«JAAR el lamento de las imágenes»: Y el arte que sirve para algo

El largometraje documental dirigido por la realizadora Paula Rodríguez, aborda la vida y obra de un chileno que a los 7 años se mudó junto a su familia a Martinica, una pequeña isla en el Caribe francés, y que solo volvió a su país luego de una década. Esta experiencia del desarraigo influyó de manera decisiva en su producción artística, al punto de volverse universal, precisamente por dislocar sus puntos de referencias, su tectónica, de la que no muchos pueden desligarse.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 11.10.2017

«La literatura y el arte eran una fuerza racional cognoscitiva que revelaba una dimensión del hombre y la naturaleza que era reprimida y rechazada en la realidad”.
Herbert Marcuse

“¿Es usted feliz?”. Es una de las interrogantes que realiza, en sus exposiciones e intervenciones, el arquitecto y artista Alfredo Jaar y que revela una búsqueda, un tránsito, que emparenta biografía y sociedad, política y arte.

El documental “JAAR el lamento de las imágenes” (2017), dirigido por Paula Rodríguez, aborda la vida y obra de un chileno que a los 7 años se mudó junto a su familia a Martinica, una pequeña isla en el Caribe francés, y que solo volvió a su país luego de una década. Esta experiencia del desarraigo influyó de manera decisiva en su producción artística, al punto de volverse universal, precisamente por dislocar sus puntos de referencias, su tectónica, de la que no muchos pueden desligarse.

“Hablaba francés, tenía otra lógica, otra cultura en mi cabeza”.

“Me gusta la idea de ser nómade, de moverme de un lugar a otro. No siento que pertenezca a ningún lugar concreto. Así es que me siento en todos lados. Camino sobre una delgada línea entre estar dentro y estar fuera. Me siento en ambos espacios al mismo tiempo”.

No importa que sea Nueva York, el Amazonas, Ruanda o Chile, Jaar sale a fotografiar, filmar, documentar. Es un errante, un ciudadano del mundo, un mundo cada vez más tecnologizado y complejo. Pero un mundo que no ha derrotado sus desigualdades y tragedias, al contrario. Es ahí que el arte tiene una misión, un compromiso, porque el arte es también un espacio de libertad y de resistencia contra el sistema.

Ya lo dice el mismo Jaar: la tarea del artista es enfocarse en realidades invisibles. Dado que la gente “corre por su vida, por el mundo, pierde de vista lo importante”. Las preguntas trascendentales. La felicidad. El sentido de la vida. Entonces, lo que debe hacer el arte es limpiar el “sonido ambiente”, permitir “encontrarse consigo mismo”. Aunque, claro está, el artista se mueve en aguas escurridizas, peligrosas.

“Uno tiene acceso a cierta estructura de poder como artista si es que ha llegado a ciertos niveles, pero tiene que estar muy consciente, muy modesto y muy sensible a no caer justamente en esos abusos de poder que uno critica”.

Hay en Jaar, como en todo artista comprometido, un proyecto, que no tiene que ver con abstracciones, inspiraciones o mera frugalidad de la conciencia, sino con la realidad y su transformación.

“Nunca trabajo con la intuición ni con la imaginación ni con la creatividad. Es muy racional y muy científico en mi caso. Y esto viene de la arquitectura. Soy un arquitecto que hace arte, respondo al contexto”.

“Cuando la gente me pregunta si hago trabajos sobre Brasil, África, sobre esto o lo otro, digo ‘No, usted no entendió nada’; el trabajo es sobre nosotros y ellos, se trata de todos nosotros al mismo tiempo, porque soy incapaz de hablar de nadie más que de mí mismo. Nadie debe hablar en nombre de otra persona”.

De cierta forma, Jaar recoge un largo tronco crítico, del cual es tributario. De hecho, cuando Walter Benjamin escribió «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica», en la década de los ’30, el autor alemán estaba advertido que la única forma de enfrentarse al fascismo y su afán por estetizar la política era precisamente efectuar el recorrido opuesto: politizar el arte. Un arte al servicio de la sociedad. Un arte contestatario, jamás neutro o fútil. Un arte vigente, coyuntural, visceral.

“El paisaje urbano está cada vez más mediatizado, cada vez más complejo, pero eso no significa que tenemos que ignorarlo. Porque justamente lo que se llama espacio público ya no existe (…) Por eso es importante ocupar cada espacio disponible en este espacio supuestamente público y volverlo público gracias a nuestros actos, donde justamente tenemos que crear pequeños cracks en el sistema”.

En definitiva, el largometraje documental sobre la vida y obra de Jaar es de aquellas piezas audiovisuales que nos permiten reflexionar desde el interior, desde las entrañas del mismo quehacer artístico frente al mundo contemporáneo. Allí, al parecer, sigue estando el desafío: crear a través del arte nuevos modos de pensamiento. Para que, siguiendo a Adrienne Rich, poeta americana que inspiró una de las tantas exposiciones de Jaar, la poesía sirva de algo. Que el arte sirva para algo.

 

«Magician» (1979), de Alfredo Jaar

 

Tráiler: