«Una vida sin fin», de Frédéric Beigbeder: Los dilemas de la mortalidad

Este híbrido libro (en lo genérico) del autor francés corresponde a una exploración por los distintos frentes de la vanguardia científica y psicológica —y a la cual debemos agradecer su búsqueda artística, que se vale de una estimulante narrativa—, en una obra que se conduce por las histriónicas moralejas filosóficas y los altruistas deseos de que nuestra finitud (por lo menos corporal) sea suprimida algún día.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 18.7.2020

Anquilosadas las epopeyas en miríadas de jeringas y frascos de fármacos, la épica del hombre occidental pareciera acotarse a proezas tan irónicas como renunciar al consumo de paté, correr una maratón para chorrear junto al sudor las crispaciones de una insatisfactoria vida doméstica, teclear preguntas triviales u psicopatológicas en el buscador de Google o ayunar de la comida o la tecnología por más de tres días en una clínica de desintoxicación.

En jaque el homo narcisus por la pandemia que asfixia y expone los excesos del hedonismo consumista, leer una novela sobre la búsqueda de las vanguardias científicas por la inmortalidad, pareciera en principio una sardónica broma de promotores transhumanistas, que piano piano va adquiriendo relieves y matices tan hondos, paradójicos y tragicómicos como la condición humana. Desde la adicción a las selfies, la parábola retorna a la resurrección de Jesucristo y se lanza hasta la híbrida mitología de los mutantes de Marvel y la pasmosa posibilidad de traerlos a la vida vía experimentos genéticos.

¿En qué desembocarían sus pensamientos si le dijese que hay ratones fluorescentes gracias a genes de medusas, un genetista dispuesto a resucitar la estructura genómica de los mamuts, órganos humanos creciendo en cerdos para reemplazar el hígado macilento de algún multimillonario? Los alquimistas postmodernos experimentan con todas las opciones nombradas y varias opciones más extravagantes que las propulsadas por algunos autores de ciencia ficción del siglo pasado. Estamos respirando (con o sin mascarillas) las brisas de un porvenir tan prometeico como imprevisible (y amoral), nuestros pies sobre la bisagra biocultural que hay entre el homo sapiens sapiens y el ¿poshumano, transhumano, homo deus o la élite de humanos genéticamente modificados que barrerá con la obsolescencia programada de los bípedos que dieron puntapié a la sexta extinción masiva?

Esta suma de interrogantes y disruptivas perspectivas desfilan al borde del acantilado en que deambula, torpe y deshidratada, la ética de los mortales, son inyectadas a nuestra conciencia de lectores en la perfusión narrativa de Una vida sin fin (Editorial Anagrama, 2020), la novela del francés Frédéric Beigbeder (1965), quien no tiene reparos en ofrecer una tomografía de su propio corazón y una exhibición de su personalidad en el paradigmático protagonista que lleva su mismo nombre y acarrea una vida casi clonada a la del autor: polémico presentador de programas televisivos, ingenioso enfant terrible del circuito cultural y mediático, padre cincuentón atribulado por un cóctel de dudas existenciales y la búsqueda de la inmortalidad tras responder intempestivamente a su hija que ellos serán los primeros humanos en no morir.

Claro, lo que en primer plano suena a imprudente promesa paternal, va adquiriendo escena a escena contornos de un realismo científico megalómano menos delirante de lo que uno presupondría. Un nuevo género —la ciencia no ficción— está en sus albores: la vanguardia científica levita por sobre las imaginerías de la ficción con una potencia antigravitatoria que desafía los límites preestablecidos por la teología y la biología del pasado milenio.

En este tour de force transitamos por la consulta de una psicoanalista con un nombre sacado de la Epopeya de Gilgamesh, una clínica de desintoxicación situada a orillas de uno de los paisajes suizos adyacentes a los que inspiraron la creación de Frankenstein a Mary Shelley, una clínica en Jerusalén donde se manipulan y generan células madre iPS, hasta desembocar en la consulta de un genetista que semeja una reencarnación vegana, con tez de surfista californiano, de Walt Withman, en la Escuela de Medicina de Harvard, y desde allí en trampolín al Sillicon Valley y la California donde se traficará sangre de jóvenes para regenerar a los viejucos adinerados en el neovampirismo del age reversal. Nombres propios, instituciones y empresas que corresponden a los de la realidad, basta con buscar en Google a George Church o Cellectis, cuyo elocuente lema es “Editing life”.

La divulgación científica en clave literaria es vertiginosa, ríspida y embutida en un pack de referencias culturales (desde Gandalf a Houellebecq, Woody Allen, Eva Braun, Jurassic Park, Zuckerberg y George Lucas) en una narrativa que podríamos denominar como hipercontemporánea, pues nos muestra las crestas del oleaje biotecnológico actualmente en curso amalgamada a las modelos y actrices que empalman al falo del protagonista.

Se habla de CRISPR, el método de edición genética que erradicará la predisposición a enfermedades crónicas y propiciará una eugenesia prenatal, de la posibilidad de trasvasar la información del cerebro en un disco duro para replicarlo mediante impresoras 3D de órganos en un clon orgánico, pero también del tráfico de fetos y cordones umbilicales ricos en células madres pluripotentes capaces de regenerar cualquier órgano humano.

Asimismo, la posible bifurcación de la humanidad en castas de Übermensch dignos de la utopía fenotípica nazi y despatarrados humanos de carne y hueso relegados a no poder pagar la interfaz que conecte el cerebro al Internet aniquilando las taras de la pedagogía contaminada por prejuicios culturales, ambivalentes emociones, jerarquías etarias y otros factores que producen tantas risas como escalofríos, amistades y enemistades.

Uno puede o no concordar con las opiniones del hipertrofiado, desesperado y enternecido protagonista, agradecer la contención emocional y el maternal sentido común de la joven bióloga que se torna su pareja y trae otra hija destinada a sobrepasar la frontera de los 100 o 200 años, pero hay que reconocer que el alto voltaje de las insinuaciones poshumanas propalan spoilers del futuro cercano, y las polémicas éticas del transhumanismo estimulan al intelecto para tomar posturas, informarse y sacar pertinentes conclusiones u cambios de prioridades ante una expectativa de vida multiplicada por dos o tres. Las listas de pros y contras muerte/vida, humano/robot, entre otras, son jugosos e ilustrativos añadidos.

Sin embargo, se puede plantear un contrapunto a las tesis y mediáticas profecías de la novela: la condensación de la vida como un problema netamente biológico, abordada desde un positivismo darwiniano, que, a excepción de breves pasajes en la ciudad santa de la que se abrevan las religiones monoteístas y en el seno doméstico de la nueva familia, no explora el reverso espiritual de la experiencia, la posibilidad, sin ir más lejos, de que las ciencias de la conciencia y las terapias psicoespirituales —que a punta de millares de regresiones están consolidando un corpus de evidencia psico–empírica de vidas pasadas—, son acaso las ramas de la investigación con mayor potencial para no solo prolongar la vida física, sino descubrir un trasfondo trascendental de sentido, reciprocidad anímica y horizontes expandidos de conciencia.

Explorar esos otros frentes de la vanguardia científica y psicológica hubiese dotado a la narrativa de una dimensión mayor y más diversa, pero no podemos más que agradecer a Beigbeder por su búsqueda, la estimulante narrativa, las histriónicas moralejas filosóficas y sus altruistas deseos de que nuestra mortalidad (corporal) sea suprimida (para los que así lo deseen).

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (Santiago, 1995) es poeta y escritor autodidacta, incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacaron el de garzón, barista y brigadista forestal. Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad.

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Una vida sin fin», de Frédéric Beigbeder (Editorial Anagrama, 2020)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Frédéric Beigbeder.