Novela «Racimo», de Diego Zúñiga: Cuerpos inertes a un costado

La trama comienza con la visión de un cuerpo indescifrable a un lado de la carretera. Una niña, un perro, un bulto, una silueta, un jumper, el pelo largo hasta la cintura, una muchacha haciendo dedo para que la acerquen al colegio. Esa primera imagen, suerte de entrada que permite acceder al espacio narrativo de la obra, se repetirá en la medida en que los capítulos avancen y se transformará en la articulación sostenedora del relato.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 27.10.2017

Siempre he pensado que la escritura de Diego Zúñiga (1987) ha sido sobrevalorada por la crítica. Al comenzar a leer «Racimo» (2014), su segunda novela publicada, y al avanzar en la lectura, esa sensación, de a poco, fue diluyéndose. Esa simpleza que tanto fascina en las escrituras contemporáneas, y que en su primer libro llega a ser –aunque suene un poco contradictorio– abusiva, pasa a segundo plano cuando el escritor decide complementarla con algunos elementos del género policial que, sin duda, logran que el volumen gane en calidad.

«Racimo» comienza con la visión de un cuerpo indescifrable a un costado de la carretera. Una niña, un perro, un bulto, una silueta, un jumper, el pelo largo hasta la cintura, una muchacha haciendo dedo para que la acerquen al colegio. Esa primera imagen, suerte de entrada que permite acceder al espacio narrativo de la obra, se repetirá en la medida en que los capítulos avancen y se transformará en la articulación sostenedora del relato.

La historia del Sicópata de Alto Hospicio es de conocimiento público, lo interesante de la propuesta de Zúñiga es, en este caso, su particular manera de abordarla desde el relato personal de los protagonistas, y, por supuesto, el juego realizado con las posibilidades que la misma ficción ofrece.

Cada capítulo concluye con una frase precisa, aguda y filosa, que provoca la necesidad de avanzar un poco más en la lectura. Los detalles clave logran contenerse y permiten que la historia logre dar un giro en el momento más inesperado: «Todo es mentira, dijo ella» (Página 207). Con esta última frase se abre un sinnúmero de posibilidades en donde el lector se vuelve un participante más de la historia.

Diego Zúñiga trabaja bien con la narrativa de los cuerpos: «A esa altura, cuando las semanas se habían empezado a transformar en meses, ella casi no ponía resistencia. Era un cuerpo inerte. Él lo sentía así: un cuerpo débil, que ya no le producía placer, que lo cansaba, que le daba rabia» (Página 200). Las niñas desaparecidas no son solo un recuerdo en la memoria de los familiares o un retrato más en los informes policiales, son también cuerpos sometidos y explotados que deambulan por la carretera, por el desierto o por alguna ciudad fronteriza en el norte del país.

A pesar de la ausencia de las menores en Alto Hospicio –según las autoridades, la miseria del lugar provocó que se escaparan de sus casas–, la corporalidad sigue presente, o, mejor aún, se traslada como concepto hacia otro lugar: «García se juntó con los demás familiares, los entrevistó, hizo las preguntas correspondientes y así fue dándose cuenta de cómo aquellas familias se transformaron en cuerpos inertes, atrofiados, enfermos. Pequeños muñones con los que no había mucho que hacer. Vivían así, un poco a la deriva, en una cotidianidad que les costó años volver a armar» (Página 217).

El título no convence demasiado, «Racimo» pareciera remitir a un episodio forzado en el desarrollo de la historia, una anécdota que está demás y es totalmente prescindible en la narración. ¿Era realmente necesario el guiño se pregunta uno al finalizar de leerla? Pareciera que esto último se ha transformado en la marca distintiva del escritor y me remite nuevamente al juicio valorativo que tenía antes de comenzar a leerla.

 

El escritor chileno Diego Zúñiga (1987)

 

La novela «Racimo», publicada en 2014 por Random House