SANFIC 14: «Dry Martina», de Che Sandoval: Cuando llegan esos pensamientos

El último largometraje de ficción del realizador local -el cual se exhibió en el contexto de la Competencia Internacional del Santiago Festival Internacional de Cine 2018- es una propuesta audiovisual interesante, con grandes actuaciones, que permite analizar desde una perspectiva menos idealizada la femeneidad, con un personaje con inmensa determinación y quien vive su sexualidad sin culpas.

Por Juan José Jordán Colzani

Publicado el 24.8.2018

La película cuenta la historia de Martina, cantante argentina que gozó de gran popularidad pero que actualmente canta en bares. Apenas aparece en escena cautiva con una mirada incendiaria en el escenario, interpretando una canción que habla de un amante que se va y de pronto baja del escenario con el micrófono inalámbrico, siempre cantando, y ella es ahora la que se va, sale del local y se mete a un taxi. Un arranque efectivo que de inmediato envuelve al espectador, con guiños discretamente surrealistas.

Por una de esas rarezas puede dejar su cotidianidad, gracias a una supuesta hermana chilena, una mujer dada a hacer de todo un tema, que la insta a volver con ella para a hacerse la prueba de ADN. A Martina no le puede importar menos, pero tiene otra razón para atravesar la cordillera: el novio de la muchacha fue el único que logró “mojarla” (de ahí el dry del título), despertando así de su frigidez crónica que se arrastraba por un buen tiempo.  Y entonces una vez que él regresa, se las ingenia para ir a verlo sin avisar ni nada.

Desde este momento el personaje transita la delgada línea del vértigo, de la caída libre. Se encuentran, pero su disposición no es la misma que cuando se conocieron, e incluso le suelta un desconcertado “¿Psycho igual o no?”, con una risita nerviosa cuando están en el living. Está medio volviendo con su ex, por lo que su plan de disfrutar hasta quedar agarrotada se ve un poco frustrado, obligada a ser una especie de amante. Por lo demás, si, se ve bien y finalmente en algo puede cumplir sus expectativas. Es una mujer muy atractiva es cierto, pero ya no es una lolita de veinte: el declive puede estar ahí, a la vuelta de la esquina. Y este insólito despertar sexual, ¿es inocente, no habla de otra cosa? Nadie se va a poner a pontificar sobre la sexualidad que no termina en procreación, pero algo en Martina transmite ansiedad, como cuando un tema inquieta y se hace cualquier cosa para sacarlo de la cabeza; su padre está desde meses internado en la UCI y, a pesar de decir públicamente que el viejo le destruyó la vida y asumir una ensayada postura de dura, lo cierto es que lo va a ver seguido y le habla de su cotidianidad, en una relación que sería extraño no calificar de afecto. Al mismo tiempo, su actitud de armas tomar habla también de alguien dueño de sus deseos, que se hace cargo de ellos y los asume como parte de su vida, sin demonizarlos. Porque la verdad es que no es común el retrato de la calentura femenina en términos de algo real, no esa excitación fabricada como la de Shakira o Miley Cyrus.

Para salir de las sombras y justificar su presencia en ese departamento chileno,  le dice a la hermana que está dispuesta a hacerse el examen de ADN. Podemos conocer entonces su entorno. Vive con su padre (Patricio Contreras), afamado novelista, quien (para variar) usa su vida como fuente inagotable para sus libros. En uno de ellos hay un diálogo soez con una mujer que, junto a una foto en la que aparece Martina de niña y su fallecida madre, se convierten en las pruebas indiscutidas para que ésta decida emprender la búsqueda del extraviado familiar.

Es interesante como la película logra mostrarnos mundos de personajes muy diferentes (el ex novio de la hermana, futbolero; el papá, novelista; ella, cantante; su hermana; una niña que se complica por cualquier lesera y hace constantes avalanchas  a partir de bolitas de nieve) sin que el director asuma una voz de superioridad. El papá de la chica, por ejemplo, dice que el ex de su hija era un idiota que solo tenía una pelota en la cabeza, sin haber tomado nunca un libro. Pero es su opinión. La forma en que el director va integrando a los personajes es bien ecuánime, porque permite conectarnos con el mundo de todos sin darnos ideas preconcebidas de quienes le parecen más o menos interesantes.

Hay un entrecruce de acentos y culturas aunque frecuentemente en este sentido la película tiende a caer en la caricatura. ¿Es verosímil que una chilena al hablar con una argentina por primera usara expresiones como “cachai que” , “la wea es que”? Fue una forma un tanto evidente de mostrar la diferencia de expresarse. Pero más adelante produce momentos cómicos que funcionan, como cuando después de terminar una de tantas un tipo le dice que es “seca” y ella se molesta por la connotación de frigidez que tiene en su país y él pasa a explicarle como se entiende el término acá.

El paréntesis se acaba, hay que volver. Sentada en el sofá de su departamento, sola. De pronto se cae una rama de una planta. Y eso es: el declive. Que está ahí, amenazando, pero para qué vamos a andar pensando en eso que es tan desagradable. El problema es que a veces esos pensamientos llegan no más. No es cierto que la fiesta sea eterna.

Dry Martina (2018) es una propuesta interesante, con grandes actuaciones, que permite analizar desde una perspectiva menos idealizada la femeneidad, con un personaje con determinación y quien vive su sexualidad sin culpas. Pero al mismo tiempo habla de otra cosa, menos plácida y que está ahí.

 

 

 

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