“La tercera esposa”: Una historia de mujeres

El filme de la realizadora vietnamita Ash Mayfair -ganador del premio NETPAC en el prestigioso Festival de Toronto 2018- se encuentra ambientado en el Asia rural del siglo XIX, un contexto en donde la directora explora la condición y metafísica femeninas desde una perspectiva opresiva, propia de una sociedad de castas.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 25.11.2019

El antropólogo Claude Lévi-Strauss fue quien sentó una base muy importante dentro de la antropología para fundamentar la preeminencia del varón sobre la mujer. Y no lo hizo basándose en la fortaleza física sino en que se debía al intercambio de mujeres entre grupos humanos. Amparado por la evidencia de milenios -desde las bandas paleolíticas y asentamientos neolíticos a las primeras sociedades históricas-, esto había sido así: la mujer era manipulada e iba de mano en mano -sugería Lévi-Strauss- movilizado todo por la prohibición del incesto, lo que llevaba a los varones a conseguir esposas fuera de su propio grupo consanguíneo, además de la estrategia para aliarse con otros pueblos a través de los matrimonios evitando eventuales guerras. Y fue así como surgió la intuición estructuralista de la mujer como “moneda de cambio” entre padres y hermanos de distintos grupos que se asociaban… convirtiéndose en consuegros y cuñados… en definitiva: parientes políticos gracias a estrategias políticas. Así, la mujer fue el reaseguro de la supervivencia grupal y de la cohesión social.

Pero con el paso de los años, la antropología ha removido el polvo acumulado sobre este sólido hito de la ciencia del Hombre como lo era la hipótesis de la “moneda de cambio” y comenzó a rever sus primeros presupuestos. De hecho, el planteo estructuralista de Lévi-Strauss padecía, precisamente, del mal del rigor en la estructura, en el esquema, en la esclerosis conceptual… casi, casi se podría decir que la argumentación se convirtió en su legión de seguidores, en una ideología. Y ya sabemos que uno de los problemas lógicos que conlleva un sistema cerrado de ideas, una ideología -además de ser ciega a todo lo que no sea ella y justamente por eso-, es que su trabajo de observación y formulación de hipótesis recae sobre ella misma: estudia una hipótesis desde la perspectiva de lo que ella es: es como una serpiente que observa, reflexiona y teoriza acerca de su cola como si no le perteneciera… y ahí queda: girando satisfecha sobre sí misma. Es que las estructuras tienen este problema de la rigidez del que no se pueden desembarazar si quieren seguir siendo estructuras. Y aún si se establecen a sí mismas como “estructuras flexibles”, siguen siendo rígidas o “rígidamente flexibles”.

Dentro de una mirada darwinista, no existe evidencia cercana entre los mamíferos que exhiba esta voluntad del macho de someter a la hembra. Su rol sexual es pasivo -así, en términos muy generales-, pero nunca la hembra es atacada por el hecho de serlo. Podrán ser muertas sus crías por otros machos rivales del líder -se estima que con el fin de conseguir que prospere su propio ADN, entre otros objetivos-, pero no las hembras. Son las segundas a la hora de comer tras los machos, y hasta las terceras si han de dejar que coman sus crías, pero no hay muertes de hembras por una violencia “estructural” entre mamíferos. ¿Qué lleva al Hombre como especie a que esto sea todo lo contrario? No una base biológica que determinó una cierta estructura de conducta -la evitación del incesto y la supervivencia del grupo- sino una causa puramente cultural: porque el varón tomó sobre sí el rol activo y menospreció el pasivo, y las mujeres entraron en el juego aceptando la minusvalía de su sexualidad… y esto desde muy lejos en el tiempo. ¿El motor? Muy posiblemente, el miedo del varón hacia la mujer. La oquedad natural de lo femenino, su capacidad de no ser para que otro ser sea, su abismal espíritu que nos atrae (a los varones) como nos atrae un abismo. Todo esto y mucho más, convierte a la mujer en un ser misterioso, lleno de secretos, ambiguo y oscuro… «cavernal», si cupiera -y existiera- el adjetivo. Ella saca seres humanos de su propio cuerpo y les da de comer de su propio cuerpo… y al hombre sólo le queda el triste papel de gritar en la puerta de la caverna, choza o mansión, metiendo el escándalo de golpearse el pecho como un gorila presuntuoso y malhumorado.

La capacidad de la mujer de dar a luz maneja el balance de la sexualidad en la Humanidad. No se sabe cómo funciona, pero es ella la que establece el control sexual y de natalidad… y esto es así desde el nivel genético. Mientras tanto, el “animal estéril” de Aristóteles manejaba la esterilidad de su propio cuerpo a través de, por ejemplo, el dinero (aunque según él, también, era el semen el elemento “que hacía la diferencia”). Por eso no es vana esta postura de Lévi-Strauss de poner a la mujer como “moneda de cambio”. En efecto, para Aristóteles, el Hombre era el único ser sobre la Tierra que poseía la palabra y el dinero. Pero ese dinero era “estéril”, en el sentido de que si yo dejo una moneda encerrada en una caja durante veinte, mil o dos mil años, nunca voy a encontrar al abrirla, dos monedas (y por eso “el interés” en un préstamo era para él “antinatural”)… no obstante, esa moneda de cambio del estructuralismo que era la mujer, sí es “moneda fértil”. Y es esa fertilidad la que parece haber enardecido el psiquismo humano y masculino, ya que ella es la que sigue proveyendo de nuevos integrantes para el grupo. El mal de nuestra especie sería demasiada cultura masculinizada en donde ambos sexos han aceptado sus respectivos roles inequivalentes. A Lévi-Strauss, en su argumentación, no le importaba la consecuente sumisión femenina sino que sólo le interesaba que se mantuviera en pie su arquitectura estructuralista… y el problema del desplazamiento de lo femenino en las diferentes tradiciones sigue hasta el día de hoy… ¿Existe, aunque sea lejana, la posibilidad de que la cosa cambie? Quizás… aunque, como sea, el primer paso para resolver un problema es siempre ver el problema, darse cuenta de que existe, y finalmente comenzar a resolverlo. Y para ver ciertas cosas, no hay como la denuncia cinematográfica. Y por esto mismo hemos elegido para hablar del tema, el filme inaugural en la carrera como directora de Ash Myfair, la vietnamita educada en el Reino Unido y en los Estados Unidos, que nos dejó La tercera esposa, del año 2018.

 

Un fotograma de «La tercera esposa» (2018)

 

De un lejano devenir machista…

Nguyen Phuong Tra My es la niña actriz que tenía sólo 12 años en el momento de comenzar a filmar y que le puso el cuerpo a May, el personaje central (en la ficción, de 14) de la película La tercera esposa. Largas charlas con la chica así como con sus padres (para dejar en claro las exigencias del guión, fuertes para una niña) y una verdadera “persecución” por parte de la joven sobre la directora tras el casting, la convencieron para que protagonizara su filme de debut.

Una cámara siguiendo la línea de horizonte, sin el leve contrapicado americano característico al que estamos acostumbrados, vuelve llana a la imagen general de la película. Minimalismo propio de la cultura rural de aquellos lugares, todo parece asentarse firmemente en el suelo. Es un filme terrenal, donde el cielo es secundario y donde todo es gravitatorio. Un filme donde alternan con brusquedad luces y sombras, entre planos y dentro de un mismo plano. Rara vez la cámara permanece enteramente quieta, aunque sus travellings son, en general, cortos. Lentitud, silencio, estabilidad son los elementos formales que redundan en una película serena…

May vive en el Vietnam rural del siglo XIX. Su vida cambia cuando se convierte en la tercera esposa de Hung, un hombre de negocios, productor de seda. May no tardará en descubrir que la única forma de mejorar su posición social en la comunidad y poder tener cierta autonomía, es ser capaz de darle a Hung un hijo varón. Una de las esposas no es capaz de conservarlos en su vientre y la otra sólo le ha dado mujeres. A partir de este nudo del argumento, el guión se articula en escenas sin enlaces evidentes, pero donde reina la misma atmósfera de varones que lo dominan todo. Aunque sin embargo, las figuras masculinas son en todo momento precisamente eso: atmósfera… un cielo de opresión y control de la realidad que casi nunca descienden al suelo a través de una presencia visual directa. Ese es territorio de mujeres.

La directora trabajó sus imágenes con luz natural (lo que le hizo tardar mucho más en filmar las escenas), y ese medio le permitió el intimismo de momentos nocturnos y de interiores, a la vez que estallan bloques de luz solar, muchas veces asociadas al suelo, a la tierra, a las manos femeninas que mataban animales, que hacían parir vacas, que preparaban alimentos… las mujeres viven, en la película, en un Universo que les es propio. El varón, por su parte, supervisa, examina la cosecha de seda y, sobre todo, fuma… y en esa nube de humo permanece sin descender a tierra.

De los varones en quienes se desarrolla una historia lateral, tenemos al del joven que comete una falta grave con una mujer ajena (May los sorprende y seguramente también denuncia). La adúltera es rapada y enviada a un convento budista de por vida, mientras él es flagelado… pero seguirá trabajando. Luego le consiguen una esposa al muchacho y hasta se casa. Es otra niña como May, pero él seguía enamorado de la mujer perdida y reniega de su nueva esposa. La consecuencia es que Hung quiere devolverla a la familia con el triple de la dote recibida, pero el padre de la niña no la acepta… e incluso le recrimina: “no sirves ni como esposa”. Así que la única salida que le queda a la pequeña muchacha es contrastar con los gusanos de seda, cuya evolución seguiremos a lo largo de la cinta.

En efecto: los gusanos antes de encerrarse en sus capullos son May llegando sin escapatoria alguna, en una barca, en una bellísima imagen inicial, atrapada entre las estribaciones vietnamitas de los montes Huang, chinos. May y las otras esposas, durmiendo entre traslúcidos tules reproducen la formación del capullo y, finalmente, el cierre del proceso: la mariposa que se posa en el rostro de la joven muerta en su ataúd, mientras May mira atentamente el cadáver. Esta visión la conmueve y le da a May la clave de su situación. Es un instante de epifanía. Para colmo, engendra una niña y se da cuenta de que el haberle dado una hija a Hung la condenaba, la empantanaba en una situación sin salida… La convertía, en definitiva, en esas guedejas de seda que, de blancas, se tiñeron de rojo y que ahí quedarían, tendidas al sol, sin más futuro que el de no volver a ser ella misma nunca más, como aceptaron resignadamente las otras dos esposas.

 

«La tercera esposa»

 

Cuando el río suena…

La directora quiso ajustarse a las verdades históricas y hasta antropológicas en lo que nos cuenta. La muerte, la boda, el desfloramiento de May siguen los aspectos formales requeridos por los respectivos rituales. La información está en los libros de texto pero también en la vida misma de Mayfair: su abuela se casó siendo niña en un matrimonio arreglado por varones y su bisabuela se casó también siendo niña y formó parte del harén de un campesino potentado… y debido a su juventud al desposarse, precisamente, es que pudo contarle a Ash Myfair anécdotas de cómo se vivía en el Vietnam rural de hacía mucho tiempo. También la directora quiso ajustarse al ritmo natural de la locación elegida, yendo a vivir al lugar meses antes de que comenzara la filmación. Es por eso que el silencio domina a los personajes y al ambiente: porque fue una de las cosas que más impresionó a la directora, quien pudo descubrir los pequeños sonidos que se esconden en el silencio de tales parajes, rodeados por las paredes verticales de los montes.

Aunque el argumento se desteje sin complicaciones en el guión, mantiene el interés por lo que sigue a cada momento. Dos breves escenas de sexo y el degollamiento explícito de un gallo quizás sean los únicos elementos que desentonan en un conjunto de belleza formal tibia y serena y que revelan cierta imprecisión de novata. En cuanto a la calidez, viene dada, principalmente, por la prerrogativa tonal del rojo -color que es llevado lentamente por el devenir natural del ambiente-, y la ternura en el rostro de la actriz que protagonizó a May, quien demostró, además de su particular belleza juvenil, sus dotes de actriz, especialmente en el cálculo del gesto pequeño y modesto, con apenas la sombra de un toque de emoción que se descuenta debía primar entre las mujeres sometidas a los caprichos masculinos en aquellas épocas.

Por su lado, la niña más pequeña del grupo es como una May en estado larval y se confiesa -sin que nadie mida la potencia de su declaración- que le había pedido a Buda ser varón cuando crezca. La decisión final de May y la niña cortándose el pelo -en el mismo río que trajo a la joven y que ahora se lleva el cabello como seda negra- le dan cierre a una historia cuya salida queda en manos del futuro de la Humanidad en tanto que gestora de cultura. Esta aseveración parece imperar en la intención de la directora: tras la música del final, y cuando ya están pasando los créditos, se oye el flujo del río que crece y crece hasta convertirse en un breve estruendo…

¿Dejará de ser la mujer “moneda de cambio” del estructuralismo algún día? La tercera esposa, con ese in crescendo en el sonido del agua del río, parece querer decirnos que ese momento llegará, indefectiblemente… y que esta película ha hecho su parte para que eso suceda.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: Las actrices Nu Yên-Khê Tran, Mai Thu Huong Maya y Nguyen Phuong Tra My en La tercera esposa (2018).