“Repulsión”, de Roman Polanski: Las barreras perversas del Amor

Esta obra de ficción audiovisual -que data de 1965 e inaugura la etapa londinense del autor- es un filme bellísimo, armónico, pero también demoníaco, donde la negación del sexo (una evidente estrategia diabólica) busca una pureza inalcanzable que termina destruyendo lo que pudo haber sido una hermosa aventura sublime del corazón, y donde el mal se representa como una oscuridad interior que crece e invade desde dentro al personaje principal (una sublime Catherine Deneuve), mientras el mundo exterior es medianamente «normal».

Por Horacio Ramírez

Publicado el 26.10.2018

Es muy frecuente escuchar o leer acerca de la necesidad imperiosa del amor en la vida humana. Que todos los desajustes sociales y hasta culturales provienen de la falta de amor.

En este sentido, el Dante termina su Divina Comedia afirmando que es el amor el que: “al sol mueve y las estrellas.” Dante, perteneciente a una antigua y misteriosa orden secreta -la de Los fieles del Amor-, ponía a este esquivo y siempre presente sentimiento como el motor inicial de todo el Universo… el primum mobile del Cosmos, y si la palabra ‘cosmos’ quiere decir ‘orden’, el amor es expuesto así como el gran dinamizador y ordenador de todo lo existente… y también hemos escuchado decir en reiteradas oportunidades que el sexo no tiene nada que ver con el amor y que es una suerte de inevitable perversión del amor que deberá mantenerse oculta… a pesar de saber que todo el mundo -o casi todo el mundo- lo lleva adelante. A quienes argumentan de esta forma habría que enseñárseles a pensar que sin el sexo y su práctica no habría nadie en el planeta que practicara el “amor puro” que reclaman para el mundo. Una cosa no puede ser sin la otra y es más: son mutuamente necesarios aunque no complementarios: existe un profundo orden en este aspecto: el amor es más que el sexo, pero el amor no llega a su plenitud sin la instancia sexual y lo sexual no alcanza su plenitud si no existe el amor. Con ambos factores combinados, la persona arriba a la paz, la felicidad y la salud. Y debemos recordar, asimismo, lo que dice el Dr. Swymburne-Claimer: “el amor no es libertinaje ni tampoco es libertad: el Amor es una Ley… una Ley que garantiza la libertad”.

Las perversiones sexuales pueden surgir, precisamente, de falsear la pureza del amor mezquinándosela al sexo. No entender la pureza inherente del sexo es impedir que las energías productivas de la vida lleguen a su plenitud en la instancia psicológica y en ella, la plenitud de los procesos vitales de una persona. Y esta falta de integración puede desencadenar psicopatologías muy severas: la abstinencia sexual permanente, por ejemplo, típica de ciertos ámbitos religiosos, es un claro ejemplo de estas desviaciones. También ocurren en el ámbito familiar donde pueden adquirir marcos escalofriantes que conducen a violaciones, relaciones incestuosas, etcétera.

Como se ve, el “escabroso” tema del sexo proviene de una falta de sabiduría respecto de la verdadera extensión de lo vivo que incluye el amor y el sexo. Los excesos y defectos en materia sexual son análogos a lo que sucede en materia nutricional, pero nadie deja de comer, por una eventualidad del pecado de gula, porque se sabe que más tarde o más temprano se va a morir de hambre. No obstante, sí se puede llegar al celibato estricto de por vida ya que nadie se muere por abstenerse sexualmente… sólo que no se ve que lo que realmente muere en la negación del sexo por eventuales pecados, es la vida misma. Y esto es así porque la lógica interna de la vida va siempre en contra del orden negativo… el orden de los cementerios, por ejemplo. La vida va, en cambio, siempre a favor de sí misma y lo hace por los rieles del Amor. Si el sexo con amor participa de la plenitud existencial del cuerpo, negarlo de alguna forma -por vergüenza, generalmente-, es negarle a la vida la potencia que tiene para darnos mayores posibilidades de amor aún: amar a otra persona y tener, desde ese amor, un hijo es aumentar nuestra capacidad de amar a niveles que se ampliarán a toda una descendencia nacida del sexo y del amor. Mientras todos los procesos materiales se orientan hacia la degradación, los procesos vitales, bajo el amparo de la ley del Amor, se amplifican y crecen con el paso del tiempo…

Hoy vamos a recordar una película de 1965 de Roman Polanski: Repulsión, donde, con la excusa de una psicopatología -quizás congénita, quizás adquirida-, nos adentramos en el proceso degradativo del rechazo del sexo que lleva a la muerte del amor y de toda su belleza.

 

Catherine Deneuve en el filme «Repulsion» (1965), de Roman Polanski

 

Las barreras al Amor

Repulsión tiene la estructura básica de la estética de Polanski (Rajmund Roman Thierry Polański): el mal como una oscuridad interior que crece e invade desde dentro al personaje, mientras el exterior es medianamente normal… palabra que quizás invite el propio Polanski, con sus pequeñas y calculadas exageraciones, a ponerle comillas al concepto de “normal” ya que, después de todo, a ese mundo exterior (para el personaje oscurecido) también lo habitamos nosotros y a cualquiera de nosotros le puede crecer esa pequeña y creciente oscuridad que nos llevaría a abandonar la categoría del mundo “normal”… por lo menos el mundo normal tolerable por las estadísticas policiales. Es de notar que esta estructura del guión -escrito por Polanski junto a Gérard Brach- se repetiría en otros célebres filmes del director polaco-francés como ese ícono del cine que es El bebé de Rosemary de 1968 o la espléndida El inquilino de 1976.

Repulsión es la historia de la joven y bella manicurista belga llamada Carol Ledoux (Catherine Deneuve) quien vive en un apartamento de Londres junto a su hermana mayor Helen (Yvonne Furneaux). Ambas aparecen -adolescente Helen y niña aún, Carol- en una foto familiar. Carol se nos presenta como una mujer joven y muy linda, que se va sumiendo en su propio mundo y que, sobre todo, siente cierto inespecífico rechazo instintivo hacia los hombres y a lo sexual en general. Un pretendiente joven, simpático, carilindo, Colin (John Fraser), intenta hacerle la corte con evidencias de “sanas intenciones” pero ella lo rechaza con excusas pobres pese a su gentil insistencia. No puede llegar al amor que él le ofrece porque su repulsión al sexo se lo impide. Por otro lado, su hermana tiene un amante, Michael (Ian Hendri), al que Carol desprecia bajo el argumento de ser un hombre casado.

El filme comienza con una toma en detalle del ojo derecho de Carol. Los créditos ascienden frente al ojo pero no en línea recta, sino en líneas inclinadas. Esto hasta momentos antes de que aparezca el nombre del director, de Polanski: allí la imagen del ojo queda fija y lo cruza el crédito del director, esta vez de derecha a izquierda, en una sutil referencia a la célebre escena del corte del ojo de Un perro andaluz de Luis Buñuel -1929-.

Carol aparece en su trabajo sosteniendo la mano de una clienta, ya mayor de edad, que está en pleno tratamiento de belleza, con una máscara de barro ya seca y agrietada y envuelta en sábanas, con los ojos tapados, lo que le da todo un aspecto de un cadáver momificado, mientras Carol, inmóvil, le sostiene la mano. Está abstraída, oculta dentro de sí. Tanto la cliente como su compañera de trabajo le preguntan “si está dormida”… Por la calle, un obrero le suelta un piropo y su reacción es nula. Frente a un plato de comida sin tocar en un restorán, es abordada por su pretendiente, pero inútilmente. Frente al edificio que habita, sólo hace un comentario acerca de un conejo en su casa como excusa para no acceder a una invitación a cenar… Desde allí comienza a plantearse la relación de su hermana Helen con su novio como un motivo de repulsa frente al hombre por el hecho de estar casado. La torturan los gemidos de placer de su hermana cuando tiene sexo con su amante que se escuchan a través de las paredes delgadas. Allí, Polanski aprovecha los enormes -y espléndidos- ojos de la actriz, que comienzan a ver sin ver al monstruo de su oscuridad interior que crece y que, habitando en su interior, se expresa en su mirada fija en el techo de su habitación o escudriñando la tiniebla.

Las campanadas de una escuela religiosa cercana la molestan así como los juegos de los niños, cuyos gritos invaden la atmósfera del cuarto, en obvia y contrastante referencia -con su pureza- a la suciedad que ella siente caer sobre sí. El dueño del edificio reclama por teléfono el pago del alquiler. La hermana que promete solucionar el problema. Carol le comenta acerca de una grieta que había aparecido en una pared, pero Helen no parece prestarle mayor atención. No le gusta que el novio de Helen comparta con su navaja el vaso de su cepillo de dientes. Todo es una suma progresiva de señales y hasta el propio Polanski, en un reportaje, llama la atención sobre el hecho que aquí se denuncia: el no estar atentos al comienzo de estos episodios por un egocentrismo al que nos hemos acostumbrado demasiado. Nadie ve el progresivo deterioro de la muchacha. Sus distracciones, su excesiva timidez y retraimiento no alarman a nadie… pero la tragedia se desencadena cuando Helen y su novio se van de paseo a Italia…

La soledad acelera el crecimiento de la oscuridad interior de Carol. Descuida su aspecto -se come las uñas, está despeinada- y se lo recuerda su jefa en el trabajo. Todos sus miedos, repulsiones, ascos y vergüenzas relacionados con el sexo van creciendo en sus ojos y miradas al vacío o cuando ve su imagen distorsionada ante una tetera. Conversando con su compañera y amiga del trabajo, sacan el tema de salir y pasear y, tal vez, ir al cine. Le comenta escenas que había visto con su novio de La quimera del oro de Chaplin. Ambas ríen, hasta que la amiga recuerda que su novio se reía tanto que hasta le había dado vergüenza, y ante la sola mención de esa palabra, Carol retira la vista y vuelve a ensimismarse: el tema de la repulsión es por la vergüenza. En su departamento las cosas empeoran. El conejo desollado que había quedado para hacer como cena, ha quedado sobre la mesa. El pequeño y horrible cadáver comienza a descomponerse. Grietas comienzan a abrirse espontáneamente en los muros y la espantan. Las moscas y larvas invaden el ambiente nutriéndose del cadáver del conejo. Oler la ropa sucia de la hermana le produce tal repulsión que la obliga a vomitar. Un cartero toca timbre, ella se calla y espera a que se retire. Una postal desde Italia, con la Torre de Pisa, es pasada bajo la puerta: ahí entendemos el sentido inclinado de los créditos iniciales ante su ojo: nos plantamos ante una personalidad escorada… pero a quien nadie ve.

 

Una escena de «Repulsión», con la actriz Catherine Deneuve

 

Carol se pasea en camisón y ha desistido de ir al trabajo: parece un fantasma de sí misma. Ya no usa un vaso para beber agua sino que la bebe directamente del grifo. El desorden y la suciedad campean en el cuarto. Junto al cuerpo podrido del conejo, las papas que iban a acompañar en la ahora lejana cena, se brotan y descomponen. La acosan pesadillas donde un desconocido -que ya había aparecido brevemente hasta en un espejo-, la domina para violarla. Llena la bañadera con agua y olvida bañarse… hasta que llega su pretendiente Colin quien reclama que le abra porque puede ver su sombra tras la puerta. Carol toma un pesado candelabro. Colin abre la puerta de un golpe y tras un breve monólogo recibe un golpe en la cabeza que lo tumba. Ya en el suelo, Carol sigue golpeándolo hasta que lo mata. Toma el cuerpo y lo hunde en la bañera. Clava un madero para trancar la puerta. Las alucinaciones y pesadillas la atormentan: manos que surgen de las paredes la atrapan sólo para tocarla con repugnante lascivia. El cadáver podrido del conejo ha perdido su cabeza… Al tiempo, llama a la puerta el dueño del edificio que viene a exigir el cobro del alquiler que -por supuesto- nunca recordó pagar. El hombre, de apariencia muy formal y “británica” con su traje oscuro y su sombrero de hongo, se da cuenta de que la puerta está rota y a empujones entra. Revisa el estado de la habitación y ve la foto familiar y la identifica siendo niña, como distanciada del grupo familiar. Hace un comentario al pasar, pero al verla en camisón y desvalida la toma como una “presa fácil”. Carol recuerda el dinero y quiere calmarlo con la plata, pero el hombre intenta abordarla. Ella se apodera de la navaja y lo mata con múltiples cortes en el cuerpo. Lo cubre torpemente con el sillón. Emerge un pie del muerto.

Finalmente llega Helen y su novio de las vacaciones y descubren el desastre… y en una escena que preanuncia el final de El inquilino, aparecen Helen, su novio y los vecinos en contrapicado, escandalizados y mirando a la muchacha, en una exhibición de vulgar “normalidad” en sus comentarios y consejos: ella está desvanecida bajo la cama. El novio de Helen la alza y se la lleva, mientras la cámara comienza un lento paseo por el piso, pasando por las basuras dispersas por el piso y llegando al detalle final de la foto familiar: en ella, mientras todos miran a la cámara, ella, detrás del grupo, mira ya a otra parte… hacia la oscuridad de la oscuridad. La cámara, finalmente, hace un zoom lento y triste sobre su ojo derecho para terminar el ciclo de locura y de perversión…

 

La actriz Catherine Deneuve en un fotograma de «Repulsión»

 

Colofón

Repulsión es un filme circular, formalmente impecable que inaugura el período londinense de Polanski… e impensable como una película hecha “por encargo” como realmente lo fue, ya que su intención dista mucho del simple atractivo comercial. No hay un solo elemento “retorcido” en exceso. Todo está dispuesto para que sea exasperante, pero al cubierto de un delicado -y poco comercial- balance de fuerzas constructivas y destructivas que mantienen la atención, que asustan, que desagradan y que mueven a la compasión. Catherine Deneuve se muestra en su gran atractivo físico -de hecho, su belleza es parte fundamental del problema- y con gran capacidad interpretativa (su hermana en esta ficción, la actriz Françoise Dorlèac interpretaría el papel central del siguiente filme de Polanski, de 1966: Cul-de-sac). Repulsión es un filme bellísimo, armónico… pero también demoníaco, donde la negación del sexo -otra evidente estrategia diabólica- busca una pureza inalcanzable que termina destruyendo lo que pudo haber sido una hermosa aventura del amor…

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

El poeta y ensayista argentino Horacio Ramírez, redactor permanente del Diario «Cine y Literatura»

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban. La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”

Actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.