«Chile y América Latina. Crisis de las izquierdas del siglo XXI», de Claudio Arqueros y Álvaro Iriarte (editores): Un caso de desarrollo frustrado

Estamos ante un libro necesario, un texto que pone cifras y teorías, que refiere marcos generales y ejemplos, y que no se limita a la exposición del neopopulismo de corte revolucionario, y el cual describe la realidad de Estados que, beneficiados por el auge de los «commodities», se aprovecharon de esa condición para reforzar al máximo el control político sobre sus ciudadanos.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 5.11.2018

Un grupo de distintas generaciones han sido reunidos por Arqueros e Iriarte para este libro publicado por la Universidad del Desarrollo. Se trata de Santiago Basabe-Serrano, Nicolás Cachanosky, Miguel Ángel Fernández, Manuel Antonio Garretón, Eugenio Guzmán, Jeisson Heiller, Jorge Jaraquemada, Alfredo Keller, Roberto Laserna, Nicolás Molina, Gonzalo Müller, Miguel Ortiz, Luis Solari de la Fuente. Aunque la columna vertebral son chilenos, pasando por ambos editores, hay autores ecuatorianos (Basabe-Serrano), argentinos (Cachanosky), brasileño (Heiller), peruano (Solari), venezolano (Keller), boliviano (Laserna) y colombiano (Molina).

Parte de la premisa de la crisis del modelo bolivariano, fase avanzada y compleja del populismo latinoamericano, y del avance de desafíos sobre la transparencia y fragilidad de los Estados, para pasar a un Capítulo II (en rigor segunda parte) orientada al escrutinio del ciclo latinoamericano. Dada la centralidad de la primera parte, dos capítulos debidos a Jorge Jaraquemada y Miguel Ortiz Sarkis, hay que tener en cuenta que existe un preámbulo analítico y político que justifica el concepto de ciclo, para relacionar las otras nueve colaboraciones, y es que el populismo latinoamericano avanzado, identificado con la agenda del bolivarianismo, tuvo un momento de expansión y hegemonía regional basado en su palanca de los ingresos proporcionados por los commodities, que financiaron la agenda social, política y comunicacional de sus variantes en Latinoamérica.

A pesar de ello hay una abundante retórica que vincula estos experimentos con conceptos emocionales como la dignidad, la moral o el concepto de autonomía para defender el proceso frente a los resultados: Argentina pasó de ser un país desarrollado a otro subdesarrollado, Venezuela se hunde en los índices sociales y económicos (y ahora políticos), y ya no hay la bonanza petrolera para Ecuador y Bolivia. Todas las experiencias de gobierno parten en 1999 con el ascenso electoral de Hugo Chávez, y se fueron replicando o asociando a este modelo: así el peronismo de izquierda terminó finalmente creando una nueva fuerza pero llegó al poder bajo el ropaje del peronismo. Pero la crisis venezolana, como matriz de esta expansión repercutió también en sus gobiernos afines, y aun cuando Venezuela conserva su centralidad en este proceso, ya no es el actor decisivo en la región que pretendió Chávez que fuera, reducida por la situación interna desde 2015 a la actitud defensiva de su heredero, Nicolás Maduro.

En el artículo de Jorge Jaraquemada se plantea que la falta de rotación y de transparencia ha hecho avanzar la corrupción, faltando entonces tener criterios de transparencia, que no han funcionado en el periodo anterior. Se podría decir que estos tienen un antecedente aún más profundo, en el sentido que el desmantelamiento del modelo representativo liberal ha ido acompañado de la erosión del Estado de Derecho, donde poder judicial, legislativo y ejecutivo son simples expresiones de un mismo poder e inspiración como en Venezuela. Atacar judicialmente o exigir transparencia se ve como un acto político, contrario al régimen, anulado con acusaciones de imperialismo o de subversión. Anudado a este proceso de corrupción hay otro que Miguel Ortíz Sarkis describe como una infiltración del crimen organizado. Es cierto que el crimen organizado no tiene agenda política ni pretende alcanzar el poder, pero limita la vigencia del Estado de Derecho, corroe las instituciones y vuelve posibles conexiones entre el mundo criminal y el político institucional. Para Ortiz, hay una vinculación entre el debilitamiento institucional en los países de gobiernos neopopulistas, y el avance progresivo del crimen organizado. De manera general establece que donde más debilitados estaban los principios de voz y rendición de cuentas, estabilidad política y ausencia de violencia, eficacia del gobierno, calidad del marco regulatorio, Estado de Derecho y control de la corrupción (páginas 71-72) más se daña el control del crimen organizado, entre otras cosas porque la debilitación de la democracia consiste en radicarse en la participación ciudadana en elecciones períodicas que coexisten con “bases estructurales precarias que subsanan sus deficiencias con gobernantes autoritarios». “Mucha democracia y poca Institución”, como dijo en 2013 el secretario general de la OEA.

En los estudios de casos esta aseveración se amplifica en Venezuela, que parece excepcionalmente paradigmático, ya que consideraciones políticas como puramente económicas establecen un lazo de unión entre el gobierno venezolano (Cartel de los Soles) con la actividad narco de las FARC (p. 82). La desorganización del Estado hace que los militares y fuerzas policiales participen de otros trastornos como contrabando de alimentos y medicina, productos de higiene, contrabando de armas, robo de autos y venta de partes entre algunos. Si bien el caso de Venezuela es excepcional en su magnitud (por ejemplo en Ecuador hay matices), hay trazos de corrupción y política  similares en el caso del general René Sanabria, que era el encargado por Evo Morales de reprimir el narcotráfico.

Cachanosky traza la deriva económica de los gobiernos K, recalcando la tendencia a comportarse como depredadores de los ciudadanos, y donde los funcionarios públicos capturan al Estado insistiendo en comportamiento económico errados. Por ello las estadísticas dejaron de ser confiables, cuando los niveles de pobreza de Argentina eran presentados mejores que el de Alemania, en evidente contrasentido fáctico (p. 133).

Laserna toca otro de los puntos de la presentación, “La democracia: prisionera de las urnas”. Aquí simplemente la movilización social (afín al gobierno) arrincona instituciones y prácticas que pudieran limitar los actores gubernamentales –el ejemplo más evidente la forzada reeleccion de Evo Morales-. Un ejemplo de ello fue el asalto y quema de la alcaldía de El Alto, cuya titular, Soledad Chapetón, era una de las sorpresas electorales de marzo de 2015.

Para el caso brasileño el interesante texto de Heiller plantea la construcción de una pirámide invertida de derechos (p. 191) que instaura las leyes sociales en periodos autoritarios y que explica la centralidad concedida al Poder Ejecutivo. A partir de ahí el financiamiento electoral y la polarización explica que el ciclo de la destitución se haya reactivado desde el caso del ex presidente Fernando Collor de Melo.

Finalmente, en esta panóramica, necesariamente sumaria, el libro cierra coherentemente con el artículo dedicado al chavismo de Alfredo Keller. Es que la sombra de Chavez estuvo todo el tiempo en este periodo: así lo demuestra que haya sido elegido en la diagramación de la portada. Chávez como ángel “vengador y justiciero”,  fallecido en 2013, explotó al máximo el asistencialismo. Con incrementos del 45 % en su popularidad, tuvo a su favor un expansión del precio de los commodities. Pero la política de primacía de las “misiones”, tuvo por contrapunto la expansión y control estatal, dando con un hiper Estado que fagocitó las actividades privadas, pero a cambio de una progresiva esclerosis e ineficiencia. Sin este telón de fondo, no se entiende que manteniendo Chávez el apoyo a su imagen, fuese paralelo al deterioro de los logros e índices del gobierno. Sus ansias de liderato mundial volcaron parte de los recursos a la creación de gobiernos satélites y opiniones públicas cautivas, esto fue exitoso, pero lo regueros dejaron de afluir después de la retracción de China en el mercado mundial, y la estructura productiva cayó en picada. El resultado es que el entramado chavista, es violento, discrecional y personalizado, al mismo tiempo sistémico en su ramificación estatal, pero ineficiente en la administración de los bienes del Estado. Las consecuencias son la crisis humantaria y la definitiva perdida de encanto y de la compostura democrática del chavismo en manos de su sucesor, Nicolás Maduro, quien al final se sostiene tanto por la adhesión de las fuerzas armadas como por la voluntad de no claudicar de su organización política, diga lo que diga el electorado en diversas votaciones. Estamos ante un libro necesario, un texto que pone cifras y teorías, que refiere marcos generales y casos, y que no se limita a la exposición del neopopulismo de izquierda, describiendo la realidad de Estados que, beneficiados por el auge de los commodities, aprovecharon eso para reforzar al máximo el control político.

 

Claudio Arqueros y Alvaro Iriarte (editores), Chile y América Latina. Crisis de las izquierdas del siglo XXI, Universidad del Desarrollo / Instituto Res Publica, Santiago de Chile, 2017, 411 páginas.

 

Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.

 

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Universidad del Desarrollo / Instituto Res Publica.