«Lulú», en el Municipal de Santiago: Los dilemas artísticos de una farsa apocalíptica

Uno de los logros creativos de este histórico estreno en el escenario de la calle Agustinas correspondió al desempeño de la Orquesta Filarmónica de Santiago conducida por su director residente Pedro Pablo Prudencio -ante el abandono de Juan Pablo Izquierdo a última hora, maestro previamente contratado para esta obra-, y quien con su habitual dinamismo y energía desarrolló esta variación de aproximadamente tres horas con una claridad rítmica encomiable.

Por Jorge Sabaj Véliz

Publicado el 25.8.2018

El miércoles 22 de agosto asistimos a la función de estreno en Chile del cuarto título de la temporada de ópera 2018 del Teatro Municipal de Santiago: Lulú (1935), del compositor vienés Alban Berg (Viena, 1885 – Viena, 1935).

Compuesta entre los años 1929 y 1935, sin completar en cuanto a la orquestación del último acto, por la prematura muerte de su autor, comparte el signo realista y la protagonista femenina con otra opera terminada en 1932 en Rusia, la Lady Macbeth de Mtsensk del compositor ruso Dmitri Shostakovich, interpretada el año pasado en este mismo escenario. Así el Teatro Municipal de Santiago se abre a manifestaciones operísticas, quizá no tan populares para el gran público, pero, ya a estas alturas, clásicos del circuito operístico internacional.

Representante de la segunda escuela de Viena junto a su maestro Arnold Schoenberg y compañero de enseñanzas Anton Webern, (la trinidad vienesa) comparten su amor por maestros de la tradición alemana y austriaca del siglo XIX como Johannes Brahms, Anton Bruckner o Gustav Mahler y con la más lejana escuela de Viena conformada por Mozart, Haydn y Beethoven. Entre los aportes formales más característicos atribuidos a este grupo se cuentan el atonalismo y dodecafonismo impulsado por Arnold Schoenberg y adoptado por sus discípulos, mediante el cual destruyen las reglas de la tonalidad creando nuevas escalas de doce tonos los cuales tienen el mismo valor al momento de componer, dando gran libertad al autor.

Berg adoptó esta forma para la orquestación de su ópera póstuma pero con libertades que le permitieron pasar de la tonalidad al dodecafonismo según lo requiriera su expresión dramática.  En este sentido uno de los logros del estreno fue la performance de la Orquesta Filarmónica de Santiago dirigida por su director residente Pedro Pablo Prudencio, ante el abandono de Juan Pablo Izquierdo, director previamente contratado para esta obra, quien con su habitual dinamismo y energía desarrolló esta variación de aproximadamente tres horas con una claridad rítmica encomiable. Así dio claramente las entradas a cada cantante para que no hubiera ninguna descoordinación en las distintas escenas. En parte del primer acto, por ejemplo, hubo un concertado con al menos cinco voces cantando y declamando al  mismo tiempo en diversas tonalidades lo que requiere un gran virtuosismo técnico del director y de los cantantes.

 

Los roles principales estuvieron entregados a:

Lauren Snouffer (Lulú): La soprano supo dotar a la protagonista de la inocencia y perversidad requeridas gracias a una belleza y fragilidad naturales, acentuadas por la sobriedad de sus vestidos, maquillaje y peinados y por el tratamiento pulcro de las escenas de mayor contenido sexual, nunca explícitas sino sugeridas. Su voz cumplió con las altas exigencias del rol con sobreagudos casi destemplados en momentos de tensión dramática y un timbre lírico que tuvo el volumen y la impostación necesarios para sobrepasar el denso peso orquestal.

Stefan Heidemann (Dr. Schon/Jack el destripador): Dos cualidades sobresalieron en su versión del rol: una voz baritonal de gran belleza y presencia que le permitió jugar con los momentos de la trama (conversaciones, declaraciones, chantajes, lujuria, hasta el grito del moribundo) una declamación perfecta del libreto y una presencia escénica enigmática, casi mecánica, como de marioneta completamente manipulado por su ansia sexual (una característica, por lo demás, compartida por el 90% del elenco masculino y femenino) y que lo llevo de manipulador a manipulado y finalmente a víctima de su viciosa decadencia.

Michaela Selinger (Condesa Geschwitz): Dotó a la condesa de sofisticación y elegancia, su personaje tuvo el impulso lésbico desde un comienzo y llegó hasta las últimas consecuencias en su amor y obsesión por Lulú sin perder por ello la clase de la aristocracia vienesa. La hermana del compositor tuvo una amante en su juventud en una relación obviamente resistida y condenada en el pulcro y católico ambiente de la Viena de principios del siglo XX.

Benjamin Bruns (Alwa): El tenor alemán impuso su presencia física y vocal, con una voz timbrada de heldentenor, que supo equilibrar con los demás protagonistas, en un estudiado rol de hijo del Dr. Schon quien hereda su fortuna y luego la pierde en la bolsa. También esto tiene un correlato con la vida del compositor que, naciendo en una familia acomodada, ve disminuida su fortuna por la temprana muerte del progenitor, cuando Berg contaba con solo 15 años. El tenor comienza como un dandy, director de obras de teatro,  que en la medida que el drama avanza, experimenta una degradación económica y moral causada por su platónico amor por la asesina de su padre. Lo que culmina en un hombre enfermo, viviendo en la calle y muerto por un cliente carnal de su amada que se niega a pagarle sus servicios.

Robin Yujoong Kim (Pintor/Negro): El tenor oriental mostró gran apostura física y un control vocal de su instrumento lírico, su estudio del personaje le permitió cumplir con el rol sin llegar a lucirse.

Jens Larsen (Schigolch): En la parte vocal destaca como uno de los bajos de más amplio y bello timbre, junto a Solomon Howard como el Comendador en Don Giovanni,  que han cantado este año en el Municipal. Su voz llenaba el teatro sin dificultad y su presencia escénica, con una altura de al menos 2 metros se imponía naturalmente. Su interpretación dramática estuvo hábilmente construida en torno a un personaje marginal y despreciable, tal vez un pordiosero, a quien le costaba desplazarse por su edad y enfermedades ocultas. Es quien conoció a Lulú con su verdadero nombre cuando aún era una niña abandonada y quien presumiblemente la formó como prostituta explotándola desde el inicio hasta el final.

 

Los cantantes nacionales como Hernán Iturralde, de destacada carrera internacional, dio forma a un domador de animales y atleta, con una voz de barítono joven y expresiva con la que delineó un personaje apático, cómico y explotador en una veta dramática efectiva que demostró un nutrido oficio sobre el escenario. Gonzalo Araya nuevamente nos sorprendió con una efectiva interpretación dramática del Marqués que vilmente extorsiona a Lulú aprovechándose de su vulnerabilidad para hacerla retomar el antiguo rol de prostituta que se ofrece en las calles a vil precio.

Mención aparte y singular requieren la régie de la francesa Mariame Clement y la escenografía y el vestuario de la alemana Julia Hansen. Pocas veces la noción de la régie se vió tan potenciada con el diseño de vestuario y la escenografía y viceversa como en este tándem. Desde un principio la prolongación del teatro sobre el fondo del escenario así como el doble telón, la comparsa vestida de payasos, la escenografía móvil y precaria, armada ante los ojos del público para cada escena, el famoso cuadro “El origen del mundo” de Gustav Courbet, utilizado como retrato de la protagonista, nos dan a entender que todo es una gran farsa.

Esto se acentúa con la interpretación mecánica de los personajes, con su atildado vestuario, su maquillaje a veces grotesco, como máscaras blancas, lo que nos lleva directamente a la visión pesadillesca de Otto Dix. El tema de fin de siglo o la época de entre guerras en una sociedad vienesa plena de manifestaciones artísticas como el expresionismo en la pintura de Kirchner, o el arte abstracto de Kandinsky, sin considerar los retratos esmirriados y llenos de sexualidad de un Egon Schiele, desembocan directamente en esta farsa en que los personajes se desintegran como si no hubiera un mañana llevados por sus impulsos primarios hacia la avaricia, la lujuria, el egoísmo y una decadencia brutal que termina con los personajes, violados, asesinados, suicidados, enfermos y arruinados en una debacle total, como presagiando la oscuridad apocalíptica de la futura Segunda Guerra Mundial.

 

La idea conceptual y estética del «apocalípsis» recorrió de principio a fin la puesta en escena que pudo observarse en la régie a cargo de la francesa Mariame Clement

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Marcela González Guillén, del Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.