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«Los pájaros», de Alfred Hitchcock: Del miedo y la naturaleza animal

El mítico director británico dirigió en 1963 esta inquietante película en la que las aves atacan a los humanos sin aparente motivo. Su tensión va creciendo hasta llegar a un final inquietante. Es de resaltar la ausencia total de música (recurso casi obligado en filmes del género suspense-terror) que es sustituida brillantemente por los sonidos de las propios pájaros y así mismo son notables sus logrados efectos visuales. La cinta es todo un clásico de culto en el que se encuentran escenas que forman parte de la historia del cine como la del ataque a los niños al salir de la escuela.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 2.6.2019

 

«En el fondo, sabemos que al otro lado de cada miedo está la libertad».
Rabindranath Tagore

«Tuve miedo porque estoy desnudo, por eso me escondí».
Génesis

El director

¿Quién no conoce a Alfred Hitchcock? Él logró ser popular en su época como director de películas, la gente iba a ver sus filmes independientemente de los actores que intervinieran. Rara avis esta circunstancia entonces y aún hoy en día: el gran público suele conocer mucho más a los actores que a los directores, y son pocos los realizadores que no son también actores los que lo consiguen.

Es conocida su predilección por las actrices rubias, en Los pájaros es Tippi Hedren la elegida. Y también es vox populi su costumbre de aparecer fugazmente en sus películas estableciendo un juego cómplice con el espectador que busca localizarle.

Su especialidad fue el suspense a través de la dosificación del miedo. Fue un maestro de la creación de atmósferas inquietantes, atmósferas que impiden que el público se duerma en su butaca. Pero sus películas no pretenden ser generadoras de miedo gratuito, a él le interesó por encima de todo indagar en la condición humana, en la psicología de sus personajes y especialmente en las conductas que les-nos provocan miedo. Ese interés es el que da mayor autenticidad a su obra.

 

Miedo, miedos

El miedo, ese inseparable compañero que puede ser útil en algunos casos como mecanismo de protección-defensa. Pero también el miedo limitante que nos impide abrirnos a lo incierto, a lo nuevo. Sabemos que “el león” que tememos es más peligroso cuanto más miedo tenemos de él y que puede llegar a ser incluso manso si superamos nuestro miedo (entiéndase león en sentido figurativo aunque puede aplicarse en sentido literal en algunos virtuosos y excepcionales casos).

A veces puede ser útil huir de lo que nos produce el miedo, pero en ocasiones no podemos hacerlo porque no sabemos de qué huimos y hacia dónde huir o bien porque estamos totalmente paralizados por él, el miedo puede llegar a paralizarnos.

Parece que el miedo primario es el miedo a la muerte, el miedo a dejar de existir. Y asociado a él, el miedo a la degradación por el tiempo que conduce finalmente a la muerte. Pero hay otros miedos en nuestro ser como son el miedo a las fuerzas de la naturaleza externa e interna, a la entrega total a otro-s, al dejarse ir, al mostrarnos-desnudarnos, al perder a alguien, al no tener nada, al fracaso, a la soledad… Infinitos miedos que están en nosotros y nos acompañan consciente e inconscientemente.

El miedo a menudo es de aquello que no se ve o aún no se ve pero sí se intuye. El miedo que está comúnmente asociado a la incertidumbre y a la oscuridad o la ausencia de la necesaria luz del ver-conocer-saber.

Tras un miedo suele haber una limitación personal a superar. Así lo expresa Tagore en la cita del encabezado, sabemos que en el fondo nuestros miedos esconden tesoros, podemos entender que tienen un significado y que son por tanto todo un reto personal. El miedo o los miedos en nuestras vidas a menudo son síntomas de algo que nos ocurre, averiguar qué hay tras un miedo y ponerse a la labor de superarlo es abrir en algo la puerta a la libertad personal, cada miedo que dejamos atrás nos acerca más a poder abrir del todo esa puerta. Quizás nunca lo logremos o quizás sí, una vida acostumbra a dar muchas oportunidades para alcanzar la ansiada libertad “a pesar de” tantos miedos y limitaciones.

A nivel social siempre ha habido interés por parte de gente sin escrúpulos en utilizar el miedo de los demás para su propio beneficio; los que ofrecen seguridad desde su poder sin ofrecer empoderamiento a los otros, los que dominan-manipulan a los demás a través del miedo, los que mercadean todo tipo productos generando miedo al potencial consumidor… Se puede decir que ellos “viven” del miedo ajeno.

En el fondo esto es lo que también hace el maestro Hitchcock. Pero lo suyo se agradece porque es espectáculo para todos y es enseñanza para quien quiera comprender mejor la naturaleza humana, especialmente la naturaleza de nuestros miedos.

 

Tippi Hedren y Rod Taylor en «Los pájaros» (1963)

 

Mujeres en torno a un hombre

La película pone el foco en cómo viven el inquietante comportamiento de los pájaros las personas protagonistas, un hombre  y “sus” mujeres. Mitch (Rod Taylor) conoce a Melanie (Tippie Hedren) en una tienda de animales de la ciudad. Ambos se atraen e inician un inteligente juego de coqueteo mostrando personalidades fuertes. Melaine es una mujer valiente y decidida, características que la llevan a tomar la iniciativa para reencontrarle.

El reencuentro se produce en la localidad costera donde viven las otras mujeres, Mitch está pasando el fin de semana (como es su costumbre) en su hogar de infancia donde viven Lydia (Jessica Tandy) su madre viuda y Cathy (Veronica Cartwright) su jovencísima hermana. Y en el pueblo también reside Annie (Suzanne Pleshette), la maestra con la que hace tiempo él tuvo una relación. Hitchcok nos va desnudando progresivamente a las tres mujeres adultas y libra del análisis a Cathy y a Mitch. Pronto descubrimos que la niña está en la historia como reflejo de la niña abandonada que fue-es Melanie (su madre la abandonó a la misma edad que ella tiene ahora).

El casi no desnudo de Mitch indica, a mi entender, que el principal interés del director está en la naturaleza femenina. Y a la vez de alguna manera es como si algo de él se refleje en el personaje. Mitch es un hombre que se mueve entre varias mujeres que lo adoran, él las protege y muestra capacidad de “aguante” ante sus manifestaciones desagradables. Pero a diferencia de Hitchcock su personaje no tiene tanto interés por indagar lo que se mueve en ellas, por conocer-entender su rica naturaleza femenina.

Su naturaleza la descubrimos principalmente por las conversaciones que tienen con Melaine tanto Annie como Lydia. Melaine a quien ya se ha descrito como mujer valiente, es también una mujer intuitiva con gran capacidad observadora de todo lo que ocurre, especialmente en lo que se refiere a Cathy y Lydia. Pero también la vemos fuera del entorno cercano que tanto le interesa dándose cuenta de lo que otros no ven, dándose cuenta por ejemplo del peligro potencial cuando un hombre se dispone a encender un cigarrillo junto a un reguero de gasolina que ni él ni nadie ve.

Y la maestra se nos presenta como una mujer que aún quiere a Mitch, una mujer que no supo posicionarse con Lydia quien recela de toda pareja de su hijo, una mujer que vive en el pueblo sólo por estar cerca de él, una mujer cuya vida gira en torno a Mitch.

Pero el retrato más elaborado es el de Lydia, ella tiene mucho miedo; desde que murió su esposo se siente sola y desprotegida, por eso recela de las mujeres que quieren a Mitch. Y su desamparo también la limita como madre de la pequeña Annie. Así, en muchas escenas de tensión-miedo vemos como la niña acude a Melaine para que la proteja, ella lo hace y con ese gesto maternal también protege a su propia niña abandonada. Lydia reconoce sus limitaciones a Melaine: “Ojalá fuera más fuerte. Perdí a mi marido, es terrible depender de la fortaleza de otra persona y luego perderla de repente y quedarse sola”, así se siente ella.

Esa mayor definición de la madre es también significativa. El interés por el rol de la madre es no sólo en el retrato de Lydia, lo es también en el incidente de una madre que protege a sus hijos durante uno de los ataques de las aves. La mujer se encara con Melanie preguntándole por qué atacan los pájaros asegurando que todos los del lugar dicen que aparecieron a su llegada: “Creo que usted es el diablo”, sentencia totalmente fuera de sí. La madre que se enfurece ante el peligro de que algo les pueda ocurrir a sus hijos. La madre humana enfurecida-imprevisible-indomable versus la madre naturaleza aviar enfurecida-imprevisible-indomable que la amenaza.

 

Madre naturaleza

Mitch y Melanie se conocen en una tienda de animales de la ciudad, un lugar donde se les encierra fuera de su hábitat natural, un lugar donde se comercia con ellos. Los humanos como animales racionales que se rodean de otras especies animales a las que domestican.

Y los humanos que explotan a los animales como herramientas de trabajo o como alimento. En la película se cita a las gallinas y a los pollos. Las gallinas que se niegan a comer el pienso como anticipo a la rebelión aviar que se avecina, y los pollos que se comen en el bar con normalidad las personas que hablan sobre los salvajes ataques de las aves.

De este modo Hitchcock parece plantear que la naturaleza salvaje animal no quiere ser domada y que en ese no querer podría encontrarse una explicación a sus ataques. Se intuye un doble mensaje, una visión crítica a la explotación-dominación animal (y por ende de toda la naturaleza) que los humanos tendemos a ejercer y análogamente un apunte psicológico a nuestra propia naturaleza animal que nos inquieta e intentamos controlar.

Los humanos sometemos y matamos a los animales, comemos su carne e incluso nos vestimos con sus pieles (así vemos a Melaine). Pero cuando un animal mata a “nuestros” animales vamos a por él, así se han casi erradicado en muchas regiones especies como los lobos o los osos; matar animales ha pasado de ser una necesidad alimentaria a ser un ejercicio de poder que es incluso premiado y considerado como “deporte” o “espectáculo”. ¿Tienen derecho pues a rebelarse los animales como parece plantear la película? ¿Es el ojo por ojo, diente por diente una solución? Entiendo que no, pero sí que el planteo del ataque apocalíptico es una contundente manera de invitar a la reflexión en un tiempo en dónde pocas voces lo hacían. Una reflexión que desafortunadamente sigue siendo actual.

Reflexión paralela es la de qué hacemos los humanos con nuestra naturaleza animal salvaje. Animalidad que entiendo asociada a la feminidad, a la componente femenina tanto de los hombres como de las mujeres, componente que suele estar más a flor de piel en las féminas.

Lo salvaje nos acostumbra a asustar por sus formas, nos suele sorprender por ser a menudo impredecible… La animalidad salvaje humana no se puede controlar porque es pura naturaleza, se puede reprimir o castigar pero en el momento más inesperado reaparecerá y probablemente con mayor fuerza.

Comúnmente se utiliza la racionalidad para negarla, reprimirla o dominarla… pero esa misma luz del intelecto-razón puede emplearse para acercarse a entenderla; podemos optar por uno u otro uso. A mi entender quien no quiera comprender lo que le ocurre (a uno mismo o al otro), quien no quiera averiguar que esconde una manifestación incómoda tenderá a catalogar esa animalidad salvaje como inferior, impropia e ilegítima obviando lo que es: legitimidad natural del animal que somos que busca ser comprendida-amada-integrada.

Es simbólico que esta animalidad no integrada se nos muestre a través de los pájaros. Los pájaros, los animales que son capaces de volar, una capacidad que no tenemos por naturaleza los humanos. Los pájaros que precisamente por volar son considerados símbolos de liberación-libertad, del dejarse ir venciendo los miedos, de la superación de las limitaciones… también de las buenas noticias (como un “tierra a la vista” en las travesías marítimas) y de la ansiada paz (la paloma blanca). Los pájaros en la película están en oposición-inversión a esta placentera imagen, se nos muestran en cruenta rebelión como buscando acabar con nuestra especie…

 

Jessica Tandy en «Los pájaros» (1963)

 

Desasosiego

Esa es la sensación con la que finaliza la película, el desasosiego del no atisbar solución al conflicto-problema. La amenaza de una espiral creciente de caos que empieza a extenderse a más territorios. El miedo al inminente fin de la humanidad que egoístamente asimilamos al fin del mundo tal y como pregona un parroquiano del bar.

Sólo unos pocos rayos de luz en este oscuro horizonte (que simbólicamente vemos en el último plano con un sol entre nubarrones). Uno es la valiente actitud mostrada en todo momento por Mitch que sin decir casi nada viene a transmitir: vamos a salir de esta, no tengo ni puñetera idea de como, pero vamos a salir de esta. Mitch encarna la necesaria seguridad y aplomo ante la incertidumbre que no cesa.

Y el otro rayo es la asunción de la madre protectora-amorosa por parte de Lydia con Melaine, la vemos abrazar con ternura a una joven valiente que esta en shock tras el duro ataque final recibido, ataque que casi le cuesta la vida. Una cambio de actitud que puede beneficiarlas a las dos, la madre que recupera su rol-seguridad y la hija abandonada que encuentra una mujer en quien apoyarse en los momentos difíciles.

Ténues luces ante un panorama desasogante que hace que el espectador acabe la visión del filme con mal cuerpo. El mal cuerpo del miedo ante lo que no se comprende bien y por tanto no se sabe cómo disolver-solucionar. Allí quedó y sigue quedando en nosotros por obra y gracia del maestro Hitchcock.

 

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Los pájaros: Alfred Hitchcock y una lección de ecología.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Alfred Hitchcock y Tippi Hedren durante el rodaje de «Los pájaros»

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Tippi Hedren en un fotograma de Los pájaros (1963).

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