«La perra», de Pilar Quintana: La animalidad de la sociedad sudamericana

La novela de la escritora colombiana corresponde a una lectura amable, con una estructura que permite ir y venir en su tiempo narrativo. Así, la artista se pasea con genialidad por algunas de las experiencias de una joven sobreviviente, y a través de la fluctuación de sus emociones y de los sucesos que acontecen a su alrededor, es que construye el sentido literario del texto.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 16.7.2020

La primera escena nos muestra una dicotomía que recorre la vida sudamericana desde hace siglos: muerte y vitalidad. Origen y destrucción. Los cachorros de una tierra explotada, regalados a la incertidumbre que contiene todo eso de lo azaroso. La animalidad constituyendo un símbolo que nos acompañará a lo largo del libro, entregando una presencia que sirve de herramienta para la reflexión.

La modernidad entró a Latinoamérica dejando en su camino una honda desigualdad respecto a la ruralidad y el mundo urbano. La ciudad se edifica con sus monumentos grises, llenos de ventanas que miran al frente o al suelo. Pilar Quintana escribe que, en el pueblo protagonista: “todas las casas estaban destartaladas y se elevaban del suelo sobre estacas de madera, con paredes de tabla y techos negros de moho”.

Se establece una especie de paralelismo entre la figura del hombre y la mujer. Una construcción contradictoria de una pareja sin pino. La naturaleza hace de las suyas como en cualquier parte, pero es aún más terrible cuando la precarización y la usurpación están mordiéndose los dedos. No veo una crítica enajenada, sino la implantación de individualidades en un contexto totalizador.

Aunque no por lo anterior no existe una defensa férrea de la figura femenina. De lo femenino. Es sólo que la naturalidad de la narración evita justamente lo que se le viene criticando a dicho movimiento. Argumentos coherentes —pero de mierda—, que olvidan de muchas maneras el sufrimiento y la rapidez con que corre la información. En este caso, la autora colombiana entiende y triunfa introduciendo una forma curiosa de discurso reflexivo.

Porque involucra a su protagonista con lo impuesto al ser femenino. La natalidad y la fertilidad como los constituyentes de una sociabilidad basada en el prejuicio de esos términos. Sobre todo, desde un colectivo que norma la jerarquía social a través de sus propios cuerpos. Recuerdo Magallanes, de Salvador del Solar a los gritos en quechua de la protagonista al final y al argumento construido a lo largo de los fotogramas escurridos.

El trauma pasajero. La experiencia determinante que algo debe generar en el sentido psíquico. El cuerpo, materialidad celular, orgánica, tiene que poseer algún depósito para las cosas que le suceden a él y a su alrededor. Porque el organismo es uno con el entorno. No siempre la vida ha sido gris o inerte. No siempre ha existido la apariencia del infinito. En Roma tal vez se sintió la estabilidad de lo duradero, pero hoy, ya no tenemos ni un poquito de algo cósmico.

Los reyes. La imagen y el transcurso de una clase que nació y ahora muere entre nosotros. La industrialización tardía del tan maltratado suelo latinoamericano. Una burguesía que nació después de los oligarcas coloniales. Un establecimiento que no puede contra los conglomerados internacionales ni contra los supermercados. Los y las jefas que pagaban un par de lucas por una canasta de manzanas, ahora no pueden pagar sus créditos.

El motivo indígena. La existencia indígena aparece y configura una herencia que se ha ido oscureciendo con el tiempo. Los pueblos originarios merecen un reconocimiento y una disculpa pública del orden imperial y público. Merecen una vida que posea igual reconocimiento que los chalecos que han robado por siglos a sus diseños. No les den un lugar en la moda mercantil, denles un pedazo, ya que tanto les enorgullece, de constitución.

La obra toma un transcurso tranquilo hasta el final de los acontecimientos. Hay varias cosas que llaman la atención, que configuran de alguna manera el mundo literario que vive en el alrededor de Damaris y Rogelio. La muerte. La vida y la muerte que tuvo como su productor al deseo. A la intención tenebrosa de satisfacer una de las cosas que nos deja la cultura pop, o los cuadros de Andy Warhol, por ejemplo.

La fluctuación constante de las relaciones es un tema que puede evidenciarse en la estructura del libro. Como si la autora nos estuviera mostrando que la dinámica es un componente fundamental de la percepción. La emocionalidad de los recuerdos y de los sueños. Intentar dormir un viernes por la noche, sola, sentada junto a la tranquilidad que entrega la panorámica de un mar triste y tranquilo:

“Damaris nunca había estado en Bogotá, ni siquiera en Cali. La única ciudad que conocía era Buenaventura, que quedaba a una hora en lancha y no tenía grandes edificios. Tampoco conocía el frío de las montañas, pero por lo que veía en televisión y decía la gente, se figuraba que Bogotá debía ser como la oficina de Telecom luego de una semana de lluvia: un lugar oscuro, con ecos y que olía a humedad como las cuevas”.

La gente. La opinión común que destruye de alguna forma al bienestar de la persona en cuestión. La existencialidad comprobada de una especie de fluctuación cenestésica en nuestro cuerpo, como si las emociones fueran una cosa separadas tajantemente de ellos. “Observó todo con horror, pero también con una especie de satisfacción que era mejor no reconocer y enterrar detrás de las otras emociones. Exhausta, Damaris se sentó en el suelo.”

La novela de Pilar Quintana es una lectura amable, y posee una estructura que permite ir y venir en el tiempo. Sin darle toques mágicos, para no despertar el interés colonial, la artista colombiana se pasea genial y creativamente por algunas de las experiencias de una joven que sobrevive en el exterior. La fluctuación de sus emociones y de los sucesos que acontecen a su alrededor se vuelve de alguna forma el sentido narrativo.

Latinoamérica. El territorio que alberga la posibilidad de un cambio epistemológico. La simpleza de que nos salga más caro lo que encontraríamos en la tierra que nos permite decir que somos un colectivo. Segregado, implosivo, impotente. Así han dejado al cuerpo que camina hacia la esperanza ineludible del futuro. La crítica subyace en la vida misma, en las alejadas experiencias vitales de las mismas venas que Galeano nos describió.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.

 

«La perra», de Pilar Quintana (Literatura Random House, 2020)

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Imagen destacada: La escritora colombiana Pilar Quintana (1972).