«Filosofía Disney», de Rodrigo Torres Quezada: La inutilidad de la subversión

En el último volumen del autor aparecen personajes simbólicamente aplastados por el mismo sistema en el que están inmersos. Un empleado que busca instalar la transversalidad en un sistema artificiosamente vertical, una mujer que se obliga a sí misma a dejar todo porque le han hecho creer que debe mantener su trabajo o un profesor que llega a la escuela con la intención de situarse como un agente de cambio, son solo algunos de los personajes que deambulan en la precariedad de la vida que este libro de cuentos se encarga de retratar.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 29.7.2018

En apenas cuatro años, Rodrigo Torres Quezada (Santiago, 1984) ha publicado ya cinco obras: Antecesor (Librosdementira, 2014), El sello del pudú (Aguja Literaria, 2016), la trilogía de cuentos Podredumbre (La Maceta Ediciones, 2018), Nueva narrativa nueva (Santiago Ander, 2018) y Filosofía Disney (Librosdementira, 2018). En esta última, una colección de siete cuentos, Torres vuelve visibles los modos en que la institucionalidad precariza a los sujetos para así mantener funcionando el sistema neoliberal que rige y conduce la sociedad retratada. Porque todos sus textos se enmarcan dentro de la ficción crítica que intenta de un modo indirecto, sin caer en lo panfletario, evidenciar que cualquier intento por subvertir el sistema, e incluso por tratar de operar fuera de las lógicas de este, es más bien una pérdida de energía y de tiempo.

En “Cadena de mando” la lógica del mercado se transfigura en el espacio del mall, arquitectura del consumo y de la enajenación por excelencia. Aquí los sujetos ven anulada su identidad (el nombre propio) y pasan a ser denominados por su rol funcional en la maquinaria neoliberal: consumidores, clientes, vendedores, guardias o, como en el caso del protagonista cuyo nombre es desplazado por el vocativo “limpieza”: “Aquí, Matías, ¿pasó algo? ¿Puede venir al pasillo L22? Hay vidrios en el piso y está súper peligroso. ¿Puede, limpieza? Puedo, dijo Matías. Gracias, limpieza” (16). De esta manera, son los mismos sujetos precarizados los que van reproduciendo las lógicas perversas del sistema en el que están inmersos: “Chao, Juan, exclamó [Matías] con voz agria. Oye, dijo el supervisor, soy tu jefe: dirígete a mí como corresponde, respeta la cadena de mando” (21).

El cuento cuyo título da nombre al conjunto publicado retoma el tema de los sujetos desechables. En “Filosofía Disney” una mujer mayor (42 años) ya no puede seguir trabajando en el banco en el que ha servido por años debido a que no cumple con los parámetros exigidos para el puesto. En este caso, las normas establecen que no se puede desvincular a un trabajador sin una debida justificación, pero la violencia es ejercida de manera indirecta, dentro de los límites que la legalidad permite: “Hortensia, una cosa es clara: si no cambia su actitud y sus resultados, no va a poder continuar en el banco. No solo es la edad, que sí, puede ser un factor, pero eso no es lo preocupante: lo que más me preocupa es la forma en cómo usted misma se proyecta. Observe la ropa que usa. Le está diciendo al mundo: Miren, estoy envejeciendo, por favor no me vean. ¿Acaso no aprendió nada de la Filosofía Disney?” (82).

Para seguir siendo parte de la maquinaria neoliberal, los sujetos incluso son capaces de dejar de lado los espacios familiares y afectivos. ¿No es común acaso escuchar a las personas declinar otras actividades de esparcimiento por estar full pega? ¿No es habitual acaso escuchar a algunas mujeres quejarse por el dolor de pies, pero seguir reproduciendo los parámetros de formalidad que la institucionalidad exige? En el cuento de Torres Quezada, la mujer trabajadora sin notarlo siquiera abandonará incluso lo más preciado que tiene para seguir manteniéndose en el camino del éxito, aunque realmente nunca lo alcance.

Por otra parte, el cuento titulado “El imperio de las bestias” muestra a un entusiasta profesor con ánimos de cambiar las cosas en un colegio en donde el resto de sus colegas ya ha entendido que es más bien inútil tratar de alterar el sistema. La escuela, sin mencionarlo directamente, por supuesto, busca posicionar a los egresados inmediatamente en el mercado laboral y de lo anterior son cómplices y responsables las múltiples reformas educacionales que se han ido ensayando desde el Estado. “(…) hazles leer a Papelucho y después les tomas un control de lectura donde tengan que dibujar la escena más divertida y punto” (90), le recomiendan sus colegas. A pesar de sus deseos irrefrenables por cambiar las cosas, por ser un profesor innovador y motivado, la realidad educacional, que ha sido estructurada para modelar un tipo específico de sujetos, le da de lleno un golpe en la cara y, de ese modo, vuelve a posicionar en su lugar a un sujeto que buscaba operar desde otras lógicas distintas a las aceptables.

En el último volumen de Rodrigo Torres Quezada aparecen personajes simbólicamente aplastados por el mismo sistema en el que están inmersos. Un empleado que busca instalar la transversalidad en un sistema artificiosamente vertical, una mujer que se obliga a sí misma a dejar todo porque le han hecho creer que debe mantener su trabajo o un profesor que llega a la escuela con la intención de instalarse como un agente de cambio, son solo algunos de los personajes que deambulan en la precariedad de la vida que Filosofía Disney se encarga de retratar.

 

El escritor y crítico de cine chileno Rodrigo Torres Quezada (Santigo, 1984)

 

Portada del volumen publicado por la editorial Librosdementira (Santiago de Chile, 2018)

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Librosdementira