[Homenaje] La curiosa forma de recordar que tiene la memoria

Hace algunos días el circuito literario nacional se vio impactado por la prematura muerte, a causa de un nefasto cáncer, del destacado editor y poeta local, Gonzalo Contreras Loyola (en la imagen destacada), un generoso amigo de singulares veladas en el Refugio López Velarde, y cuya mayor obra cultural fue la creación de la refinada y prestigiosa casa impresora Etnika.

Por Jorge Calvo

Publicado el 20.12.2022

A Gonzalo Contreras Loyola (1958 – 2022) lo conocí allá por finales de los años 70 e inicios de los 80, durante el oscuro momento de la dictadura, cuando imperaba el toque de queda, la gente desaparecía y nosotros recién nos iniciábamos en el viaje literario, junto a escritores señeros como Martin Cerda y Hernán Ortega, en la «casa secreta» de la revista Huelén, Avenida España esquina Blanco Encalada.

Fue en aquellos días en que nos encontramos con Gonzalo y aún conservo por ahí algunos poemas originales que me compartió. Pasamos varias noches de algarabía literaria, junto a otros escritores notables, como Poli Délano y Roberto Rivera, en actividades en el Viejo Puerto, donde compartíamos con activos poetas porteños, como el incombustible Juan Cameron, y son muchos los episodios que podría narrar.

Sin embargo ahora, desde que me enteré de su prematura partida, ha rondado mi mente una escena que vivimos hace poco, tres o cuatro años atrás.

Habíamos estado en la Universidad Alberto Hurtado presentando un excelente libro de crónicas y memorias, del escritor y amigo Edmundo Moure, y luego nos fuimos a compartir unas copas al celebre Café y Restaurante Torres, en la esquina de Alameda con la calle Dieciocho.

Nos encontrábamos bajando laboriosamente una botella de buen tinto, cuando de pronto, Gonzalo se introduce la mano al bolsillo y nos dice que nos leerá un poema de Juan Gelman:

 

Anclao en París

Al que extraño es al viejo león del zoo,
siempre tomábamos café en el Bois de Boulogne,
me contaba sus aventuras en Rhodesia del Sur
pero mentía, era evidente que nunca se había
movido del Sahara.

De todos modos, me encantaba su elegancia,
su manera de encogerse de hombros ante las
pequeñeces de la vida,
miraba a los franceses por la ventana del café
y decía «los idiotas hacen hijos».

Los dos o tres cazadores ingleses que se había
comido le provocaban malos recuerdos y aun melancolía,
«las cosas que uno hace para vivir» reflexionaba
mirándose la melena en el espejo del café.

Sí, lo extraño mucho,
nunca pagaba la consumición,
pero indicaba la propina a dejar
y los mozos lo saludaban con especial deferencia.

Nos despedíamos a la orilla del crepúsculo,
el regresaba a son bureau, como decía,
no sin antes advertirme con una pata en mi
hombro
«ten cuidado hijo, hijo mío, con el París nocturno».

Lo extraño mucho verdaderamente,
sus ojos se llenaban a veces de desierto
pero sabía callar como un hermano
cuando emocionado, emocionado,
yo le hablaba de Carlitos Gardel.

No sé por qué será, pero así lo recuerdo a Gonzalo, leyendo en voz alta, aquella noche, este poema de Gelman. Buen viaje querido amigo, pronto nos veremos.

 

 

***

Jorge Calvo (Santiago 1952) es un novelista y cuentista, director de talleres literarios de la SECH, (Sociedad de Escritores de Chile), sus cuentos han sido traducidos y publicados en diversas antologías de Suecia y los Estados Unidos.

Entre sus galardones destacan el Premio Ilustre Municipalidad de Santiago al volumen de cuentos Fin de la inocencia (2004) y el Premio Klas de Vylder al mejor escritor extranjero residente en Suecia.

e4: batallas de una pasión es su más reciente volumen de cuentos publicados en diciembre de 2021.

 

Jorge Calvo

 

 

Imagen destacada: Gonzalo Contreras Loyola.