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[Entrevista] Luis Felipe Sauvalle: «Una novela que no está comprometida con el arte por el arte tiene un pecado de origen»

El escritor chileno símbolo de la generación autoral del Bicentenario acaba de lanzar su cuarto volumen de ficción, el cual titulado «El club de los suicidas» (Editorial Forja, 2021) amenaza —debido a la calidad y a la complejidad artística de sus páginas—, en consolidar a su cédula de identidad, entre las firmas de los grandes narradores nacionales de la primera mitad del siglo XXI.

Por Francisco Marín–Naritelli

Publicado el 29.6.2021

Luis Felipe Sauvalle Torres es un escritor chileno (Santiago, 1987), autor de las novelas Dynamuss y El atolladero, con la que ganó el Premio del Jurado en el Concurso Roberto Bolaño.

En 2016, publicó la colección de cuentos Lloren, troyanos, cuyo relato, «Catequesis», recibió el premio Biblioteca UAI. Sus columnas han sido publicadas en Intemperie, El Líbero, Cine y Literatura, The Clinic y El Mostrador.

Como anotábamos, Sauvalle Torres obtuvo en forma consecutiva el Premio Roberto Bolaño —entregado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, y el cual reconoce a las obras inéditas escritas por jóvenes entre los 13 y los 25 años—, durante las temporadas 2010, 2011 y 2012.

Ese resonante logro creativo le valió el renombre y la admiración mítica de variados cenáculos del circuito literario local: algunas entusiastas voces, inclusive, lo apodaron «El Tricampeón».

Asimismo, ha participado en la Feria del Libro de Santiago de Chile, como en la de Buenos Aires y ha vivido gran parte de su vida adulta en China y en Europa del Este.

Licenciado en historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en estudios rusos por la Universidad de Tartu (Estonia), Sauvalle Torres anuncia de entrada a los lectores de Cine y Literatura acerca del compromiso estético que vislumbrarán en El club de los suicidas, una vez que se adentren en sus páginas:

«Se van a encontrar con una novela ágil, políticamente incorrecta, con un autor comprometido con el realismo pero que no teme llevar ciertas escenas hasta el borde del absurdo. Siempre pensé que Chile hay que tomárselo en clave de humor, y eso se nota en mi estilo», advierte.

 

«A veces hay mucho en juego en el sexo»

—Ante todo, ¿el título del libro tiene algún guiño a Robert Louis Stevenson?

—El Dr. Freud diría que sí. Cuando escribí El club de los suicidas quería rescatar las experiencias de lectura de mi infancia, cuando leer un libro era una fiesta, una aventura. A su vez Stevenson extrajo a su protagonista —el príncipe Florizel de Bohemia— de «Un cuento de invierno» de Shakespeare, además de bautizar el compendio en el que estaba incluido como Las nuevas mil y una noches.

O sea, el guiño era de Stevenson, a ambas tradiciones, la de oriente y occidente. Tal vez él quiso hacer una declaración de principios, a saber, que todos estamos leyendo y escribiendo el mismo libro. Una declaración a favor del canon, y que yo suscribo.

 

—¿Cómo surgió la historia a la luz de tus procesos creativos?

—La novela partió con la imagen de un personaje —yo no sabía quién— que caminaba por un sendero bajo una arboleda. Tenía que saber quién era ese personaje, por qué se internaba por ahí, hacía adonde se dirigía, a qué se debía su determinación. Me tardé cuatro años en ir tirando de ese hilo para tejer una trama, por momentos gozosa, por momentos sórdida.

Y claro, respecto al proceso creativo, de manera subyacente se encuentra mi convicción de que no basta ser acreedor moral de la sociedad para justificarse como escritor, y por extensión justificar así la existencia de una obra. Me interesa el placer estético que se deriva de la lectura, y al escribir eso es lo que quiero lograr.

 

—¿Cuál es la principal diferencia de esta novela con tus anteriores libros?

—La apuesta es por completo distinta. Mi primera novela, Dynamuss, es una novela policial, episódica, en donde quise experimentar con el lenguaje. Despues vino el El atolladero, una novela de acción en donde exploraba el síndrome de Estocolmo.

Ambas tratan sobre el pasado, mientras que El club de los suicidas —que transcurre en su totalidad el 2011— es una novela abrumadoramente sobre el Chile de hoy. ¿Hay disgresiones como en Dynamuss? Sí, las hay, y sirven para ilustrar un personaje o para asomarse a un mundo que no es el de la trama principal.

¿Hay escenas de acción como en El atolladero? Sí, también, pero confinadas a un tablero de ajedrez y a la cama, y que sirve para ilustrar que a veces hay mucho en juego en el sexo.

 

«El club de los suicidas se trata de un personaje contra sus fantasmas»

—La historia parte desde la perspectiva de Bastián, pero va incluyendo a otros personajes como Ximena, Maura, Diego Pataccini, Valderique, ¿esto fue pensado así desde el principio? ¿Una especie de mosaico?

—Quise pintar un cuadro social lo más completo posible, y por momentos puede resultar abrumador para un lector que busque literatura de evasión. En una primera versión la novela estaba mucho más centrada en Bastián, en sus peripecias de ajedrecista, pero era una especie de Crónica de una muerte anunciada con final feliz. Y sabemos que Gambito de dama ya abordó el tema, para qué repetirse. La apuesta debía ser otra, y creo que rinde frutos.

Y para examinar todo este despliegue de plumas de una casta, con una ciudad vista desde una y mil partes, tenía que ir añadiendo las perspectivas de otros personajes a lo largo del camino.

Al final del día, El club de los suicidas se trata de un personaje contra sus fantasmas —fantasmas que se probarán de carne y hueso— en un contexto en donde otros personajes se enfrentan también a fantasmas, propios y ajenos.

Démosle con la siutiqueria, como dicen los gringos, alone together.

 

—Volviendo a Bastián, es un personaje con claroscuros, como si viviera en una evidente incomodidad existencial dado su presente, ¿cómo se inserta ahí la paradoja de, por un lado, rechazar (dicho de alguna forma) el estilo de vida ostentosa de su exesposa y de su hija; y, al mismo tiempo, de necesitar el acuerdo económico que revitalizaría su carrera como eximio ajedrecista? ¿Buscaste reflejar la hipocresía de los que juzgan “progresistas”, pero que no son tan víctimas del sistema?

—Creo que es muy fuerte hablar de hipocresía, porque nos convertiría a todos en unos hipócritas: mal que mal, al alzarse puño en alto contra un sistema lo menos que se puede hacer es tener presente que de ese sistema somos fruto.

No: más que hipócritas —y hablo de todos— diría mal agradecidos, cada quien debería serlo. Somos producto de muchas cosas y no por eso somos siervos de la gleba de nuestro pasado. Creo también que esa cuadratura del círculo es propia del Chile contemporáneo, con un discurso antisistémico y en el que, no obstante, se hacen colas para entrar a los malls, en los que a su vez las librerías están vacías, con una que otra persona comprando un libro de autoayuda.

En la novela vemos a Bastián en dos tiempos distintos de su vida: uno, el que creía tener al mundo a sus pies y se juega un full house; y dos, el de después de la gran renuncia, que está con la cola entre las piernas, intentando mantener el barco a flote, con la frente en alto (cree él), pasando el sombrero, aunque “siempre digno”.

Me interesaba abrir con un Bastián de mediana edad, con gran parte de lo que podía lograr en su carrera ya logrado, para seguir con el símil con Gambito de dama, lo interesante desde un punto de vista dramático hubiera sido partir al día siguiente del gran triunfo de la protagonista, cuando necesariamente tiene que mirarse al espejo y decir, ¿y ahora qué?

 

Luis Felipe Sauvalle Torres

 

«Mi crítica tiene una perspectiva histórica»

—Mencionas El Arrayan, el Opus Dei, esa mansión gigantesca (y grotesca) en el faldeo de un cerro, todo un imaginario común de una clase alta desconectada de la realidad, muy lejos de las coordenadas urbanas del resto de Santiago, el incidente del incendio y el misterio que lo rodea, ¿constituye, a tu juicio, el viejo adagio popular de que “los ricos también sufren”? ¿Fue pensado de esa forma? ¿Una crítica a esa endogamia social?

—Cualquiera que haya leído Anna Karenina sabe que eso es así, y a su vez, quien diga que toda literatura debe por obligación ofrecer respuesta a las problematicas de esta época (e.g., la reinvindicación de los oprimidos, de las disidencias sexuales, la visibilización de tal o cual estructura de dominación, una vez llegué a leer que los poetas debían por necesidad ayudar a la unificación de America Latina), bueno, quien diga eso está por completo equivocado, y muy probablemente hablando desde un estado de ignorancia tal que ya es imposible de remontar.

Una novela que no está comprometida con el arte por el arte tiene un pecado de origen. Piensa que en su introducción a la Guerra y la Paz Tolstoi dice que los problemas del cochero con la mucama no le interesan, y que de hecho ellos mismos prefieren enterarse sobre las tribulaciones de duquesas y princesas; y cito de memoria porque la edición que consulté ahora para responderte simplemente cortó la introducción, probablemente para evitar que Tólstoi sea cancelado por la próxima oleada de inquisidores digitales.

Ahora bien, yo no iría tan lejos, pero creo que concebir una escena donde cada personaje sea una especie de embajador de uno u otro grupo identitario es simplemente partir con el pie izquierdo. Si eso se da a lo largo de la narración, bien, si no, también.

Por ejemplo, siendo una novela que abarca bastante, El club de los suicidas transcurre en la capital, con gente que vive en Santiago, y haber introducido alguien de un pueblo originario del sur profundo me parece que lejos de aportar hubiera quitado.

En efecto, sí, mi novela hace una crítica a la endogamia social, pero no es una novela denuncia del Opus Dei ni nada por el estilo, existe un personaje (Aldunate, dueño de esa casa en El Arrayán), que es un agrimensor consumado y tiene esa filiación religiosa.

Mi crítica tiene una perspectiva histórica, y estoy seguro de que un lector en Corea, Francia o Timbuktú podría entenderla, y tender paralelos con su realidad contemporánea.

Me interesaría ahondar en este tema, que tiene que ver con el abandono del universalismo como un valor. En este caos de la postmodernidad, donde la política de la identidad tiene tantos adeptos encapsulados en su pequeña tribu, cuesta creer que haya una línea transversal que nos cruce a todos.

En una clase magistral hace poco escuchaba a un profesor hablar sobre un sentimiento coreano X, que le sería propio a los coreanos y nada más que a ellos, y que nadie más podría entender, y que le habían dicho que en su condición de chileno él —un doctor, el epítome de lo que puede ofrecer la academia— no debía intentar de comprenderlo siquiera.

Bueno, el sentimiento era resiliencia, a todas luces, y hemos llegado al punto de dividirnos tanto y de creernos tan únicos que todo intento de converger desde el momento cero está condenado a devenir en un diálogo de sordos.

 

«Toda femme fatale debe estar cubierta por un manto de misterio»

—Me interesa el personaje de Valderique, casi como un bufón lúcido de la tragedia que embarga a Tomás Aldunate y su familia, ¿tuviste referencias reales en la construcción de este personaje? ¿Cómo se inserta en el diagrama de relaciones de esta familia?

—Más que referencias reales tuve en mente una especie de tándem entre protagonista y personaje satelital que orbita en torno a él, y que es todo lo que él puede ser y aún más.

Por ejemplo, en Lolita de Vladimir Nabokov tenemos al más villano de todos los villanos, Humbert H. Humbert, y sin embargo por sobre él se aparece Clare Quilty, un tipo excéntrico, un pornógrafo, un dramaturgo sui generis, y que es todo lo villano que puede ser Humbert Humbert, pero con más flow.

Y claro, Valderique con todas sus bufonadas es una especie de bestia rumiante, voraz, y que tal como Bastián anda al acecho de una oportunidad, pero lo hace con más desparpajo. Si Valderique tuviera que reducir su inconsciente a una sola frase, esta sería “¿cómo voy en la pará?”

 

-Respecto al personaje de Raquel, no sabemos mucho de ella, ¿esto fue pensado adrede? ¿Qué rol cumple dentro de la historia?

—Toda femme fatale debe estar cubierta por un manto de misterio.

 

—Finalmente, ¿con qué se encontrarán los lectores cuando lean El club de los suicidas?

—Se van a encontrar con una novela ágil, políticamente incorrecta, con un autor comprometido con el realismo pero que no teme llevar ciertas escenas hasta el borde del absurdo. Siempre pensé que Chile hay que tomárselo en clave de humor, y eso se nota en mi estilo.

Tal vez el gran guiño (volviendo a tu primera pregunta) de mi novela sea precisamente que «es» una novela, en tiempos en que «no todo» debe ser novela (ejemplos de artilugios empastados abundan), y he venido pensando que quien dice «no todo» en realidad está diciendo «nada debe».

Mi guiño en tiempos como los nuestros lo compone escribir una novela realista, que se vale de los mecanismos de la ficción, decimonónica si se quiere (cosa obvia, todavía espero que inventen la vigesimoprimérica), y que quiere ser leída con placer, para ello se la juega por la originalidad y la extrañeza.

 

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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018) y el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019).

Igualmente fue el director titular y máximo responsable editorial del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.

 

«El club de los suicidas», de Luis Felipe Sauvalle (Editorial Forja, 2021)

 

 

Francisco Marín-Naritelli

 

 

Imagen destacada: Luis Felipe Sauvalle.

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