[Novedad] «Ser rojo», de Javier Arguello: El tiempo inmortal de las revoluciones

La reciente novela del escritor argentino nacido en Chile (Literatura Random House, 2020) corresponde a una historiografía que, desde la actualidad y la perspectiva hipermoderna, critica, pero lo hace a través de una textualidad y de una estética que bien podría cuestionarse por resaltar la diferencia y su afirmación existencial unívoca.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 19.11.2020

Un libro recuerda siempre a una multiplicidad de cosas: el momento o la situación en el que se leyó, las noches o las mañanas en vela que pasó la figura autorial escribiéndolo, los caminos terrestres, marítimos o aéreos que transitó hasta llegar a las manos de una subjetividad.

A una individualidad consciente o inconsciente que, de buenas a primeras, por oportunidad o por sensación, examina las primeras páginas, la portada o cualquier parte del objeto que atraiga su atención.

Un libro es, al final, una cosa concreta que relaciona a miles o a muy pocas personas en el mundo. Hay libros más leídos que otros. Hay textos que encajan en buena medida con los parámetros hegemónicos establecidos a su exterior.

Hay palabras, frases exactas que pueden salirse de la forzosa estructura ideológica que aprieta las páginas hacia adentro. Pero en realidad, más allá de los términos más densos, un libro es una experiencia particular y universal, cósmica, pero que involucra también una dimensión interior.

Esa relación entre la universalidad y particularidad es un tópico tratado con insistencia en el libro de Argüello. En él se trata tanto la Historia como la historia. Se habla de igual manera sobre el signo como del significado, de la expresión sensible y concreta como del poder simbólico.

Porque la biografía, el hecho de contar la vida y los acontecimientos que rellenan su contenido, puede parecer un ejercicio de la literatura o el arte del pasado. Pero, ¿no es la experiencia la que llena de fuego nuestros ojos?

Esta distinción entre los elementos cósmicos y los individuales, que se unen en una sola experiencia estética y subjetiva (a saber, el narrador), es la misma que nos permite introducirnos en el rescate de una ideología que ha renacido en el último tiempo.

En otras palabras, el ejercicio que establece el autor, lejos de ser una actividad utópica, es contingente. La opinión contraria justifica la legitimación de un orden por la supuesta inviabilidad y los crímenes del otro, ¿por qué no salvar, entonces, las ideas más elementales de la cuestión?

“Por ese entonces no eran más que un grupo de jóvenes entusiastas que, desde distintos lugares y con motivaciones muy diferentes, soñaban con las ideas de la justicia social y del hombre nuevo”.

“Parece ser que la convivencia no fue sencilla. Incluso en esa pequeña sociedad de ocho personas tan concienciada con las ideas de igualdad y respeto por el otro resultaba harto difícil obedecer una voluntad plural”.

En el ejercicio de memoria, de estética y de realización textual, Arguello expresa y cuestiona al mismo tiempo. Por una parte, declara y rescata los ideales que impulsaron las revoluciones y que intentaron plasmar los gobiernos de izquierda en el mundo.

Esas teorizaciones socialistas que no pudieron, por una u otra razón, establecerse con el poder en el tiempo. Y aquí es cuando entra la actividad de objetivación. Porque el autor, lejos de criticar la justicia social y el respeto por el otro, cuestiona las posibilidades que han imposibilitado su realización.

El libro es, en definitiva, una historiografía que, desde la actualidad y la perspectiva hipermoderna, critica, pero lo hace a través de una textualidad o una estética que bien podría cuestionarse por resaltar la diferencia y su afirmación unívoca.

Sin embargo, y esto es sin duda lo más valioso del libro, hay pocas dudas a la hora de expresarse auténticamente, o sea, en las palabras que una sinceridad piadosa puede escribir en un libro. La afirmación de una creencia, y no la fe en sus actos terrenales, parece ser una especie de lección.

“Soy rojo, sobre todo, porque no nos queda alternativa. Porque o conseguimos hacerlo distinto o nuestra historia llega hasta acá. Y por supuesto que nos vamos a extinguir un día. Y por supuesto que al universo eso no le supone un problema. Pero si vinimos a esta tierra a aprender —y yo quiero creer que fue a eso a lo que vinimos— no me gustaría irme al menos sin haberlo intentado. Por dignidad y por belleza. Por orgullo bien entendido. Por medirse contra lo eterno y no contra el día de mañana. Por creer que vale la pena. Por saber que no da lo mismo”.

¿Es la esperanza de redención una herramienta para lograr los objetivos? ¿Han logrado algo los años posteriores a la Revolución Mexicana, por nombrar un ejemplo? ¿Qué se necesita para que el pensamiento y la fe devengan en una transformación?

Las ideas no se matan, sí, pero eso fue algo que también escribió Sarmiento. En francés, en la Cordillera, en medio de su camino, provocado por el exilio, hacia suelo chileno. Las ideas nunca mueren, y eso es lo que les ha permitido llegar hasta la actualidad, hasta hoy; lamentablemente, hasta lo que somos.

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la creación artística en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.

 

«Ser rojo», de Javier Argüello (Literatura Random House, 2020)

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Crédito de la imagen destacada: Llibert Teixidó.