«Marea humana», de Ai Weiwei: La inhumana realidad de los desconocidos

Este largometraje documental muestra la realidad de los refugiados que se vive hoy en día y que se ha venido prolongando y agudizando por décadas en el planeta. Y me gusta que Ai Weiwei esté presente a lo largo del recorrido, porque es así como exhibe la cara profunda de algo que ya se nos fue de las manos y que pide a gritos un cambio, porque es una bomba de tiempo a punto de estallar. Porque finalmente pareciera que la única solución fuese la violencia contra la violencia.

Por Alejandra Coz Rosenfeld

Publicado el 14.5.2018

La primera vez que oí de Ai Weiwei (Beijing, 1957) fue para la Documenta XII (2007) en Kassel, Alemania, el evento más grande y prestigioso del medio artístico, más aún, que la conocida Bienal de Venecia.

La Documenta ocurre cada cinco años y siempre en la pequeña ciudad de Kassel, la cual se transforma en una gran plataforma abierta, donde lo interno y lo externo se unen. Y suele ser el máximo reconocimiento unánime, ser convocado a participar en ella.

En esa oportunidad, Ai Weiwei hizo una gran obra, y parte de ella fue una creación viviente, la que explicada a grosso modo: consistió en traer a 1001 chinos, que nunca habían salido de su pueblo, para que deambularan por la ciudad mientras durara la muestra (varios meses).

Su obra tiene siempre un lado que se relaciona con la humanidad misma, con la tradición, con los ancestros, dinastías, movimientos y los poderes que los envuelven y manipulan.

Su recién estrenado documental Marea humana (2017) me deja sin palabras, muy triste y desalentada de nosotros como humanidad, como los supuestos seres más inteligentes sobre el planeta. Sintiendo que ya no hay nada más por hacer, que ya hemos llegado al callejón sin salida, que estamos en el punto de no retorno. Y por otro lado, tratando de ver la luz, en cada acto de generosidad que nos encontramos permanentemente, en medio de la desgracia, y lo curioso es que la generosidad no la enseñan los que están supuestamente colaborando y ayudando a los refugiados, sino más bien son ellos mismos, los que están escapando de la miseria, los que nos dan las lecciones más profundas de humanidad.

Por ejemplo los doctores que van a prestar servicios humanitarios a los campos de refugiados, no van de la mano de una entidad gubernamental que se preocupe de manera concisa acerca de las faltas evidentes de los millones y millones de seres que piden asilo, sino más bien, son personas naturales que se las barajan entre una minoría.

Me deja con la sensación de pertenecer a una raza que no ha aprendido nada, que a pesar de todas las vueltas planetarias, no hemos aprendido nada, ni con las incesantes guerras, ni con los millares de muertes, ni siquiera con los oscuros episodios del medioevo.

Volvemos a arremeter aún con más crueldad, aún con más indiferencia, en pos de unos pocos.

Con la indiferencia, distancia, altivez e individualismo extremo, que se nos insertó como dentro de un chip, en nuestros valores, muy trastocados ya, y gracias a la buena acogida que le dimos al súper modelo económico neo liberal y capitalista.

Esto, sumado a la distancia y frialdad que la era digital nos otorga.

Es posible estar al tanto de todo, desde la seguridad de mi casa, donde no tengo que compartir con nadie que yo no quiera, y donde no estoy expuesta, ni expongo a ninguno de los míos, a las atrocidades, que una y otra vez, pasan por las noticias.

Yo me pregunto qué pasaría si sólo dieran noticias positivas, de seguro que la gente andaría más feliz por la calle.

Hoy se vive la vida a través de un lente y en un chascar de dedos te puedes cambiar de página o canal y puedes pasar de bombardeos en vivo y en directo, a ver dibujos animados.

Son muy pocos los medios de información que muestran de manera objetiva, lo que realmente sucede, así como son muy pocos países, los que realmente se preocupan por la humanidad de la humanidad.

El documental muestra la realidad de los refugiados que se vive hoy en día y que se ha venido prolongando y agudizando por décadas. Y me gusta que Ai WeiWei esté presente a lo largo del recorrido, porque es así como muestra la cara profunda de algo que ya se nos fue de las manos y que pide a gritos un cambio, porque es una bomba de tiempo a punto de estallar. Porque finalmente pareciera que la única solución fuese la violencia contra la violencia.

Una de las cosas que más impotencia da, es saber que detrás de estos conflictos de guerra, hay un interés económico, por sobre un interés humanitario.

Que las ganas de enriquecerse de unos pocos, son tan fuertes, que deja de importar la vida de los otros, vida de civiles y de los uniformados, porque al final, los enviados a la guerra, son unos jovencitos que se creyeron el cuento de la patria y no son los grandes mandatarios quienes ponen su pecho para defender su feudo, sino que mandan a matar inocentes por inocentes. Todo fría y previamente calculado.

El eterno conflicto de Medio Oriente continúa, y seguirá así, porque allí debajo está el preciado oro negro. Y es este eterno conflicto, el que ha llevado por décadas el gran éxodo. Crisis de la que no se habla mucho, de la que se ve de lejos, al menos en nuestro país. Porque las únicas noticias que importan son los portonazos, la comida y el fútbol. Por lo tanto para informarse hay que sintonizar CNN o la BBC. Hablo exclusivamente del problema migratorio en Europa, ya que en nuestro país, sí se ha estado hablando solapadamente, pero de la inmigración haitiana en especial. Y digo solapadamente porque la manipulación mediática que existe en Chile es completa.

Referente a eso sólo puedo agregar, que muchas veces me avergüenzo de pertenecer, ya que a raíz de esta ola de inmigrantes hemos mostrado una faceta totalmente xenófoba y racista, nosotros, los más arios. Y cómo no, si ni siquiera reconocemos ni validamos a nuestros propios pueblos originarios.

Volviendo al tema que denuncia Ai Weiwei en su documental, el de la inhumana realidad de los refugiados, me pregunto: ¿Cómo pretendemos abrir fronteras, si incluso las fronteras de nosotros mismos las hemos cerrado? Nosotros como individuos, hemos cerrado las fronteras con nuestros pares, con nuestros propios vecinos. Hoy en día es muy raro que conozcas o dialogues con los vecinos de tu barrio, al menos dentro de la clase más acomodada, y se ve en las calles, ya nadie hace vida de barrio, los niños ya no juegan ni al ring ring raja ni a la pelota en la calle.

Como mencioné anteriormente, esto es una consecuencia directa del libre mercado, que sutilmente nos vendió la idea de que había que trabajar individualmente y así se nos hizo abdicar, sobre la idea del colectivo, porque se nos inculcó la competitividad, y se nos vendió el miedo a la escasez, a la sospecha del otro, a creer que si das la mano, te agarran del codo, afiatándose el apego a la materia, que es lo que te valida y cuantifica en esta sociedad de consumo.

¿Cómo es posible que en el siglo XXI las fronteras aún estén cerradas, amuralladas, bombardeadas y que los refugiados sean tratados como delincuentes, como lastres, como pestes?

La crueldad del ser humano, los poderes fácticos que desde su escritorio definen los derechos a la vida, donde se llenan la boca de concilios y decretos para la supuesta protección de los más desvalidos, pero que sin embargo, quedan aún más desprotegidos que en sus propias naciones.

Ser un refugiado te condiciona y te clasifica dentro de una categoría inferior de calidad humana, donde pierdes todos tus derechos y es más, eres aún más violentado, denigrado, quedando a merced del viento. Porque incluso de sus campamentos temporales son desplazados y humillados. Y vuelven a perderlo todo.

Y pienso, eso nunca lo hemos visto en la naturaleza, las aves migratorias jamás han cerrado sus fronteras. Eso es impensable en la naturaleza, allí no existen las fronteras. Allí siempre ha existido la globalización y la conciencia de que somos un todo.

Anoche me acosté pensando en lo afortunada que soy, metida en mi cama, bien calentita, con mi hijo de siete años acurrucado a mi lado y mis otros hijos, cada uno en su cama, cada uno en su pieza, cada uno comido, bañado. Mientras las imágenes del documental de Ai Weiwei daban vueltas en mi cabeza.

La imágenes de los campos de refugiados, que son verdaderos campos de concentración, guetos, donde se pierde todo deseo, toda aspiración, todo sueño. Donde la temporalidad de ese estado, pasó a ser permanente hace muchos años, casi como una nueva raza a la que hay que esconder, porque nadie quiere hacerse cargo, nadie quiere, porque teme perder algo, contagiarse de algo raro.

Los estados son puro bla bla, bla bla y estrategias político económicas, donde las riquezas son repartidas entre unos cuantos; porque los que están realmente preocupados por la dignidad de las personas refugiadas, generalmente son ONG que no dependen de ningún poder de Estado.

El único país que mantiene abiertas sus fronteras con un discurso exclusivo hacia la humanidad y dignidad de los refugiados es Jordania y con la convicción de que es nuestro deber como sociedad.

Afganistán también las ha vuelto a abrir, con la excusa de que retornen y ayuden a la reconstrucción del país. Y debido a esto, Pakistán ha comenzado la deportación, donde regresan a un país en ruinas, que poco y nada les puede ofrecer. Y que abiertamente se califica como de extremo peligro y conflicto permanente.

Por lo tanto el título lo dice todo, «Marea humana», hordas de multitudes que se trasladan con el sueño de encontrar una vida más digna. Hordas que quedan estancadas en lugares sin nombre, en estaciones de trenes, bordes fronterizos que sólo pueden ofrecer cierto abrigo o idea de, por tener un techo. Donde los derechos básicos como luz y agua quedan eximidos. Países, donde se exacerba el mal entendido patriotismo y se confunde con racismo y xenofobia.

Está de más decir que las imágenes son apocalípticas y que quisiera que fueran sólo tomas de ciencia ficción.

Una realidad dolorosa, frente a la cual, como humanidad no podemos seguir haciéndonos los ciegos, sordos y mudos.

 

 

Afiche promocional del largometraje documental que estuvo recientemente en cartelera en Chile

 

 

Tráiler: