Sobre el ver, el mito y lo sagrado

¿Qué es lo sagrado? La totalidad de lo existente y algo que debe ser respetado… y que, obviamente, también involucra nuestra propia existencia… y por eso surgen cada vez más a menudo nuestros conflictos sociales y ambientales: porque no creemos en lo divino, no creemos, en definitiva, en el valor de nuestros propios mitos, de nuestras propias historias, de nuestra propia poesía ni en la literatura del mundo (palabra que quiere decir, justamente, “hermoso”… y lo contrario será lo “inmundo”).

Por Horacio Ramírez

Publicado el 3.5.2018

En la entrada de la Facultad de la Policía Científica, en el Palacio de Justicia de París, se puede leer: “Los ojos sólo ven lo que miran, y sólo miran lo que ya está en la mente”. ¿Qué es un poeta, según este decir, sino una suerte de detective de la realidad al cual hay que entrenar para que aprenda a ver el ver? Una realidad que deja de ser inocente para el que escribe, como si fuera un detective de la realidad… una realidad que deberá ser siempre sospechosa. Así debe ser la realidad para el poeta. Y hay que detenerla -ya sea en una luminosa avenida o en un callejón oscuro- para poder verla huir, y en este ejercicio paradójico uno ya se descubrirá a sí mismo escribiendo poesía porque uno será el propio huir de la realidad hacia la libertad: uno será la desaparición de las cosas y su propia recreación… seremos la policía de lo real huyendo hacia la libertad del significado.

Porque: “…ver lo que ya está en la mente” implica entender que la percepción de la realidad por los sentidos, por nuestro cuerpo, no se diferencia fácilmente de lo que pasa en nuestra mente cuando decimos percibir. Y la dificultad reside, justamente, en la imposibilidad de separar ambos términos: mente y cuerpo… justamente porque no existen como entidades separadas. La libertad descubierta en la poesía nos demuestra que la falacia cartesiana de separar mente de cuerpo -y que tanto daño hizo en la filosofía de Occidente-, se evidencia en el decir poético y en el arte en general. Porque el artista ordena su percepción y la vuelve en una herramienta de selección activa de la realidad: la crea. Así, cuando se tildó de ‘primitiva’ a la pintura rusa de íconos porque no incluía la perspectiva, se olvidaron de que Andrei Rubliov -el célebre pintor de íconos- estuvo en Venecia en el siglo XV cuando estaba en pleno apogeo, justamente, el estudio de la perspectiva… sin embargo, parece obvio que los artistas rusos de esa época no necesitaban de la perspectiva y que por esa causa no la usaban… así de fácil: no la usaban porque no la veían, porque no les hacía falta verla. Porque no la querían. Lo primero que tiene que tener claro un poeta es que, como tal, deberá conseguir crear y domeñar las leyes de su propio Universo… Sólo en ese momento puede pretender escribir una buena poesía.

La nuestra es la única civilización que ha prescindido -desde el Renacimiento, por lo menos- del principio fundacional de lo Sagrado. Es una civilización sin la Trascendencia como valor fundacional del pensamiento: puro presente; un algo insustancial sin futuro como lo es -por tautológico- un silogismo, donde en la premisa mayor ya está la conclusión: si digo que todos los Hombres son mortales, no hay novedad alguna en decir que Sócrates también es mortal. Una civilización sin buenas nuevas… una civilización sin evangelio. Una civilización de puras noticias, donde las noticias siempre estarán a la zaga de los hechos: no podremos crearlos, tenemos que aceptarlos… simples datos de los que participamos pasivamente como consumidores, sumidos en una total intrascendencia, abandonados a la fatalidad de lo real inmodificable…y con todo definido… ¿por quién? Cada uno debe suponer la respuesta.

Según Ananda Coomaraswamy: «el mito encarna el más aproximado enfoque de la verdad absoluta que pueda darse con palabras»… y es así que entonces decimos que el poema es un mito… Y un mito no es, como lo explica Claude Lévi-Strauss, ni una verdad ni una mentira, sólo es: “una historia nacida para ser contada”… Y con sólo recordar -contar- nuestras vidas, vemos que estamos llenos de historias. Que nuestras historias nos han ido construyendo en la historia que somos hoy, y que el hoy es sólo el borrador de unas cuartillas en blanco que esperan ser escritas en el futuro. La realidad misma es siempre una instancia mental mítica porque siempre la estamos contando… y no nos resulta fácil ver -creer- que somos nosotros los que hacemos de nuestra vida, pura literatura. Creemos que estamos en silencio observando un mundo que pasa frente a nosotros en total pasividad, sin poder nosotros intervenir en su desarrollo, imbuidos de objetividad y realismo como si de un valor positivo se tratara, con nuestras fuerzas creativas paralizadas frente a muebles, ventanas, personas, animales o recuerdos fatalmente disecados en silencio como piezas de museo… porque son cosas que, fatalmente “ya están allí”: objetivadas, enajenadas de nuestra naturaleza y que, aceptando desde pequeños la información inviolable de “los que saben”, terminan por convencernos, de grandes, que los datos -las cosas dadas- no se pueden crear… Nos han dicho que no podemos ser poetas de nuestras realidades, de nuestras percepciones y vidas. Nos han dicho que estamos en silencio, que la realidad es un cuento ya contado y que ya no hay más mitos… Que vivimos en un mundo hueco y silencioso de fórmulas precisas y que cuando hablamos, lo hacemos contra un muro eterno y sordo de definiciones establecidas, tras el cual no hay nada…
Pero no… a aquellos que creen en la simpleza imbécil de este modelo de existencia, donde se espera que toda la verdad estará algún día en un libro de texto escolar, malas noticias: la verdad nace a cada  palabra que decimos, que nunca estuvimos en silencio y que no lo estamos ahora. Contar nuestra historia no es una tarea sin futuro: frente a nosotros está lo Sagrado… un mundo que es eterno y todo oídos. Un mundo que espera por nuestra historia, por nuestro cuento, por el poema de nuestras vidas.

¿Qué es lo Sagrado? La totalidad de lo existente y algo que debe ser respetado… y que, obviamente, también involucra nuestra propia existencia… y por eso surgen cada vez más a menudo nuestros conflictos sociales y ambientales: porque no creemos en lo Sagrado, no creemos, en definitiva, en el valor de nuestros propios mitos, de nuestras propias historias, de nuestra propia poesía ni en la poesía del mundo (palabra que quiere decir, justamente, “hermoso”… y lo contrario será lo “inmundo”).

Y recién cuando reconozcamos la naturaleza histórica y mítica de nuestro decir, nuestra vida tomará la seriedad de lo Sagrado a lo que siempre se refirió el mito en todas las épocas del Hombre. Y veremos que el poema nos había estado invadiendo desde siempre porque siempre estuvimos inmersos en lo Sagrado… El Edén siempre siguió ahí, al alcance de nuestras manos: la realidad es nuestra ceguera.

No hay creatividad sin el regalo divino de lo Sagrado, de ese instante inefable de caos que invade al poeta: allí, en el centro del momento donde todo es equivalente y equiprobable como alguna vez lo fueron las aguas del Nilo o del Éufrates cuando recién derramadas sobre las tierras de cultivo, prometían nueva vida… Allí será que nos liberaremos de las cadenas de «lo que se supone que es» y empecemos nosotros a decidir el destino de cada pincelada, de cada golpe del mazo o letra proferida para decir el milagro inagotable de nuestras vidas.

 

 

Imagen destacada: Fotograma de «2001: A Space Odyssey» (1968), del realizador norteamericano Stanley Kubrick