«Where Reasons End», de Yiyun Li: Los significados del dolor en las palabras

Este volumen se organiza como un texto posterior a la muerte del hijo adolescente y viene con la etiqueta de novela, pero, en realidad, uno podría leerla como una especie de diario, un intercambio epistolar novedoso y único: el diálogo entre una madre y su descendiente fallecido a los 16 años.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 22.7.2019

Yiyun Li (nacida en Beijing y afincada en Estados Unidos donde enseña en la Universidad de Princeton) es autora de varios volúmenes de ficción, y de una emotiva ‘memoria’: Dear friend, from My Life I Write to You in Your Life. Su última publicación es Where Reasons End (Donde las razones terminan), una profunda exploración en torno a la pérdida y la muerte; la forma en que lidiamos con la ausencia, a la vez que un fino tratado sobre el alcance de las palabras como portadoras de sentidos, y como agentes también del sinsentido que experimentamos a la luz de ciertas catástrofes que exponen aquella vulnerabilidad y la cual ninguna palabra puede paliar.

Donde las razones terminan se organiza como un texto posterior a la muerte del hijo adolescente y viene con la etiqueta de novela, pero, en realidad, uno podría leerla como una especie de diario, un intercambio epistolar novedoso, único: el diálogo entre una madre y su hijo muerto a los 16 años. Este no es un diálogo mundano. Acá se cruzan referencias poéticas que le permiten a los interlocutores establecer un vínculo sublime: Elizabeth Bishop, Philip Larkin, e. e. cummings, Wallace Stevens, Marianne Moore circulan por las páginas del texto, y sus citas convocan reacciones ad hoc: “un recién nacido crece por hora, por día, por semana. La muerte de un hijo no envejece ni un minuto”. O: “Desde la muerte de Nikolai le he pedido a la gente que me envíe poemas. Llegaron como pájaros de distintas tierras, cada cual trayendo sus propias notas de duelo”. La madre angustiada se pregunta: “¿Qué es lo que puedo agarrar ahora, mi niño, si todo se ha vuelto invisible?”, a lo que el hijo responde: “Palabras, querida madre… Estaremos agarrando las palabras de cada uno, ¿no lo ves?”.

Pero no todo es dolor en este texto. Hay espacio para indagar en el significado de los vocablos, en la poesía, el lenguaje, los orígenes y la etimología de cada término: “hasta el más simple sustantivo puede transformarse en un túnel, una trampa, un laberinto, un vacío”, leemos. “Huérfano, viuda, viudo, pensé, pero ¿cómo llamas a un padre que ha perdido a un hijo, a un hermano que ha perdido a otro hermano, a un amigo que ha perdido un amigo?”. De estos intercambios está hecho el texto, con la madre y el hijo, interactuando en una permanente batalla por encontrar la palabra precisa y reconocer las limitaciones, a la vez que los aciertos de determinadas imágenes.

También hay espacio para una especie de humor. Al hablar de su tragedia, la madre escribe: “Yo era una madre genérica, sufriendo por la pérdida de un hijo genérico, por una tragedia inexplicable. Ya había aquí tres clichés”. Luego se pregunta: “Tragedia: esta sí que es una palabra inexplicable”. Caer en un cliché es algo que debe evitarse; es algo que, tanto madre como hijo, intentan controlar para no caer en la cursilería. El joven suicida, de gran sensibilidad y talentos, es representado como una especie de genio, y objeta el uso del lenguaje de su madre; comenta sus otros escritos y ofrece su evaluación respecto al trabajo literario de la madre, así como de otras lecturas. La madre debe protegerse de esta extrema sensibilidad y de las críticas que, incluso en el espacio en que se halla, puede arrojar el hijo. “Lo que no se puede expresar es una herida que permanece siempre abierta, siempre, y para siempre”. El hijo reprocha la descripción de su madre: “Oh Dios… Una herida abierta—eso te hace sonar como un mediocre libro de autoayuda”. El hijo puede adoptar la figura de un tirano, despiadado: “Realmente no pensaste bien todo antes de tener hijos”. La madre responde: “No nacería ninguna guagua si un padre pudiera pensar por adelantado todo”.

Así, se gesta un diálogo donde Nikolai dice no sentirse triste en el lugar/espacio en el que está. Frente a esto, la madre elabora un pensamiento: “¿no sería bueno, mi niño, si aún pudieras sentirte triste, como yo, porque entonces podrías sentir otras cosas, como yo las siento, también? Pero no le dije esto a él. En cambio, le conté una historia sobre la madre de una compañera de colegio”. Con estos diálogos, una conversación que no por ser inventada, proyectada o sublimada se transforma en artificiosa, lo que finalmente (me) queda de esta novela es una sensación de ternura, de un profundo dolor transformado en exploración, como en ese pasaje donde, al preguntarse por los tiempos verbales, por cómo dirigirse a su hijo, la madre nota: “Porque, ¿qué es lo que hace diferente el tiempo verbal ‘fue’ del ‘es’, ‘ha sido’, del ‘será’? Atemporal es este mundo que estamos creando, su lenguaje no tiene tiempo verbal”.

 

Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura y académico de la Universidad Andrés Bello, y su última novela publicada es Sinestesia (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2019).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

La novela «Where Reasons End» (2019), de Yiyun Li

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Fotomontaje de la escritora Yiyun Li y la edición estadounidense de su novela Where Reasons End (2019).