«Informe Tapia», de Marcelo Mellado: El deseo irrefrenable de escribir

Publicada el año 2004 por la editorial La Calabaza del Diablo, esta necesaria novela del escritor chileno ha sido puesta en circulación nuevamente por el sello Random House. Su lectura manifiesta que ha resistido el paso del tiempo: a los cantos de sirena de las mimetizaciones estilísticas y de las temáticas del «hype trendy» y a las estrategias de posicionamiento que prescinden de todo análisis para sucumbir al imperio de la “Literatura Like”.

Por Felipe Reyes F.

Publicado el 9.10.2019

En Informe Tapia Mellado anuncia desde la primera página sus materiales, su eje programático y, a la vez, su fuga: Mellado agradece “a todas las Ilustres Municipalidades de la patria” por haberlo provisto “del deseo irrefrenable de escribir de –no sobre– la horizontalidad del poder como un registro privilegiado de la voluntad de ficción”. Y sobre esa “voluntad de ficción”, sobre ese tinglado discursivo fluye esta especie de alegato y alegoría sobre los simulacros de la cultural en la provincia, sobre “la perversión maldita de los oscuros agentes de la uniformidad cultural y política”, como escribe Mellado, “determinados por la sospecha como estrategia de sobrevivencia”. Y que, considero importante destacarlo, lo emparenta con la mejor tradición –en sordina– del “hijo reprendedor”, como se refirió Gabriela Mistral sobre Edwards Bello, que concibieron una obra a contrapelo de la compuesta y timorata fauna literaria local –ahí están Huidobro, De Rokha, Droguett o Lihn–, hoy más mesurada que nunca, balbucea la prudencia requerida para formar parte de la palpitante globalización.

En esa “voluntad de ficción”, Mellado expone los circuitos de la micropolítica regional, del hiper municipio, y su intervención molecular: asociaciones, sindicatos, instituciones, relaciones personales –públicas y privadas–, prácticas grupales. El anhelo de acciones no coercitivas del poder, resistencias creativas, acciones liberadoras mínimas y cotidianas. La degradada función política de la cultura. Pero como ya sabemos, el mapa no es el territorio.

Personajes desilusionados y perdidos en organizaciones recónditas, formas de insurrección y estrategias de redención que se articulan como una práctica de resistencia frente a “el omnipresente Aparato Oficial”, en un desplazamiento entre la comedia, la tragedia y la parodia, en un movimiento oscilante que construye personajes de ficción como retratos de “personajes reales”, que están ahí, y que certifican el relato, como el detonante de ese “deseo irrefrenable de escribir” que Mellado dispone como una forma y un modo de asegurar la eficacia de la ficción, y que recuerda una de las máximas de Horacio Quiroga: “Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno”.

El puerto de San Antonio como escenario de la trama, una construcción espacio-temporal de lo ficticio, como retrato o como sobra, que Mellado narra en la tensión entre el hecho de que lo imposible es verdadero y que lo verdadero es inverosímil. San Antonio como una ciudad o un pueblo imaginado, como en Onetti (que en su novela Dejemos hablar al viento, Larsen, su protagonista, aconseja: “fabríquese la Santa María que más le guste, mienta, sueñe personas y cosas, sucedidos”) o en Faulkner, quien afirmaba que: “si un escritor funda una ciudad, su ciudad, la mitad del camino está hecho. Si uno es el creador del territorio donde suceden las cosas que a uno se le ocurren, nada resulta inverosímil porque todo es posible”.

En ese escenario, Mellado despliega un vademécum criollo de especies: ex militantes desengañados, ilusos y vivarachos, arrastrados por las aguas de los nuevos tiempos, la ineludible reconversión al gremio de los gestores culturales transicionales, operadores de toda laya, chamullentos que hoy hacen metástasis en todos los ámbitos en los que esté en juego algún resto de la torta. Pero también sujetos a la intemperie, poetas terciarios de la comarca, cuya “pasión recitativa, por cierto, era su único capital simbólico”, dice Mellado, para mostrarlos en pugna contra una oficialidad déspota y sus vallas de burocracia.

Y entre medio un crimen, pero sin misterio, “como en los textos clásicos del género –dice Mellado–; porque en esta historia solo hay, y mucho, el ejercicio certero de la inminencia del poder, en cuanto gestión impúdica e impune”; todo monitoreado desde el piso 14 de la Torre Oceánica ─como una versión apócrifa de provincia de la otrora torre de control que fue el edificio Diego Portales─, donde se planifica la eliminación de esos indeseables descritos como “basura humana”. “Se trataba de una población de sujetos que habían elegido la oblicuidad como medio expresivo, abusando del recurso metafórico, y que engañaban a la población con una comparecencia textual que era una impostura tributaria de ideologías foráneas”, escribe Mellado, en una descripción que se lee –y rememora– un Bando militar redactado por el oscuro Álvaro Puga.  

La de Mellado es una escritura civil que indaga en los dispositivos del poder, de la cultura y también sobre diversas formas del deseo. La novela como una parodia del documento, del informe, de la memoria y el testimonio que, como sostiene Tamara Kamenszain es: “la prueba de un presente”, no “un registro realista de lo que pasó”, y que nos devela hechos, vínculos y filiaciones de un territorio acotado. “Se junta mierda y hay que despejar el área –escribe Mellado–. Escribir es un acto de delimitación territorial y en eso andamos. Hay obsesiones matrices que se instalan en los sistemas de observación”. Y es ahí donde Josefina Ludmer señala la existencia de una literatura postautónoma: “no importa si son realidad o ficción. Se instalan localmente y en una realidad cotidiana para ‘fabricar presente’ y ése es precisamente su sentido”.

Y esta es una escritura que, con agudeza y precisión lingüística, hace de la derrota, literatura. Incómoda, pero ineludible. Pura experiencia, porque –como escribe Mellado–: “es muy común que cuando un sujeto escribe, lo haga conteniendo alguna lágrima que suele quedar depositada en el patrimonio afectivo o en la intimidad de la memoria experiencial de lo vivido. Dicho así como bolerizadamente”.

 

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Felipe Reyes F. es autor de Nascimento, el editor de los chilenos (2014), de las novelas Migrante (2014) y Corte (2015); de la crónica Rodolfo Walsh, reportero en Chile, 1970-1971 (2018), y del libro de ensayos Un reflejo en el agua movido por el viento(2019). También compiló los volúmenes Vivir allá, antología de cuentos sobre la inmigración en Chile (2017), y Materiales de mi canto. Extractos de entrevistas a Violeta Parra (2017).

 

«Informe Tapia», de Marcelo Mellado en la reedición de Random House (2019)

 

 

Crédito imagen destacada: Random House.