Juan Vera, un creador de dramas imprescindible y un artista en función del pueblo

Un día, el afamado hombre de teatro Harold Pinter les dijo a todos sus alumnos que le llevaran una tarea de dramaturgia sobre el río Támesis. Y así fue como su alumno chileno salió a deambular por las orillas del río, buscando inspiración. Nos encontramos en el año 1978, y a un hombre meditabundo en Inglaterra recordando su tierra natal, mientras debe realizar un escrito de temática establecida. ¿Cómo encontrar en el Támesis, un conector para hablar de su querido y añorado Chile? Y fue así que de tanto andar, un bar le llamó la atención por su decorado. Un lugar donde sentarse, donde calmar la ansiedad de la duda, de las circunstancias. Pidió una pinta de cerveza y, con el jarro en la mano, vio en los muros recortes de diarios enmarcados que se referían a la guerra del Pacífico. ¿Qué hacían aquellos reportajes en un local británico? Se acercó a verlos y decidió dejar el alcohol de lado para dirigirse a la biblioteca y estudiar el caso. Tras el análisis, el autor escribe la obra “Thames Nitrate Company”, que al traducirse al español termina llamándose: “El salitre, o como la banca de Inglaterra ganó la Guerra del Pacífico”.

Por Faiz Mashini Parada

Publicado el 9.4.2018

La obra fue premiada por el Art Council y llevada a las tablas por la compañía inglesa Half Moon Theatre Company. Una pieza irreverente, escandalosa y antipatriótica tanto para los ingleses como para los chilenos. Pero no es lo primero que se monta de Juan Vera (1945 – 2002), quien llegó a Inglaterra el año 1974 y ya era considerado un autor connotado. Habiendo recibido el premio, inmediatamente arregló sus cosas para devolverse al país el año 1979, fundando un par de años después, lo que él denominaría su barricada cultural: la compañía de teatro El Riel.

En el libro “El estilo de mis matemáticas”, Mauricio Redolés escribe el poema que se titula: “Lo que me enseñó Juan Vera una tarde de agosto en la estación de metro Queens Park”. Este poema da cuenta de una estrecha relación entre ambos. Mauricio Redolés habla de esta amistad como un vínculo sincero en medio de un mundo donde toda conversación rondaba lo político, explicando que a diferencia de muchos chilenos, los cuales tendemos a aclanarnos estando en el extranjero, Juan Vera tenía la necesidad de relacionarse con el medio, y de buscar lazos con los sindicatos locales, tanto del teatro como de obreros.

Tras fundar la compañía de teatro El Riel el año 1981, comienza una lucha del arte en función del pueblo, donde encontramos además al autor Mario Villatoro. Durante toda la década de los ochenta, la compañía se abre paso por sindicatos, poblaciones y campos. Lejos del medio teatral; lo social, lo político, lo rural y los trabajadores, son tanto temática de la dramaturgia de Juan Vera, como público de teatro de El Riel. Se relaciona con la compañía Teatro Popular Periférico, con quienes mantiene una amistad, entre ellos Sergio Bushmann, Pepe Secall y conoce a Ana María López, quien después se une a El Riel y más tarde se volvería su compañera de lucha y de teatro.

No estamos frente a una compañía que retrata lo marginal para enseñárselo a un público minoritario en una sala bien implementada. Estamos hablando de un grupo militante que concibe el arte como transformador social y lleva el teatro a los espacios donde “el teatro” no llega, valga la redundancia. Y así lo hicieron durante toda esa década, a pesar de ser perseguidos y amenazados.

Pero esta idea no era nueva en el autor. Ya lo había hecho en los años de la Reforma Agraria durante la Unidad Popular con el Teatro Campesino, y lo había vivido en Inglaterra con el teatro itinerante. Una dramaturgia que no buscaba hacer brillar al actor, sino que educar y por el cual muchos trabajadores supieron cuáles eran sus derechos y deberes.

Llegando a los años ’90, volvemos a la «democracia», y lo que muchos toman por victoria, se muestra como una lobotomía. La cultura del ciudadano embrutecido por la televisión aplana el pensamiento crítico: la idea de “reconciliación” y de “justicia en la medida de lo posible”, postuladas por un oportunista e interesado Eugenio Tironi Barrios -quien se hizo millonario en la «pasada»-, inhiben pensar. Se desmovilizan los sindicatos y poco a poco se pierde la conciencia de clase, ya no existe la misma identidad en las poblaciones y todas las puertas que la compañía abre durante los ’80, se cierran rotundamente con un portazo estridente y desolador. El Riel, en vez de desaparecer, busca espacios en otros lugares. Empieza un nuevo ciclo: los museos se vuelven escenarios de teatro, los bares en café-concert y las cárceles en su propio circuito teatral. La pelea que dio El Riel en los ’90 fue igual de ejemplar que en la década anterior.

Tras la muerte de Juan Vera, el Riel sigue su lucha, y Marcos Morales mantiene viva la llama por los siguientes quince años, trabajando codo a codo con Ana María López y un grupo grande de actores que fluctúan.

La dramaturgia de Juan Vera recorre esencialmente tres problemáticas, el hombre y su historia, los trabajadores, y una tetralogía denominada “palabras de amor y aliento a mi tierra herida”, que expresa relatos de amor quebrados en dictadura. Los cuentos y poesías desnudan a un ser profundo que se sumerge en lo onírico y piensa en un futuro de país. Por otro lado, sus dos novelas se debaten en dos temáticas, una comedia llamada “El galope”, que relata la historia del caballo de El Quijote que tras su muerte termina en Chile, donde se vuelve el caballo de Pedro de Valdivia, para luego ser robado por Lautaro y con el cual establece grandes conversaciones, y la novela “Cinco mil delfines y un túnel”, que nace de los relatos de sus compañeros presos políticos de la Cárcel Pública y que terminan fugándose, a quienes dictaba clases de dramaturgia mientras Ana María López les enseñaba teatro. Ana María cuenta con mucho humor: “hasta que un día, nos quedamos sin alumnos…”. Pero sin duda, esta novela da cuenta del verdadero compromiso de Juan Vera y de Ana María López con las personas privadas de libertad debido a su convicción.

Es esencial nombrar que no estamos frente a una escritura política panfletaria ni directa, por el contrario, hay un pensamiento de “cómo decirlo” que se encarna poético y complejo, pero a su vez es popular y por ende, no es elitista. Se encalla en la identidad, y busca la complejidad del ser, sin olvidar la situación de su actualidad. Es responsable frente a la historia, pues denota la particularidad de su época, y establece problemas futuros en muchos de sus casos, los que actualmente son vigentes; revolucionarios para entonces y para ahora. Estamos frente a una dramaturgia poco habitual por sus características, en un arte literario que se debate entre los grotesco y lo absurdo, sumados al grito social. Está el drama de los desaparecidos retratados en imágenes que se abstraen de lo particular hacia algo aún mayor, y la lucha subterránea de los presos políticos, pero no es exenta de la emocionalidad interior, de la soledad del sujeto y de su voz susurrando pensamiento, y nuevamente en el contrapunto, el relato de lo colectivo muy fuertemente impregnado. En lo teatral está lo brechtiano, y la relación directa y cercana con el público como decisión política de enfrentarse a su audiencia: la estética en función del ideal. En el caso de la historia, muestra fundamentos de nuestros constructos corruptos por los hitos que relata.

Estamos frente tres fenómenos: una historia teatral fuera de lo común, una obra escrita de proporciones descomunal que recién ahora se está empezando a publicar por Editorial Malamadre, y una biografía ejemplar que está en proceso de ser desvelada por un documental que realiza Perros Locos (grupo audiovisual).

Toda esta historia ha sido invisibilizada por el medio, porque al sistema, hasta la fecha, no le conviene. Actualmente es el mercado quien transita por los aires de este paisaje sin mirar lo subterráneo y su importancia histórica. Somos nosotros un pueblo impedido de su historia, desmemoriada por medicamentos risueños recetados por el exitismo y encandilados por las luces.

La obra de este autor es el retrato de una parte importante de nuestro país, pues atraviesa desde la década de 1960 hasta la actualidad.

 

Juan Vera en el montaje de su obra “El salitre, o como la banca de Inglaterra ganó la Guerra del Pacífico”

 

 

Imagen destacada: Juan Vera dentro del círculo, en la puesta en escena de la pieza «El riel en Chile», titulada la 504, en honor al modelo del tren

Crédito de las fotografías: Faiz Mashini Parada