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«Escribir sobre escombros» se titula el prólogo que Jorge Montealegre preparó para la reedición en formato electrónico del libro «La Moneda y otros poemas» (Tácitas, 2020) —una de las principales obras adeudadas al vate candidato al máximo galardón de nuestras letras—, y un volumen que en su momento recibió el prestigioso Premio Casa de las Américas versión 1976, y el cual en esta oportunidad publicamos de manera exclusiva (el citado prefacio), al modo de una nueva rendición de pruebas que realza todavía más —si cabe— la estatura artística y vitalidad lírica del periodista quillotano, quien además formara a varias generaciones de comunicadores, gracias a su apasionada labor académica en la Universidad de Santiago. [Nota de la Redacción]

Por Jorge Montealegre Iturra

Publicado el 27.8.2020

 «Pasarán por el harnero oscuras arenas» hasta encontrar la poesía que se hizo en los tiempos que interrumpió «la acerada hacha». En esos días, cuando no teníamos tribunas para llamar oscurantismo al oscurantismo, Hernán Miranda puso en circulación La Moneda y otros poemas, libro–poema distinguido con el premio Casa de las Américas en 1976. «La Moneda», sin grandilocuencia épica, es metáfora de la tragedia del 73 y también la crónica sobre un sitio de memoria —personal, biográfica— y el escenario de un acontecimiento histórico. Crónica transfigurada en poesía. Antecedentes de una memoria condenada, registrada en un gran poema–crónica, poema–testimonio, poema–reportaje, que entra y sale de La Moneda regresando al niño soñador que cruza el patio del palacio jugando a ser presidente, como lo hacía todo transeúnte en los años 60:

Si Ud. quería ir de calle Moneda a la Alameda

O si quería ir de la Alameda hasta calle Moneda

Pues no haga rodeos, mi querido amigo

Atraviese La Moneda por dentro y acortará camino.

 

El poeta emerge como testigo de una época que le permitió entrar a la casa de los presidentes y observar la coreografía republicana de funcionarios, políticos, colegas y transeúntes. Entre ellos el Presidente Allende, a quien cariñosamente describe como: «ese hombre/ Con cara de farmacéutico». Movimientos, personas y objetos que registra en su memoria y escritura: «Todo ardería un día como paja seca que era». Deja que las paredes tengan eco en la poesía y en la sociedad; se reivindiquen en su materialidad que se fue construyendo por generaciones de trabajadores que nunca habían entrado como invitados a la casa que ellos mismos construyeron:

Herederos al fin

De otros albañiles que otrora levantaron

Esos gruesos muros. Reconociéndose por primera vez

En esos ladrillos hechos por otros hombres

Con la tierra y el agua

Y la paja seca y el fuego lento

De todos los días.

 

Libro de náufrago, una de las publicaciones más cercanas al golpe de 1973, fue significativo en la diáspora que clamó internacionalmente por la libertad en Chile. Sin estridencias panfletarias ni ambigüedades políticas, no faltan la denuncia ni el verso sarcástico:

¿Qué hicieron los Estados Unidos por sus minas nacionalizadas?

Simple y pragmático: fajos de billetes de color de lechuga.

Crujiente hortaliza repartida a todos los vientos.

Periódicos y periodistas a precio de mercado de abasto.

Dirigentes empresarios enlechugados hasta el cuello.

 

A esos versos coloquiales y libres agrega el tono juglaresco de narrar la noticia —la historia— en modo de romance: con versos octosílabos, el poeta versifica las últimas palabras del presidente Salvador Allende:

Yo pagaré con mi vida

La lealtad, el cariño,

La confianza que tuvieron.

Trabajadores queridos,

Superarán otros hombres

El gris momento vivido.

 

Hernán Miranda, en este libro y en esa época, es una víctima que observa a otras víctimas. Así, el poema «Que los panales le sean propicios» es, en cierto sentido, una oración dedicada a un exprisionero del Estadio, que ya libre se dedicó a la apicultura:

Julio aísla abejas comunes

Para convertirlas en reinas. […]

     

     Las abejas ya picaron a Julio cuarenta veces

Y el veneno de los aguijones

Ahora no puede afectarle.

       

      Que haya siempre más flores

Para las abejas de Julio

Que el néctar se entregue pródigo

A sus pequeñas enviadas

Que sus colmenares crezcan y se multipliquen

Y el veneno de todas sus obreras

Se concentre un día en el cuerpo de los tiranos.

 

La porfiada esperanza («Esta palpitación que pertenece al futuro, vivirá»), la protesta y la ternura se comparten en versos de intimidad amorosa que ya constituían una herencia de memorias:

Este segundo hijo tuyo, esposa mía

Sabrá algún día que nació en tiempos de excepción

Cuando la tortura era una política de Estado

Y el Estado de Sitio un todopoderoso Señor.

 

No obstante la denuncia política y la solidaridad características en este libro, necesario y de circunstancia, el poeta Hernán Miranda comparte una mirada más íntima que prima en su poesía. Entre los versos hay un personaje que observa y se obsesiona con detalles cotidianos que nadie mira con tanta atención. Sabe cuántas vueltas le da a la cuerda de su reloj: «Y los tacos de mis zapatos/ Se gastan más hacia afuera que hacia adentro». Congela la rutina o la pesadilla para ver en ellas el absurdo, el drama, la tragicomedia; para entender las «invisibles leyes» que ponen en movimiento al hombre y las cosas. Un personaje curioso, con una forma de andar «de insecto extraviado entre los hombres», que toma notas y entrevista los minutos.

Curioso, observador, con su capacidad de asombro intacta, Hernán Miranda es un poeta–reportero, lo que no lo hace menos poeta ni menos reportero. Ambas miradas se trenzan en su escritura: la del periodista–poeta, que pulsó las teclas de una vieja Underwood a la cual le dedica un poema en este libro, y la del poeta–periodista, que ha contribuido con audacia, profundidad y solidaridad a la promoción de la cultura. Incluso por azar, como en una de sus primeras entrevistas, en que nadie de su diario quiso cubrir la hospitalización de una artista «de menor importancia». Entonces fue Hernán, el periodista en práctica, y entrevistó a Violeta Parra, quien le cantó desde su lecho de enferma. Lo recuerdo cubriendo el encuentro de Nicanor Parra con los poetas del sur, de Chiloé y Puerto Montt.

Eran los años 80 y todos jóvenes entonces. La «Generación del lápiz pasta», como los llamó en otro de sus reportajes. Y en esos años, también, lo veo encerrado en una jaula del zoológico, con su máquina de escribir en una mesita —¿la Underwood del poema?—, como el Homo sapiens que habitaba el planeta tan animal como sus vecinos de jaula. Al otro lado de las rejas lo miraban Nicanor Parra, Enrique Lihn, Pía Barros, Eduardo Llanos. Una acción de arte sin esnobismo, que también era la provocación de un reportero que medía la reacción de los visitantes ante un hombre encerrado como animal en tiempos de dictadura.

En estas acciones, desde su reconstrucción poética de La Moneda bombardeada y sus crónicas anteriores al golpe, está la coherencia del poeta civil —que es parte de la gran poesía chilena— cumpliendo con su propia consigna: “Daremos gritos en todas direcciones/ sólo por escuchar el eco de nuestra voz”.*

 

* Los versos corresponden al poema “Para que se sepa que es verdad todo esto”, del libro Arte de vaticinar (1970), de Hernán Miranda Casanova.

 

***

Jorge Montealegre Iturra (Santiago, 1954) es un poeta, periodista, ensayista y guionista de humor chileno, y quien por el total de su obra ha obtenido reconocimientos como la Beca Guggenheim (1989), el Premio Municipal de Literatura de Santiago (1996), el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura en dos oportunidades (1997 y 2014), y el Premio Altazor, también en doble instancia (2004 y 2008).

´Portada del eBook de «La Moneda y otros poemas», de Hernán Miranda (Ediciones Tácitas, 2020)

 

 

Hernán Miranda Casanova

 

 

Jorge Montealegre Iturra

 

 

Imagen destacada: El Presidente Salvador Allende en La Moneda el 11 de septiembre de 1973.