«Epistolario de ultramar»: El llamado de la Quinta Provincia

Con esta crónica que cobija dos bellas misivas que son parte espiritual de su vida familiar, y las cuales describen las esperanzas y temores del abuelo Cándido por enfrentarse a una emigración definitiva con destino a la pujante Buenos Aires de la década de 1920 —esa urbe que José Ortega y Gasset definió como «la capital de un imperio que nunca existió»—, el escritor chileno cierra esta serie íntima, compartida en exclusiva con los lectores del Diario «Cine y Literatura».

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 29.4.2020

El primogénito había viajado solo a Buenos Aires, en 1923, para reunirse con un amigo franco-argentino, cuyo padre, propietario de un banco y de una agencia de turismo con sede en París, quería expandir sus negocios a Buenos Aires y luego a Santiago de Chile. Pronto, este hijo mayor se colocó en la incipiente empresa turística, que diez años más tarde abriría sucursales al otro lado de Los Andes.

Entre tanto, instó a sus padres y a sus hermanos menores a “cruzar el charco”, embarcándose en la incierta aventura de la emigración. Él les ofrecía su propio respaldo, con una certeza que jamás le abandonaría, confianza en sí mismo que fue clave para sus éxitos empresariales.

He aquí la segunda carta, enviada a su padre, quien había regresado, un año atrás, de su aventurado viaje a Cuba:

Buenos Aires, 6 de enero de 1924

Querido padre

Le escribo ésta, esperando se encuentre bien de salud y ánimo, al igual que Mamá y mis hermanos. El propósito de estas líneas es confirmarle, a usted y a toda la familia, la idea de venirse lo más pronto posible a la Argentina.

Supe hace unos días, por el primo Egidio, recién llegado acá como inmigrante, que usted habría iniciado los contactos para vender nuestra casa de A Touza, las fincas, herramientas, muebles, útiles y enseres. Me parece bien. Le recomiendo que cambie en A Coruña, antes de embarcarse, el máximo de moneda posible por dólares americanos. Aquí la peseta está muy devaluada y perderá un buen porcentaje si trae moneda española. En cambio, el dólar es muy apreciado en esta próspera economía, cuyos grandes resultados se deben al ex Presidente Hipólito Yrigoyen, que supo administrar y acrecentar los enormes caudales que obtuvo la Argentina con el conflicto europeo y, más tarde, en la posguerra, vendiendo a las potencias europeas, a inmejorables precios, el trigo y la carne, bases de sustentación de esta economía pujante.

Aquí hay mucho trabajo y grandes oportunidades… Padre, piense que Buenos Aires, junto con Londres y Nueva York, es una de las ciudades más grandes y populosas del mundo. Aquí funciona el tren subterráneo desde hace diez años, un medio de transporte de vanguardia, entre otros muchos adelantos. Ni qué decir de la intensa vida cultural y de espectáculos… Madrid se queda chico.

Don José Ortega y Gasset, a quien usted tanto admira, estuvo en Buenos Aires, por primera vez, hace ocho años, sí, en 1916. Aquí acompaño un recorte de prensa, del prestigioso Diario La Nación:

—En julio de 1916 tuvo lugar el primer viaje de José Ortega y Gasset a nuestro país que se extendió hasta enero de 1917. Tenía 33 años y ya había publicado el primer volumen de El Espectador, la recopilación Personas, obras, cosas y, previamente, sus Meditaciones del Quijote. Acompañado por su padre, Ortega vino a ocupar la cátedra creada en la UBA por la Institución Cultural Española para pronunciar allí un ciclo de conferencias sobre los problemas más actuales de la filosofía. También dictó un seminario más restringido sobre Kant y otras tantas de sus disertaciones tuvieron lugar en Tucumán, Córdoba y Mendoza.

Le cuento, además, que existen aquí, al igual que en La Habana, centros gallegos, incluso uno de lucenses y otro de chantadinos. Por algo los gallegos de ultramar llaman a Buenos Aires la “quinta provincia”, que completa las cuatro de la Península: A Coruña, Lugo, Ourense y Pontevedra. No sería raro que se topara usted con algún conocido de Chantada. Yo me encontré el otro día con Ramón Iglesias, sí, el vecino de Meixón Frío, que trabaja como dependiente de una librería.

Padre, parece que todos los libros del mundo se pueden encontrar en estas enormes “casas del libro”, como las llaman los porteños. Libros en gallego también; compré el otro día O Porco de pé, de Vicente Risco y Retrincos, de Alfonso Castelao. Ya puede ver usted que se va a sentir como en casa. Al principio resulta apabullante la ciudad y su tráfago, pero buscaremos una casa grande, en alguno de los barrios como Chacarita, Almagro, Boedo, con jardín y huerta. Yo me encargaré de tenerla alquilada para cuando ustedes arriben.

En su carta anterior no me dice nada de sus dos años de estancia en Cuba, salvo que está bien de salud y animoso y que la Isla le ha gustado, aun cuando la idiosincrasia de la gente del trópico no iba con usted, lo que entiendo perfectamente. Pero, ¿cómo le fue en lo económico? Iba usted a trabajar para lograr algunos ahorros. ¿Pudo hacerlo? Sería ideal que contara con dinero extra para afrontar los gastos de los primeros meses en Buenos Aires… Al menos la comida es abundante y barata, se puede comer bifes (carne asada) todos los días, si se quiere. Las hortalizas, legumbres, patacas y frutas no son caras, si comparamos los precios con Madrid o Barcelona, por ejemplo.

No se olvide de escribirme pronto, para informarme de las gestiones. Debo reservar con tiempo los billetes para el vapor. Hay mucha demanda, como usted sabe. Aparte de los gallegos y españoles de otras regiones, están llegando muchos italianos, que aquí llaman “tanos”, amistosamente, y “bachichas” en sentido peyorativo.

Veo que las cosas en España están mejorando, en cuanto al orden y la disciplina para trabajar y al respeto de las instituciones, que es lo más importante. De lo contrario, desembocaremos en la anarquía y el caos. Por fortuna, aquí hay trabajo y se vive con cierta holgura, por lo que no penetran las nefastas ideas del comunismo internacional. Pese a que no le guste, porque debido al nuevo régimen perdió usted su puesto de administrativo en el Ayuntamiento de Chantada, Miguel Primo de Rivera es un gobernante serio y muy patriota.

Me despido de usted con mucho afecto y envío cariños para Mamá y hermanos.

Suyo afectísimo.

***

Esta vez, el abuelo fue diligente en la respuesta. Había tomado una decisión sin vuelta atrás, de consuno con la abuela y comunicada a los seis hijos. Iba a cumplir cuarenta y ocho años, pero debemos apreciar lo que significaba esa edad hace un siglo atrás. No era un hombre joven para emigrar, salvo que hubiese tenido un contrato previo o una colocación con algún pariente generoso.

Claro, las oportunidades se abrían y proyectaban para los jóvenes, esa mano de obra que se puede moldear y exprimir a voluntad, según los cánones socioeconómicos imperantes en la época. He aquí la transcripción que hago de esta carta que cierra para mí, el breve epistolario.

Santa María de Vilaquinte, 21 de mayo de 1924

Querido hijo:

Espero que te encuentres muy bien y con buena salud. Por acá estamos bien, pasando este mayo muy lluvioso. Como reza aquel viejo refrán campesino gallego: “Chove, chove, na casa do probe; chove, e no meu corazón tamén chove” (“Llueve, lueve, en la casa del pobre; llueve, y en mi corazón también llueve”). Antes de partir ya estoy sintiendo la morriña. Sí, hijo, tomé la decisión y tu madre la acepta, al igual que tus hermanas y hermanos.

No será tan fácil ni rápido como quizá esperas. La situación económica es difícil. Llevamos cuatro años seguidos de malas cosechas y los altos precios de los alimentos en las ciudades no se condicen con lo que nos pagan por producirlos.

El otro día apareció un notario de Chantada, acompañado de un abogado que se interesaba por la casa, pero solo con el huerto trasero, sin las seis fincas que tenemos. Ofrecían un precio ridículo, menos de la mitad de lo que vale y querían incluir los muebles, las herramientas, los animales y aperos de labranza.

Nada hombre, no hubo ni principio de acuerdo. Tal van sucediendo las cosas, estimo que antes de fin de año o principios del que viene, será complicado marchar. Tu madre piensa lo mismo y también el tío Neira, quien, como sabes, es contrario a la emigración; tampoco yo soy proclive al desarraigo, más cuando pienso que soy viejo para desterronarme e iniciar una nueva vida tan lejos… Entiendo que sea una oportunidad para ustedes, pero tu madre y yo seremos casi un lastre. Bien sabes que nunca he sido un labrador ni menos un campesino apegado a estas labores; entonces, mi campo de acción se reduce a escribiente o tinterillo en una notaría o en el despacho de un abogado.

Pero no tomes en serio mis quejas. La decisión está hecha y la afrontaré con el mejor de los ánimos.

Me preguntas por mis veintiún meses en La Habana, desde la perspectiva de los resultados económicos. Nada, hijo, cero; uno más de tantos proyectos emprendidos, como las innovaciones que íbamos hacer en nuestros modestos viñedos o la crianza más o menos industrializada de cerdos.

Sueños, ilusiones tronchadas, no sé bien si por ineficacia o por eso que llaman destino, pues cada vez creo menos en la intervención de poderes ultraterrenos para regir los senderos de la existencia.

Echaré en falta la vida social que conozco, en la que he vivido todos estos años, con la breve excepción de los dos pasados en el Seminario de Tui, a donde ingresé con mucha esperanza, para terminar de entender que no tenía vocación religiosa. De paso, extravié la fe, si es que alguna vez la tuve como camino y pauta existencial. Tampoco he tenido empuje para los negocios ni menos para el duro trabajo del agro. Siento que debí de haber buscado algo distinto, pero es tarde para ello, los arrepentimientos de poco sirven sin la posibilidad de enmendar la conducta.

Todo esto que te digo no puedo compartirlo con tu madre ni con tus hermanos. Procuro mantener un tono de optimista curiosidad ante la perspectiva del viaje, pero no logro disimular mi desasosiego. Anoche, cuando recién nos habíamos acostado, tu madre me preguntó:

—Tú no quieres marchar a la Argentina, ¿verdad?

Sí, mujer, por supuesto que quiero…

No te lo creo; no te lo creería ni aunque me lo jurases sobre la tumba de tu madre.

Ella, tu madre, fiel y laboriosa como ninguna, nunca ha creído en mí. No es su culpa, después de todo.

Hijo, te mantendré al corriente de los preparativos y procuraré escribirte cada quince días. Sabes, pienso que a lo mejor me llega a gustar Buenos Aires.

Hasta pronto. Un abrazo.

Tu padre.

 

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***

Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994.

Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue también el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Casa de Estudios superiores donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).

Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: La Plaza de Mayo de Buenos Aires, en 1924.