Con la novela «Antonia, el fuego» la autora nacional acaba de presentar el noveno crédito de su amplia bibliografía, una obra donde explora —en las dinámicas ambientales propias del Chile de la década de 1990—, la soledad de una muchacha y su femenina lucha existencial por encontrar su lugar en el mundo.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 20.11.2025
Antonia, el fuego, de Lilian Flores (Caer, Habitación de espejos, entre otras publicaciones literarias) es la última entrega de la escritora y periodista, a cargo de Ediciones del Gato.
En esta novela una adolescente responde al llamado de su madre ausente y deja la ciudad para emprender, provista de un personal stereo y cassetss de Depeche Mode, un viaje existencial.
Antonia busca respuestas a sus interrogantes en la costa de la Región de O’Higgins, hacia donde ha sido convocada. El móvil, que actúa como gatillo en su proceso de maduración, es el comprender por qué carga el estigma del abandono y cómo puede elaborarlo para darle sentido a su estado solitario.
En la presentación del libro, Carlos Tromben destacó: «El tono del relato tiene una carga de sinceridad, de emoción vivencial que permite que cualquier lector entre en el libro».
Aunque han pasado los años, la década del 90 sigue resonando en nuestro país, en nuestra historia, y es allí donde la acción se concentra. Esa emoción vivencial, que destaca Tromben, es lo que impulsa a su protagonista en su empresa espiritual que, finalmente, busca el hallazgo del sentido.
Así, Antonia, el fuego, también se puede leer como una narración de aprendizaje. En palabras de Tromben: «Es una hermosísima aventura literaria en la que no hay ni una palabra impostada, nada que no obedezca a un soplo de realidad, de profunda humanidad y de aprendizaje».
«Una profunda necesidad de establecer vínculos»
—¿Por qué crees que Depeche Mode resuena tan profundamente en Antonia? ¿Qué cobijo ofrece la música en una persona que ha sufrido la erosión de los conceptos de familia, casa y futuro?
—Antonia es una adolescente profundamente dark que a los dieciséis años ha vivido el abandono y la desconexión emocional. Como consecuencia de ello, tiene una profunda necesidad de establecer vínculos y a la vez miedo a confiar en otras personas.
Esa vulnerabilidad encuentra respuesta en la música de una banda como Depeche Mode, que desde cierta oscuridad le hace sentir que no está sola, que hay otras y otros que sienten como ella aunque se encuentren al otro lado del planeta.
Así, en la historia, una canción del disco Violator se transforma en el puente que logra el milagro de allanar la conexión y el entendimiento con un otro, la oportunidad de mostrarse y correr el riesgo.
«Puede ser peor sentir el peso de la soledad que transar con ciertas convicciones»
—Como en otras narraciones tuyas, te refieres al modo en que las identidades se van moldeando producto de su entorno. Aquí hay espacio para hablar de la autoestima, la dependencia, la atracción y la incondicionalidad en algunos afectos; también de la autenticidad y la pose en ciertos guetos.
—El entorno es determinante, sobre todo a una edad en que toda experiencia marca el desarrollo personal. No será lo mismo crecer rodeados de amor que convertirse en adultos sintiendo dolor por el abandono y creyendo que no hay un lugar en el mundo para sí.
Hay decisiones de vida fundamentales que se toman al finalizar la adolescencia y es fatal que muchas de ellas respondan a carencias emocionales.
La necesidad de aceptación en un grupo es parte de esta búsqueda de entender quiénes somos y qué queremos ser, y muchas veces hay una adaptación un poco a la fuerza en determinados círculos porque puede ser peor sentir el peso de la soledad que transar con ciertas convicciones.
«La denuncia de ‘El baile de los que sobran’, de Los Prisioneros, es muy evidente en los personajes y la trama de Antonia»
—La guerra de las generaciones es un conflicto que podemos ver en Antonia, el fuego. La acción se divide entre los años 1991 y 1992. Documentas el cambio en distintos formatos, en la tecnología, los avances, y en el modo en que el telón de la represión va quedando atrás. ¿Hay miedo por el futuro que viene?
—El Chile gris de finales de la dictadura está muy presente en la historia de Antonia y en los barrios que recorre. Hasta es posible percibir esa bruma en los recuerdos de sus paseos por Santiago centro y en las experiencias que moldean su desconfianza, la que al trasladarse a otro entorno comienza a disiparse.
Con todo, en ese tiempo hubo ciertas revoluciones tecnológicas que cambiaron para siempre la forma de vivir. Un personal stereo y varios cassettes se transformaban en un escudo para estar en paz consigo mismo y aislarse del resto, a la vez que el vhs te permitía escoger una película y compartir la experiencia en el living de la casa con la familia o amigos.
Ahora es algo común, pero en ese tiempo era novedoso. Sin embargo, el futuro se sentía igual de incierto que ahora, peor en el caso de jóvenes para los que estudiar una carrera era difícil e impensado, sin más horizontes que buscar un trabajo en lo que hubiera.
La denuncia de El baile de los que sobran, de Los Prisioneros, es muy evidente en los personajes y la trama de Antonia.
Nosotros sabemos lo que vino después, la apertura al mundo, los jaguares de América y esa ilusión de que nos integrábamos a un mundo del que habíamos estado apartados, pero en ese momento la juventud, para muchos, acababa al salir del colegio.
«La sensación abrumadora de soledad que carga la muchacha incide en cómo ve el mundo»
—Has señalado que «las relaciones entre madres e hijas son complejas, independiente del cariño y de la cercanía que exista entre ellas». ¿Cómo abordaste esta complejidad en el caso de Antonia?
—En la historia de Antonia hay una madre que está presente y ausente a la vez.
Ausente por el evidente abandono que se plantea desde el comienzo, con las consecuencias en el desarrollo emocional de una hija que crece sin esa presencia materna tan decidora en la vida de una mujer, independiente de si repite el modelo o lo combate en rebeldía.
La sensación abrumadora de soledad que carga la muchacha incide en cómo ve el mundo y cómo se relaciona con los otros, siempre esperando la decepción, el abandono.
Pero la madre está presente en todo momento, ya que la Antonia que crece y se enfrenta a nuevas emociones y posibilidades se vuelve a encontrar con esta figura y ya no la ve con los ojos de la niña abandonada, sino con los de la mujer en que se está convirtiendo.
Comienza a apreciar las distintas dimensiones del ser mujer, más allá de los roles. Este es uno de los momentos más decidores en la relación de madres e hijas, y quise que se traspasara de esta forma al relato.
«Se considera caro un libro de $15 mil pero está bien pagar $100 mil por la entrada a un concierto»
—Estás a cargo de Ediciones del Gato, una editorial que se plantea como un aporte en el respeto a los derechos humanos, con una clara misión de fomentar la lectura. Antonia, el fuego es tu novena publicación. Con la perspectiva de estos años y con el proyecto que encabezas, ¿qué opinión te merece el estado actual editorial en nuestro país? Y, ¿cómo consideras que ha mutado el rol de la cultura estos años?
—Siento que ha pasado toda una vida desde que publiqué mi primer libro, en 2013, hasta ahora. Yo llegué de manera muy outsider al mundo de los libros. No hice nunca un taller literario, que son espacios no solo de crecimiento en cuanto a la pluma sino también una valiosa forma de integrarse al mundo de las letras y hasta saber qué camino seguir.
Y en estos años, después de nueve libros publicados como autora y más de 40 como editorial, he visto el surgimiento de varias iniciativas atrevidas, insolentes, preciosas, tanto en sus contenidos como en formatos.
Creo que las nuevas tecnologías han ayudado acercando a editoriales independientes y pequeñas las posibilidades que antes estaban reservadas solo a los grandes conglomerados. Eso ha permitido tener una variedad enorme de libros que falta tiempo para leerlos todos, una escena vibrante con múltiples voces.
De lo que no estoy segura es si los lectores han aumentado en la misma proporción que la oferta. Cuando conversamos entre editores se comenta con añoranza sobre la Primavera del Libro pre pandemia, cuando se desarrollaba en el Parque Bustamante, y se teme a que esas cifras de visitantes y ventas no vuelvan.
Lo preocupante para mí es esa visión estrecha de la cultura como un accesorio o solo como entretención. La inmediatez y los mensajes cortos de las redes sociales han calado hondo en las nuevas generaciones; leer no se aprecia como una actividad necesaria para entender el mundo y formarse opiniones propias. Se considera caro un libro de $15 mil pero está bien pagar $100 mil por la entrada a un concierto.
Hay quienes desmerecen el rol de las bibliotecas públicas porque les parece más lógico leer en una Tablet, y porque a ellos les resulta cómodo entonces a todos debiera convenirles.
Es peligroso que las mismas autoridades desmerezcan el rol que la cultura cumple en la sociedad, y peor aún, que sea la misma gente la que agache la cabeza ante esa mirada cortoplacista. Pero no nos queda más que seguir adelante; las nuevas generaciones de lectores que se están formando merecen que no bajemos los brazos.
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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).
Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión, Corral y La casa de las arañas, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.
Traducciones de sus textos han aparecido en las revistas The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).
Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
«Antonia, el fuego», de Lilian Flores Guerra (Ediciones del Gato, 2025)
Nicolás Poblete Pardo
Imagen destacada: Lilian Flores Guerra.

