«Óxido de Carmen» y «Siete días»: Títulos claves en la obra de Ana María del Río

Erotismo cubierto de tortura, recuentos emocionales, la esencia de la identidad, la frigidez social, retratos de una clase culta y alta ya desaparecida (o por lo menos en la visibilidad), añoranzas que recuerdan cierto costumbrismo propio de José Donoso, y donde circulan comidas gourmet, un piano Steinway, cacharros de plata bruñida, en tanto objetos que pueblan las tramas y los personajes de este par de obras de la narradora chilena, las cuales se acaban de reeditar.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 10.1.2019

La obra de Ana María del Río (1948) está experimentando un ‘revival’, gracias al trabajo de Imbunche ediciones. Ya han aparecido Siete días y Óxido de Carmen y otras narraciones (publicación que le valió el premio María Luisa Bombal a la nouvelle que titula al volumen, en 1986, traducida al inglés y al alemán), y que incluye un texto inédito.

Siete días es la reedición de Siete días de la señora K, publicado hace más de 25 años y que ahora Imbunche ediciones presenta con una hermosa edición. En ella Ana María del Río explora temas como la identidad, la dependencia, la liberación, el machismo y el castigo; las expectativas sociales puestas sobre el cuerpo femenino, así como la necesidad de romper los estereotipos introyectados en pos de un proceso de individuación.

En el centro del conflicto tenemos a Mauro. Él es el marido de la señora K, arquetipo de masculinidad en un contexto chileno de clase alta, “campeón de baile” como estudiante de derecho, “rey feo en la universidad… campeón de rock en el club de yates”. Mauro es un déspota disfrazado con ropajes supuestamente apetecibles, educados. Da “indicaciones al mundo sobre cómo arreglar este país que se está yendo a la mierda, sobre cómo usar los cubiertos de pescado…”. Mauro exige que la señora K salga de su pasividad frígida y emita: “quejidos como de tigresa brasileña”. Eso es lo que hacen las mujeres de verdad, dice. La señora K. tampoco sabe bailar. Es tal su aversión a todo este mundo, que la señora K incluso se desviste en silencio frente a su marido, mientras recuerda una película donde ve a un oficial nazi en un campo de concentración.

Así es como se nos presenta este erotismo cubierto de un aura de tortura; se trata de un ritual de exterminio, donde compiten esa frigidez social, aquella condena por boca del marido (que es abogado), con el descubrimiento de un placer único e intransferible, que es el de su propio goce. Esta búsqueda de identidad la hace identificarse incluso con el reino vegetal: “… tal vez ella era una raíz. Un tubérculo inmenso, que fructificaba invisible bajo la costra de la tierra”. Uno de los tótems que se propone destruir es la cama matrimonial, símbolo importante en esta novela. La cama es la trampa que elaboran el marido y la madre de él. La señora K. odia aquella cama, pues se trata de un “regalo de por vida de la madre de su marido. La señora K. la lustraba cada quince días, cuando su suegra venía en visita de inspección…”.

De este modo, la señora K. se apodera de su propio proceso de metamorfosis kafkiano, en el epicentro del hogar. Para esto es necesario despejar el espacio, y es lo que hace en los siete días de los que dispone. Son siete días consigo misma (por la ausencia del marido en una conferencia en Venezuela y el paseo de sus hijos en un campamento) lo que necesita para confrontar su propia identidad, cosa que hace a partir de la exploración de una intimidad que despierta en su cuerpo. Este despertar es una metamorfosis que le hace cuestionarse su lugar en el mundo. En un nivel muy físico, la señora K. reclama un orgullo que había olvidado y que le permite observarse como un ser nuevo; aprecia la belleza de sus axilas, y, en un ritual de onanismo redentor que la prepara para el final acto de adulterio, experimenta una emancipación que la ilumina con una conclusión definitiva: “Se había demorado siete días en saber que ella no era de corcho. Que nunca lo había sido”.

Óxido de Carmen, quizá la narración más conocida de Ana María, destaca por su peculiar voz narrativa. Ella se presenta como un relato retrospectivo para hablar de añoranzas en un recuento emocional que muestra a una clase culta que me hace recordar cierto costumbrismo de José Donoso, donde circulan comidas gourmet, un piano Steinway, cacharros de plata bruñida, y donde se hacen patentes los estigmas de clase que aún permean nuestra sociedad: “Yo era hermano a medias de Carmen. Su madre existía y dicen que vivía en el patio de más atrás, en una pieza vidriada, para vigilarla desde lejos, haciendo algunas costuritas, porque de balde no íbamos a tenerla, decía tía Malva, emparedada de por vida, decía Carmen, rodeada de puntos suspensivos cuando se hablaba de ella. Se decía también que era muy morena, de malos instintos, y que no sabía pronunciar ‘ocho’ correctamente…”.

Pero quizá lo más bello de Óxido sea el tono que despliega esta nouvelle, pues consigue una aleación donde vemos introspección y ejercicio poético, traspasados por una estrategia cercana a la corriente de conciencia: “La primera lección de piano de Carmen tuvo un acompañamiento ensordecedor, de exclamaciones cayendo al primer piso como tejas sobre vidrios, yo sabía que algo nos haría, no puede soportar que me haya venido a su casa, nos ha barrido con sus desprecios y ahora me basurea con la hija de esa putilla, que la amaestra para nada, porque la hilacha se le va a salir tarde o temprano, muecas feroces, cejas que se juntaban en una sola rabia prometeica…”.

 

Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

Una estampa reciente de la escritora chilena Ana María del Río (a la izquierda)

 

 

Reedición del volumen «Óxido de Carmen y otras narraciones», de Ana María del Río

 

 

El escritor y crítico chileno, Nicolás Poblete Pardo

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Imbunche ediciones.