El poeta Pablo Neruda escribió en sus memorias que desde joven avanzó en el mundo del conocimiento, en el desordenado río de los libros, al modo de un navegante solitario. Yo, en cambio, me interné en el océano de sus volúmenes personales —legados y custodiados en el Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile— como un buzo enamorado.
Por Claudio Rodríguez Fer
Publicado el 8.9.2025
La Biblioteca Nacional de Chile, fundada en el siglo XIX, conserva, entre otras importantes colecciones, el legado privado de Andrés Bello, el gran polímata humanista venezolano, de obra tan variada como gigantesca, que acabó desarrollando una labor fundacional en el Derecho y en la Universidad en Chile.
Por eso existe en ella la Sala Museo Andrés Bello, que alberga las obras que le pertenecieron y a la que me emocionó acercarme, mientras que en la Sala Gabriela Mistral se encuentran las publicaciones de edición, autoría y temática chilena, y en el Salón Pablo Neruda se estableció la sección de revistas locales y extranjeras.
En su Archivo del Escritor se conservan manuscritos diversos de Gabriela Mistral, Manuel Rojas, José Santos González Vera, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier y José Donoso, entre otros autores chilenos.
Me sorprendió comprobar que en el fondo general de la biblioteca figuran asimismo varias obras mías en gallego, a las que sumé personalmente mi ensayo Neruda, o cantor e as amantes.
Por su parte, la Universidad de Chile, que posee numerosas bibliotecas, archivos y museos, custodia en el llamado Archivo Central Andrés Bello las más importantes colecciones bibliográficas, documentales, fotográficas e iconográficas, entre las que se cuentan legados de numerosos escritores chilenos, como Gabriela Mistral, el crítico Alone, Manuel Rojas, Rosamel del Valle, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Gonzalo Rojas o, muy destacadamente, Pablo Neruda.
Así, por esa razón entregué personalmente a este fondo mi ya citado ensayo Neruda, o cantor e as amantes.
Fue, desde luego, un muy emocionante placer investigar en este archivo el legado de Pablo Neruda, donde se conservan los miles de libros, discos y conchas que el poeta donó a la Universidad de Chile.
La colección bibliográfica nerudiana es pródiga en obras literarias, tanto en viejas ediciones como en libros dedicados, pero también es abundante en otras materias muy del gusto del poeta, como zoología y botánica, sin olvidar las obras políticas, en este caso en consonancia con su militancia comunista.
El libro más antiguo del legado nerudiano —y por cierto también de toda la Universidad de Chile— es una edición incunable italiana de 1484, comentada por el poeta y erudito renacentista Bernardo Illicino, de los Triomphi, de Petrarca.
Tal detalle pone en evidencia el enorme valor bibliográfico de la donación de Neruda, quien escribió en Confieso que he vivido:
«Premios literarios contantes y sonantes me ayudaron a adquirir ciertos ejemplares de precios extravagantes. Mi biblioteca pasó a ser considerable. Los antiguos libros de poesía relampagueaban en ella y mi inclinación a la historia natural la llenó de grandiosos libros de botánica iluminados a todo color; y libros de pájaros, de insectos o de peces. Encontré milagrosos libros de viajes; Quijotes increíbles, impresos por Ibarra; infolios de Dante con la maravillosa tipografía bodoniana; hasta algún Molière hecho en poquísimos ejemplares, ad usum delphini, para el hijo del rey de Francia».
Entre otros tesoros, su colección contiene ediciones áureas de poesía española, de adquisición a veces casi heroica, como relata en las citadas memorias:
«Recuerdo la sorpresa del librero García Rico, en Madrid, en 1934, cuando le propuse comprarle una antigua edición de Góngora, que sólo costaba 100 pesetas, en mensualidades de 20. Era muy poca plata, pero yo no la tenía. La pagué puntualmente a lo largo de aquel semestre. Era la edición de Foppens. Este editor flamenco del siglo XVII imprimió en incomparables y magníficos caracteres las obras de los maestros españoles del Siglo Dorado».
Me encantó tener en las manos la aún más antigua edición de la poesía de Góngora de 1654 (pues la de Foppens es de 1659), recogida por Gonzalo de Hozes y Córdova, que conserva huellas lectoras y escrituras seculares.
También poseía Neruda la edición áurea de la poesía de un brillante discípulo de Góngora, Juan de Tassis, Conde de Villamediana, de 1643, por cierto algo posterior a la de sus obras de 1634, recogidas por Dionisio Hipólito de los Valles, que perteneció al poeta José Ángel Valente, custodiada en la Cátedra de Poesía y Estética que lleva su nombre y que yo mismo dirijo en la Universidad de Santiago de Compostela.
Neruda escribió el poema «El desenterrado» en homenaje a Villamediana y presentó y antologó sus poesías en Madrid en una publicación de Cruz y Raya en 1935 (edición esta que parece que no donó a la Universidad de Chile y que, según cuenta su biógrafa Margarita Aguirre en Las vidas de Pablo Neruda, tenía encima de su escritorio cuando lo visitó en su casa de Isla Negra en 1952).
A Neruda le encantaba la reproducción de los versos sin puntos ni comas en esas ediciones áureas anteriores a la generalización del uso de tales signos, introducido ya en el siglo XVI por la Imprenta Aldina del italiano Aldo Manucio para mejorar la claridad y fluidez de la lectura.
El ávido coleccionista buscó sus joyas bibliográficas primero en Madrid y luego en París y en Londres, como afirma en Confieso que he vivido:
«No me gusta leer a Quevedo sino en aquellas ediciones donde los sonetos se despliegan en línea de combate, como férreos navíos. Después me interné en la selva de las librerías, por los vericuetos suburbiales de las de segunda mano o por las naves catedralicias de las grandiosas librerías de Francia e Inglaterra. Las manos me salían polvorientas, pero de cuando en cuando obtuve algún tesoro, o por lo menos la alegría de presumirlo».
Como un navegante solitario
Pero entre los libros de Neruda que consulté figuran también muchos dedicados por sus coetáneos. Por ejemplo, de los muchos libros que poseía de Federico García Lorca tuve en las manos dos que este le dedicó y que prueban la admiración del español por el chileno, el primero vinculado a Buenos Aires, donde se conocieron personalmente, y el segundo vinculado a Madrid, donde continuaron la amistad.
En efecto, la edición bonaerense de Romancero gitano, hecha en la editorial Sur de Buenos Aires con fecha de 1933, contiene un dibujo autógrafo de apariencia femenina y la dedicatoria, fechada en 1934: «Para el gran poeta Pablo Neruda con un abrazo de su Federico que nunca lo olvida».
La edición madrileña de Primer romancero gitano, hecha por Revista de Occidente en 1928, contiene un dibujo autógrafo con hojas y medusas y una dedicatoria fechada en 1935: «Para mi querido amigo Pablo, uno de los pocos grandes poetas que he tenido la suerte de amar y conocer. Un abrazo chorpatélico de Federico» (Neruda explicó en Confieso que he vivido el sentido impresionista que daba Lorca al absurdo neologismo «chorpatélico»).
Ahora bien, son muchos más los libros dedicados a Neruda por poetas españoles que conoció en Madrid en los años 30, como Vicente Aleixandre, de quien conservó una edición lujosamente encuadernada de La destrucción o el amor, editada por la editorial madrileña Signo en el año 1935, fecha también de la dedicatoria: «A mi querido Pablo, magnífico en su poesía y en su amistad, una tarde de julio, Vicente».
El poeta de este grupo del 27 de quien acumuló más libros, la mayoría autografiados por el autor, es sin duda su amigo y correligionario comunista Rafael Alberti, que incluso le dedicó su edición de las poesías de Garcilaso de la Vega publicada en México en 1946.
La más importante de estas dedicatorias de Alberti a Neruda es la que le escribió a modo de carta en una guarda del libro de la recopilación Poesía, 1924-1937, editada en 1938 por la editorial Signo de Madrid, pues está escrita en plena guerra civil, concretamente en junio del mismo año.
En ella comienza aludiendo al poemario nerudiano España en el corazón, que se acababa de publicar en Chile, así como se refiere al poeta y corresponsal de guerra chileno Juvencio Valle y al escritor español Arturo Serrano Plaja, ya exiliado en Francia, amigos de ambos:
«A Pablo Neruda. Queridísimo Pablo: recibí tu libro. Magnífico, extraordinario. Lo mejor que ha producido la guerra de España. Estoy gestionando la manera de hacer una edición popular, madrileña, de él. Creo que lo conseguiré. Saldrá en mal papel, pobre tinta, etcétera. Pero te prometo que no saldrán erratas. / ¿Recibiste El Mono Azul con tu poema? Ponme unas letras. Yo no sé si las cosas que mandamos de Madrid llegan. No sé. Las vuestras, por lo general, sí. / Aquí está Juvencio. Muy bueno. Pero no habla nada. Serrano se fue. Creo que anda por París. Muy simpático. / Dentro de muy poco seré marinero. Llaman mi quinta. Y me voy a la fiesta. Ya te escribiré. Tú siempre hazlo a Madrid, a la Alianza. / Quiero escribir una crítica seria sobre tu libro. Perdona que no te haya escrito antes. He estado enfermo dos meses. Ya estoy bien. ¿Delia? / Muchos recuerdos a todos, muchos abrazos. Rafael».
Entre las dedicatorias a Neruda de escritores españoles de posguerra, encontré la del anarquista Victoriano Crémer, quien le dedicó en León su poemario Caminos de mi sangre en 1947, editado ese año en la colección Adonais de Madrid: «A Pablo Neruda, con esperanza renovada, entrañablemente. V. Crémer Alonso».
De escritores gallegos pude ver dos, respectivamente debidas a Eduardo Blanco-Amor y a Eduardo Moreiras.
La de Blanco-Amor, autografiada en su poemario En soledad amena, editado en la colección Rula, de nombre gallego, en 1941, está fechada en el mismo año en Buenos Aires: «Para Pablo Neruda, maestro, amigo, compatriota».
Con todo, la de Eduardo Moreiras, autografiada en su poemario Los oficios, editado por Mensajes de Poesía en Vigo en 1952, está fechada en el mismo año y lugar, aunque haciendo constar su dirección postal (Arenal, 110): «A Pablo Neruda, con admiración y amistad».
Por lo demás, abundan en la donación de Neruda los Quijotes y los autores clásicos de España (Cervantes, Quevedo, Góngora, Calderón). En relación con Chile hay bastantes libros sobre Gabriela Mistral y varios del anarquista José Santos González Vera, quien se refugió en la casa familiar de Temuco del poeta aún adolescente, pero también algunos dedicados por escritores en algún momento amigos del coleccionista, como Rubén Azócar, Rosamel del Valle, Pablo de Rokha, Nicanor Parra o su futuro biógrafo y camarada Volodia Teitelboim.
Fuera de los autores en lengua española, abundan los de lenguas francesa e inglesa.
Hay muchos, desde luego, de simbolistas y postsimbolistas francófonos como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Laforgue o Jammes, a veces en primeras ediciones o con dedicatoria autógrafa.
Y de los posteriores franceses más vanguardistas hay también muchos de Apollinaire y de sus amigos y correligionarios comunistas Aragon y Éluard, estos en buena medida dedicados.
De los autores anglófonos predominan los libros de Edgar Allan Poe y Walt Whitman, de quien quise tener en mis manos la edición lujosamente encuadernada de Leaves of Grass, publicada en Boston en 1960, en la que hay incrustadas cuatro páginas con manuscrito y retrato del poeta estadounidense de la edición de Brooklyn de 1855.
También tiene libros en varios idiomas del ruso Vladímir Maiakovski, así como una monografía dedicada sobre este de Elsa Triolet (compañera de Aragon y hermana de Lili Brik, amante del vate soviético). Igualmente políglota, pero con una dedicatoria, es la bibliografía de su amigo asimismo soviético Ilyá Ehrenburg.
Escribió Neruda en sus memorias que desde joven: «avanzaba en el mundo del conocimiento, en el desordenado río de los libros como un navegante solitario». Yo avancé en el océano de los suyos como un buzo enamorado.
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Claudio Rodríguez Fer (Lugo, Galicia, España, 1956) es un poeta, narrador, autor teatral y ensayista en lengua gallega e hispanista en lengua castellana.

Claudio Rodríguez Fer
Imagen destacada: Claudio Rodríguez Fer en la Biblioteca Nacional (Santiago de Chile).