«Los puentes de Madison»: Una incitación estética

Las reflexiones metafísicas que ofrece el narrador chileno de la generación de los ’80 acerca del ya clásico largometraje de ficción dirigido por Clint Eastwood, y con las actuaciones protagónicas de él mismo y de Meryl Streep, quien obtuvo un Oscar de la Academia estadounidense debido a su interpretación artística en este filme.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 7.5.2019

Una obra de arte no tiene tiempo y su medida la otorga su presente. Por eso la re-visión de la película de Clint Eastwood (1930) es imprescindible, además de ser ella misma, un pretexto, una incitación interior y una propuesta.

Un fotógrafo cosmopolita llega a un poblado a retratar puentes. Allí vive una dueña de casa madura, inteligente y atractiva, transitoriamente sola por ausencia familiar: dos hijos y su marido. Él fotografía los puentes para la National Geografith  como una suerte de símbolo: construcciones arcaicas, perdidas de la cotidianeidad del mundo moderno para que éste sueñe y subsista alimentado con esos emblemas anclados débilmente en los bordes de un pueblo todavía ajeno al progreso, sumido en su pacato tradicionalismo provinciano.

Allí nace una historia de amor singular, un “hechizo que sólo ocurre una vez en la vida.” Pero ella no abandonará la bucólica vida campesina, la obligación secular de procrear y de criar, mientras sus horas se nutren de detalles conocidos: nunca algo imprevisto ni menos nada sorprendente. Ese amor circunstancial la perseguirá siempre, alimentará su alma y escribirá su historia como un póstumo legado filial: sus hijos, ya adultos, la cuestionarán y se cuestionarán.

Pues bien, Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) no están sólo en ese remoto pueblo norteamericano. De ninguna manera. Si en la vorágine urbana se fuerzan un poco los sentidos se percibirá que casi toda ciudad tiene un puente, que un río divide el espacio y que ese puente lo conecta con algo supuestamente conocido, pero que suele ser diferente, o que es decididamente “otra cosa” al descubrirse la fastidiosa monotonía de la vida personal.

Entonces, los puentes ligan mundos, los enlazan y convierten sueños o promesas en realidades virtuales: la lejanía estimula a la esperanza, y la espera se revierte en acción si se asume que un día los cruzaremos como parte de un proceso ineludible.

La vida puede depender de un puente, cimentado o destruido a diario. Entre los seres humanos suele mediar un trecho desconocido, un área invisible que los vuelve desconfiados, temerosos, expectantes o huidizos, como una replica exacta de quien observa al otro lado.

No debe olvidarse que el puente material es una excusa: se trata de una obra humana. Tiene un objetivo y su uso cubre una necesidad.

Solo que los puentes físicos son una anticipación o una advertencia. En tanto, surcar la distancia intangible que media entre uno y otro es dura tarea cotidiana. No basta entremezclarse y creer que se convive por el simple expediente de utilizar espacios semejantes. Suele no advertirse la ocupación individual de un territorio: se transita por un mundo ancho y ajeno, sin verlo ni ver a los demás. Se piensa que ninguno utiliza un puente si no es uno quien lo cruza previamente, como si en la tragicomedia de la sobrevivencia nadie estuviese jamás “del otro lado.”  Y en ese equívoco autoimpuesto se pasa a través del otro como un tenue soplo de la propia yoidad. No se vivencia el auténtico puente interior que nos hace parte de una construcción humana previa al derrotero físico y material.

Convendría asumir la existencia de puentes como un mal necesario: los internos y los demás. Franquearlos, o hacer el intento, a pesar del temor legitimo de asumir caminos antagónicos, en la extraña paradoja de su complementariedad. Al fin de cuentas, Los puentes de Madison están por doquier.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los ’80 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Clint Eastwood y Meryl Streep en «Los puentes de Madison» (1995)

 

 

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Clint Eastwood y Meryl Streep en una escena de Los puentes de Madison (1995), del realizador estadounidense Clint Eastwood.