«Ningún hombre es una isla», de Ernesto González Barnert: Esa especialidad que a nadie salva

El volumen es una antología de versos del poeta, cineasta, y productor cultural chileno, editada por Buenos Aires Poetry para la colección Pippa Passes, dirigida por Juan Arabia y compuesta por una selección de obras pertenecientes a cuatro títulos: “Trabajos de luz sobre el agua”, “Coto de caza”, “Playlist”, y “Cul de sac”.

Por Franco Bedetti

Publicado el 20.12.2019

 

Oberture

Mi primera lectura se vio influenciada por el conocido vicio barthesiano del lector salteado [1]. Como muchos otros lectores, suelo poner en práctica este vicio en mi primer encuentro con un libro. No obstante, no parece conveniente descartar el hecho de que el índice del libro contribuyó al desarrollo de dicha forma de leer, ya que en él no figuran los títulos de los poemarios, sino sólo los nombres de cada poema. Es decir, si uno se guía sólo por el índice puede inferir que el libro que tiene entre sus manos es un poemario, y no una antología o una selección de poemas. Sin embargo, en el margen derecho superior se indica cuatro veces en todo el libro que los poemas que uno empieza a leer pertenecen (¿o pertenecieron?) a determinado poemario.

Leyendo de este modo, pensando que se trataba de un sólo poemario y no de una antología, sentí una cadencia de poemas que proponen una música caracterizada por la brevedad y la escasez de versos extremadamente cortos, lo que le da cierta intensidad sonora. Lo primero que me cautivó fue el trabajo con la música no sólo en este sentido, en el de una música métrica, en el de una determinada cadencia configurada para ser recitada, sino en el trabajo conceptual que González Barnert establece con ella. Leí varios poemas que utilizan letras de canciones, títulos, notas al pie con supuestas anécdotas de músicos, y pensé en Andrés Caicedo y en su utilización de recursos parecidos en Qué viva la música, novela que incluso cuenta con una discografía detallada al final.

Mi primera lectura se cerró al encontrar cierta cercanía formal entre González Barnert y Caicedo. Creí que era posible hablar del recurso de citar títulos de canciones, supuestas anécdotas de músicos, y etcétera, como un recurso que estructura todo el libro, pero en la segunda lectura noté que donde eso tiene más lugar es en Playlist, uno de los poemarios antologados. Fue en esta nueva lectura, si se quiere más canónica -iniciada desde el principio del libro-, cuando descubrí que se trataba de una antología. Dicho descubrimiento le quitó inocencia a mi yo lector y automáticamente me vi sitiado por la supersticiosa ética del lector; me pregunté un poco en joda un poco en serio qué haría Borges, cómo procedería frente a tal descubrimiento, me reí sólo, puse I Will Say Good Bye de Bill Evans y seguí leyendo.

 

Lectura (s)

El libro empieza con una selección de poemas de Trabajos de luz sobre el agua. Se podría decir que el primer poema busca claramente generar impacto: una abuela obliga a su nieto a ponerse una piedra en la boca para hablar bien. Este poema funciona como un rayo, una explosión, un evento espontáneo, una especie de mini preludio de alto impacto que nos descoloca y nos predispone a la lectura. En el segundo poema, en cambio, el poeta comienza a construir su trinchera y nos dice:

 

“Bástenos escribir, los caprichos

de una obra menor,

este joderse al servicio de lo inútil.

Demasiada luz ha golpeado

en el agua liosa y la noche arrecia.

Bástenos escribir, echar de ver:

nadie aprendió de nuestros errores.

Vivir es otra lengua.” (p.10).

Creo poder ver entre el barro, los troncos, y los hilos de alambre de la trinchera de González Barnert a Giannuzzi recordando y machacando la herencia baudeleriana, la consciencia de la gratuidad de la poesía, en palabras de Giannuzzi: “(…) La poesía, esa especialidad que a nadie salva”. En el mismo poemario, dos páginas después González Barnert insiste en esa gratuidad, en esa inutilidad de la poesía y del poeta:

 

“Se ríen de ti a tu espalda

por tu inutilidad, por esos libros que no te enseñan

a arreglar un enchufe,

poner pan en la mesa.

Se ríen de tu confianza en las palabras,

su humanidad,

eso de salvaguardarlas,

¡Ah tus palabras! algo que no te ha dado nada

ni te lo dará.

Y haces como que no pasa nada

o sí, constatas.

Después confías en que te llamen a comer.” (p.13).

En este poema además de la insistencia en dicha inutilidad de la poesía y el poeta, podemos ver que se declara una confianza en las palabras que nos lleva sin atajos a Gelman, específicamente a un poema que parece aludido en el de González Barnert, y que nos dice que gracias al poema no le darán nada, ni tampoco le servirá de nada, pero así y todo el poeta: «se sienta a la mesa y escribe», me refiero, claro está, a “Confianzas” poema aparecido en Relaciones (1971-1973). En este poema Gelman declara su empecinamiento, una de sus aptitudes poéticas. No importa que la poesía sea una inutilidad, no importa que no sirva para nada, el poeta es poeta porque escribe y no le queda otra alternativa que escribir, que seguir en su empecinamiento, porque de ese empecinamiento pueden salir cosas interesantes (incluso poesía) como en el caso del quinto poema de Ningún hombre es una isla, en el cual se habla de un empecinamiento que admite ser inútil pero no por eso incapaz de generar buenas imágenes. El poeta no reconoce sólo la inutilidad de escribir, sino la inutilidad de escribir sobre el amor, pero parece no arrepentirse, más bien parece justificarse, mitiga a través del surgimiento de una imagen sobria todo lo cursi que pudo haber sido, le echa un balde de agua fría al enamorado, pero nunca liquida el empecinamiento: “Poner una bandera negra / en el pozo más oscuro / ha sido escribir de amor donde el silencio / lo dice más fuerte.” (p.12).

Por otra parte, en la selección de poemas de Coto de caza el poeta abandona la trinchera y va a la batalla, a la línea de fuego: “Para demasiados poetas Delfos / es un servicio de transfer al aeropuerto.” (p.34). En otro poema contrapone la estética de Juan Villoro estancada en una especie de neo-boom latinoamericano con el desparpajo y la potencia posmoderna de Axel Rose y Kurt Cobain:

 

“(…) En mi última pesadilla era el único espectador

de un challenger estival, jugado al mediodía

por dos efebas en jumper.

Arbitraba Juan Villoro que en su momento x

se daba vuelta en su atalaya

y me decía: Somos hijos de Pedro Páramo.

Hombres parcos a quienes la vida arrincona

hasta hacerlos elocuentes.

 

Le hubiera respondido que la poesía dos rubios,

deslavados y canijos, Axel y Kurt,

dándose con todo en los 90

por el título de los pesos pesados,

pero no atiné.” (p.37).

En otro poema del mismo poemario hace su descargo contra la poesía de Valparaíso: “¿Ves? La poesía porteña / es como ese hombre que machaca / en mi día de asueto, porfía / porque circulen troles que no llegan a casa / con tal de sonar a patrimonio de la humanidad.” (p.28). El poeta se maneja por su coto de caza con total tranquilidad como: «(…) Un gladiador con sobrepeso pero igual de aguerrido / que en el espejo del lavabo se contiene / de golpear su orla.»(p.42). En este sentido, creo que podría pensarse la invectiva de este poeta-gladiador como una permanente art poétique que busca en la búsqueda el poema.

Es Playlist -el tercer poemario antologado- donde se encuentran los poemas que me hicieron pensar en Caicedo, específicamente en su novela Qué viva la música, en la que ya dijimos que al igual que en la poesía de González Barnert, se utilizan los títulos de canciones, los fragmentos de letras, las supuestas anécdotas de músicos [2] para construir lo literario, lo poético. En Barnert el  repertorio es amplio, va desde Stevie Wonder, Nick Cave, Medeleine Peyroux, Divinyls, Jet, Los Cumbieros de Cañete, Artic Monkeys, Isobel Campbell & Mark Lanegan, Héctor Laove, The Beatles, Colin Hay, Gregory Porter, Rita Pavone, Caccini, Charly García, The Talking Head, Axel Rose, Kurt Cobain, Bach, Liszt, entre otros.

Playlist es una especie de seguimiento de los diferentes momentos que atraviesa el yo poético en la cotidianeidad: hay una mujer, hay una ciudad, están los otros. La música cambia de manera progresiva, hay núcleos de la escucha propia del yo poético, pero también está la interacción de los demás, también está lo que escuchan los demás: la joven que escucha Manu Chao en la micro, sólo por citar un ejemplo. En Playlist hay un mundo, o quizás sea mejor decir que un mundo atraviesa a Playlist. No está demás señalar que en este poemario González Barnert recurre a una forma de trabajar, de escribir, que ya estuvo presente en Trabajo de luz sobre el agua: la recurrencia tópica. El trabajo poético sobre el agua, la luz, los reflejos, como tópicos estructurantes, como fuentes de energía poética, al mejor estilo Bonnefoy en Principio y fin de la nieve. Como en Bonnefoy es la nieve, en Playlist el tópico recurrente es el volumen y todas las circunstancias que lo rodean. El volumen está en el centro de las cosas. En el centro de lo cotidiano y en el centro de la escritura. El volumen es el sol que le da vida al mundo de Playlist, de él dependen las estaciones, el gobierno de la música, y la libertad de los sentimientos. Respecto a esto hay dos poemas que me gustan mucho y creo que ejemplifican lo que estoy tratando de apuntar, el primero dice: “Deseo de ser la canción de radio / a la que le subes el volumen” (p.64).  Y el segundo: “Escribir es bajar el volumen, creyendo que alguien llama.”(p.65).

Para  finalizar con la (s) lectura (s) quiero decir unas pocas palabras sobre el último poemario que se antologa en el libro. Cul de sac es como su título lo sugiere, un callejón sin salida en el que el mundo y el amor aprehenden al yo poético y lo hacen por momentos ir en contra de sus preceptos. Cul de sac es desborde: la revolución no será televisada y la hipocresía ya no se soporta: “el mundo no quiere más bailarinas”. En Cul de sac el desparpajo se divierte con Shopenhauer y Hegel, y el mundo es un pic nic con un mantel a cuadros rojos y blancos en un parque que recuerda al mundo como lo conocíamos.

 

¿Antología o nuevo poemario?

Por último, para terminar este texto quiero retomar algo que señalé en la oberture y que creo que es fundamental en Ningún hombre es una isla: ¿cuál es la intencionalidad del índice de este libro? ¿Hay algún tipo de intencionalidad al no poner los títulos de los poemarios antologados y sólo poner el primer verso o los títulos de los poemas? Por suerte, tuve la oportunidad de entrevistar a González Barnert y saber que, según él, el índice está hecho de esa manera un tanto particular para ser el índice de una antología, porque él no concibe una antología que no sea un nuevo poemario (siempre y cuando la selección de los poemas que conformarán una determinada antología sea llevada a cabo por el poeta). Es decir, habría, por lo menos, dos tipos de antologías. Unas en las que el poeta antologado es un clásico que ya tiene una relación y un lugar determinado en el canon. En este tipo de antología los índices detallan casi siempre los títulos de los poemarios antologados y los años de publicación de cada uno. En cambio, existen otras antologías, como es el caso de Ningún hombre es una isla, en las que no se detallan los títulos de los poemarios antologados, porque la selección de poemas hecha por el poeta conforma en sí misma un poemario. En este segundo caso creo que lo más conveniente sería hablar de poemario-antología, ya que no se trata de una antología convencional ni de un poemario nacido desde el comienzo como autónomo. Ningún hombre es una isla como antología resume los poemarios, y como poemario condensa la poética de González Barnert: la aptitud poética del empecinado, la invectiva como crítica literaria, la utilización de las letras de canciones y los títulos como recurso formal, un claro compromiso con la brevedad, una recurrencia tópica, y una liberación, una exposición del desborde. Ningún hombre es una isla hace la plancha en el medio del piélago del universo poético contemporáneo, con la tranquilidad del gladiador que cansado de comer tierra encuentra en el empecinamiento la letra, y en la letra los gritos y los silencios del poema.

 

Citas:

[1] Para entender con mayor precisión el concepto de «vicio del lector salteado» véase mi artículo «El vicio del lector saltado»(1991).

[2] En Playlist hay varias notas al pie que parecen entrañar una clara influencia de Pálido fuego de Vladimir Nabokov, autor del gusto de González Barnert. Estas notas al pie declaran supuestas anécdotas de músicos, que en realidad parecen configurar una ficción como sucede en Pálido fuego donde a través de las notas al pie de un poema se desarrolla una novela.

 

Franco Bedetti nació en Casilda, Santa Fe, Argentina, en 1993. Se desempeña como corrector de Saga (revista de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario). Su poemario Pan obtuvo la tercera mención en el concurso de la Municipalidad de Rosario Felipe Aldana (2013), al igual que su nouvelle inédita Lobotomía en el Concurso Municipal de Narrativa Manuel Musto (2014). Actualmente está escribiendo una novela por entregas titulada Pichaçao, la cual se está publicando mensualmente en Revista Camalote (Rosario). En 2018 publicó su poemario La era del fármaco con Editorial Búnker (Rosario).

 

 

«Ningún hombre es una isla» (2019), de Ernesto González Barnert

 

 

Crédito de la imagen destacada: Buenosaires Poetry.