«Dolor y gloria», de Pedro Almodóvar: El difícil balance de sí

La última obra audiovisual del imprescindible realizador español -todavía presente en la cartelera del Cine Arte Normandie de la capital- se inspira en la experiencia propia para desandar una realidad ficticia en la cual sus recurrencias fílmicas son citadas a partir de dramáticas e intensas historias de (des) amor consustanciadas con crisis creativas y de la salud física.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 11.7.2019

 

“Io sogno/d’esserti vicino e di baciarti/e poi svanire/in questo sogno irreale./Lassù/sento gli angeli che cantano per noi,/dolcemente, dolcemente/É un canto fatto di felicità!”.
Mina

«Siempre me ha interesado la historia del artista que trabaja con sus propias tripas, es una aventura fascinante…»
Pedro Almodóvar

Pedro Almodóvar, director y guionista de esta «autoficción», viene a cerrar con Dolor y gloria (2019) un ciclo que abre con La piel del deseo (kitsch de drogas, sexo y boleros) y La mala educación (la triste realidad de la pedofilia en la Iglesia). La cinta se inspira en la experiencia propia para desandar una realidad ficticia en la cual sus recurrencias fílmicas son citadas citan a partir de dramáticas e intensas historias de (des) amor consustanciadas con crisis creativas.

Un directo de cine, Salvador Mayo – encarnado en un Antonio Bandera, alter ego almodovariano por excelencia- que merecidamente cosechó el premio a mejor actor en el Festival de Cannes, recuerda su camino profesional y los momentos más significativos de su vida: sus primeros amores, el primer deseo, la movida madrileña, el cine como meta. En su ocaso lucha, entre la duermevela y la memoria que siempre (dis)torsiona, con dolores físicos y de los otros. Su espalda y su cabeza visibilizan y sufren el derrumbe de un artista que no termina de saldar cuentas con su pasado y con sus afectos.

El reencuentro con los otros, para mejor descubrirse, lo lleva a un espejo inclemente en donde se reflejan miedos, angustias, traumas que muestran en carne viva las miserias y las contradicciones de una vejez en ciernes. Alberto Crespo (Asier Etxeandía) actor de uno de sus primeros éxitos; Federico (Leonardo Sbaraglia -quizás el hombre que pone el cuerpo y tanto más en una de las escenas conmovedoras del filme-), su amor de juventud; su madre (Julieta Serrano) en sus últimos días y los eternos reproches. Personajes fantasmáticos, como el de la infancia de Salvador (Asier Flores) y la joven madre (Penélope Cruz) en flashbacks que, en el final de la película, revelarán toda su espesura y habilitarán una lectura diferente.

La nostalgia se apodera de toda la cinta. La infancia en un pueblo de Valencia en la década de 1960, el dolor de la ruptura y pérdida de ese primer amor en el Madrid de los ’80, la escritura como catarsis, el descubrimiento del cine, el sabor de ya no ser. Vida y obra imbrincadas. Pasiones que sostienen, aún en su inconstancia, el vacío creativo. Volver al pasado es volver a la escritura, al sentido, a la esperanza. Como última oportunidad. Canto cisne-pato. Dolor y gloria.

Mujeres cantando y lavando sábanas en la orilla de un río. Flamenco revisionado. Dos amantes frente a frente, años después. Una madre que no cesa de resurgir. Escenas que fijan emociones.

Un discurso íntimo con una estructura compleja y una narrativa clásica, un juego bien jugado, un desarme de lo barroco, un Almodóvar maduro, asentado. Una película controlada, que fluye. Las emociones no desbordan, se vuelven empáticas. Confesiones sinceras, encuentros que conmocionan e iluminan las sombras y las atemperan.

Dolor y gloria sigue dialogando con lo mejor del cine de su director y con trabajos como los de Lucrecia Martel en La niña santa. El homenaje a artistas que siempre estuvieron: la presencia de Cecilia Roth y Penélope Cruz para atestiguarlo. Antonio Banderas, un homenaje de doble vía en una performance de antología. Una banda sonora como la de Alberto Iglesias (Luciá y el sexo, La piel que habito y La flor de mi secreto) que envuelve climas y arropa una historia dura. Y la soledad, la reconciliación y la vejez. Y el arte como vía de escape y de reconstrucción ante el desmoronamiento.

Sutil, austera, emocional. Dolor y gloria.

 

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Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

Antonio Banderas y Leonardo Sbaraglia en «Dolor y gloria» (2019), de Pedro Almodóvar

 

 

 

 

Alejandra Boero Serra

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Los actores Penélope Cruz, Asier Flores y Raúl Arévalo en Dolor y gloria (2019).