SANFIC 15: «Canción sin nombre», de Melina León: La elocuencia del plano fijo

Este es un excelente largometraje de ficción de origen peruano -que se exhibió en el contexto de la competencia internacional del Santiago Festival de Cine 2019- y que no busca en ningún caso entretener, sino incomodar: es el relato crudo y lúcido de una madre desgarrada y de una tierra (la sociedad incaica de la década de 1980) con una llaga que, al parecer, no ha dejado de sangrar.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 27.8.2019

Dentro del panorama de películas que este año trajo Sanfic 15 cabe destacar la ópera prima de Melina León: Canción sin nombre, el relato desgarrador de una mujer, Georgina (Pamela Mendoza), a quien le roban a su hija mientras estaba en labores de parto. La acción transcurre en el Perú de los años 80 —época del terrorismo de Sendero Luminoso— que aquí es retratado como una exhalación cansada y triste. El fotógrafo y productor de la película, Inti Briones, señaló en el festival que buscaron transmitir al espectador la pesadez y la falta de vitalidad de sus personajes a través de una imagen en blanco y negro en una pantalla de 4:3, pues resulta un formato más que elocuente para explicar la claustrofobia frente a la pantalla panorámica y el color.

La decisión es conveniente y hace de Canción sin nombre (2019) una experiencia sumamente inmersiva a la par que agotadora. Briones señaló acertadamente que insistieron en el plano fijo y prolongado porque acrecentaba la falta de vitalidad y el desconcierto de esta madre que busca desesperadamente a su hija, a la vez que lograba dar a entender los pasos en falso del periodista que la trata de ayudar. Se trata de Pedro (Tommy Párraga), un hombre solitario que tiene la buena intención de resolver la desaparición de la niña, desde su posición, sin sospechar que está perdido en un laberinto kafkiano.

El espacio cinematográfico, en ese sentido, se siente estrecho y bidimensional. León y Briones utilizan repetidamente el plano lateral y aprovechan la arquitectura para encerrar a esta mujer que busca desesperadamente una salida que no parece visible. La luz, por lo mismo, cede paso a la oscuridad; Georgina, su pareja y el periodista aparecen, de hecho, en algunas escenas como meras siluetas, despersonalizadas y aplastadas contra la pantalla cinematográfica, en la que también se percibe una herencia del expresionismo alemán con sus laberintos planos y de pesadilla.

Canción sin nombre es una excelente película que no busca en ningún caso entretener, sino incomodar. El espectador que se quiera acercar a su cautivadora imagen no espere encontrar una historia fácil de digerir ni tampoco un parentesco innecesario con Roma (más allá de ciertos aspectos formales y del contexto latinoamericano, no hay muchos puentes entre una y otra obra); sino el relato crudo y lúcido de una madre desgarrada y de una tierra con una llaga que, al parecer, no ha dejado de sangrar.

 

Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción.

 

Un fotograma del filme «Canción sin nombre» (2019), de Melina León

 

 

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma del filme Canción sin nombre (2019), de la realizadora peruana Melina León.