado Nuevo Periodismo, de un hecho como el golpe de Estado, paradigmático no solo a nivel local, sino que también internacional? ¿A qué crees que se debe ese fenómeno de omisión, o tal vez de incapacidad?

—Durante la dictadura se hizo buen periodismo de resistencia, y en la novela se hace una suerte de homenaje a esas historias de espanto que se publicaban semana a semana en las revistas de oposición. Pero ese valor documental de los textos no siempre fue de la mano de un valor literario. Y es raro, porque siento que somos un país de cronistas.

En la base de la literatura chilena está la crónica. No importa si hablamos de poetas, novelistas, cuentistas, la tradición que seguimos es la de documentarnos. Algún día se descubrirá que incluso somos más un país de cronistas que de poetas.

Bolaño hizo una gran crónica del medio literario en dictadura en Nocturno de Chile, Donoso hizo la mejor crónica del Boom de la novela latinoamericana en Historia personal del boom, y una gran crónica del exilio latinoamericano en El jardín de al lado.

Nicanor Parra escribió la crónica más aguda a la actuación de Zalo Reyes en en el Festival de Viña del Mar en su poema «Al gorrión de Conchalí». Enrique Lihn es autor del mayor libro de crónicas de viaje publicado en Chile con su poemario A partir de Manhattan. Es decir, tenemos tradición de contarnos.

Es cierto que se extraña leer más historias de periodismo literario, de crónica narrativa, escritas en los años de dictadura o sobre esos años. Creo que fue recién a comienzos del 2000, con la llegada del boom de la crónica latinoamericana, es que se toma más consciencia de la importancia de esta forma de contarnos.

Una historia perdida da cuenta de ese boom, que cambió más cosas de las que todavía podemos entender.

Por ejemplo, para el estallido fue diferente y sí se publicaron muchas crónicas literarias, algunas muy buenas. Y espero que este año aparezcan más crónicas literarias que den cuenta de una manera novedosa lo ocurrido hace 50 años en Chile.

 

—Pablo, el trashumante protagonista de Una historia perdida, bien podría caracterizar a una figura generacional propia de nuestro país, cruzada por la experiencia de la Unidad Popular y por los años siguientes del régimen cívico y militar, liderado por Augusto Pinochet. En esa óptica, ¿cuánto existe en ese personaje del periodista y escritor, Juan Pablo Meneses?

—Me cuesta imaginar a Pablo como una figura generacional de algo, como un símbolo más allá de él y de su desarraigo total.

Es cierto que hay cosas de Pablo que me identifican, pero así también hay otras que me repelen. Y hay similitudes claras, principalmente porque la historia de Pablo comienza con la misma anécdota que partió mi primer recuerdo: un niño quiere salir a la calle a ver los aviones que vuelan sobre su casa, la madre le grita que no salga porque le puede caer una bomba, el niño sale igual y antes de terminar de abrir la puerta cae una bomba. En esos somos idénticos.

También nos parecemos en lo de la vida portátil, en lo de sobrevivir escribiendo historias por el mundo, y en lo de que fuimos parte de esta suerte de boom de la crónica latinoamericana.

Sin embargo, a mi no me gustaría ser Pablo, y estoy segurísimo que a Pablo no le gustaría ser como soy yo.

 

«Se vienen meses de debatir y conversar sobre el relato ya establecido»

—Al leer Una historia perdida, uno no puede dejar de hacer el ejercicio comparativo con Estrella distante, la novela de Roberto Bolaño, y lo curioso es que ambos textos, con el propósito de indagar en la sociedad chilena de 1970 – 1974, lo hacen a través de roles vinculados con la Fuerza Aérea, una de las cuatro ramas armadas que participaron activamente en procura del quiebre institucional del 11 de septiembre. Más allá del hecho del protagonismo que tuvo ese cuerpo en el impactante bombardeo en contra de La Moneda, ¿podría considerarse a esa posibilidad hipotética de un piloto desertor que atacó al hospital de la Fach, como la contraparte del teniente violador de los DD. HH, y poeta del horror, Carlos Wieder, imaginado a su vez por Bolaño?

—Agradezco que compares Una historia perdida con Estrella distante, y que en el ejercicio la novela logre salir viva. Me gusta esa lectura que haces, en que Mandril sería una suerte de doble opuesto de Carlos Wieder. No lo había pensado.

Estrella distante me parece un punto altísimo en la obra de Bolaño y de alguna manera es una influencia del libro, al punto de que Estrella distante es un libro que aparece mencionado en la novela y el que lo cita es un piloto lector y ex agente de inteligencia.

Debo contar, y aprovecho de que quede escrito por las dudas, que desde que se publicó Una historia perdida me han contactado tres ex agentes de la dictadura para, dicen ellos, conversar y aportarme más datos de este y otros casos. Dos de ellos de la Fach.

Y uno vuelve a pensar lo increíble de lo que pasó: la aviación chilena bombardeó Santiago, bombardeó distintos puntos de Santiago, tiró cohetes sobre Santiago, y dentro de ese bombardeo un piloto atacó a su propio hospital, a su propia fuerza ¡Y eso se tapó! Y se logró tapar.

Lo más loco es que lograron que todos repitieran que ese ataque fue un error, que fue la versión de la Fuerza Aérea.

Pero si uno toma el dato de un piloto de la Fach atacando el hospital propio en vez de atacar la casa de Allende en Tomás Moro, y lo pega con el dato de que tras el bombardeo al hospital la Aviación fue la rama donde hubo más purgas internas, más detenidos propios y más denuncias de torturas entre miembros de la propia rama, la versión oficial del simple error se torna al menos cuestionable.

Pero nadie está de ánimo de cuestionar nada, sino que se vienen meses de debatir y conversar sobre el relato ya establecido, aunque esté lleno de errores y haya sido redactado por los ganadores.

 

«Una historia de no ficción sobre el golpe de Estado»

—El tipo de narración literaria que exhibe Una historia perdida, se asemeja a la de volúmenes como los concebidos por el autor español Javier Cercas, que inauguraron una tendencia en el modo de encarar la Guerra Civil hispana, a través de la crónica, en una indagatoria desde el presente. ¿Crees que de alguna manera tu libro abre una nueva forma de observar y de internarse a una fecha y a un periodo, tan vigentes, que parece un absurdo que ya hayan transcurrido 50 años desde entonces?

—Vivía en Barcelona cuando salió Soldados de Salamina, y recuerdo que lo leí como un poseso. Es un proyecto muy importante. Y, yendo un poco hacía atrás, me gusta mucho lo que hace en los años 90 el argentino Tomás Eloy Martínez con la historia de su país en La novela de Perón y Santa Evita.

En la novela, Pablo es un lector de Soldados de Salamina y participa de un taller con Tomás Eloy Martínez y habla con él de estos temas. Pero, teniendo claro esas referencias, lo que intenté fue ampliar la búsqueda y hacer varios cruces: ficción/realidad, presente/pasado, lo personal/lo colectivo.

Entiendo que todo esto puede sonar demasiado técnico, y no sea de mucho interés, pero siento que la novela trae a un laboratorio de no ficción del hoy, un hecho como el bombardeo de Santiago.

Me gustó lo que dijo Marcela Küpfer, la editora porteña, que vio en Una historia perdida un ejercicio literario original para contar la historia que se viene contando hace medio siglo. El protagonista de la ficción va escribiendo una historia de no ficción sobre el golpe de Estado.

Si este proyecto abre o no un camino para más novelas en este estilo ficción no ficción, supongo que lo veremos durante este 2023.

 

«La novela no ha existido para los medios tradicionales»

—Uno de los problemas con el objetivo de comprender la historicidad de la Unidad Popular y del 11 de septiembre es la idealización que han sufrido esos procesos no solo desde la academia, sino que también desde la actividad cotidiana de la política. En parte, esa situación se debe al sacrificio final y solitario del Presidente Salvador Allende en el Palacio de La Moneda ¿Compartes ese juicio? ¿Una historia perdida persigue esa desmitificación al internarse en un pasaje como tantos otros, inaudito de esos casi surreales acontecimientos?

—Es raro, porque se habla mucho del 11 de septiembre de 1973, pero en realidad se habla muy poco. Casi nada fuera de lo mismo de siempre. El país se ha escondido debajo de esa historia oficial.

De hecho, y pese a lo que se dice y se repite, el bombardeo a Santiago aparece en poquísimas novelas, películas, obras de teatro. Casi no existe. Lo hemos borrado. Nos quedamos con la foto de La Moneda en llamas, como una postal del horror, y todo el resto lo ocultamos. Sigue resultando algo incómodo. Molesta. Y lo más increíble es todo eso lo ha vivido la novela.

Una historia perdida no ha existido para los medios tradicionales con secciones de cultura, y mucho menos pedirme una entrevista donde pudiera contar la historia de Mandril. De hecho, recuerdo que me hicieron una entrevista para el sitio de BioBioChile.cl, pero al final nunca se publicó.

Supe que los medios oficiales llevaron listas con los 10, los 20 y hasta los 30 libros del 2022, y en todas esas listas estaba desaparecida la novela del bombardeo al hospital, la primera novela de Tusquets en Chile. Lo bueno es que Una historia perdida se ha logrado defender sola. Ha tenido pocas, pero muy buenas reseñas.

La van a publicar en otros países, la pidieron traductores de Europa, y en las próximas semanas se lanzará su segunda edición. Y más allá de eso, y más allá de mi propia novela, me interesa poner el punto de que solo con literatura terminaremos escribiendo la historia definitiva.

Por sobre el periodismo, por sobre las investigaciones judiciales, por sobre las versiones oficiales, por sobre los documentos escritos, la versión final será literaria.

 

—¿En qué proyecto literario te encuentras embarcado actualmente?

—Estoy avanzando en un proyecto que tiene que ver con otro hecho histórico que ocurrió en Chile, y que tiene significado en toda Latinoamérica, del que también nos han escondido casi todo. Algunos días me descubro bien entusiasmado y otras veces muy derrotado.

Llevo más de 100 páginas, y todavía no sé si es novela, crónica, ficción o no ficción. A veces pienso que es un nuevo intento de escapar de mi propia escritura. Pero luego recuerdo que eso no se puede. De los países y de la literatura uno nunca se puede escapar.

 

 

 

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«Una historia perdida», de Juan Pablo Meneses (Tusquets Editores, 2022)

 

 

 

Imagen destacada: Juan Pablo Meneses (por Ignacia Uribe).

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