«Una temporada en el infierno», de Arthur Rimbaud: La modernidad de un amor efímero

Con este libro su autor remeció a la literatura francesa desde sus cimientos y destruyó las bases de la poesía heredera de Charles Baudelaire, al sembrar el desorden y la subversión más profunda en la lírica occidental de los últimos siglos.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 10.7.2020

Con solo diecisiete años, Arthur Rimbaud (1854-1891) llega a París en 1871 y se presenta en los ambientes parnasianos con un poema más o menos largo que se titula “El barco ebrio” y del cual copio un par de estrofas para que ustedes vean el tipo de demonios que lo aquejaban desde jovencito:

El acre amor me ha henchido de embriagador letargo.

Lloré mucho. Las albas son siempre lacerantes.

Toda luna es atroz y todo sol amargo.

¡Que se rompa mi quilla y vaya al mar cuanto antes!

Si yo ansío algún agua de Europa es la del charco

negro y frío en el cual, al caer la tarde rosa,

en cuclillas y triste, un niño suelta un barco

endeble y delicado como una mariposa.

 

Los expertos en la literatura francesa cuentan que en el mismo año que llegó a París (1871) Rimbaud conoció al gran poeta Verlaine, con el que comenzó una amistad que los llevó a dejar todo atrás e irse de viaje a Londres. Allí convivieron, experimentaron con drogas, leyeron, amaron, escribieron poesía, y muchas veces riñeron hasta el punto de que se agredieron mutuamente, como resultado de esa relación y en particular de las agresiones surgió el libro, que hoy comento, Una temporada en el infierno.

Según los expertos, después de la ruptura Rimbaud volvió al hogar materno para liberarse de toda aquella carga de dolor y odio que lo atormentaba y se puso a escribir. Una temporada en el infierno es, en esa medida, un texto producto de esa catarsis por la que pasó el joven poeta. El libro está fechado por el propio Rimbaud entre abril y agosto de 1873 y tiene apenas 53 páginas; se cuenta que el mismo Rimbaud mandó a hacer la primera edición con un tiraje de cien libros, la mayoría de los cuales se quedaron en la bodega de la editorial y él regalo unos cuantos a algunos conocidos.

De manera anecdótica también, los expertos cuentan, que Rimbaud se encerró en un granero durante 4 meses, sin salir ni dejar entrar a nadie, en una especie de delirio poético, de crisis catártica, y escribió el libro, que según la crítica especializada es, junto con Las flores del mal de Baudelaire, de los libros más importantes de la literatura francesa y universal.

La obra en sí misma, nos lleva a pensar en otros textos como la Divina Comedia de Dante, por supuesto la Biblia y el Fausto de Goethe y no es que Rimbaud haya estado copiando de esos textos, para nada, más bien me parece que lo que hace es entrar en una permanente interacción con ellos.

Como diría el mismo Rimbaud, “Basta de palabras” y pasemos directamente al libro, cuya estructura es de ocho partes, además de la introducción. En la página introductoria, se sintetiza la condenación del narrador, a la vez que nos prepara para enfrentarnos a la historia, pues ante Rimbaud (como pasa con todos los grandes escritores) no podemos ser indiferentes. He aquí un par de versos de esta parte para que el lector se motive a leer el resto de la obra:

Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos fluían.

Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga.— Y la injurié (p.1).

 

El primer apartado se titula “Mala sangre” que nos habla de sus raíces y de la influencia  de éstas en su moralidad y en su estado de ánimo, de la ciencia, de la historia de Francia. He aquí un trozo de esta parte:

De mis antepasados galos, tengo los ojos azul pálido, el cerebro pobre y la torpeza en la lucha. Me parece que mi vestimenta es tan bárbara como la de ellos. Pero yo no me unto de grasa la cabellera.

Los galos fueron los desolladores de animales, los quemadores de hierbas más ineptos de su época.

Les debo: la idolatría y la afición al sacrilegio; ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, la lujuria, magnífica; sobre todo, mentira y pereza (p. 5).

 

Le sigue “Noche del infierno” que describe el momento de la muerte del narrador y su entrada en el infierno. Lo cual nos recuerda de alguna manera a Dante. Copio de esta parte:

Me tragué un magnífico sorbo de veneno.— ¡Bendito sea tres veces el consejo que me dieron!— Las entrañas me queman. La violencia del veneno retuerce mis extremidades, me deforma, me tumba contra el suelo. Muero de sed, me sofoco, y no puedo gritar. ¡Es el infierno, el castigo eterno! ¡Miren cómo el fuego se aviva! Ardo como corresponde. ¡Continúa, demonio! (p.15).

 

Después le sigue “Delirios I” que es un diálogo entre dos personajes, la Virgen necia y el Esposo Infernal, y que algunos piensan que ambos personajes corresponden a Verlaine y Rimbaud, respectivamente:

Oh divino Esposo, mi Señor, no rechacéis la confesión de la más triste de vuestras siervas. Estoy perdida. Estoy borracha. Estoy impura. ¡Qué vida!

¡Perdón, divino Señor, perdón! ¡Ah, perdón! ¡Cuántas lágrimas! ¡Y cuántas lágrimas pienso aún derramar!

Después, ¡conoceré al fin al divino Esposo! Pues nací sometida a Él. —¡El otro puede golpearme hasta mientras!

¡Por el momento, estoy atrapada en lo más profundo de este mundo! ¡Oh amigas mías…! No, no sois mis amigas… Jamás delirios ni torturas semejantes … ¡Qué estupidez!

¡Ah! cuánto sufro, cuánto grito. Realmente estoy sufriendo. Y sin embargo, ya todo me está permitido, pues todo se le permite a la que va cargada del desprecio de los más despreciables corazones (p. 21-22).

 

Después le sigue “Delirios II”, donde el narrador nos explica sus antiguas teorías estéticas, las que nos presenta como falsas esperanzas y sueños rotos. Copio el poema titulado “Hambre” que está en la página 36 de esta parte:

Si tengo apetito es sólo

De la tierra y de las piedras.

Yo almuerzo siempre con aire,

Hierro, carbones y peñas.

Hambres mías, girad. Hambres, cruzad

El prado de sonidos.

Atraed el veneno alegre

De los lirios.

Comed los cascotes rotos,

Piedras de viejas iglesias,

Guijas de antiguos diluvios,

Panes sueltos en grises glebas.

 

A continuación está “Lo imposible”, donde el narrador nos muestra el fracaso de sus teorías estéticas, filosóficas y religiosas.  Veamos lo que nos dice:

¡Ah! Aquella vida de mi infancia, la gran ruta a través de todos los tiempos, sobrenaturalmente sobrio, más desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de no tener ni país ni amigos, qué estupidez más grande. —¡Y sólo ahora me doy cuenta!

—Tuve razón al despreciar a esos hombres simplones que no perderían la ocasión de una caricia, parásitos de la limpieza y de la salud de nuestras mujeres, hoy en día que ellas coinciden tan poco con nosotros.

Tuve razón en todos mis desdenes: ¡y es obvio al ver que me evado! (p. 39).

 

Después viene “El relámpago”, sección donde la descarga eléctrica se nos presenta como la única luz que ilumina el infierno, donde se encuentra el narrador:

¡El trabajo humano es la explosión que ilumina mi abismo de cuando en cuando!

«Nada es vanidad; en marcha hacia la ciencia, ¡y adelante!» grita el Eclesiastés moderno, lo que quiere decir Todo el mundo. Y sin embargo los cadáveres de los malvados y de los vagos caen sobre el corazón de los otros… ¡Ah, rápido, un poco más rápido!; allá, más allá de la noche, esas recompensas futuras, eternas… ¿podremos esquivarlas…? (p. 45).

 

La siguiente parte se titula “Mañana” y relata la salida del narrador desde el infierno, de nuevo nos recuerda a Dante y a su Divina Comedia. Y dice:

No obstante, hoy por fin, creo haber terminado la narración de mi infierno. Era sin duda el infierno; el antiguo, aquel donde el hijo del hombre abrió las puertas.

Desde el mismo desierto, en la misma noche, siempre mis ojos cansados se despiertan a la estrella de plata, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¿Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del nuevo trabajo, de la nueva sabiduría, la huída de los tiranos y de los demonios, el fin de la superstición, a adorar —¡los primeros!— la Navidad sobre la tierra?

¡El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida (p. 49).

 

Y termina el libro con la sección que se titula “Adiós” en la cual el narrador parece haberse fortalecido con su viaje en el infierno. Veamos la parte final del libro:

Hay que ser absolutamente moderno.

Nada de cánticos: aferrarse a los avances logrados. ¡Dura noche! ¡La sangre seca envuelve en humo mi rostro, y no tengo nada detrás de mí, excepto ese horrible arbolillo!… El combate espiritual es tan brutal como la batalla entre hombres; pero la visión de la justicia es el placer exclusivo de Dios.

Entretanto ya es la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y de ternura real. Y en cuanto llegue la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades.

¡Qué hablaba yo de una mano amiga! Es una admirable ventaja poderme reír de viejos amores farsantes, y cubrir de vergüenza esas parejas mentirosas, —vi el infierno de las mujeres allá abajo;— y me será permitido poseer la verdad en un alma y un cuerpo” (p. 52-53).

 

La crítica ha dicho que Rimbaud con poca producción y escaso tiempo cimbró la literatura francesa desde sus cimientos, pues trató siempre de ser un vidente que va más allá de las palabras. Una temporada en el infierno afirman, destruyó las bases de la poesía heredera de Baudelaire, sembró el desorden y la subversión más profunda en la poesía francesa.

Además los críticos aseguran que este trabajo de demolición lo completó Rimbaud con su libro Iluminaciones, en este texto los críticos ven a un poeta iluminado en busca de su liberación absoluta, la cual logra a través del uso de lenguaje que nos permite distintas lecturas a través del tiempo y del espacio.

Le garantizo al lector que podemos encontrar en los poemas de Rimbaud un camino hacia lo incierto, hacia lo desconocido, a la vez que que nos veremos inmersos en un mundo construido a partir de la subversión, pues Rimbaud, sin duda abrazó el lado salvaje de la creación y no le puso freno a ese espíritu que lo llevó cruzar todo límite del lenguaje y es allí donde, creo, radica su grandeza.

 

También puedes leer:

Las flores del mal, de Charles Baudelaire: La fundación de la poesía moderna.

 

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Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Una temporada en el infierno», de Arthur Rimbaud (1873) en una edición española

 

 

Sergio Inestrosa

 

 

Imagen destacada: Arthur Rimbaud (1854 – 1891).